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Archivos de etiqueta: Amistad

Entrando y saliendo del averno

24 miércoles Mar 2021

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 16 comentarios

Etiquetas

adicción, alcoholismo, Amistad, barrio, Ciento cero, Cocaína, Copas, culturismo, drogas, Electroviral, familia, locura, ludopatía, Muerte, pareja, Psiquiátrico, Ruptura, suicidio, Supersubmarina

Hubo un tiempo en el que decides evitar a alguien y después te sientes mal por un instante, pero enseguida te argumentas los motivos para convencerte y creer que no haces mal, que tu decisión es lógica y normal, y así poder sentirte mejor. Más tarde pasa el tiempo y no quieres ni siquiera pensar en ello, los sucesos sobrepasan a las acciones y los hechos se hacen irreversibles.

Haber pasado por todo aquello era sorprendente, entrar y salir indemne de ello, a priori era llamativo, aunque después pudimos  ver y comprobar que no era todo así de fácil como lo veíamos o mejor como lo interpretábamos. No se pasea por el infierno sin quedar algo chamuscado, o  se deambula bajo la lluvia sin paraguas y se regresa seco al hogar.

Después de compartir bastante, uno empieza a evitar coincidir y se da cuenta de que no está a gusto en su compañía, y esquiva y procura no pasar por donde pudiese ser encontrado por aquél que durante un tiempo fue compañero y compadre de salidas y desmadres. Se escuda el que lo hace en que ha cambiado de hábitos de ocio y diversión, e incluso que encontró pareja y ya los amigos de años pasados tienen que entender que es ley de vida el emparejamiento, y el alejamiento por tanto, de lo que antes fue rutina compartida.

No era amigo al principio, casi no lo era ni de los mismos del barrio, de mis amigos nuevos, aunque yo no era nuevo del todo en el barrio sí que había estrenado amistad con ellos no hacía demasiado, no estuve allí en la infancia que había pasado en otro barrio no muy lejos de éste. Él, de ellos era más que amigo de niñez conocido de la infancia, quiere decir esto que aunque cohabitaban en el barrio, siendo vecinos, incluso con algunos de ellos compartiendo portal y edificio, no jugaron juntos, no eran del mismo grupo, no formaban parte de la misma pandilla, nunca fueron realmente amigos en aquella época. Según contaban, ya algo más crecidos, allá avanzando por la adolescencia, la separación fue más evidente. Es en esa época, en la que unos abandonan el barrio más que otros, y se buscan y se encuentran otros lugares donde se está más a gusto, con gente más afín a uno. Estas amistades que alejan del origen suelen ser con quién compartes horas de estudio o al menos lugar de estudio, el colegio y el instituto y luego la universidad forman ese hábitat novedoso que nos separa de nuestros primeros amigos de la infancia, aunque a él en este caso no le separaba de nadie, puesto que según me dijeron no había nadie de quién apartarse, no tenía amigos en el barrio, su madre siempre le mantuvo apartado de los demás chicos.

Cuando le empecé a ver por allí, por el bar, no mucho después de mi llegada a ese lugar como punto de encuentro, fue formando parte de una pandilla, de chicas la mayoría, amigas de la hermana de uno de mis amigos, él era novio de una de las muchachas desde no hacía mucho tiempo. Por aquel entonces él estaba musculoso, iba al gimnasio y se le veía muy en forma. Meses después lo dejó con aquella chica y es cuando empezó a aparecer más habitualmente por el bar, ya sin la excusa de la pareja, y más como asiduo al local, nosotros lo éramos por amistad con el hijo del dueño. Quizás fue esa ruptura, o no sabría muy bien porqué fue, cuando pasó de estar musculoso a aumentar su masa muscular espectacularmente. Había entrado en la dinámica del “Culturismo”, con todo lo que conllevaba. Todos los días al gimnasio a “machacar” al menos un par de horas y cómo no, la ingesta de anabolizantes y esteroides que se suelen tomar para potenciar el aumento de la musculatura de forma poco sana y poco natural. Estaba hecho un “toro”, al principio fuertemente definido, pero pronto pasó a estar deformado de tanto volumen, con ese andar de la gente con la musculatura excesivamente desarrollada que le impide una postura natural, teniendo que llevar los brazos algo arqueados y dando un aire un tanto cómico a esos tipos. Quizás fuese su escapatoria, su forma de enlutar aquella ruptura sentimental y descargar con las pesas esa frustrante situación, por lo que supe, después no lo pasó nada bien con la ruptura. No podría decir exactamente cuánto duró este estado de flagelación física, lo que sí es seguro, es que por ese entonces yo no le trataba demasiado, pero algunos de mis buenos amigos coincidían con él en el gimnasio, por esa época algunos de ellos también iban a mantenerse en forma allí, y esto hizo que poco a poco se fuese aproximando al grupo.

Por esa temporada yo pasé casi todo el verano fuera de la ciudad, y al regreso de las vacaciones, en el inicio de septiembre le volví a ver, esta vez estaba ya menos musculado, como si se hubiese desinflado, como si el sol del verano lo hubiese derretido. Quizás si hubiese visto el proceso día a día no lo hubiese notado tanto, o no me hubiese llamado la atención de esa manera, el caso es que me impactó ver que ya no era esa figura vigorizada si no un cuerpo más normal, menos hinchado. Me pareció poca cosa, él no era alto y sin esa masa muscular no abultaba demasiado. Con el paso de las semanas cada vez se acentuó este cambio, parecía como si hubiese enfermado. Pero me explicaron que era un proceso normal cuando se deja el “Culturismo” y se relaja la fuerte rutina de pesas y ejercicios musculares y por su puesto se abandonan las pastillas potenciadoras, el cuerpo enseguida pierde todo aquel volumen desorbitado que había adquirido. Él había estado enganchado a este deporte y durante un tiempo estuvo obsesionado con él, esclavizado con la dieta y el ejercicio, pero un día se levantó y se dijo que ya estaba bien, – esto lo supe después-, que quería dejar de comer siempre lo mismo, que quería dejar de pensar en las grasas e hidratos ingeridos, y no quería medir los logros de su vida por los kilos que había conseguido alzar en “sentadillas”.

Fue entonces cuando empecé a tratarlo más, sobre todo porque se pasaba bastante tiempo en el bar, yo me dejaba caer por allí algunas tardes de la semana, él, todos los días o bien por las mañanas o bien por las tardes, se pasaba las horas muertas allí. Tenía turno rotativo en el trabajo y lo mismo hacía con su presencia en el bar, cuando estaba de tarde en el tajo pasaba las mañanas en el bar y a la inversa cuando el turno cambiaba a la semana siguiente. Cada tres semanas tenía turno de noche, entonces esa semana podía vérsele a veces por la mañana y otras por la tarde. En definitiva era raro el día que no se presentaba en el bar a pasar el rato antes del trabajo o después del trabajo, estaba más tiempo allí que en su casa.

Y quizás fuese ese estar sin mucho que hacer, lo que le llevó a lo que le llevó. Estar por estar, jugar a los dados, y al dominó, charlar con el tabernero y los parroquianos jubilados y parados que en el barrio abundaban, era su forma de pasar las horas. Pero no siempre había gente con la que compartir conversación o juegos de mesa, y poco a poco su divertimento y forma de pasar el tiempo se fue hacía el juego de azar, echando monedas en las máquinas tragaperras con aquel soniquete que era insoportable.

Era una persona inteligente, bien formada en un colegio de curas, uno de los mejores de la ciudad y con un buen trabajo en artes gráficas, lo que hacía para mí más llamativo el asunto del juego de azar. Saliendo de la adolescencia algún amigo tuve con cierta fijación por estas máquinas que parecen lanzar cantos de sirena, incluso desde la infancia había visto gente totalmente embaucada por esas lucecitas y sonidos, con el más ferviente de ellos el de las monedas golpeando el metal al caer el premio obtenido. Desde pequeño, acompañando al mercado a mi madre, veía mujeres en los bares de los alrededores gastándose el dinero de la compra, tentando a la suerte, que les era adversa la mayoría de las veces y se tenían que volver a sus casas sin el dinero y sin la comida con la que poder alimentar a su familia.

En aquel bar de barrio, punto de encuentro, había visto a vecinos pedir al camarero que apagase la máquina, -“La tengo calentita”, decían-,  para que nadie pudiese seguir jugando y que le arrebatase lo que ya consideraba suyo, y se iban casa a por más dinero para continuar con el juego. En otras muchas ocasiones vi pedir fiado al dueño del bar, para terminar la partida en busca de saltar la banca de la máquina, que la más de las veces no servía para cubrir la inversión realizada en busca del premio. Pero todo esto lo veía un poco distanciado, entre el estupor y la sorpresa de ver a la gente enajenada por este juego perverso. Nadie cercano en el afecto a mí, cayó en este vicio del juego, a nadie vi caer de manera tan próxima en la ludopatía como a él, llegar al extremo de gastar más de quince mil pesetas* al día en el juego era alucinante, ver como las palabras que le decían para evitarlo caían en saco roto. Ser testigo de ello pero sin la confianza de la amistad, -aún no la había entre ambos-, para intentar inmiscuirme e intervenir en el asunto, era como ver una función o una película en la que ves que el camino que están tomando las cosas no van traer nada bueno, pero que no podrás cambiar nada del guion para evitarlo y todo sucederá sin remedio. Incluso, en parte, te da un poco igual como acabe la cosa, ese que no te es cercano, te es solo alguien que ves y aunque poco a poco se acerca, bajo ese halo de luces y sonidos le tienes algo denostado.

Un día, quedamos los colegas para salir de copas, y no sé muy bien cómo pasó, el caso es que se incorporó a la salida. Luego, más adelante, coincidíamos en algunos locales y poco después se unía de vez en cuando a algunas salidas, aunque fue mucho más tarde – o no tanto, el recuerdo se diluye y confunde- cuando fue integrándose con frecuencia, como uno más del grupo.

Antes de ese momento ya se vio un cambio en él. Ya no era ese individuo plantado delante de una máquina “tragaperras” desangrando su cartera. Sorprendentemente, por si solo había dejado y apartado ese vicio, esa enfermedad que es la ludopatía, incluso podía echar en la máquina las monedas que le sobraba del pago de un café, y no continuar jugando. Para mí era asombroso ese cambio, de estar totalmente abducido por el juego a dominar ese impulso irrefrenable que lleva a los enfermos por esta patología. Su control era tal, hasta el punto de no tener que evitar su contacto, como sería lo más lógico para no caer en la tentación de nuevo. Pero como no todo puede ser perfecto, sustituyó aquello por algo nuevo. Con el tiempo lo veo con más claridad, veo como si el juego hubiese sido una evasión, como antes lo fue el deporte, y al abandonarla era sustituida por otra, y esa otra esta vez era el alcohol.

Todos bebíamos bastante por aquellos años, el disfrute del alcohol era algo que en parte hacíamos todos sin excepción, pero básicamente los fines de semana y como momento de ocio y diversión. Él en un inicio no era muy bebedor, es más, cuando estaba en esa fase deportista, casi ni lo probaba. Pero supongo que con tantas horas allí en el bar y no siendo ya incompatible beber con su mantenimiento deportivo, pasó tras las comidas de los cafés y licores sin alcohol a los cafés acompañados con copa de pacharán y de las cervezas sin alcohol a las cervezas con alcohol. Una tras otra cerveza hacían que al cabo de las horas el alcohol se hiciese dueño de su comportamiento. Así paso una buena temporada en la que cuando te lo encontrabas por la tarde-noche, sus ojos vidriosos y algo inyectados en sangre delataban su estado ebrio, y su conversación se hacía pastosa y pesada. Era en esos momentos en los que quisieras haberte dado cuenta antes, viéndole de lejos su estado para poder evitarle, y como fuese el caso ya inevitable, buscaba uno la manera de desembarazarse de él.

Por esa época es cuando empecé a saber algo más sobre su familia. Él era hijo único, sus padres le tuvieron cuando eran algo mayores, sobre todo para aquella época, por lo que en esos momentos tenían una edad avanzada, pasando de la jubilación ya de largo. Su padre era alcohólico y su madre había perdido algo la cabeza, y de vez en cuando tenía que salir a buscarla por las calles porque se había ido y no volvía. En urgencias del hospital ya la conocían por su nombre puesto que se presentaba allí cada dos por tres, diciendo que se encontraba enferma, y entonces le avisaban a él para que fuese a recogerla. Fue saber de esta situación lo que me hizo entender un poco esta caída una tras otra en diferentes en obsesiones y hábitos que bien podrían ser debidos a trastornos de la personalidad producidos por una situación familiar estresante y dura. Incluso el hábito de fumar adquirido tras dejar el gimnasio, lo cogió con gran entusiasmo pasando de no ser fumador, a en poco tiempo consumir casi dos paquetes diarios.

Además, el trabajo tampoco le iba bien y se empezaban a complicar las cosas, ya había pasado la edad dorada del sector en el que trabajaba, ganando hasta esos años un muy bien sueldo. La irrupción cada vez más de nuevas tecnologías, ya había empujado fuera del sector a alguno de mis amigos que trabajaban en el mismo sector, pero él algo más cualificado sobrevivía a estos recortes de personal en las empresas, pero no se libraba del recorte de sueldo y con la amenaza del despido constante, que poco después se precipitó, cerrando su jefe la empresa y dando suspensión de pagos, por lo que no obtendría indemnización hasta que un año después obtuviese una pequeña compensación de unos tres millones de pesetas por resolución judicial, muy lejos de lo que le correspondía por sus años en aquel empleo. No estuvo demasiado tiempo en paro, enseguida ese mismo jefe que había cerrado la empresa le contacto para trabajar en una nueva empresa creada por él, pero esta vez le ofertaba el trabajo a cambio de trabajar sin contrato.

Ya por entonces el coqueteo inicial con la cocaína había ido tomando mayor protagonismo, a la vez que drásticamente y sorpresivamente había vuelto a las cervezas sin alcohol y dejar de beber con fruición, salvo algunas noches que tomaba algunas copas, ya no era ese estado de embriaguez constante antes de llegar la oscuridad y que saliésemos a tomar algo por los locales del barrio. Había vuelto a hacerlo, a salir él solo de una adicción, esta vez del alcoholismo que se había hecho más que patente para todos durante muchos meses, pero a cambio estaba entrando en un terreno peligroso de papelinas y menudeo, de visitas a bares y casas donde se traficaba.

Yo era testigo de cómo bajaba al infierno, incluso le acompañé durante algunos escalones, testigo de cada una de las adicciones y como reflotaba sin ninguna explicación al igual que había caído en ella. Era llamativo como podía hacerlo y parecer que quedaba inmune y sin ninguna secuela. Ahora había pasado de “pillar” los fines de semana entre todos y no todas las semana, a no salir ninguna noche de copas sin medio gramo en el bolsillo, que enseguida paso a ser un gramo, y de ahí a tener unas rayas a mano a diario, todo esto se desbocó durante el verano. Lo supe después, a la vuelta de mis vacaciones y de mi ausencia del barrio de casi tres meses y de no salir con la gente de allí por diversas razones.

A principios de ese año, había metido a su padre en una residencia, al que visitaba los fines de semana, y él se había quedado en su casa con la madre que no quería ser encerrada. Lo hizo, puesto que ya no aguantaba la situación en el hogar con los dos, uno borracho, otra loca. El padre accedió de buen grado el trasladarse a la residencia pero la madre se negó armándole una buena bronca y no hubo más remedio que continuar con ella en la casa, minándole la moral y dejándole los nervios de punta constantemente. Quería a la madre, pero sentía un fuerte deseo de que todo acabase, que desapareciese el problema, que ella muriese sería una liberación. No sé si sería esta la causa, ese peso encima de sus hombros de la madre y el padre y su soledad para enfrentarse a ello, lo que le hizo caer en el polvo blanco en barrena.

Cuando volví a verle tras ese verano, es cuando me enteré del desboque de la situación con la cocaína, en tres meses se había pulido los tres millones de pesetas de la indemnización y otro más de lo que tenía ahorrado. Alucinado se queda uno al ser consciente del ritmo de consumo de la droga para dilapidar tanto dinero en tan poco tiempo. Debía haber sido bestial, a todas luces, evidente por el aspecto físico que tenía, bastante más delgado y demacrado y un constante sorber las narices como cuando uno está acatarrado o alérgico o tiene algún problema nasal que no le permite una respiración correcta. Cuando hablabas con él no pasaban ni breves segundos sin ese sorber rápido como si alguna mucosidad estuviese a punto de escaparse por sus fosas nasales. Fosas que a veces por descuido tras el regreso del baño, venían tiznadas de blanco y había que hacerle algún gesto para que eliminase aquella prueba de polvo estimulante. Las visitas al servicio eran constantes y muy seguidas, evidenciando que cada vez necesitaba más y más sustancia para encontrarse a gusto y pletórico y locuaz.

Yo me fui alejando, poco a poco, mis relaciones con los del barrio fueron enfriándose conforme aumentaban mis relaciones en otros lugares, conforme buscaba mi propia tabla de salvación. Al igual que había llegado a tratarlo, fui desprendiéndome de su compañía y de la de mi compadre, cada uno de nosotros buscaba su manera de seguir la vida sin que esta nos fracturase el futuro antes de tiempo,  nosotros dos habíamos encontrado pareja, alguien con quien compartir pero él no, el seguía en el camino en soledad.

Nunca había estado en un lugar como aquel, siempre que había pasado por delante de la puerta miraba con cierta duda lo que podría acontecer allí,  cómo sería por dentro, pero casi con la certeza de que nunca lo vería ni lo sabría por mí mismo, qué equivocado estaba. Fui allí un tanto azorado y nervioso, acompañado de mi pareja, en el horario que mi compadre me había dicho que podría acceder. Pensé que era más difícil conseguir entrar a un lugar como ese pero no lo fue, sin casi trámites tuvimos el paso franco a la visita, cierto que tampoco vi demasiado del lugar, solo algunos pasillos de la segunda planta y una sala como de espera o de reunión que me dio la sensación de incómoda y deprimente. Al vernos, él se sorprendió. Había pasado una semana, y apenas tiempo desde la muerte de la madre.

No recuerdo muy bien quién me dio la noticia, si alguno de mis hermanos o mi compadre con el que yo más compartía con él. De éste sí que recuerdo informarme del horario de visita, cuando le preguntaba el cómo y el porqué. La noticia fue como un bofetón, no lo podía creer, se había pretendido suicidar intentando clavarse un cuchillo en el pecho.

Se elucubra mucho sobre los suicidas, sobre si realmente se quieren quitar la vida o solo pretenden llamara la atención, o si se produce un desequilibrio momentáneo que en un punto se revierte y se toma conciencia de lo que está realizando y no lo lleva a término o quizás a veces lo demora para que alguien lo libere y rescate de eso que está intentando finalizar.

-No es fácil suicidarse-, me dijo; -Pensé que sería sencillo clavarse el cuchillo pero estaba muy duro, no penetró-. Lo había intentado en medio del pecho y el cuchillo chocó con el esternón y eso impidió que entrase profundamente. La herida quedó en algo superficial, no con la hondura necesaria. Nos quiso enseñar la herida pero yo le negué la posibilidad, él quería destaparla y mostrar aquella marca de su envite a la vida, pero preferimos quitarle la idea, no era agradable la situación y menos allí, en un bar tomando un café, en frente del hospital. Hablaba lento, se movía lento, sin duda el efecto de los tranquilizantes que le suministraban daban ese resultado. Él parecía asumir con más normalidad que nosotros lo sucedido, nuestro pudor evitaba las preguntas morbosas de cómo fue la secuencia, de si llevaba mucho tiempo pensándolo o fue un arrebato, de como hizo para clavárselo, si se apuñaló directamente o si lo apoyó en algún lugar y luego empujo su cuerpo, su tórax contra el metal, contra la punta del cuchillo, ni preguntamos si era un cuchillo grande o pequeño y por este motivo no consiguió su cometido. Tampoco preguntamos cuáles eran los motivos para llevarle a ese extremo, a esa solución final, a esa determinación de acabar con todo, ahora que ya no tenía las trabas y la carga de la madre. Nada de ello preguntamos, quizás en el fondo no queríamos saberlo, quizás ni siquiera quisiéramos estar allí. No estábamos a gusto. Estábamos violentos, intentando acompañarle en su dolor pero sin inmiscuirnos en él, queríamos ayudarle pero ser asépticos y no salir manchados de aquello.

Con el tiempo me he preguntado si fui para que se sintiese bien y arropado y querido o para sentirme yo bien, para que mi conciencia quedase en paz y tranquila, diciéndome a mí mismo no le he abandonado, sé que no tiene a casi nadie y yo he ido, he estado con él, animándole, diciéndole saldrás de esta, el camino elegido no ha sido el correcto, pero que sepas que hay gente que te aprecia y que está junto a ti para lo que necesites, para seguir viviendo, no te abandones que nosotros no te abandonamos.

Si ya me había llamado la atención la facilidad para acceder, me dejó más perplejo la facilidad de los enfermos para salir de allí. Al fondo del pasillo le encontramos en aquella sala en la que él estaba viendo la televisión y sin esperanza de una visita, al menos una visita anunciada o ya sabida de antemano de algún familiar o amigo. Nos divisó a través de la cristalera, y su cara denotó un leve asombro, y una sonrisa algo bobalicona. Se levantó y vino a nuestro encuentro, nos abrazamos y cruzamos palabras de saludo e interés de cómo se encontraba. Le dijimos de sentarnos allí en la sala, pero él enseguida dijo que no, que mejor salíamos a dar un paseo. Esto nos dejó descolocados, -pasear, ¿a dónde?- nos preguntamos sin preguntar, quizás interrogándole con la mirada. Nos pidió un minuto para irse a la habitación a por tabaco, y enseguida volvió para dirigirnos y guiarnos el camino tras sus pasos deshaciendo los que habíamos realizado nosotros y yendo en dirección a la calle. En el mostrador de información nadie nos evitó la salida y el guardia de seguridad tampoco nos exigió ningún documento para franquear la puerta, cierto que él vestía de calle, con lo que podría pasar por visita en vez de enfermo. No entendíamos que de un Psiquiátrico se entrase y saliese con esa facilidad. Uno siempre piensa que los que están allí ingresados lo están por que no son dueños de sus actos y podría dañarse o dañar a los demás. Le preguntamos sobre este régimen de salidas libres, y nos contó que el pabellón en donde estaba él eran gente con diagnostico leve y podían salir con la visita a la calle hasta las ocho de la noche, y que los graves estaban en otra parte del edificio con la imposibilidad de salir.

Esto nos dejó más tranquilos sobre su estado mental, significaba que los médicos no le veían demasiado desequilibrado como para tenerlo encerrado. Tras un paseo por el bulevar que era aquella calle, decidimos tomar un café en un bar para estar sentados y hablar tranquilamente. La conversación transitó por lugares comunes, sin entrar a fondo en el problema que había degenerado aquella situación, aquel estar en un bar frente a un hospital con pabellones para enfermos mentales o de conducta o de cualquier otro nombre que le queramos dar para evitar la palabra que da tanto miedo. Todo transcurrió muy pulcro en nuestro hablar y comentar, más que por nuestras preguntas, supimos por su decir lento pero constante, que no sabía muy bien porqué lo hizo, que quizás todo lo vivido en los últimos tiempos en su vida y con sus padres le llevaron a hacer esa “gilipollez”, que hubo algo en su cabeza que le decía que lo mejor era acabar con todo, pero que tras esa semana en el hospital ya se sentía mejor y que creía que saldría en cuatro o cinco días. La hora de visita se estaba acabando, ya eran casi las ocho cuando le acompañamos hasta la puerta del sanatorio y nos despedimos hasta la semana siguiente, pero no hubo semana siguiente ni otra posterior, pasaron esas semanas y no regresamos, la excusa era buena; por exceso de trabajo no tuvimos tiempo de ir. Y después ya le dieron el alta. No habían pasado solo cuatro o cinco días más como él nos pronosticaba. Había pasado un mes más en el hospital.

Lo que aconteció después lo tengo más vago en mi cabeza, yo ya no paraba casi por el barrio. La relación con mi pareja y con amigos de otros lugares, fueron dando por finiquitada aquella fase de mi vida, y mi transitar por el barrio se hizo cada vez más esporádico hasta desaparecer al cambiarme de domicilio. Sé que le ayudaron a adecentar su casa, estaba hecha una pocilga, y hubo gente que le apoyó mucho en esos días, pero poco más sé, salvo que incluso estos que le ayudaron se fueron apartando poco a poco de él o él mismo los apartó.

Las pocas veces que le vi después de su salida del hospital, estaba hinchado por la medicación y seguía con esa lentitud en todo su ser que conlleva estar semi-sedado todo el tiempo, su discurrir en el pensamiento se resentía y parecía que sus reflejos mentales estaban atrofiados, ahora sí que lo veía como un enfermo mental, más, mucho más que el enfermo que me encontré en aquel hospital cuando salimos a tomar el aire y pasear por ese bulevar una tarde de otoño. A veces, si le veía de lejos, evitaba pasar por donde estaba, su conversación se me hacía pesada y latosa.

De vez en cuando, si pasaba por el barrio a visitar a mis padres preguntaba por él, pero ciertamente sin demasiado ímpetu e interés real por saber a fondo. Quizás sólo empujado por la curiosidad de saber si esta vez también saldría del infierno como otras tantas veces lo bordeo, y cómo no, creía que con algo de afecto por los años de noches de alterne compartidas. Las noticias eran siempre las mismas seguía de baja médica. No sé cuánto tiempo pasó con certeza desde el incidente del intento de suicidio y la visita al hospital, los encuentros posteriores a su salida y los no encuentros, por ser evitados, y ese momento en el que pregunté a mi hermano si sabía algo de él, y que como un jarro de agua fría me cayó cuando me dijo; “Pero tío, si murió hace tres meses, pensé que lo sabías”. Mudo me quedé, noté mi cara palidecer, no lo podía creer, no me había enterado del devenir final, nada me hacía presagiar este desenlace. Pregunté si se suicidó, pero me dijo que no. A que era debida la muerte no me supo decir, me dijo que una versión era que fue un fallo hepático, que aún con los medicamentos seguía bebiendo alcohol y eso le pudo producir la muerte. Otra vez pudoroso no pregunté, no quise interrogar a unos y otros qué le hizo morir, me aparté del morbo de saber quién le encontró, y como le encontró. Procuré no indagar más, pensar en ello era pensar que yo en más de tres meses no me preocupé por saber de su estado, era darme cuenta de que en el fondo me daba un poco igual su futuro, su existir cuando aún estaba. Era ser consciente de que mi afecto hacía él nunca fue muy fuerte, y eso cuando te lo encuentras de frente sin paños calientes, no es grato verlo y reconocerlo. Ya no tenía que evitarle, ya no estaría más.

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  .     *Peseta: Fue la unidad monetaria en España desde su aprobación el 19 de octubre de 1868 hasta el 1 de enero de 1999, cuando se introdujo el euro. (1 euro = 166,386 pesetas)

.     **En esta historia uno no sabe si fue la “puta cocaína”, como nos canta Supersubmarina, y pasar de ciento a cero lo que llevó hasta ese final de locura y demencia o fue sólo un estadio más en el recorrer y avanzar de un desvarío mental que acompañó toda su vida al protagonista.

«Ciento cero«

Electroviral supersubmarina

.     *** NA: Publicado originalmente el 14 de Noviembre de 2014. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Una pregunta incómoda

05 martes Ene 2021

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 15 comentarios

Etiquetas

Amistad, amor, Bisexualidad, cariño, comprensión, Confesión, Depegar, duda, Esposa, Felicidad, Heteroxesualidad, Homosexualidad, Música, Ondina, pareja, ridiculo, Ruptura, sorpresa, vergüenza

El día que ella le preguntó si había tenido alguna experiencia homosexual, él se quedó algo descolocado, sin duda no esperaba esa pregunta, estaban en el coche o tomando algo, no recuerda bien del todo. Quizás el lugar quedó borrado por el impacto de lo ocurrido. Lo que si recuerda es que estaban hablando de la ruptura de ella con su novio después de muchos años emparejados, desde la adolescencia, hacía relativamente poco tiempo que estaban cada uno por su lado, y ella hablaba de la necesidad de estar libre sin ataduras, empezó tan joven su relación que siempre a él estuvo atada. El novio, posesivo y celoso, cometió el desvarío de la infidelidad que provocó la última y definitiva riña. Ella desde largo tiempo lo intuía, o creía saber sin saber de este fraude en la relación, y aquella última vez él no lo pudo o no lo quiso negar.

Esto le sonaba a declaración de intenciones, quizás ella estaba entreabriendo una puerta que creía que se le iba cerrando tan pronto. Parecía decirle que no empujase la puerta, que quería que entrase la luz, y saber que podía salir en cualquier momento. Que casi sentía la necesidad de dejarla de par en par y poner una cortina, de esas de cilindros de plástico que se ponen en algunas casas de los pueblos y que ya aquí en la ciudad están casi olvidadas o solo utilizadas como adorno y decoración de interiores, y así entrar y salir sin problema y que por ella pasase la luz que necesitaba.

Después de la sorpresa por la pregunta, que rápido él negó como defensa u ofensa recibida, como si en ello viese venir una trampa, de la que quisiera salir como un emboscado para evitar la batalla que se cernía por esa cuestión que se le tornó insidiosa y dañina, como si con ella buscase la obtención de ventaja para algo, para algún objetivo que él veía oscuro y sombrío, dudando del motivo de tal interrogación. Reaccionó devolviéndole la misma pregunta. Y su respuesta jamás pensada en un principio, pues su pregunta fue un acto reflejo e instintivo de supervivencia y amparo por la demanda de ella sobre esa posibilidad sexual, y en ningún caso, recapacitada ni elucidada en su seno salvo en ese instante, formulando esa posibilidad por su propia protección. Y quedó boquiabierto ante su sí.

No hacía tanto que se conocían como para estas confesiones, e incluso a veces en toda una vida estos temas ni se airean ni dicen, si no se nombran no son o no lo fueron, y quedan como anécdota en la cabeza del que los guarda, como secreto, y se convence incluso de que no existieron.

Pero ella le decía que sí, que existió ese instante, ese momento, y él un poco atónito, comienza a pensar en cómo sería esa ocasión en la que sucedió, y quiere preguntar si fue gratificante, pero de momento no lo hace, y ella habla que fue no buscado, que tampoco quiere dar muchos detalles, que paso y pasó, que en el despecho y huida por la afrenta del engaño de él, el refugio de la amiga que la acunó y ayudó en ese trance, quizás les llevó a la confusión del amor que se tenían por esa amistad, a otro tipo de amor, llevándolo al terreno sexual de caricia, deseo y placer, y él por fin lo hace, le pregunta si fue gratificante, y ella dice: sí. Pero no le dice quién fue la “partenaire”, le esgrime que eso no tiene importancia, y él, que solo conoce a una de sus amigas, piensa que será ella, y su mente vuela lasciva, se imagina a ambas entre sábanas, entre las mismas sábanas en las que él estuvo. Ella es hermosa, muy hermosa, tirando a delgada aunque con curvas definidas, marcando una buena cintura y unas caderas que se ensanchan lo justo, pechos más bien pequeños, y con un culo fantástico, duro y bien armado, pero su amiga, la que no sabe a ciencia cierta si es la otra parte del “affaire”, es más grandona, si no se cuidase podría derivar en esas persona que cogen peso sin darse cuenta, con pechos grandes y las curvas más acentuadas, hacen de ella una mujer con la que cualquier hombre no dudaría en querer estar. Es más, en ese momento tiene pareja masculina. Su cabeza solo ve ahora esos rostros besándose, con tal dulzura que envidia, y avista sus manos deslizándose por sus cuerpos y sus labios enredados en los senos y deteniéndose en la mama sonrosada de una y más oscura de la otra, imagina. E intuye la mano buscando la vulva que ha explorado una y otra vez, con sus hábiles dedos y con su pene procaz. Pero eso solo es su pensamiento, ella no le dice quién fue la pareja en esa escena que le ha desvelado, tan intima, tan poco habitual de ser relatada y descubierta a los ojos de otros y menos del sexo contrario cuando en ese momento es tu pareja, y más si es reciente.

Y ahora en la distancia, ve absurdo ese apuro ante tal pregunta, esa cortedad ridícula que él tuvo por algo que no hizo pero que igualmente no hubiese reconocido, por pueril vergüenza de ser visto como homosexual, además como si ello pudiese ser la excusa buscada con la pregunta, de no ser lo suficiente macho para hembra como ella. Que ella pudiese ser bisexual no es que le pareciese algo sucio o fuese contra-natura como esgrimen algunas religiones. Es algo que puede darse en cualquier persona, que uno no se ciña al estatus habitual de relaciones afectivas, y llevarlo al entorno sexual, dando rienda al placer de igual manera o de otra manera, tanto con el sexo contrario como con el propio, sin descartar a unos ni otros. Pero no verlo mal, no quiere decir que cuando se sabe de alguien que lo es y lo dice abiertamente, nos genere un recelo por sentirlo como raro y desconocido, y eso le pasó a él, aunque ella enseguida le dio a entender que no fue un giro en su sexualidad, que le seguían gustando los hombres como siempre fue, y que no se sentía bisexual, que no le atraían las mujeres y como muestra es que estaba con él, pero él dudó, dudó de sí esa confesión era para mostrarle el camino de salida de su vida. No entendía muy bien, por su cabeza pasaron imágenes de ellos juntos con la amiga secreta, y eso le agradó, por un instante, luego no tanto pensándose marginado por ellas, quizás la amiga solo desease a la pareja homosexual y no al invitado. Ya en otra ocasión vivió una situación similar, ellas en la cama y él en el sofá. Empezaba a pensar que los fracasos de ellas con los hombres terminaban siempre con amigas en la cama. La ruptura no tuvo nada que ver con esa confesión y sí con el deseo de libertad, esa que hacía poco había descubierto, esa que él ya intuía como necesidad para ella y hacía verse fuera de su vida. Alguna vez se vieron, pasado ya bastante tiempo, y ella le habló de sus conquistas masculinas, durante su labor de viajante. Esas mismas relaciones laborales que estando juntos le daban tantos celos, aunque nunca, se lo declarase.

Cuando con los años pasados, vuelve a su recuerdo, y la visualiza en el presente, se le antoja que estará feliz, y se alegra por ello, siempre fue risueña y vital, y la presiente con pareja, pero ya no puede evitar verla e imaginarla, dichosa en la vida, con Esposa.

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.     *Ella quizás no quería ser como dicen que hay que ser, igual que nos cuenta Ondina en su canción.

«Despegar«

ondina - despegar

.     **NA: Publicado originalmente el 08 de Marzo de 2013. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Lucidez etílica en los alrededores del “si hubiera”

08 viernes Nov 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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alcohol, Amistad, charla, conversación, encuentro, Fito y fitipaldis, Música, Me equivocaría otra vez, Pasado, Por la boca vive el pez, posibilidades, Recuerdoos

Llevábamos varias horas bebiendo y recordando viejos tiempos, y viejas situaciones, hablando de antiguos amigos de los que habíamos perdido la pista, y nos preguntábamos qué habría sido de ellos, y venían a nuestra cabeza momentos compartidos con esos de los que ya no sabemos, situaciones hilarantes en muchos casos. Grandes y largas borracheras, en cortos viajes. Caímos en el recuerdo de mujeres que fueron algo, -pocas-, y de otras que fueron nada, -muchas-, y de la gran mayoría que se quedaron sólo en miradas y espejismo, y como siempre pasa, nos centramos en las que no llegaron a buen puerto y en los espejismo; en lo que nos hubiese gustado que muchas del nada estuviesen en el algo incluso que hubiesen entrado a formar parte del mucho y que los espejismos se hubiesen transmutado en realidades palpables. Nos recreamos en imaginar qué hubiese pasado si tal o cual vez hubiésemos aceptado la invitación o insinuación, o si no nos hubiésemos dedicado al alcohol tan denodadamente en aquellas ocasiones en las que decidimos posponer el encuentro para después, llegando a ese después con pocas posibilidades de victoria manejados por la ebriedad, o ya demasiado tarde, como en esas veces en las que tardamos en decidirnos y cuando lo hicimos, empujados por el punto de alcohol, ya era hora de cierre y recogimiento. Tendimos como siempre a fantasear más con lo que podía haber sido que con lo que fue.

Yo le conté mi reciente encuentro con alguien de mi pasado que me dejó algo tocado, y que a veces me daba por pensar en qué hubiese sucedido si hubiese actuado de una u otra forma ante ciertas situaciones, qué hubiese pasado si con esa persona las cosas hubiesen sucedido de otra manera, pero que pensar en ello me parecía pensar en algo muy volátil, puesto que cada vez que lo pienso los sentimientos varían, pasando del deseo a un cambio en aquel momento que hubiese hecho no estar en donde estoy, hasta un rechazo frontal a esa posibilidad, puesto que lo que he vivido me ha dado momentos felices, y en donde estoy, es un buen lugar, -no sé si el mejor-, pero si un lugar agradable y confortable. Y así me muevo constantemente, desorientado por los sentimientos contradictorios que generan esos momentos intangibles del “si hubiera”.

– Cierto, se puede decir que “el si hubiera” es la forma verbal más etérea… tras esa expresión gran parte de la vida queda en el limbo. Y por ello, pensarlo, quizás no valga la pena, y seguramente que no lo vale, pero no se puede evitar dejarse llevar por esa pregunta; ¿Qué hubiese pasado?, ya sea formulada a nosotros mismos o a otros involucrados, para imaginar otros pasados, otros caminos, otros futuros. Esos quizás son la otra vida, esa que se queda en el camino a cada decisión, o a cada casualidad; hay veces que el ir o estar no es decisión propia y sí más el resultado de circunstancias no controladas del todo por nosotros. Regodearse en ello, puede que no sea lo mejor, es vivir en un eterno: Porqué sucedió de aquella manera y no de otra. Es nocivo y tóxico para nuestra salud mental.

Además ese estado melancólico del «hubiera» o «hubiéramos» se cierne una y otra vez sobre nosotros a cada paso que ya es pasado, y en cada decisión que nos deja un único pasado lineal, real y muchos posibles, y ya imposibles, sólo imaginados, desparramados a nuestra espalda… cientos de vidas que podemos volver a vivir falsamente… aunque es verdad,  que cuando caemos en esa nostalgia de la posibilidad no vivida, llegamos a tener sensaciones imaginadas, incluso a veces podemos sentir como pasa de nuestra mente a nuestro cuerpo, lo somatizamos, sentimos acelerarse el corazón, se nos hace un nudo en la garganta, las lágrimas pugnan por salir, y hasta cerramos los ojos para aspirar los aromas de un entorno que no es veraz…

Pero todo es una mentira, no podemos escapar de un lugar, una fotografía, una imagen en nuestra mente, queremos avanzar y no lo conseguimos, estamos encerrados en un mundo finito, y cuando hemos avanzado, acercándonos a los bordes y ya no hay nada conocido y hemos agotado nuestras referencias, como en esos mapas de los primeros navegantes. Somos incapaces de alargar lo que sucedería mucho más allá de ese preciso instante, que sí es muy nítido pero que en el avanzar el horizonte se va difuminando hasta que una niebla nos empaña toda la visión y todo se acaba, dejándonos en un vacío insoportable, entonces despertamos en otro plano astral, éste de realidad a veces complaciente y otras, desplaciente. Toda esa amplitud de posibilidades del pasado, al final se queda en dos únicos planos; lo que ha sido y lo que no ha sido, lo que fue y lo que podría haber sido, no siempre tintado del deseo de que hubiese sido de otra manera,  muchas veces sólo movidos por la curiosidad, y que se repetirá en todos nuestros presentes, incesantemente.

Es verdad que quizás nos queramos engañar pensando que hay algo interesante en los resquicios de lo no vivido, sobre todo, suele pasar cuando añoramos a alguien que ya no es presente, o se nos hace presente alguien del pasado, o lo vivido no nos parece interesante y fantaseamos de cómo sería nuestra vida actual; “Si hubiéramos..”. Pero luego, casi siempre nos rajamos, y nos conformamos con lo que somos y hemos sido y nos quedamos quietecitos no vaya a saltar por los aires lo que tenemos. Con los años nos volvemos conservadores y menos críticos.

Siempre peroraba con insolente profundidad cuando derramaba en su discurso sus pensamientos, como si fuese sentando cátedra, como si estuviese en un aula Magna, y más aún cuando el alcohol inundaba sus venas y le soltaba la lengua, amontonando argumentos a veces inconexos. El estado etílico de ambos era lo suficientemente elevado como para dar vueltas y vueltas sobre una misma cuestión como muchas veces nos había pasado, como otras nos volvería a pasar.

 

 

.     *Tras caer brevemente en la flaqueza del “si hubiera”, la mayoría de las veces la gente, sin verdadera profunda reflexión, suele decir que está contenta con el camino elegido, con el derrotero que llevó su vida, y ante la pregunta de si cambiarían algo, responden que no cambiarían las cosas, incluidas sus erradas decisiones, y al igual que Fito y fitipaldis, se equivocarían otra vez.

 «Me equivocaría otra vez«

Fito y fitipaldid - por la boca vive el pez cover, portada por la boca vive el pez

.     **NA: Este texto surge de las respuestas a los comentarios al poema “Y si hubiésemos estado”.

.     ***Publicado originalmente 26 de Marzo de 2015. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Frío tras el calor del invierno

31 jueves Oct 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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Adiós, amigos, Amistad, amor, Amor entre amigos, ¿Quién?, calor, desamor, Despedida, Efecto Mariposa, Frío, Música, Ruptura, Vivo en vivo

Quiero respetar tu decisión, y quisiera seguir como si nada, como si todo fluyese como antes, pero me cuesta pensar que haya que apartar todo el afecto, quiero decir el beso de recibimiento o el de despedida o el abrazo por una alegría de uno o del otro. Pareciera que para estar tranquila quisieras borrarme de tu círculo más próximo, ya me has dicho que ya no, y así lo asumo, pero la siguiente propuesta de indiferencia, de apartar hasta el olvido, no la comprendo bien. No hablo de beso o abrazo a escondidas, una felicitación no necesita de las sombras para darse. Me hablas de; -“para no tentar nada”. Lo respetaré también. Y como lo has decidido y lo quieres, ya no intentaré volver a convencerte de ir un fin de semana juntos fuera de la ciudad a un hotel, ni nada tentador por el estilo, ni siquiera a tomar un café alejados de los amigos comunes que no hemos querido que vean que nuestras soledades las acompañamos de vez en cuando, por no decir que bastante a menudo. El grupo no intuye que el frío nos ha llevado a buscarnos y darnos algo de calor, que he apagado mis tristezas en tus aguas, y tú te has curado alguna de las heridas de tu ruptura que siguen sin cicatrizar del todo aun habiendo pasado mucho tiempo. Quiero asumirlo con naturalidad aunque no comprendo ésta decisión y me surgen fantasmas de que ésta determinación no es sólo por lo que me cuentas y temo que ha surgido alguien que hace que ya no me sientas necesario y que pone una distancia que ya nunca se reducirá entre los dos. Sí, claro que los celos copan mi mente y mi cuerpo. Siento que fui utilizado, y aunque nos fuimos dejando llevar y nunca hablamos de poner ciertos sentimientos en ello no pude evitarlo y caí en ese hechizo de enamoramiento que creía que estaba bajo control, que lo nuestro era amistad y acompañarnos con algo de sexo, que se fue transformando en bastante sexo, pero me doy cuenta que no era así, que no lo tenía todo controlado como yo creía al oír tus palabras de ruptura; qué tontería por mi parte decir ruptura cuando claramente según tú nunca hubo esa adhesión firme que deba desligarse con descalabro, para denominarlo así; tu visión es más de una leve ligazón y un fácil despegarnos con suave dejadez, un dejar de estar juntos sin trauma, con un simple alejamiento que no produce dolor, sólo un recuerdo grato, como me has repetido varias veces.

Pasó que sin darme cuenta me había acostumbrado a ti, que mi vida sin percibirlo estaba girando ya sólo sobre la tuya, éramos una pareja sin ser una pareja, dos solteros que siempre van juntos, y juntos acaban en la cama sin que nadie lo sepa y sin que nadie lo sospeche, -para ellos somos tan diferentes-, en eso sí que conseguimos absoluta discreción, y reconozco que me costaba reprimir la tentación de cogerte la mano, al ir andando junto al resto del grupo, y a veces no podía evitar dejarme llevar por el impulso y acariciarla, inventando subterfugios para ponerme a tu lado y con el revés de mi mano rozar la tuya con un leve toque de mis dedos. Quiero creer que tú también te estabas prendando de mí y que prefieres no seguir, aunque este pensamiento también me cuesta entenderlo si fuese así, ¿qué tengo de malo?, ¿que puede tener de malo un futuro conmigo? Me gustaría pensar que tu problema radica en la duda o indecisión o incluso en el miedo, pensando que lo que va bien así se estropeará si avanzamos en ello y más si lo oficializamos para los otros y para nosotros. Ya no seríamos esos amigos que se comprenden tan bien, ya quizás no perdonaríamos actitudes y posturas que siendo amigos, aun muy íntimos, se pasan por alto pero que siendo pareja no. Pero son ganas de engañarme, para tomar un poco de aire, porque lo que pasa es que cuando me faltas me muero, y lo sé desde hace semanas, cuando en la soledad de mi casa no hacía otra cosa que estar contigo en pensamiento, lo sé ahora que ya me faltas pese a que todavía estas cerca de mí. Ya no puedo mirarte como un amigo, ya no puedo ser tu amigo, y menos si quieres evitar el beso o el abrazo o el mínimo afecto en público. Aunque sé que no te gusta que te diga esto, que te enfadas cuando te repito que después de ti no hay nada, -antes tampoco lo hubo-,  y que siendo una frase hecha la siento muy profunda, y me costará tiempo desterrarla para que sí que haya algo tras tu paso, tras tu huella. Ir vaciándome de ti es lo primero, si no nunca habrá posibilidad para que alguien ocupe y llene lo que ahora rebosa. Sé que si te veo no lo podré superar, y por eso estoy aquí, frente a ti conteniendo la rabia e intentando evitar una escena de melodrama, eso sí, no habrá lágrimas por mi parte, eso va a ser fácil, ya he derramado todas las guardadas para ti antes de venir. No volveremos a vernos, incluso pondré verdadera distancia entre los dos yéndome de la ciudad, ésta es la última vez que me verás. No más mi imagen ni mis palabras ni mis peticiones de reconsideración ni mis posibles futuros reproches que he procurado guardarme bien adentro para no lanzártelos con odio, no quiero odiar, pero después de todo esto, sólo me queda decirte adiós.

 

 

 

.     *Quién vendrá, que no parezca sobrar, sí no hay hueco después de lo compartido, si todo está tan a rebosar que parece que no hay sitio para nada ni para nadie, como nos cantan Efecto Mariposa.

«¿Quién?«

Efecto_Mariposa-Vivo_En_Vivo-Frontal.     ** Publicado originalmente 3 de Diciembre de 2014. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Herida vida disoluta

31 sábado Ago 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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Amistad, amor, Bunbury, cerveza, compañía, Confidencia, desamor, deseo, dinero, Gigoló, Helville de Luxe, herida, hombre, insatisfacción, La herida secreta, Música, Mujeres, sexo, Soledad, tristeza

Ella estaba enamorada, él no,- como siempre-, me dijo:  -Nunca me enamoré, una vez creí que sí pero estoy convencido que aquello no era tampoco amor, como mucho enamoramiento, por llamarlo de alguna manera poco fea, era algo más sexual realmente, más visceral, más mundano que idílico, más de secreciones y erecciones que de sensibles palabras y palpitante corazón.- Eso podría ser el amor- me decía a mí mismo; el deseo desaforado de una piel, de unos labios, de una melena, de unos senos turgentes unas veces y livianos otras, de unas caderas, de un cuerpo que me hacía por unos momentos imposible ver con otro que no fuese yo, me decía; si tengo celos y deseo de exclusividad, eso será el amor. Pero luego más fríamente, por las lecturas y lo que me decían otros y otras sobre todo, eso no era amor, era solo lascivia y sexo. Creo que moriré sin saber qué es eso de enamorarse, de amar, no sé muy bien que es ese sentimiento y creo que nunca lo sabré. Lo otro sí, muchas veces he pasado por ese estado de deseo desmedido, es verdad que poco duradero, en algunos casos en el despertar, desaparecida la magia nocturna y el embrujo del alcohol, todo lo bueno de la noche estaba ausente-.

Nunca salió corriendo, incluso hubo desayunos y buenas palabras, buenos deseos de volverse a ver y teléfonos apuntados y cambiados, nunca falseó el número, aún a sabiendas que no habría otra vez, pero no se escondía, si había llamada ya vería que hacer, aunque esperaba que ella no llamase o que esperase su llamada que él no haría, y todo quedaría en nada más que un buen rato entre adultos.

Siempre fantaseó con ser un Gigoló, con anunciarse para tener sexo cobrando por ello, era la manera de tener relaciones sexuales y encima sacar dinero. Aunque lo que le movía realmente en ese imaginar era su falta de sexo en aquellos momentos de ansia sexual, con ello lo supliría, con el estar disponible para cualquier mujer, para ser un “caballero de compañía”, término que quizás ni siquiera exista, pero que él se atribuía. Se creía culto, más o menos, capaz de llevar de manera bastante digna una conversación de casi cualquier cosa; arte, literatura y política inclusive, en la ciencia flaqueaba un poco, pero no era preocupante esta laguna, no es lo más usual en una conversación cuando te llaman para terminar en la cama. La realidad es que nunca se atrevió, al principio por su falta de práctica y vergüenza al posible fracaso. No era fanfarrón en esa época y no se creía un gran amante entre las sábanas, y después cuando ya con experiencia, cuando podría hacerlo con destreza, no tuvo las “agallas” para poner en marcha su idea, ya no era necesario hacerlo para conseguir mujeres, era capaz de embelesar a muchas con facilidad, no era de belleza arrebatadora pero tenía cierto atractivo resultón. De vez en cuando le venía a la mente la posibilidad de hacerlo, en los momentos que le faltaba dinero, es cuando más recurrente se hacía la idea, pero seguían pasando los años y no se lanzaba a utilizar su cuerpo para conseguir más ingresos, aunque su trabajo no le da para mucho y le gustaría poder vivir más desahogado, no vivía mal. Durante un tiempo compaginó dos trabajos, uno en una oficina hasta el medio día, y otro por las tardes en una tienda de ropa hasta el cierre de ella, y los fines de semana en jornada completa. Era agotador y decidió dejarlo, se estaba matando para unos míseros euros más, que luego casi no tenía tiempo de disfrutar, todo el día trabajando.

La cerveza estaba casi acabada y buscábamos al camarero con la mirada para que nos trajese otras. Me pareció verle un poco inquieto, nos habíamos citado para vernos después de unos meses sin hacerlo, siempre una alegría el reencuentro. Pero esta vez yo intuía que quería contarme algo, más allá de ponernos al día de lo habitual y hablar de generalidades. Llevábamos charlando media hora. “Ella está enamorada” – me dijo, así sin esperarlo. No sabía muy bien de quién me hablaba, recordaba a una chica pelirroja muy guapa con la que le vi la última vez, pregunté si se refería a ella, y me dijo que sí.

Genial!!- le dije. La chica está cañón, – bromeé.

Y él con el rostro un poco apesadumbrado me dijo; – pero yo no, como siempre. Y además era una clienta-.

Fue cuando me enteré, que sí, que ahora sí estaba ejerciendo, lo que años atrás me había confesado entre bromas y cachondeo, como su deseo para el futuro, y yo y otros amigos celebrábamos con risotadas y diciendo que podíamos abrir una agencia entre todos; “Follar y sacar dinero, qué más se puede pedir”- era el argumento de juventud.

Al ver mi cara de estupefacción, e incredulidad, enseguida me explicó que hacía menos de dos años, y que empezó poco a poco, casualmente, sin premeditación real. Quizás por la copas de más que llevaba, una noche se ofreció a una mujer de edad algo avanzada comparada con él. Ella no le creía en su propuesta, él no tenía la apariencia que ella imaginaba a un vividor de su cuerpo, pero aceptó le pareció agradable y no rechazó su compañía, era divertido y le había caído bien, -según le dijo ella -, y sorprendentemente para él, después de varias horas charlando se lo llevó a su casa. Como la situación no la tenía pensada ni preparada, cuando ella le dijo, cuánto dinero le debía, el no supo qué pedir y salió del paso diciendo que era un servicio gratuito, como promoción, para ella y que se lo contase a sus amigas. Al salir de allí aún no se creía lo que había hecho, es más creía que esto había sido una gamberrada, que le había servido para conseguir echar un polvo, con una mujer mayor pero de muy buen ver.

Pasado un mes ella le volvió a llamar para salir a cenar y tomar unas copas, y terminaron de nuevo en su casa. Esta vez, él sí que le puso precio, 150 € y todos los gastos de la noche pagados. Lo demás, me dijo, no tenía mucha historia, al final el boca a boca, hizo que la clientela aumentase, me dijo, evitando la arrogancia, que creía que era porque estaban a gusto con él.

Ante mis palabras de pasmo y admiración y asombro, y envidia, él, con media sonrisa, me decía que no era para tanto. Le decía que era mi héroe, pero el rebajaba mi euforia, diciendo que no es tan difícil llegar a hacerlo, que en el fondo, para llevarlo a cabo lo que hay que eliminar, son los escrúpulos. Pero a su vez, él ha tomado sus medidas de protección, y no acepta cualquier encargo ni cita ni servicio, para evitarse algún mal trago que ya pasó. No todas eran mujeres de buen ver, con cuerpos y rostros bellos, con elegancia y clase, no siempre era para salir a cenar y hablar y pasar un buen rato antes del sexo, otras muchas de las citas solo eran para darles placer. Aunque lo que más le había sorprendido, es que mujeres estupendas usasen estos servicios de compañía, cuando en cualquier bar podrían encontrar una pareja para ir a la cama, o al baño o a un coche, buscar algo rápido y sin compromiso hoy en día, si ellas quieren no es tan difícil. Según pudo averiguar, aún pudiendo hacerlo, ellas preferían no perder el tiempo ni tener que aguantar a tipos de bares, que la mayoría de las veces les parecían insufribles en el trato.

Claro, cada uno se arma en su cabeza una historia y según me contaba las andanzas, me imaginaba que todas serían como la pelirroja, envidia de muchas mujeres y él para muchos hombres. Yo no entendía, aunque ya me lo había explicado, que ella hubiese llegado a él por su trabajo de Gigoló, y menos que sabiendo de ese trabajo se hubiese enamorado de él. Todo comenzó como cliente, y a veces se encontraban casualmente en lugares comunes cada uno por su cuenta y tratándose en esos casos como meros amigos, unas él trabajando y otras con amigos, nadie sabíamos de este trabajo, solía pasar que tras esos encuentros fortuitos ella recurría de nuevo a sus servicios. Fue cerrando el círculo hasta el día que le dijo que estaba enamorada de él, y que se estaba volviendo loca, que no tenía sentido, pero cada vez que lo veía con una cita, algo le revolvía por dentro, los celos no la dejaban dormir esa noche, y él no quería hacerle daño pero no compartía ese sentimiento, y necesitaba contárselo a alguien y pedir consejo y quizás buscar ayuda para entender porqué no sentía lo mismo que ella, y allí estaba yo, como amigo para las confidencias. Mirando su tristeza.

Por fin había hecho realidad ese proyecto de juventud, y yo le veía algo desilusionado, quizás este deseo de ser libre, de ser un hombre “de compañía” sin ataduras, de basar su vida en el sexo y el dinero y no en el amor, era lo que le atenazaba, era lo que le mantenía un poco taciturno, como si le faltase algo. Puede ser que en su afán de libertad no permitiese enamorarse y eso le estaba haciendo daño.

 

 

.   *Nuestro disoluto hombre se inventa un mundo en el que habitar a salvo de las relaciones, como el protagonista de la canción de Bunbury, marcado por una secreta herida.

«La herida secreta«

Bunbury-Hellville_De_Luxe-Frontal

.     **NA: Publicado originalmente el 6 de Junio de 2013.Hoy recibe una segunda oportunidad.

Regalando palabras (6ª parte)

13 martes Ago 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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afecto, Amistad, amor, angustia, aprecio, Arena en los bolsillos, compañera, compañerismo, compañeros, desafecto, desvelo, duda, dudas, En el oscuro abismo en que te meces, Fiesta, frase, Manolo García, Música, miedos, nervios, noche, nota, notas, palabras, Post-it, sentimientos, Trabajo, tristeza

De dadivoso adulador ha pasado a adulado y eso lo tiene descolocado, lo que nunca pensó que le pasaría en su vida, siempre afrontada como mero espectador, sin ánimo de explorar ni pretender nada, en ningún caso como agente activo, más como un elemento vegetativo, quieto, esperando ese final marchito que nos espera a todos dando igual como hayamos pasado la vida. Él se había decantado por un transitar sin sobresaltos, dejando pasar los días, con una existencia anodina y tranquila; buscar y desear, ahora lo atenaza y lo angustia. Como a todos cuando deseamos que algo llegue y nos precipita a la inseguridad e impaciencia y a la duda. Más que nunca la duda se apodera de sus días. Duda de si ha estado equivocándose toda su vida, con esa actitud suya. Duda de si esto es real o se está volviendo algo paranoico. Duda de si ir a esa fiesta. Dudas y más dudas. Siente que se está acobardando; – ¿Y si allí encuentra lo que lleva días deseando encontrar? ¿Qué pasará? ¿Cómo debe actuar? Aunque ahora con estas manos trémulas que sostienen el Post-it duda si realmente quiere que suceda. Mira las palabras escritas en ese cuadradito de papel amarillo, con tinta azul; tinta quizás de alguno de sus dos bolígrafos que tiene encima de la mesa, que no son los que la compañía reparte a los empleados, a él le gusta utilizar los suyos propios. Tiene la tentación de escribir con ellos para comprobar si el color y el grosor del trazo son exactamente iguales, a primera vista sí que se lo parecen. Esto querría decir que a la persona que lo escribió no le importó que alguien, incluso él mismo, le pudiese ver en el acto de escribir y dejar el mensaje. Eso querría decir que no lo hacía a hurtadillas y con el afán de que nadie pudiese saber o averiguar sus intenciones; si no fuese así, hubiese llevado la nota ya escrita para no tardar en dejarla buscando por la mesa, y no encontrando a priori el taco de Post-it puesto que lo guarda en el cajón, y por tanto rebuscando en su intimidad, tardando más y poniendo más aún en peligro esa decisión de moverse en la sombra y la clandestinidad, redactando allí en la misma mesa, el manuscrito a la vista de cualquiera. Quiere pensar que quien le deslizó la nota en su bolsillo y ahora el mensaje pegado en su pantalla del ordenador son la misma persona, de otra forma no ve la manera de poder alcanzar a saber quién era la precursora de su incertidumbre, quien hizo de detonante haciendo estallar delante de sus ojos su planteamiento de subsistencia, y que ha puesto en los últimos días sus convicciones de vida patas arriba, y que lo mantiene en vilo. Quiere pensar que al fin va descubrir a su admiradora o admirador, nunca se puede saber si se despierta ese afán amoroso a los del mismo sexo aunque uno no lo pretenda, pero esto último lo quiere descartar. Si no fuese la misma persona, si no logra acabar con esta situación va a perder la cabeza. Ahora, por este mismo estado de excitación que le hace temblar, se arrepiente un poco, como días atrás, de haber estado repartiendo notas durante estos últimos años sin darse cuenta del daño que puede haber provocado cuando su intención era la contraria. Desde que despegó el mensaje del monitor estaba algo confuso, pensó en lo descabellado que le parecía hace unos días que fuese alguien del entorno laboral su admirador, pero todo se le ha trasmutado con este papelito amarillo que ha hecho volver a pensar en sus compañeras y sin darse cuenta se ha visto imaginando y ensoñando con Helena, con la que más intimó, si se le puede llamar así, por contarse pareceres sobre la vida y los sentimientos y la forma de afrontarlos, y que la empieza a ver con otros ojos, quizás se está forzando él mismo a mirarla con otros ojos, con una mirada que antes ni se le pasó por la cabeza, ni siquiera después de aquella conversación. Él en su mundo, evitando quizás por miedo, otras posibilidades, otros universos. Cómo no se ha fijado en ella antes con este parecer de hoy, que se le ha vuelto ardiente y doloroso, como una llama en el pecho, que le produce quemazón y aprensión y ahogo.

Encaja tanto con él. Nunca se le ocurrió poder dar con alguien con los pies tan en la tierra, sin pájaros en la cabeza sobre los afectos pero que a la vez no renuncia al amor, al compartir, al acompañarse sin grandes pretensiones, sin grandes horizontes que conquistar; solo con el fin de encontrar a alguien con el que estar a gusto durante el camino hacia ese horizonte. Con su ceguera y su sentirse diferente, siempre dudó que hubiese alguna persona que pensase como él. Pero tan llanamente lo expuso ella aquella vez, en la que le compartió ese pensamiento sobre el acompañarse las parejas hasta los últimos días, cuando ya no queda la fogosidad inicial, sustentados sólo en el aprecio mutuo, que es ese rescoldo que queda tras el amor marchito, que no tuvo dudas de que ella era especial, distinta a los demás, que ella era muy similar a él, y quizás por eso mismo no siguió pensando en ella tras aquellos días con ojos amorosos ni románticos; alguien como él, no pensaría en buscarse pareja, en buscarse un apoyo, alguien como él se bastaría sola. Pero ahora todo ha cambiado, todo su planteamiento de vida sufrió un revolcón, y aun sin ese impacto luminoso de partida que reciben dos desconocidos que se encuentran o son presentados por terceros y se atraen de pronto sin remisión alguna, con un palpitar de corazones y brillo en la mirada y deseo desbordado en el sexo; quizás aún sin eso, sea este el momento que el destino les ha deparado para su encuentro y unión. Puede que ellos llegasen directamente a ese momento de acompañarse y del aprecio mutuo por un atajo, sin pasar por la inicial fogosidad, saltándose esos preámbulos. Seguramente haya pasado muchas veces en la vida de otras muchas personas, la historia está llena de casos así, en los que el tiempo cansa el vivir y llega un día en el que se necesita de un sostén, un bastón, y a su vez otros necesitan de nosotros para sostenerse y seguir avanzando, y surge el deseo y la necesidad de acompañarse el uno al otro.

Aunque ese era de siempre su parecer, pasados estos días, está empezando a pensar que quizás nunca pueda ser así, que no hay salto ni atajo posible, que siempre se parte de un ardor catalizador que desboca las llamas y avanzan y arrasan los sentimientos que teníamos pulcramente custodiados, todos bien aislados con un aséptico pensamiento racional, pues él ahora en su pecho percibe esa fogosidad. Mira las dos notas, y se siente tan vulnerable, que le da miedo. Lo intenta analizar fríamente; ¿cómo se ha transmutado en un ser tan endeble y guiñapo de lo que era? Sólo por la hipótesis de que sea y suceda algo que en nada tiene fundamento real, basado sólo en elucubraciones de lo que pudiera ser. Remira las dos notas, y se siente tán ridículo.

 

 

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. 

.     *El protagonista que se mecía y complacía mirando y escribiendo a los talles y rostros de bellas y tristes mujeres,  ahora se mece sobre un oscuro abismo como nos canta Manolo García.

«En el oscuro abismo en que te meces«

manolo garcia-arena en los bolsillos

.     **NA: Publicado originalmente el 10 de Abril de 2014. Hoy recibe una segunda oportunidad.

 

Regalando palabras (5ª parte)

12 lunes Ago 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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afecto, Alguien que cuide de mí, Amistad, amor, angustia, aprecio, cena, Christina Rosenvinge, compañerismo, desafecto, desvelo, dudas, Fiesta, frase, Música, miedos, nervios, noche, nota, notas, palabras, pena, Que me parta un rayo, sentimientos, tristeza

Ya no ha vuelto a dejar la nota en el cajón, ya la lleva siempre consigo, metida en la cartera cerca del corazón. Después de aquel primer impulso de dejarla y olvidarla, ha pasado a no desprenderse de ella. Al releerla días después de sacarla del cajón, contempló también la idea de tirarla, pero no se atrevió. No era supersticioso, pero deshacerse de ella le creó desazón y miedo al “mal fario”, lo vio como un desplante, un mal gesto ante un piropo hecho con delicadeza. Pensó que por respeto a quién se ha molestado en decirle y hacerle llegar unas palabras tan deliciosas no debería destruirlo, al menos hasta saber de quién provenía y que intenciones había tras esa misiva.

Ha pasado una semana desde el día del descubrimiento, y no ha vuelto a recibir nada. Un poco infantil se deja llevar por la fantasía y el deseo de que fuese ella, su vecina del tercero, la que sonríe tan luminosa. Es absurdo ese pensamiento, ella está casada, pero en su imaginar sucede que en el ascensor no puede evitar decirle a la cara lo que en la nota pone. Se lo quita enseguida de la cabeza. Cada día se siente más estúpido, quizás no debería darle más importancia al asunto, dejarlo estar. De buscar una razón para esta situación está agotado. Desde que la lleva encima, la saca en el transporte público y la lleva en la mano durante el trayecto para que se vea bien, como un señuelo, intentando atraer al depredador culpable de este estado de incertidumbre, observa los gestos para ver si alguien se delata al ver la nota. Pero en estos días no ha pasado nada reseñable. Vuelve a pensar que igual que él nunca dejaba dos notas a la misma persona, puede que su “regalador de palabras” sea igual. Y tras la primera él ya haya pasado a segundo plano, y ni siquiera reparará en él otra vez.

Durante esta semana los compañeros de trabajo, han ido organizando una cena, él ha sido invitado, pero con la desazón de estos días había mostrado su intención de no ir a algunas de las personas que le preguntaron si se apuntaba. Lo sorprendente ha sido encontrarse el Post-it en la pantalla del ordenador que le decía; “No te olvides de la fiesta, no vayas a faltar”. Está escrita a mano y con letra de imprenta, y sin firmar. Le ha sorprendido esa anotación, puesto que se le hace raro esa insistencia en que vaya, nunca se le había mostrado tanto interés en su asistencia cuando en alguna otra ocasión se ha borrado de una celebración por parte de sus compañeros, ya fuese un cumpleaños, la despedida de alguno de los miembros de la plantilla por marcharse a otra empresa o la jubilación de algún otro o últimamente más por despidos. La ha analizado, para averiguar si la grafía era similar a aquella otra que lleva en la cartera, pero al no estar escrita de la misma manera no adivina si puede ser la misma mano la que plasmó en uno y otro papel aquellos mensajes.

Le da vueltas sobre quién podría ser en este caso la persona que dejó la nota que lo conminaba a no dejar de ir a la cena que se estaba programando para dentro de una semana, como primera fecha más posible, pero no consigue hacerse una idea clara, sigue habiendo pocas candidatas, cuatro.

Quizás fuese Helena, la chica de administración, puede que de las cuatro la más guapa, aquélla que le dijo una frase que le gustó durante una conversación que le resultó muy amena e interesante en una fiesta, animados ya por las copas, y divagando sobre sentimientos, amistad, compañerismo, relaciones y el aprecio.

Ella dijo: “El aprecio son los despojos del amor marchito”. Y recapacitando sobre ello le dijo que tenía razón, que solo vivimos y nos alimentamos de despojos… esencialmente no queda otra cosa, pero nos alimenta para poder seguir.

¡Cómo no había pensado firmemente antes que podría ser ella la de la nota!, no ya la de la nota en el ordenador, si no la amorosa. Aunque quizás esta otra en la pantalla también lo sea, puesto que esa insistencia puede dejar ver el miedo a que un amor escape, que un plan preparado para ese día se frustre por la no asistencia, y se haya decidido a jugársela poniendo en peligro su proyecto, arriesgándose a ser descubierta al adelantar y mostrar las cartas por miedo a un posible fracaso. Si alguien es capaz de hacer esa reflexión tan bella y dolorosa a la vez, podría ser capaz de aquella frase que llevaba pegada al corazón.

En aquella conversación recuerda que ella hablaba de la necesidad que tenemos de sentir a otros, que cuiden de nosotros de cerca, que nos acunen cuando no podemos dormir, que nos arrullen y nos hablen susurrantes en el desvelo, y que eso lo creemos encontrar en el amor, pero ese amor o estado de enamoramiento dura poco o muchas de las veces enseguida queda marchito y sobrevive solo ese otro sentimiento que es el aprecio, y a él le vino a la cabeza, sin mucho sentido, ese dicho que decía su madre “No hay mayor desprecio, que no hacer aprecio”. El aprecio al final es el sustento de las relaciones, siguió contando ella. Siempre queremos que alguien nos aprecie, y nos refuerce y cuando estamos flojos nos levante el ánimo y nos diga cuanto valemos y que a su vez nos necesite y nos pida caricia, mimo y consuelo en sus momentos bajos. Él en ese momento estuvo de acuerdo, pero hasta ahora no lo pensó con tanta fuerza, sintiendo que era una gran verdad. Esa nota le había abierto una herida que necesitaba que alguien cuidase y curase. Siempre quiso la soledad, siempre apostó por la independencia, y ahora sentía el frío de esa elección. Puede que no necesitase un gran amor, puede que necesitase sólo a alguien que le apreciase y quisiera estar junto a él.

Pero claro, recordando todo esto también le entran dudas, mirándolo fríamente, alguien que piensa tan desabridamente del amor, y lo carga de tanta lógica y “terrenabilidad”, cómo iba a estar involucrada en este juego, que más parece de alguien romántico y enamoradizo.

 

 

 

.      *Todos queremos que alguien cuide de nosotros como nos canta Christina Rosenvinge, y como también desearía nuestro protagonista.

** NA: A Elena, por su frase reveladora en aquel comentario.

«Alguien que cuide de mí«

Cheristina Rosenvinge - que me parta un rayo

.     **NA: Publicado originalmente el 16 de Julio de 2013. Hoy recibe una segunda oportunidad.

 

Viejos tiempos (2ª parte)

26 martes Mar 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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amigas, Amistad, celos, dudas, E.B.S., El tiempo de mi felicidad, Ella Baila Sola, Felicidad, Infelicidad, llanto, Música, Pasado, Presente, Recuerdos, tristeza

Se repone, se lava la cara, se la seca con el papel para tal efecto, y respira hondo, muy profundo, no sabe porqué pero tiene ganas de llorar. Por un momento aguanta el tipo, traga saliva, sigue con la cabeza baja, mirando el lavabo, no se atreve a alzar la vista hacia el espejo, no quiere ver, no quiere encontrarse con lo que puede reflejar, ni tampoco lo que pudiese encontrar al otro lado del mismo. Pero el llanto le vence y hace pucheros, callados sonidos, ahogando ese deseo de que las lágrimas se derramen y sean acompañadas de sonidos lastimeros. Llora brevemente, lo suficiente para echar fuera de sí, momentáneamente, la tristeza que le tiene poseído.  Vuelve a refrescarse la cara para eliminar las señales del dolor que le ha atacado de manera sorpresiva, y que le ha dejado maltrecho emocionalmente. Aprieta la mandíbula para desentumecer la sonrisa y poder salir con cara resplandeciente, falsamente alegre, fingiendo normalidad, vestido de hipocresía.

Lo que no entiende es este arrebato que le ha venido, porqué esta situación tan trivial en un principio, tan habitual en reencuentros de viejos amigos, puede haberle llevado a este estado, a esta ansiedad por lo no vivido. El nuevo presente que ahora tiene enfrente le ha dejado trastornado. Quizás esta situación solo ha sido el desencadenante de algo que ya tenía dentro. Esta simple conversación sirvió de espoleta para el estallido en su interior. Lo bueno y agradable se le ha vuelto malo y desagradable. Sentarse allí con ellas y sobrellevar la tarde dignamente va a ser complicado. Se acerca con intranquilidad, no quiere que se le note la desazón que azogado le mantiene algo irritado, no quisiera que ellas tan felices lo noten. Y pareciera que lo consigue, no le han hecho demasiado caso cuando ha llegado de vuelta. Ya se siente fuera del presente de ellas y mucho más fuera del futuro de su pareja. Aparecen más nombres y situaciones lejanas en el tiempo pero que están ahora allí tan vivas y presentes que casi desprenden los aromas de aquellos aires viciados y viciosos que él no aspiró y que en este preciso instante, inhala y llena todos los pulmones de esa brisa salina y de salitre, de pueblo de costa, de playa donde sucedió, y que hoy se hizo presente. Lo ve todo tan próximo, tan cercano a su piel, que cree sentir en este instante el roce de alguna mano, paseándose por la espalda de ella, ve las lentes oscuras de alguien apartarse para ver mejor y dejar ver su ojos y su mirada obscena, invitadora y lo peor es  la sonrisa cómplice que se dibuja en el rostro de ella. Ver esta imagen tan presente le rasga, y no puede por menos apartar la vista a un lado, lejos de la conversación, de las eternas amigas.

Ellas continúan con sus comentarios en tiempo presente, aunque vayan acompañados de un “recuerdas” momentáneo y efímero como parte de un sicalíptico retruécano que ellas conocen y del que a él le dejan ignorante de su origen y finalidad. Un fin de felicidad para ellas y no compartida con él. Nunca pensó que pudiese tener celos del pasado de ella, y ahora, como ese pasado no es pasado sino presente, él se escuda en ello para excusarse de esta flaqueza que jamás pensó tendría. Él siempre fue muy liberal para los sentimientos y al final se siente mal por resultar ser igual que todos o casi todos, posesivo hasta para los pensamientos, más allá de los propios actos del otro. Tener recelo de una amiga de su pareja  es lo que menos hubiese imaginado, quizás de un amigo sí, pero de una mujer, impensable hace tiempo, y sin embargo, aquí está odiándola, sintiendo que le está robando el tiempo de su felicidad.

 

 

 

.     *El protagonista del texto siente que le roban el tiempo de su felicidad, ese tiempo que espera que le llegue algún día a Ella Baila Sola en su canción.

«El tiempo de mi felicidad«

.     **NA: Publicado originalmente el 10 de Julio de 2012. Hoy recibe una segunda oportunidad.

                                                      …Continúa «Viejos tiempos (3ª parte)«

Afectos y desafectos

05 martes Feb 2019

Posted by albertodieguez in Música, Reflexiones, Relato

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1999, Afectos, amigos, Amistad, amor, Anacronismo, Como hemos cambiado, Cuestiones de familia, Desafectos, desamor, Enemistad, familia, hermanos, hijo, Love of lesbian, Música, padres, pareja, Presuntos Implicados, Recuerdos, rencor, Ronroneando, Ser de agua, Sr. Chinarro, vida

Los afectos y desafectos son lo mismo, unos vigentes y otros caducados o trasmutados, pero que siguen siendo afectos que dejan o dejaron poso y huella. Hablo de afectos desaparecidos o perdidos o con posibilidad de caer en el olvido o ya prescritos o también de afectos dolidos que pasan a ser odios reprimidos. Los afectos a veces se dejan y apartan por decisión propia y ya entonces son desafectos, no siempre barnizados por la inquina y el resentimiento, o el rencor. Los afectos  nos llegan de nacimiento unas veces, y encontrados por el camino muchas más. El cariño que nos profesan nada más nacer y que nosotros devolvemos, es ese primer afecto que nos llena durante tanto tiempo, que no existen casi otros. El más duradero de todos los afectos, ese, familiar, de madre y padre y hermanos, y toda la consanguineidad que nos rodea, como manta que nos quiere proteger de las intemperies que nos llegan, de los fríos con los que nos tendremos que enfrentar y nadie podrá evitar por más que ese abrazo de todos ellos nos quieran aislar de esos gélidos vientos. Y este afecto inicial no está a salvo ni siquiera de ser mutado en desafecto, en malquerencia, por motivaciones que no están muy claras. Cuando niños nos aparece y nos da por pensar que se nos omite la libertad, que nos asfixian con las normas y todo el amor que recibimos o damos se vuelve contra quién nos lo da o quién lo recibe, en forma de desdén y alejamiento, y ya no hay reconciliación, solo desafecto. La ternura desaparece y ese niño que fuimos ya no la inspira, incluso ese recuerdo tierno se entierra, y se borra cualquier posible marca que nos diga donde estuvo ese sentimiento, y al hijo se le repudia, y al padre y la madre se les destierra del futuro del hijo. Y cuando la envidia surge entre hermanos, se ahonda un distanciamiento que la vida abundará, y cada uno llevará su vida y será el desafecto el nexo de unión, un afecto alejado, distante, teñido de amor enrarecido, no indiferente pero en el fondo poco afectivo.

Luego con los años aparecen la amistad y el aprecio por ciertas personas que avanzan junto a nosotros en el día a día, y creemos que ellos nos acompañarán durante todo nuestro camino, no se nos pasa por la cabeza que irán quedándose en la cuneta, por el destino, cambios de residencias, de estudios y de juegos compartidos, mudados a otros lugares, que nos llevan a encontrar a otros compañeros de viaje, también por tiempo limitado. Pero otras veces esos amigos, dejan de serlo no por el devenir de la cotidianidad de los días, o por los caprichos de la vida. La enemistad surge de pronto, por un roce, por una desilusión, por un enfado fundado o infundado, por suspicacias o por cualquier nimiedad, y entonces apartamos al camarada, lo mandamos al exilio, dudando de la fidelidad a nuestra causa, y el desafecto lo deja en un Gulag interior, que mucho tiempo después quizás se rehabilite en la memoria, pero que por siempre quedará como un afecto osco, lejano, sin el calor de algo que nos toque y nos despierte emoción, solo recuerdo de un pasado donde iniciábamos nuestro periplo en comunidad, con otros que no eran los de la sangre propia.

Luego llega el afecto de los afectos, la estima y devoción, el amor. El primero es el más bonito, por lo menos en la memoria así queda, a no ser que por algún motivo como un Mr. Hyde se transforme y ya no quede ese dulce recuerdo. El apego emocional hacia otro nos mueve constantemente, siempre queremos tener a alguien a quién amar, con quién compartir, hacer proyectos, sentirnos importantes para el otro y consecuentemente para nosotros mismos, que nos crecemos al pensar que somos un referente para ese otro en la pareja. Y nos vaciamos y nos damos y se vacían y nos dan todo, tanto que quedamos secos y necesitamos del otro para recuperar energías, y es a la vez un conducto que retroalimenta la relación, nos seca y nos consume, secamos y absorbemos, y acumulamos y colmamos de vigor y fuerzas, y nos recargan con mimos y halagos, devociones y aprecios, que a veces se trastornan y se vuelven desprecios. Y el respeto antes cultivado, queda destronado y se instaura el rencor y toda la tolerancia de antes se hace intransigencia, y todo lo bueno se gira en malo, las bondades de antes se enturbian y parecen vilezas, y ya todo rezuma desafecto. Un desafecto acentuado y tildado de odio y crueldad, la perversión toma el mando y todo lo que antes hacíamos por el bien del  cónyuge, con complacencia y diligencia, con fervor de ofrenda, se transfigura, y la piedad desaparece, de tal manera que nos trasladamos al otro extremo, convertidos en inclementes. Y es ahí con esa fuerza con la que se nos compone todo el desafecto malicioso que podemos dar y recibir, encontrar que nos lo suministran o encontrarnos endilgándoselo al antes amado. Y el aborrecimiento ensombrece nuestro día a día, y llegada la separación física, no nos basta para pasar página, se queda enquistado en la médula la mortificación que nos supone pensar en el otro, no nos conformamos con la ruptura y el olvido. En algunos casos la obsesión es la recuperación del amor y estimas perdidos en el otro, y viendo la imposibilidad, el deseo creciente es el de insuflar el mayor mal, el mayor dolor a la pareja perdida, que nos haga catarsis del nuestro que no nos deja vivir y nos ciega. Y esa enfermedad es el mayor peligro, caer en ese pozo es hacer del desafecto el motivo de vida, pero no como indiferencia si no como sinónimo de penitencia, escarmiento y deseo de castigo. Otras veces aún siendo fortuito y no esperado, el desafecto es tomado como avatar de vida y el alejamiento es civilizado y tomado como un estigma y muesca más que nos deja el oficio de vivir, y el desafecto se queda solo en eso, en desvío de la estima hacia el otro, dejar a otros huérfanos de nuestra estima o al menos con ella bajo mínimos.

Pero otras muchas veces los desafectos son la salida buscada por el miedo a un abrazo de futuro que nos inquieta y del que no estamos seguros, es una puerta de escape para el acorralado, al que los sentimientos le tienen amarrado y atado y duda de que sea lo que él estimaba sería, o de lo que imaginó y de pronto ya no quiere que sea. La mayoría de las veces no queremos el daño del otro como fin al apartarnos, es la consecuencia de auto-protegernos, de salvaguardar nuestro sueño, nuestros anhelos, que a veces simplemente son seguir libres durante más tiempo, no sentir ataduras, ni grilletes que nos mantengan en una celda, o que nosotros vemos como tal. Y aunque no deseamos hacer mal, el mal aparece y la incomprensión, la falta de entendimiento a ese celo que prestamos hacia nuestra intimidad que ya no queremos compartir y que el otro ve como frustrante rechazo por nosotros, y desencadena dolor.

Más allá de todo esto tan cercano, tan de piel con piel, están los otros afectos, esos que son fugaces, cotidianos, que están cincelados por la simpatía, son esos que nos rodean en nuestras relaciones menos profundas o que nosotros estimamos así, más frívolas, sin la hondura que otorgamos a los otros lazos, en estos el vínculo lo manejamos con distanciamiento, intentando que no nos marque, que no deje en nuestra piel el roce cálido que nos traiga afinidades y familiaridades, y que evitamos pues no nos interesan esas bondades que no queremos que profundicen en nosotros. Y estos afectos son muchos menos que los desafectos que destilamos, cuando miramos alrededor son muchas más las antipatías que nos despiertan y despertamos, que las conexiones con las que confraternizamos. La gente la vemos con animosidad, y con aversión, nos molesta el comportamiento de prójimo constantemente, sus acciones nos parecen plagadas de egoísmo y así es en la mayoría de la veces, montarse en un vehículo es encontrar adversarios con los que luchar en la carretera, la solidaridad está escondida, no se sabe dónde, pero claramente atrincherada en algún lugar que no vemos y que se nos muestra como fugitiva y refugiada de una guerra, allá en cualquier sitio menos cerca.

Los desafectos, son afectos perdidos, miedo a los afectos, recuerdos de afectos desaparecidos. Simiente para un futuro de indiferencia, odio o rencor. Siempre de dolor, breve o indefinido.

 

 

 

.     *Para el texto de hoy, traigo varias canciones que recorren los diferentes afectos y desafectos contados en él.  Love of Lesbian nos cantan los familiares, Sr. Chinarro los de pareja, y Presuntos Implicados los de las amistades y amores primeros, transformados por el tiempo.

«Cuestiones de familia»          «Anacronismo»          «Como hemos cambiado»

  

 

 

 

 

 

 

 

.     **NA: Publicado originalmente el 29 de Junio de 2012. Hoy recibe una segunda oportunidad

Lo bueno quedará

27 lunes Nov 2017

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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(Historia universal) El amor no es lo que piensas, Adiós, Amistad, amor, Deluxe, Fin de un viaje infinito, Música, Reconstrucción, Ruptura, Tendremos que esperar, Xoel López

Ya son varios días los que nos hemos encontrado por la calle y por los bares, al principio lo tomé como casualidad, nos movemos en los mismos ambientes, y nos gustan los mismos bulevares, las misma zonas donde comprar. Pero empiezo a preguntarme si esto es forzado por el azar, o quizás una vuelta de tuerca de tu terquedad, y tus intenciones de volver a intentarlo otra vez. He perdido la cuenta de cuantas veces ha ido y venido nuestra relación. Nuestras rupturas no son traumáticas, he de reconocer que nos lo tomamos bien, la incompatibilidad que decíamos que nos separa es la misma que terminaba por juntarnos una vez más. Cuando lo dejábamos era por que querías libertad, yo no lo entendía bien, pero te dejaba volar e intentaba no pasarlo mal. Pasado el tiempo, volvías a hacerte la encontradiza y me decías echarme de menos, que la soledad no te gustaba, que te dabas cuenta de que era tu media naranja. Y yo, cómo no, caía rendido a tus pies, siempre fuiste una debilidad para mi, siempre me imaginé contigo desde que nos hicimos más que amigos, confidentes de nuestras vidas, cuando me hablabas de vivir el momento, de disfrutar de esta realidad. Discurría algo de tiempo y me exprimías todo el zumo, de esa media naranja que era, hasta dejarme seco, y de repente contabas que ya no aguantabas más, que necesitabas algo diferente. Y yo, vuelta a empezar, a pensar, a no entender, que nos empujaba a fracasar otra vez. Cuando nos despedíamos me decías que encontraría algo mejor, que encontrarías algo mejor, pero el amor no es lo que piensas, no es tan fácil como tú lo querías ver, no es como te lo imaginas, y sobre todo, no es fácil ni sano salir a buscar una y otra vez. El cuerpo queda derrotado y la mente desquiciada por la necesidad de nuevos afectos que borren la imagen del otro.

Hoy nos hemos encontrado de nuevo y veo en tu rostro las intenciones, esa sonrisa que sabes que me desarma, me la entregas como un arma para que me vuelva a suicidar, tus labios son como balas que me van a matar, que te van a matar. Tu mirada son misiles que van a estallar de tanto brillar, no me hagas esto, no te hagas esto, no lo podremos soportar una vez más. Y te pido que sigamos paseando, que me sueltes la mano sin hacernos daño, que el roce de tu piel duele cuando no está, pero duele más acostumbrarse a ella y luego soltarla y no sentirla más. Y esta vez lo tengo claro, no quiero tropezar, prefiero no equivocarme, ya son demasiadas veces y escojo esperar, paseemos juntos por el bulevar y guárdate las lágrimas que vas a soltar, seguro que nos echamos de menos, pero debe ser así, quizás lo recordemos como un sueño, pero es mejor despertar. No podemos seguir buscando dentro de nosotros dos, lo que no hemos encontrado las veces anteriores. Tú, una y otra vez quieres volver… acabarás haciéndome daño, acabaré haciéndote daño y eso no está bien. Debemos parar esta rueda infinita y curarnos las heridas, querernos más a nosotros mismos, debemos evitar sufrir en esta vida, es larga, lo suficiente como para intentar disfrutarla sin padecer traumas que nos la arruinen. Como me decías, encontraremos algo mejor, o al menos algo sin dolor, algo que no nos destruya, despidámonos así con amor, que no nos cerque el rencor que estropee todo lo bueno que queda entre los dos.

 

 

.     *Deluxe proyecto inicial de Xoel López, nos pone música al relato con dos canciones, que ayudaron a llevar a buen termino el texto.

«(Historia Universal) El amor no es lo que piensas»     «Tendremos que esperar«

.     **Publicado originalmente el 28 de Marzo de 2012, hoy recibe una segunda oportunidad.

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