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Archivos de etiqueta: Sabina

El hotel, no era un dulce hotel

14 jueves Nov 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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amor, canciones, cassettes, desamor, Hotel dulce hotel, magnetofón, Música, Que se llama Soledad, Recuerdos, Sabina, Soledad

Me desangro por los recuerdos cada vez que por azar escucho aquellas canciones oídas hasta la saciedad en mi cuarto, en la penumbra del mediodía o en la aburrida y ociosa tarde de verano o en la oscuridad insomne de la noche, a solas, dando una y otra vez la vuelta a la cinta en ese cacharro que llamábamos magnetofón, aquel “Hotel, dulce hotel” que tan melancólico me ponía con algunas de sus canciones, sonando una y otra vez. Reviviendo y haciendo mío lo que cantaba Sabina. Yo también me sentía así, como él decía en cada una de sus comparaciones, -incluida esa rima algo absurda del torero tras el telón de acero- , y cada vez que el repetía en su canción; “Así estoy yo, así estoy yo, sin ti”, yo lo aseveraba y repetía como una letanía. Y al son de otra canción, me imaginaba que tendríamos amor eterno, pero que también temía durase lo que dura un corto invierno y que tú volases, como poco a poco veía que se hacía realidad. Nunca hubo nada, sólo conversación, miradas, risas y deseo, un deseo tan contenido, y tan contenido de vergüenza que ahogaba y que finalmente ahogó o mejor dicho no llegó a ahogar, eso hubiese sido que respirábamos vida conjunta y la verdad es que no la llegamos a respirar. La duda e inseguridad lo que hizo es evitar que en ese aire hubiese oxigeno que pudiésemos inhalar, con lo que allí realmente entre los dos nunca hubo vida que ahogar. Y aunque yo no me daba cuenta de que no había oxígeno, si era consciente de que no había besos, ansiados besos, pero incluso así, sentía la letra de “Los besos de judas” como una certeza de lo que estaba pasando; me daba cuerda y de pronto un tirón, y sentía que lo nuestro era jugar al gato y el ratón, y cuando yo más le buscaba y me mostraba, ella más se escondía y me esquivaba. No era “Mónica” como él cantaba pero lo era con otro nombre suspirado entre las paredes de mi habitación, y en las escaleras en donde hacía guardia con la esperanza de verla y que desapareciese esa indecisión, que a mí me paralizaba y que creía que a ella le dominaba, pero que en el fondo no era indecisión era un cierre de puerta y en el umbral me había quedado yo. Saltaba las canciones que menos me gustaban y volvía una y otras vez a las letras que más arrugaban mi corazón, era lo único que me arrullaba y me dormitaba el desvelo, la angustia y la soledad; esa amante inoportuna. Y cuando sonaba esa melodía, ya el aire era irrespirable por la densa melancolía. Los meses pasaban y ese estado y sentimiento no cambiaba, era aún peor; -ella desaparecida por completo-, por lo que las frases se tornaban más reales y me sentía más identificado con esa canción; “Que se llama soledad”, y cuando la nostalgia de momentos juntos me atacaba, salía a mandarle un mensaje en una botella que primero tenía que vaciar, y después, claro, no era capaz de mandar el mensaje, y de tanto no hacer y esperar desesperé y no hubo otra opción que llegar a los “Cuernos”; que tontería decir cuernos cuando no hay relación, pero así lo sentía, cuando buscaba los brazos y senos de otras, los labios dulces que se dejaban besar, como besaba los suyos cada noche, con la banda sonora del cassette de fondo y rumiando alguna imagen suya del día o de otros días si ese no la había conseguido ver.

Aquel hotel empezó a dejar de ser dulce para parecerme más que amargo, incluso hubo un tiempo que casi lo aborrecía, pero con el paso de los años cesó tal amargura y su sabor ha quedado en agridulce, porque cada vez que vuelvo a ellas, a esas canciones, o me siento sorprendido por ellas, totalmente desprevenido, llega abrumador su recuerdo; entonces, dulcemente la amo y agriamente la detesto a partes iguales, dulcemente la deseo y agriamente me detesto.

 

 

 

.     *En ese develo, atormentado por la incomprensión, cuando nuestra amante no es quién quisiéramos y sí otra inoportuna que es la soledad, toma más fuerza esta canción de Sabina.

«Que se llama soledad«

Sabina - Hotel_Dulce hotel

.     ** Publicado originalmente 24 de Septiembre de 2014. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Humo de tabaco

29 jueves Ago 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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angustia, aromas, deseo, falsedad, humo, Infidelidad, Música, mentira, olores, perfume, remordimientos, Sabina, sexo, suciedad, tabaco, tristeza, Y sin embargo, yo mi me conmigo

Antes era más fácil volver sin temor, el humo del tabaco lo camuflaba y ensuciaba todo, ahora ya no, ahora cuando vuelvo no hay nada que pueda ocultar el olor; el perfume en mi ropa, en mis manos, en mi cuello, en mi cuerpo, el aroma de otras esencias femeninas que no son las conocidas por ella, no las suyas. Aunque no sea demasiado tarde, siempre espero y deseo que esté dormida, para no tener que acercarme enseguida a darle un beso, así no habrá posibilidad de que descubra el acto ilícito en nuestro pacto de pareja, pero por si acaso no estuviese aún con el sueño cogido, entro en la estancia con rápido sigilo y en silencio me dirijo al baño como para no molestar, falsamente. La realidad es que regreso con la angustia de ser descubierto, y por eso enseguida voy al baño, para despojarme de las prendas y llevarlas al cesto de ropa sucia; la ropa es imán para los perfumes que quedan entre sus fibras con facilidad y perduran en el tiempo si no son lavadas, y me lavo las manos y el rostro, de nuevo, para quedar impregnado con el aroma familiar del jabón común, y eliminar todo atisbo de otros olores delatadores, aunque las manos y la cara ya pasaron por un lavado en el cuarto de baño del local o de la casa en donde estuve, si hubo ésta, siguen con ese aroma metido en mi nariz, quizá ya solo esté dentro de mí, en mi cerebro, y esté recreándolo de tal manera que me lo hace presente sin ya estarlo. Vuelvo a llevarme la mano hacía la cara, aproximo los dedos a la nariz, aspiro y aún me llega de entre mis dedos ese olor a sexo, que en el transitar interior de mis exploradores dedos se empaparon con ese jugo viscoso de penetrante olor producto del deseo y el placer, y que se ha quedado impregnando de tal manera que parece estar dentro de la piel, persisto en limpiarlas con más jabón, aunque es ridículo pensar que aún puede quedar su olor allí, lo creo, pienso que quizás sea bajo las uñas en donde quede un atisbo de ello; en la fogosidad del momento uno busca con denuedo el placer de ella y en ese fragor, las yemas y las falanges no son con lo único que se acaricia, sino que también las uñas intervienen sin control, rozando y arrastrando con cierto violento trajinar, indelicadamente, incluso haciendo pequeños rasgados inconscientes que sólo ella percibirá al día siguiente con pequeña molestia y leve dolor, que le hará recordar quién hurgo con violento placer horas antes en sus entrañas, e insisto en su limpieza con un cepillo de uñas. Me daría una ducha para evitar cualquier huella posible de rastrear por un olfato tan fino como el de ella, antes, cuando el humo, había un excusa perfecta para un baño al regreso de la fiesta y la celebración, meterse en la cama con ese asqueroso olor era algo que nunca nos gustó, traerse adentro de las sábanas esa suciedad siempre quisimos evitarlo, y más ese olor a tabaco que se queda impregnado en el cabello, incluso en las manos aún sin haber cogido un solo cigarro, y que nos llevaba a darnos una ducha rápida, no hay nada más placentero que te reciban unas sábanas limpias y con grato olor y meterse entre ellas recién aseado, haciendo de ello una comunión que nos eleva al sueño y la relajación total al llegar la noche o la madrugada tras el cansancio del día o del trasnoche, pero ya esa excusa se diluyó. Uno en su paranoia piensa que quizás podría haberse dado un baño en aquella casa después del sexo, si es que hubo casa, pero enseguida se da cuenta que eso sería aún más delatador, llegar oliendo a más limpio que cuando uno se marchó es como el olor a lejía que pone en aviso a la policía tras la pista de un sospechoso, evidenciando que hubo excesivo empeño en la limpieza de aquel lugar. Frente al espejo mientras seco mis manos y mi cara y mi cuello, sigo percibiendo el sabor de sus besos, el olor de ella, el dulce aroma de su perfume que en días no se irá de mi cabeza, y el olor acre de su sexo que creeré llevar como astillas de bambú bajo las uñas en una falaz tortura de remordimientos, e instintivamente hará que lleve mis dedos a olfatearlos absurdamente como un demente. Miro el espejo y veo una mueca de tristeza y debilidad, y echo de menos el humo con el que emboscarse para un regreso menos temeroso cuando el alcohol y ardor han sido incontrolables.

 

 

 

.     *Como en la canción de Sabina, quizás el protagonista sabe que todo es mejor con ella, y sin embargo…

“Y sin embargo”

Yo_Mi_Me_Contigo sabina -front

 

.     **NA: Publicado originalmente el 27 de Junio de 2016. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Corta falda con vuelo (2ª parte)

07 miércoles Ago 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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19 días y 500 noches, abandono, Adiós, Asiento, Ópera, Cercanías, coito, comida, culo, estación, excitación, falda, falda con vuelo, falda corta, felación, ferrocarril, Frío, grupo, lascivo, masturbación, Música, melena, metro, minfalda, muslo, piel, Ramal Norte, Sabina, sexo, suavidad, Tren, visión, voyeur

El Ramal es un trayecto que une la que fuera Estación del Norte de ferrocarril con la estación de Ópera, – ahora esa estación de tren es con otro nombre intercambiador de transportes, de “Cercanías” y líneas de metro que por allí transitan y confluyen -. Es un recorrido de una única estación, en la que el mismo conductor hace una y otra vez el mismo trayecto, cambiando una y otra vez de cabina para dirigir el mismo convoy de una estación a otra, recorriendo el andén en un paseo cadencioso, sosegado y calmoso de la cabecera a la cola, que se convierte en cabecera para la vuelta a la estación anterior, que fue origen y ahora se convierte en destino de un viaje que por aquel entonces tenía una duración de un minuto y medio, aunque duraba normalmente más puesto que se paraba dentro del túnel un lapso de tiempo, que nunca entendí a que era debido. Ese trecho desde la estación de Ópera, fue realizado muchas veces por mí en una época en la que una amiga que vivía a las afuera, se acercaba y marchaba de la ciudad en “Cercanías”. Era ese el lugar, esa estación la elegida para encontrarse conmigo y para marcharse de mi lado, despedirse de mí tras estar juntos. Yo iba a buscarla por la mañana o a media tarde y a despedirla cuando el día se había agotado.

Nos gustaba ese sitio. Al inicio de nuestras citas el edificio central estuvo cerrado, hasta que hicieron obras y lo convirtieron en centro comercial, por tanto, vimos y fuimos testigos de cómo cambiaba la fisonomía del lugar. Esa estructura de vigas de acero típicas de las estaciones de finales del siglo XIX nos parecía bellísima, era el marco ideal para nuestro amor, como las parejas de las películas en blanco y negro que se decían adiós en las estaciones, un toque romántico para nuestra relación.

Estar allí, cuando llegaba su tren era fantástico, intentar descubrirla por alguna de las ventanillas al pasar el tren antes de pararse por completo, y si no lo había conseguido, buscar por qué vagón saldría, y cuando daba con ella, verla bajar las escaleras, elegante y bella. Y ese beso de recibimiento y encuentro, aromatizado con su perfume que tanto me gustaba, y ahora casi puedo percibir, recuerdo esa blusa blanca, muy blanca, que le sentaba tan bien y le hacía aparecer tan radiante, con su larga melena rizada.

El vagón, o mejor dicho, los dos vagones que componían el convoy del Ramal Norte, la mayoría de las veces iban con poca gente, no demasiados viajeros tenían la necesidad de utilizarlo, puesto que no todos los llegados en el “Cercanías” tenían como destino ir al centro de la ciudad o salir del centro de la ciudad por aquella estación. Además estaba muy marcado ese transitar de gente por el horario de los trenes, dependiendo el destino; cada treinta minutos, o cada cuarenta y cinco, o cada sesenta. Y si la hora era ya muy avanzada, cercana a los últimos trenes antes de cesar y suspender el servicio por la llegada de la noche, en esos casos viajábamos solos en el vagón. Y fue eso, la ausencia de gente lo que hizo desbordarse el deseo. Muchas veces camino de aquella despedida, íbamos sumidos en un calentón sexual, que refrenábamos por estar en sitio público, pero ante la ausencia en el vagón de gente y miradas de otros, a veces además de besos, dejábamos que nuestras manos tentasen y palpasen al otro con fruición, yo sus pechos y su culo y ella mi sexo, todo ello por encima de la ropa, haciéndose más corto ese minuto y medio o dos minutos, que duraba el avance hacía el destino de la despedida. Luego yo en casa fantaseaba con aquel instante e imaginaba que el tren quedaba un buen rato parado en el túnel y que allí nos desfogábamos a gusto. Una de las veces que viajábamos como únicos pasajeros, con la calentura que traíamos subida, me atreví a sacar mi sexo, todo inhiesto que pugnaba por liberarse de lo que le mantenía atrapado. Ella en un principio sorprendida me pidió que lo guardase y ante mi insistencia, cogió con su mano mi miembro y lo masturbó breve y nerviosamente, pero esta vez no hubo suerte y no se detuvo el tren en mitad del túnel, con lo que al ver la luz de la estación tuvimos que dejarlo estar, con el consiguiente dolor, que al llegar a casa tuve que aliviar.

Nos amábamos tanto que queríamos amarnos en todas partes, en cualquier sitio. El deseo nos cegaba. Tras buena charla con un café y pastel de zanahoria, y después un grato paseo, todo se convertía en ardor y pasión, en busca de parques y portales que nos diesen cobijo, para al menos bregar un rato uno con el cuerpo del otro, con abrazos, besos y suspiros, sin importar mucho el lugar elegido. Ese suceso del Ramal en el que me mostré tan osado, disparó el morbo en mí, e hizo que la siguiente vez que pude por la soledad del vagón, volviera a sacar mi pene, esta vez ella no dudo mucho y se agachó para introducirlo en su boca, era tal la excitación por el lugar en el que lo estábamos haciendo, que los dos minutos que duró el trayecto con pequeña pausa en el túnel incluida, bastó para que me corriese. No fue el mejor orgasmo del mundo, incluso estaba algo avergonzado por haber durado tan poco, pero fue tan morboso que más tarde en casa solo pensaba en lo sucedido.

Ella tenía muchas faldas cortas con un poco de vuelo, que me encantaban, puesto que me permitía con facilidad acariciar sus nalgas por debajo de ella y sentir la suavidad de su piel en esa zona, casi siempre cubierta y por tanto protegida de las intemperies que podrían dañarla y curtirla, volviéndola áspera y poco grata al tacto. Aunque ella intentaba evitarlo e impedirlo si pensaba que podría haber ojos vigilantes. Aquel día le pedí que viniese con una de esas faldas, a ella le extraño que le solicitase que se vistiese de una forma en particular, nunca le exigí por fetichismo ninguna prenda hasta entonces, pero me hizo caso sin darle demasiadas vueltas al asunto. Me alegré como siempre al recibirla, esta vez más si cabe, al verla vestida como le había sugerido, pero toda la tarde estuve deseando que llegase el momento de despedirnos, de tomar ese camino que tanto morbo me producía, estaba excitadísimo y deseando que no hubiese más pasajeros que nosotros, pero mala suerte, en el andén había gente y subió al metro, se iba al traste mi plan.

Pero jugándomela a que ella pudiese perder el tren, le pedí que nos fuésemos en el siguiente metro y no en ese, en espera de que no quedase nadie más que nosotros para el trayecto. Y ella accedió, aunque no entendía a que venía mi interés de no ir en ese próximo. Por suerte nadie vino y pudimos hacer el trayecto en solitario. Nada más iniciar el viaje, saqué mi sexo por entre la bragueta y le pedí que se sentase encima de espaldas a mí, ella puso reparos, pero le insistí diciéndole que me diese ese gusto, que era solo por probar, y aprovechando el vuelo de la falda solo era necesario apartar el tanga a un lado para que ella pudiese introducirse mi verga.  Ella estaba tan excitada y lubricada que fácilmente entró todo mi sexo, y ella se movió ondulante y arriba y abajo, aproveché las manos libres para con una tocarle el clítoris con hábiles dedos a la vez que estaba dentro de ella, y con la otra los pechos, mis manos eran raudas y delicadas a la vez. Por un momento miré el reflejo en la ventanilla y vi sus ojos cerrados y su labio superior mordido, ver que ella estaba disfrutando disparó mi excitación. Un pequeño frenazo dentro del túnel casi nos hizo caer, había parado el metro, esto haría que el final del viaje se retrasase al menos un poco, ¡estábamos de suerte!, y sí que la tuvimos con creces, puesto que estuvimos dentro del túnel bastante tiempo parados, no sabría decir cuánto, no estábamos para contar minutos, pero fueron suficientes para acabar lo iniciado, era tal la excitación de ambos que no tardamos demasiado en irnos los dos.

Fue corto, pero tan intenso lo vivido que es difícil olvidar esas sensaciones, ese palpitar fortísimo, quizás producto de los nervios, y ese irrefrenable espasmo cuando nos llegó el delirio consumado, por el deseo loco desbocado que hizo que perdiésemos la cabeza para hacer aquello, el corazón se nos salía por la boca, estábamos sudorosos por todo lo acontecido, por el sexo y el miedo contenido a ser descubiertos, y con una risa floja, los ojos chispeantes y los rostros encendidos terminamos ese viaje que jamás sería repetido. Ella en la despedida, haciéndose la enfadada, pero desmentida por su rostro divertido, me dijo que era un golfo y que lo tenía todo pensado, yo no pude por más que no llevarle la contraria, poniendo cara de santo.

Miro la mesa próxima y veo la corta falda con vuelo que me trajo a la mente esa época y ese día tan especial, y aquella otra corta falda con vuelo que voló y se posó y se desparramó encima de mis piernas, para ser testigo y no molestar, para estar sin fastidiar, para cubrir y tapar lo que sucedía fuera de nuestra vista, para convertirse en el breve sayo que adecenta lo que podría escandalizar. Aquello es lo que me queda de ella, bueno otros recuerdos más también, algunos paseos, algunas risas, ella era de reír, pero el más vivo y perseverante recuerdo es ese, el transcurrido en un vagón de metro. Luego vino el cansancio y el hastío, uno del otro, ya no buscábamos rincones para darnos calor, y las camas de hoteles se hicieron frías, y los encuentros y las despedidas, dejaron de ser especiales, y dejé de interesarme por ir en su busca y acompañarla en la marcha o despedida, y dejé de transitar aquel cordón umbilical entre el centro y la estación de partida, y ella no insistió en que la recibiese o besase cuando su tren salía, y al final fríamente cesaron los encuentros y las despedidas. Pasado poco tiempo quise recuperarla, y recuperar aquella pasión, aquello perdido, ya tarde, quise evitar primero mi abandono y luego su abandono definitivo. Desde entonces algunos días y muchas noches, cuando veo una falda corta con vuelo no puedo dejar de pensar en el “Ramal Norte”, y una sonrisa triste y cínica se me dibuja en el rostro.

 

 

 …..                                                                                 FIN

 

.     *Como canta Sabina, también nuestro protagonista se quedó solo y tardó pocos días y muchas noches en olvidarla… cuando definitivamente se fue con su corta falda.

«19 días y 500 noches«

Sabina - 19 días y 500 noches

.     **NA: Publicado originalmente el 16 de Abril de 2013. Hoy recibe una segunda oportunidad.

 

Vuelo eterno

01 lunes Oct 2018

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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Clara, compartir, droga, Hay que vivir, Joan Baptista Humet, Juez y Parte, Música, Princesa, Sabina, volar

Compartimos todo, compartimos la adolescencia iniciática, compartimos locuras, compartimos planes futuros, y cuando creía que nos comeríamos el mundo desapareciste excusándote que te ibas de viaje, y yo quedé anclado y varado esperando que me pidieses llevarte el equipaje. Nunca supiste encontrar tu sitio, dando tumbos de un lado para otro. No fuiste mala estudiante, pero tampoco brillante, siempre con pájaros en la cabeza, pero quién no los tiene en esa época. Poco a poco te fuiste dejando llevar, las amistades por ti elegidas me hacían temblar, no podía seguirte hasta donde me querías llevar, entiende que el precipicio daba angustia solo con mirar, y no invitaba a querer saltar. Antes de esto, cada día pasaba por delante de tu ventana que con la persiana a medio bajar me impedía verte, pero no cegaba tu visión de mi paso, y rauda salías a la puerta de tu casa, y yo me giraba al poco de rebasarla esperando encontrarte allí postrada, apoyada en la jamba con tu media sonrisa, pícara e invitadora. Bajaba por la calle sin asfaltar, sin adoquinar, calle de arena, calle de pueblo aún estando en la ciudad, calle que me llevaba hasta donde debía estudiar, como río repleto de peligros en las orillas. Orillas formadas por casas bajas,  chabolas, que eran el escenario que nos envolvía, cualquiera diría que era lógico acabar mal, por aquel entorno original, por esas casas que escondían fuego para las venas. Más adelante, ya no fueron solo miradas, llegó la amistad y algo más. Disfrutábamos tanto juntos que quizás no estaba viendo que te estabas alejando, no supe ver que preferías vuelos a los que nunca te acompañé, que me estabas cambiando por otros placeres que yo siempre evité. Y fue ya tarde cuando te vi perdida y esos placeres que no pude comprender ya te estaban arruinando la vida. El dolor por verte sumida en esta decrepitud y despojo, en lo que te has convertido no ablandará mi corazón. Tantas veces te vi este tiempo, siempre con mirada ausente, con la cara embotada, y un andar tambaleante, haciendo cualquier cosa por volver a hincarte esa lucidez, y evitar ese frío que te mata cada amanecer. Ha pasado tiempo y tú me insinúas volver. Te veo con la sonrisa partida, con la mente desvariada, y todo por dejarte llevar por compañías extrañas. Cada vez que te miro me pregunto cómo ayudarte, pero enseguida me digo que es demasiado tarde, y aunque me pese verte así, no puedo arriesgarme, me dejaste herido cuando me abandonaste, todo se estropeó cuando tomaste la decisión de dejarme, por buscar por los descampados una felicidad ilusoria, que era breve y efímera, tan frágil que apenas duraba un suspiro, el rato que con el gesto perdido y desencajado, babeante y espumoso, volabas fuera de ti, y te sentías en otro mundo, un mundo lento, en el que los movimientos parecen nunca llegar al fin. Esos insignificantes instantes que perseguías tras esquinas inmundas, compartiendo con amistades de nieve, en la soledad. Y ahora no hay una puerta de salida a la estupidez que llena esa vida de búsqueda insatisfactoria, ahora es demasiado tarde. Te estaba contando todo esto, cuando se me acaba de helar la sangre, veo en el diario tu foto y tus iniciales. Descubierta caída en la calle, con la acera de almohada, sin halo de vida, toda tú, apagada. El brillo lo perdiste hace mucho tiempo, pero hoy ya no queda nada, ni la esperanza de cambiar tu destino, un destino que te alcanzó antes de lo previsto, y llegaste al fin cuando aún te quedaba tiempo para vivir, tiempo desaprovechado y arruinado, volatilizado, alzado en vuelo eterno, como tú querías. Volaste para no volver más.

 

 

 

.     *Hoy agarro las canciones de Sabina y de J.B. Humet para sonorizar la dura realidad de toda una generación rota por las drogas.

«Princesa»                                         «Clara«

 

.     **NA: Publicado originalmente el 24 de Abril de 2012. Hoy recibe una segunda oportunidad.

El llanto

09 lunes Jul 2018

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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ahogo, alegría, Calle melancolía, depresión, llanto, llorar, Malas compañías, Sabina, tristeza

Oír el llanto desconsolado en la habitación de al lado, y no saber qué hacer. El llanto estuvo ahí desde pequeño, fue algo normal, y normalizado en mi vida. La puerta, unas veces cerrada y otras entreabierta, dejaba llegar con más o menos nitidez aquel mudo grito, ruido sordo, suspiro y respiro, y de vez en cuando un porqué. Ese porqué, era la pregunta que yo me hacía una y otra vez, qué podía haber sucedido, qué estaba sucediendo, o qué sucedería próximamente para este derroche de lágrimas, silenciadas tras una puerta, tras las paredes de un cuarto que nos mantenía al margen a los que cerca estábamos, a los que pasábamos próximos a la entrada, a los que nos quedábamos escuchando allí, parados, a un metro de la madera que cerraba nuestro paso y nuestra visión de lo del otro lado, de lo que ocurría en una habitación vetada a nuestro acceso. Y cuando armado de valor, ya por tener más años, ya obligado por ser el único que quedaba en el hogar para evitarlo, entraba y preguntaba cuál era el motivo de aquel llanto, la respuesta desconcertante, me sumía en conflicto mental, no entendía cómo era posible, cómo podía ser que no hubiese causa para tal efecto, que la respuesta fuese: “no lo sé”, o “no hay motivo para esto”.

La depresión era eso, me dijeron, la tristeza que aparece y todo lo desfigura y nubla, y queda oscuro y deformado, y no se sabe el motivo, ni la desazón que causó ese estado de ánimo. Huída la felicidad y las ganas de vivir refugiadas en una montaña lejana, todo se vuelve sórdido, y aparece una vida sin futuro a los ojos del que lo padece, y quién lo sufre ve un existir sin ganas de seguir, de avanzar en los días, el deseo de desaparecer se torna en la fuerza vital que guía. Y sobreviene la necesidad de liberar la angustia que no deja vivir en libertad, que ata el cuerpo al interior de la casa y aleja de la luz y el sol y del resto de la gente, el aire libre les parece viciado y es como si se les cayese encima todo el universo, y ese peso no lo aguantasen, los hunde más y más. Los demás se tornan en enemigos que no comprenden, e incomodan con sus preguntas y sus ánimos verdaderos o ficticios, y el que está en este trance  se vuelve taciturno y mohíno. Todo, su prisma lo transforma, y el amargor y el resentimiento son las señas de identidad del sujeto. Y parece que solo su consuelo es el llanto, como si con ello consiguiese sentirse mejor, sacar todo ese desencanto.

Llorar significa desahogo, es vaciar angustias, es que fluya un torrente interior que nos está ahogando, asfixiando, oprimiendo y no nos deja respirar. El llanto es coger aire. Oxígeno que nos falta y queremos encontrarlo en el agua de las lágrimas, que se tragan y dejan un sabor salado a su paso.

El recuerdo desde mi niñez es que el llanto viene y va. Desaparece un tiempo y cuando menos lo esperas aparece otra vez cuando la felicidad o mejor dicho la normalidad, la “No infelicidad” es el estado que nos rodea, irrumpe otra vez aquella pena, aquella desventura, la desdicha entra en escena, sin ser invitada, sin ser un actor en esos momentos de la vida sin problemas aparentes que nos lleven al temor de arrebatarnos la alegría por vivir. Y otra vez ese “porqué” comienza a pulular por nuestras cabezas, y de nuevo la ausencia de respuestas, de motivos que nos aclaren este nuevo capítulo.

Con el tiempo uno aprende a convivir con ese desencuentro que es el llanto, el desconsuelo, el estado de ánimo deficitario, no de cariño, no de afectos, sino de proyectos, de ganas de vivir. Y asimilarlo no significa comprenderlo, pero ayuda a sobrellevarlo, y sobre todo cuando es a uno al que le aborda y le apetece el llanto, lleva ya un aprendizaje que le sirve para recordar que no hay motivo para la tristeza, que uno tiene mucho más de lo positivo en su vida, que lo negativo que le rodea es nimio o está en el futuro lejano. Pero aún así ese estado no se deja vencer y, de pronto todos los desafectos te atacan, los fundados y los infundados, y buscas, y rebuscas dar importancia a los afectos celebrados y por celebrar, y no sirve como terapia, y uno se tiene que apartar del camino y echar todo el llanto la angustia y la aflicción, y salir limpio, renovado,  como hombre nuevo.  Y en esos trances uno llora y llora sin motivo, y se derrama, y saca fuera todo el ahogo, y busca dejar la tristeza por la alegría. Pero en ese camino, en esa búsqueda, solo el llanto es nuestra compañía.

 

 

 

.     *Sabina nos deja su intención de abandonar la calle melancolía, y como en el texto, todos quisiéramos seguirle y mudarnos al barrio de la alegría… Esta canción estremece por su tristeza.

«Calle melancolía«

.     **NA: Publicado originalmente el 31 de Mayo de 2012. Hoy recibe una segunda oportunidad.

¿Dónde está Abril?

03 jueves May 2018

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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angustia, ¿Quién me ha robado el mes de abril?, despertar, El hombre del traje gris, Música, perdida, primavera, Sabina, Soledad, Solo

Hace un par de días me desperté azarado y no sabía muy bien porqué, solo noté que me faltaba algo. Me incorporé de la cama, estaba solo, completamente solo, tampoco era demasiado raro estarlo, desde hace tiempo lo estoy, pero mis miedos, mis inseguridades y mis angustias vinieron todas de golpe a buscarme, a sacarme de la habitación. Me hicieron recorrer la casa entera, yendo al salón primero, después a la cocina, y todo estaba solitario. Volví al dormitorio y la cama estaba vacía, iluso pensé que allí lo encontraría, te encontraría. Me puse a pensar qué estaba sucediendo, a qué se debía este estado de ánimo, qué me pasaba. No había pensado en los últimos días, en los últimos tiempos, pero de repente me vino toda la conciencia, a visitarme, a avisarme que algo me estaba ocurriendo. Toda la congoja se me agolpó en la garganta. Llevo dos días sin poder recrearlo, sin hablarlo y sin escribir sobre ello. Era tanta la rabia y tanto el dolor que me visitó que no podía afrontarlo, no quería enfrentarme a ello, ni revivir ese estado interior, no quería proyectar imágenes que derivasen de unos momentos de agobio y aflicción. La inquietud se había apoderado de mí, la opresión se adueñó de estos días que me hicieron recordar que todo un mes había pasado de largo, que otro año más lo borré, y me salté treinta días de mi vida. Él, que tiene que ser lluvioso, queda seco, más que seco desértico, sin nada que lo habite, y pasa raudo, como si no hubiese existido. Él, que estuvo tan lleno de vivencias compartidas aparece sumido en un vacio conmovido. Te borré con tantas ansias que me llevé por delante todo un mes. Y cada año me digo que no debe ser así, que el daño me lo hago a mí mismo, por desperdiciar esta vida que es la única que tenemos y que no se repite, que lo que no vivamos, que el tiempo no “vivido” nadie nos lo devolverá, pero caigo en el mismo error una y otra vez, año tras año y ya van demasiados. Y el mes que deber ser de la explosión de la primavera, de los nuevos proyectos, de dejar atrás lo gris, lo invernal y que debería transformarse en luz y color, y transmutarse en alegría y diversión, en búsqueda de nuevos planes y que pase lo triste y frío para encontrar la calidez de un sol nuevo que haga olvidar ese otro que se extinguió y dejó de calentar, de dar vida a un futuro en común, desaparece de mi horizonte. Y resulta que todo eso me lo pierdo, quedo frustrado cada vez que llegan estos tiempos, y me doy cuenta que mi recuerdo vital último es de marzo y hoy ya me encuentro en mayo, y maldigo a quién me robó el mes de abril, y te maldigo por visitarme siempre el primero de mayo, para hacerme ver que otra vez ganaste y me borraste el mes de abril.

 

 

.     *Sabina se pregunta quién le robó el mes de abril, pero el protagonista de nuestro relato no se lo pregunta puesto que cada año lo tiene muy presente, es alguien que le robo el corazón y en él se llevó todo un mes.

«¿Quién me ha robado el mes de abril?«

.     **NA: Publicado originalmente el 3 de Mayo de 2012. Hoy recibe una segunda oportunidad

 

Ruido

10 lunes Jul 2017

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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chillar, derrota, desamor, Esta boca es mía, gritos, infamia, Música, pelea, Ruido, Ruptura, Sabina, vocerío

Oigo al otro lado del muro, de la pared, detrás de los cuadros colgados, traspasando esos recuerdos de viajes que descansan por encima de mi cabeza, arriba del cabecero de la cama. Escucho, aunque no entiendo todas las palabras, lo que más me llega son gritos y reproches. No los comprendo, intento adivinarlos. Las voces elevadas, las palabras malsonantes, me alteran, alteran mi descanso, me ponen en tensión. Es recurrente esta situación, las quejas de tono increpante se lanzan a los oídos del interlocutor, y éste contesta a esas palabras con otras que no percibo nítidas, siempre unas más altas que otras. Uno grita, el otro contesta con menos violencia, al menos con menos alarido. Parece que vocear le gusta más a uno que a otro, quizás el que brama con insistencia cree que así llevará la razón o quién sabe si es la manera que tiene de cargarse de ella, de una razón que no tiene o duda de ella. Y el contrincante en este duelo, se desespera de la chillería y termina por vociferar también, aunque es breve, enseguida recupera el tono bajo, más sosegado aunque su estado anímico no lo sea. No consigo saber el motivo de la discusión, pongo toda mi atención para saber. Será por ellos dos, será por el hijo, que muchas veces es el blanco de los aullidos. No lo puedo averiguar. Lo único que percibo es el desamor, cuando un sainete de este tipo se representa tan a menudo, te das cuenta que el amor se fugó, solo queda el aguantarse, el estar al lado uno del otro, solo queda la soledad compartida. La representación suele ser nocturna, algo que me desespera. El silencio absoluto lo envuelve todo, el sueño está llegando a mecernos, el descanso comienza a relajarnos, y de golpe, un chillido me sobresalta, luego un ulular constante que me desespera, es de madrugada y no hubo antes indicios de posible reyerta, no comprendo que pasó, de donde surgió tal desencuentro. Uno de ellos se desgañita, argumentando algo que es censurado por la otra parte, la otra que habla en vez de gritar, esto hace que no pueda coger el hilo del problema. Me dan ganas de golpear la pared, esa que nos separa, pero que no es suficiente para aislarnos. Quisiera no escuchar lo que oigo, me da miedo que un día esto acabe mal. Nunca se oyeron golpes, solo palabras, palabras insultantes, provocativas, de crítica, expresiones duras de agravio. Humillaciones verbales que son tan dolorosas como las físicas. Me pregunto como soportan vivir bajo el mismo techo, después de arrojar ese vocabulario feroz uno contra el otro. Y sigue la confrontación, la conversación si se le puede llamar así, va y viene en la noche, la voz sube y baja, el delirio acompaña cada instante, el menosprecio es infame. Después de lo oído una y otra vez, esperas oír una puerta cerrarse con gran estrépito, pero no llega, no llega ese portazo violento que cese el ruido y el zumbido de la pelea. Lucha de lenguas hirientes, de lenguaje asesino, de embestidas que pretenden dañar hondamente. Dónde quedó el amor que se tuvieron alguna vez, en qué lugar quedó enterrado, o abandonado ese cariño, para que surjan estas estocadas que buscan el mayor de los males en la mente y el cuerpo del otro. Pienso que cualquier día se oirán sirenas y cachetes y zurras y fricción física y objetos golpear y caer y romperse en pedazos, como ya lo está la vida y sentimientos de ellos. Y avanza la noche y la disputa comienza a disiparse, no igual que llegó abruptamente si no que poco a poco, no sé si por el cansancio o porque se les acabó la batería de rencores o porque la noche les derrotó, pero el silencio se va haciendo dueño de la oscuridad, y cada vez se oyen menos los sonidos que emiten sus bocas manchadas de sangre de las dentelladas dadas al aire con rigor de dañar y molestar, y ya todo vuelve a la calma y tardo en asimilar lo sucedido y tardo en dominarme y dormirme y dudo que esas personas puedan compartir lecho y me pregunto como podrán compartir algo si parece unirles nada.

 

 

.     *Sabina nos trae todo el ruido que nos acompaña cuando las promesas de amores eternos se diluyen con el tiempo, y quedan en nada.

«Ruido«

 

.     **NA: Publicado originalmente el 8 de Abril de 2012. Hoy recibe una segunda oportunidad.

En fuga de duelos y quebrantos

10 miércoles Feb 2016

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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Amistad, cocina, Cocinar, Con las manos en la masa, depresión, duelos y quebrantos, Elena Santonja, Gastronomía, Música, pollo asado, Programas de Televisión, Quijote, receta, Sabina, suicidio, tristeza, Vainica Doble

Nunca había cocinado cuando vivía con sus padres, no era necesario, me dijo; -Mamá siempre hacía la comida, no le gustaba demasiado cocinar pero lo hacía bien, comida fácil y sencilla pero que estaba muy buena. Luego, cuando se independizó, comenzó a hacer los platos que toda la vida había comido en casa y otros nuevos, a él mismo le sorprendía la soltura con la que empezó a cocinar y lo bien que se le daba, le gustaban los programas televisivos dedicados a la cocina, empezando desde joven con aquel primero que recuerda con cariño de Elena Santonja “Con la manos en la masa”, pero nunca se había puesto a los fogones ni solo ni para ayudar a su madre mientras estuvo en el hogar familiar.

Era cierto que cocinaba bien, lo pude comprobar desde el inicio de vivir solo en las ocasiones que nos invitaba a su casa para compartir mesa, mantel y buena sobremesa. No eran platos de vanguardia quizás, pero estaban muy ricos, como el típico Cocido madrileño o  Judiones con codorniz, en algún caso los platos que servía tenían reminiscencias de sus viajes, algo que le hubiese gustado y que decía que era fácil llevar a cabo, como la Musaka o las Berenjenas rellenas que probó en Grecia, o algunos platos al estilo asiático con el Wok que se había comprado, o aquella ensalada con salmón templado y mango que tomó en Oaxaca, y que verdaderamente cuando la replicó estuvo muy buena. Pero los platos que más le gustaban y mejor hacía eran los tradicionales por los que se había interesado desde que los vio cocinar en aquel primer programa de televisión. Decía que utilizaba la cocina para relajarse, no le importaba estar un par de horas cocinando para luego disfrutarlo con los amigos, no le pesaba tener que estar pendiente y vigilante del guiso durante toda la mañana, como cuando hacía pollo asado.

La primera vez que me invitó a comerlo hacía tiempo que no nos veíamos. – Será pollo asado-, me dijo. Normalmente no nos avisaba de lo que se comería, por lo que pensé que esta vez no cocinaría, casi nadie asa el pollo en casa, sabía que llevaba algún tiempo mal de ánimo, había dejado la relación que los últimos meses mantenía e imaginé que no estaría con ganas de cocinar y que traería algún pollo de esos bares o tiendas en los que los asan dando vueltas y te dan la salsa y en algunos casos algo de guarnición, normalmente unas patatas fritas frías y resecas. Reconozco que cuando me dijo de comer en su casa con un par de amigos más, salivaba pensando en lo rico que comeríamos con alguno de sus guisos, con buen vino y buenas copas de sobremesa charlando algo de lo divino y mucho de lo humano, pero al nombrar el pollo asado se me derrumbó una parte de aquella imagen idílica, si bien me gusta el pollo asado, normalmente los de esas tiendas suelen darme malas digestiones y no hablemos de tarde de sed que suelo pasar, aunque en este caso no me importaría tanto, seguro que de beber no íbamos a parar hasta bien entrada la noche, esperaba que al menos la charla y las copas estuviesen bien, aunque me puse en lo peor, supuse que lo encontraríamos deprimido y descuidado, sin ganas de cocinar y que nos reunía por algún motivo oscuro.

Luego de la comida le conté mi frustración cuando me dijo lo que habría de comer, y la grata sorpresa que había sido ver que era un asado casero el que nos había recibido y que él se encontraba bien. Nada más entrar en la casa se percibía el olor que emanaba de la cocina, un olor que por sí sólo habría el apetito. No me digas que tienes horno para asar pollos trinchados dando vueltas como en los bares. Se río y me dijo que no; – Tengo horno normal y corriente, nada parecido al cacharro que da vueltas… lo voy dando vueltas yo… la verdad es que lo empecé a hacer en casa porque me gusta mucho y los que me traía de esas pollerías o bares que los hacen ricos me daban ardor de estómago y mucha-mucha sed el resto del día… quizás se pasen de salarlos o que las aderezos no sean muy naturales -. Le comenté que esos mismos motivos me movían a mí para no apreciarlos demasiado en los últimos tiempos.

Le felicitamos todos por el resultado de la comida que nos había preparado, especialmente delicioso el pollo tan blandito y jugoso que se deshacía en la boca, una comida sencillísima pero de gran gusto.

Le preguntamos por la receta, si era posible conocerla, si no era un secreto familiar. Se río abiertamente, nada de secretos ni siquiera era receta familiar, nos dijo, la tomó de algún libro de cocina que ni siquiera recordaba.

-La receta es muy fácil. El pollo en cuestión, sal, pimienta, tomillo, romero, chorro de aceite, medio vaso de vino oloroso, y patatas para guarnición. Pongo sal (al gusto mucha o poca), pimienta recién molida, tomillo y romero, en un cuenco, lo mezclo y embadurno el pollo por fuera y por dentro. Lo relleno con una manzana cortada en dados no muy pequeños, y un limón en rodajas, más el juguillo que haya soltado al cortarlo y que haya quedado en el cuenco en el que ha estado a la espera de ser introducidos. Cierro el culillo con un par de palillos para que no se salga nada. Lo pongo en la fuente de cristal en la que va a estar en el horno. Le echo el chorro de aceite por encima, no demasiado para que no quede muy graso, ya el pollo en sí nos aporta mucha grasa. Se precalienta el horno a 180º unos minutos antes de poner el pollo en él. Lo meto en la bandeja del horno, un poco más debajo de la mitad. Dependiendo del horno y del tamaño del pollo la duración del asado puede ser entre dos horas y media a tres. Cada media hora se va dando la vuelta al pollo, (lo de abajo arriba como cuando damos la vuelta al colchón de la cama), cuando lleva hora y media se echa el vaso de vino oloroso por encima del pollo, y dependiendo de cómo veas que va de avanzado el tostado decides si ya pones las patatas que has pelado y cortado en dados medianos; entre el vino y la grasa del pollo va quedando una salsa rica en la que las patatas se harán perfectamente. Las patatas tardan más o menos una hora en hacerse bien, con lo que se debe evaluar cuando es el momento ideal para que queden con el punto deseado; blanditas pero que no se deshagan del todo. Puede parecer un coñazo estar dándole vueltas, pero si estás haciendo otras cosas en casa no es ningún problema a cada rato pasar un minuto por la cocina sacar la bandeja darle la vuelta al pollo y meterlo otra vez-. Le escuchamos con interés aunque sabíamos que ninguno de los tres lo pondríamos en práctica.

Lo comí otras veces en su casa y espero volver a probarlo de nuevo cuando mejore, creo que sin darme cuenta evito comerlo si no es allí, quizás lo he idealizado. Aquella primera vez del pollo no me equivoqué respecto a su depresión, la primera de otras muchas, aunque no le encontramos descuidado en su aspecto sí que se veía en su rostro que no lo estaba pasando bien. Decía encontrarse perfectamente aunque sus ojos delataban el fraude. Le costó salir de ese primer confinamiento en el que él mismo se apresó, no le apetecía salir de casa, no quedaba con nosotros ni con nadie aunque se le insistiese con planes muy diversos, tuvieron que pasar varios meses para que comenzase a hacer vida social, a relacionarse  y alternar en momentos de ocio. Luego vinieron más crisis, y más profundas.

En una ocasión me hizo unos sencillos duelos y quebrantos como cena durante el descanso de un partido de fútbol que estábamos viendo para comerlo durante la segunda parte, me contó que era un plato que aparecía en el Quijote. – Siento, que mi vida es algo quijotesca, siempre quimérico, y como el nombre de este plato me la paso siempre con duelos y quebrantos, cuando creo que todo va bien algo se tuerce y todo se me derrumba, sin motivo aparente todo se me ensombrece, cualquier cosa puede ser el detonante; una relación fallida, la rutina demasiado rutinaria, la sensación de vació vital, la negrura de pensamiento existencial que constantemente me persigue, cualquier cosa sirve para un nuevo duelo, cualquier causa me hunde en un nuevo quebranto. Entiendo que no soy grata compañía, por ello intento apartarme, recluirme y no molestar con este abatimiento y sentimiento de aflicción que siempre está latente y que no puedo esconder; quizá, también por eso ellas se van, salen de puntillas a veces, y otras descarnadamente, sin tapujos-.

Bromeando, decía que en esos días de encierro y soledad mejoraba su forma de cocinar, la casa vacía se convertía en refugio en el que estar a salvo de todo y de todos, sin ganas de relacionarse, ausente de la vida social buscaba estar al margen deseando que pasasen rápido las horas y los días que se le hacían tan pesados, la lectura y la música no le distraían de lo que le hacía daño; los recuerdos, el horizonte difuso, la vida. Sin embargo en aquel primer encierro ya se dio cuenta que trasteando en la cocina todas las sombras se le disipaban, conseguía un punto de fuga que le hacía bien. Quizás por eso, esta última vez buscó esa fuga con el cuchillo cebollero.

 

.     *Para amenizar su convalecencia le traigo al personaje aquella canción “con las manos en la masa” cantada por Vainica Doble y Joaquín Sabina sintonía de aquel programa del mismo nombre que veía en su juventud.

«Con las manos en la masa«

Con las manos en la masaSabina en Con las manos en la masa

 

.     **NA: A By, que con la petición de la receta me dio la idea.

De diciembre a diciembre. (Un afecto Migueliano)

11 viernes Abr 2014

Posted by albertodieguez in Música, Reflexiones

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Bloguero, Esta boca es mía, Gila, homenaje, Humor, Música, Miguel Merino, Muerte, Por el boulevard de los sueños rotos, Sabina

Aprovecho para homenajearle, recordando el título y el espíritu de coplilla de la conferencia de Federico García Lorca; “Como canta una ciudad de noviembre a noviembre”. En este caso es de diciembre a diciembre el transcurso que media entre su primer comentario y el último en mi blog, doce meses, un año natural… de relación, -poca he de reconocer- de palabra cruzada, que no de lectura, yo antes ya le leía, me gusta como escribía; divertido pero mordaz, irónico y con trasfondo, y aunque ya no lo vuelva a hacer, ahí siguen sus palabras finamente hiladas, como los buenos escritores a los que hay que releer.

Me sumo, -un poco como intruso-, a este homenaje a Miguel, recientemente fallecido. Sí, murió. Quizás soy bruto con las palabras, y digo esas palabras que nos incomodan tanto decir, que nos suenan duras y difíciles, aunque son las únicas que seguramente en la vida nunca podremos evitar, no ya decirlas nosotros de nosotros mismos, sino que otros las digan para despedirnos, y yo quisiera que las dijesen, que no dijesen que me he ido; “Se ha ido”, “Nos ha dejado”, porque seguramente no sea así, eso conlleva voluntariedad y sin duda, en el fondo, me gustaría no tener la necesidad de esa voluntariedad para desaparecer de esta vida. Y creo que a él le pasaba lo mismo, que él quisiera haber seguido junto a su familia mucho tiempo, y también aquí junto a esa otra familia bloguera que tenía, como le estáis demostrando los más allegados. Yo no tuve una relación tan intensa como otros de vosotros. Le leía desde que le descubrí, pero no siempre le dejé comentarios. Él, me consta que a veces también me leía, pero hasta diciembre del año 12, que diría Rajoy, no me dejó comentario alguno, y fue gracias a participar en el juego “Tertulia bloguera”, cuando me hizo el primero y a partir de ahí unos cuantos comentarios más, siempre con su estilo elegante y no alejado de la guasa.

No sé si a él le habrá pillado tan de sorpresa como a nosotros su muerte; como me decía que sucede cuando no es voluntaria, hace menos de 6 meses, en un comentario a un relato mío «Una vez me moría«. Y espero que los últimos días no los haya pasado angustiado, como también me decía, pero como era él, cargándolo de gran humor. Siempre ese espíritu de Gila acompañándolo.

Y sin embargo… pues eso, que cuando sea será y salvo que sea por propia voluntad, es de suponer que nos pillará por sorpresa.
Yo siempre que pienso en la muerte me angustio, pero porque no se me ocurre nada que hacer                             después. Debe ser muy aburrido una eternidad de “dolce far niente”.
Un abrazo.

Seguro que buscará y encontrará la manera de no aburrirse.

.     *Como no podía ser de otra manera, hoy nos debe acompañar Sabina. Hoy sentimos que fue demasiado pronto ese transitar suyo por ese boulevard de sueños rotos del que nunca más se vuelve.

«Por el boulevard de los sueños rotos«

Sabina - esta boca es mía

Polvo de Marfil

12 martes Mar 2013

Posted by albertodieguez in Música, Poesía

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ausencia, dardos, estimulante, Física y Química, luna, marfil, Música, noche, Peor para el sol, polvo, ruina, Sabina, sentidos, sueño

Marfil resplandeciente,

luz nocturna,

para lobos esteparios

Arruinas mi alma,

mar negro,

al verte hecha ceniza.

Sal y rompe el sueño,

dejará de ser un sueño,

ya será realidad.

Viaje estimulante,

tabique de platino,

para los sentidos.

Noche lujuriosa,

dardos hipnóticos,

triste celebración.

Desconcertante luna,

ruina solitaria,

ausente tú.

 

 

.     *En las noches de juegos, en los que el disloque mece, por tu ausencia, por no haber llegado aún, ni ser todavía. Y nos lleva por esos caminos en cada caída del sol, como en la canción de Sabina.

«Peor para el sol«

Sabina - FisicaYQuimica_Front

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