Me hiciste recordar de pronto aquellas vacaciones que pasé en el pueblo en donde vivía mi tía, y a la hora de la siesta, cuando el calor tórrido invitaba a buscar el frescor y la sombra de la casa, yo salía en busca de esa sombra fuera de ella, frente a la era, cerca de la carretera, en donde la encontraba bajo el edificio del “transformador” y los árboles que le rodeaban. Allí, en soledad, con mi libro “La sombra del ciprés es alargada” en la mano, me llegaba el aroma del cereal recién cosechado y oía el silenció tan atronador que me dejaba embebido sin poder iniciar la lectura o interrumpiéndola, para poder deleitarme con ese aroma y ese silencio y ese paisaje calcinado por el sol, todo amarillo, reinante el ocre, y salpicado aquí y allá de verde al borde del tajo gris que se abría camino entre esos campos en dirección al siguiente pueblo. Solo, observar aquella quietud era reconfortante. A veces deseaba que apareciese alguien a interrumpir aquello, el propósito de estar allí era la lectura pero quizás más el encuentro con los amigos, y sobre todo el deseo de que alguna de las chicas llegase, algo que sabía muy improbable a aquellas horas, puesto que las madres y padres, como bien sabes, no os permitían salir hasta mucho más tarde, a la hora del paseo. En otros ratos, deseaba que nadie interrumpiese esos instantes de mirada errante y amada soledad, lacónico en la espera, que sabía que sería larga e infructuosa. Incluso me molestaba que llegase quién no quería que lo hiciese, -aun siendo un buen amigo-, al menos hasta más tarde, hasta haber disfrutado de la leve brisa que acariciaba inconstante mi rostro, y mecía y agitaba a ráfagas las hojas de los árboles levantando un sonido de rasgueo, ese que rompe y aja el callado silencio, y se lleva brevemente el calor seco de mi cara y mis ojos que más los siento en el horizonte que cercanos a las letras del libro que no leo, pero evoco por estar allí en ellas al señor Lesmes y ese invierno frío de Ávila que contrasta con este verano tan caluroso en tierras de la Alcarria. Pasados esos minutos deseaba la llegada de algo que me distrajese o de alguien, ahora sí, que me sacudiese la melancolía y la soledad, esa constante que sentía. La tristeza y pesadumbre que me provocaba mi vida, una pesada carga que teñía de gris todo mi futuro. Quizá no supe ser feliz en aquella época aunque tan bien me lo pasaba. Quizá fueron las lecturas encadenadas que hice en esos años las que resultaron ser demoledoras para mi pensamiento en ese momento y para el de futuro, o quizá llegaron a mí esas lecturas seguidas por que yo ya era así. Los libros le llegan a uno en un orden arbitrario y no sabes muy bien que curiosa casualidad te lleva de uno a otro.
Me hiciste recordar tu extremada delgadez de ese verano, tu pelo lacio y piel morena; cierro los ojos y te recuerdo muy morena de tez, ojos oscuros y boca de labios finos, tan acorde con tu rostro delgado y anguloso, de pómulos dominantes, una cara que te mostraba sería y distante, pero que rápido era desmentida por esa sonrisa amplia que te mostraba tan guapa ante mis ojos, -esa, que acabo de rescatar para ponerle nombre-. Me hiciste recordar esa pulsera tuya que me quedé casi sin quererlo, y tuve muchos años guardada en un armario pero a la vista, siempre estuviste muy presente, yo siempre soñador. No sé muy bien a que fue debido que llegase a mis manos, si me la diste en prenda, ya cercano el final del verano en algún inocente juego nocturno, y después no tuve momento de devolvértela puesto que precipitadamente abandonaste el pueblo, y ya no te volví a ver. Creo recordar que algún familiar repentinamente enfermó gravemente, o ya enfermo el desenlace final se aceleró y tuvisteis que marchar para poder despediros y acompañarle en sus últimos momentos y si no a él por llegar tarde, a los familiares más cercanos y dolientes por la situación inesperada o quizás esperada hace tiempo pero igual de dolorosa, no lo sé con certeza. El asunto hizo que se acortasen tus vacaciones, ya quedaban menos de dos semanas para la llegada de septiembre y tus padres decidieron no volver, quizás como duelo por el deceso que hace que nos incomode a veces seguir con nuestra vida en seguida y parece que se guarda más respecto y mejor la memoria si nos evitamos la diversión y felicidad, por eso nos fastidia tanto una muerte en los momentos vacacionales, nos decimos; vaya fastidio, por qué en este momento, por qué no antes o después y no ahora que arruina mis días de descanso y de ruptura con lo rutinario y de merecidas vacaciones y en cambio me somete al encierro y negación del disfrute, para no poner en duda mi afecto hacia el que ya no estará nunca más entre nosotros.
Te quedaste allí, congelada en unos días de mi pasado, de un verano, sólo un verano, menos que un verano. Sin un beso que recordar, sólo mi deseo y mi amor ingenuo, sólo tu imagen, sólo tu pulsera durante tanto tiempo guardada pero que ya no tengo. Me deshice de ella cuando esa presencia a la vista podía ponerme en apuros teniendo que dar explicaciones que no me apetecía dar, y queriendo evitar los celos tuve que renunciar a su posesión, y fue como renunciar a ti, no creas que no me costó, aunque pensándolo fríamente era absurdo todo, tanto guardarla como no querer dar explicaciones a un nuevo amor sobre una alhaja que sólo era algo importante para mí por la carga emocional que yo le había dado, por todo el afecto que había volcado en ella, y por no enterrar un verano, que para mí no había sido un verano más, pero al final para no incomodar y no incomodarme volatilicé lo material de ese tiempo, aunque quedó lo intangible. Ahora vuelve a hacerse material aquel verano contigo delante, con tu presencia, con tus besos en mi mejilla, con el roce de mis labios en las tuyas, con mi mano tocando tu cintura en ese acto. No eres la misma, tu cuerpo y tu rostro han cambiado, por eso me ha costado reconocerte, aunque tus ojos negros siguen destellando y tu sonrisa lo inunda todo como antaño. Te toco, toco el pasado, ese que ya sólo estaba en la memoria, y me contengo el impulso de darte un abrazo, quisiera abrazarte, quisiera darte el abrazo que nunca te di. Tontamente hasta tu perfume me huele a verano, y me lleva a esos días. Me hiciste recordar un tiempo que me hizo feliz, aunque también fue un tiempo de muchas dudas y bastante tristeza rememorando esa felicidad estival, sin la posibilidad de recuperarla, sin ningún dato de tus señas; nadie me las supo dar, nadie las tenía, o eso me dijeron. Después de un par de días sin verte, me dieron la noticia de que ya no estabas en el pueblo, y que quizás volvieses el fin de semana, pero no hubo tal regreso, y se me torció el gesto y ya el final del verano se me volvió como acaban siempre los veranos, tormentosos. Todo se me cayó por tierra, mi intención de escribirte y luego poder verte ya en la ciudad se esfumaron. Yo creía que te gustaba, y tener tu pulsera como tesoro rehén cuya devolución me reclamabas desde día siguiente de yo poseerla, era mi baza para poder verte y tontear un poco más y antes de que acabase el verano pedirte tu dirección, justo antes del acontecimiento nefasto del familiar que lo transmutó todo y que ensombreció mis planes evitando ese encuentro y esa petición. De repente aquella pulsera se convirtió en toda mi esperanza, tenía la excusa perfecta para poder contactar contigo; devolvértela. Esa era la ocasión ideal para volver a verte otros días pero ya en la ciudad; días que no hubo. Como dije, nadie quiso facilitarme la manera de dar con tu dirección. Esa pulsera se fue cargando de ilusiones, ensueños, visiones y revisiones de días idealizados, de cándida juventud en la que nunca me atrevía a decir las cosas que sentía, siempre comedido, siempre correcto, siempre cauto… con miedo al fracaso y al rechazo. Y me pregunto, ahora que hacemos si ya no hay tiempo para enmendarlo, lo que no fue no será, ya hay otras vidas que ocupan el lugar reservado en aquel verano, y hay otras causas y otros azares… pero… y te parecerá loco y atrevido… aunque sólo sea una vez, cómo me gustaría hacer lo que no hicimos aquel verano y recuperar todo este tiempo separados.
. *Versionando a Gloria Estefan, India Martínez nos expresa con esta canción todo lo que nuestro protagonista ha sentido durante años, y lo que quisiera que sucediese hoy.
«Hoy«

. **NA: A Chelo, que con una foto y Machado de su mano me devolvió al pueblo y me hizo traer este relato.
. ***NA: Publicado originalmente el 28 de Marzo de 2014. Hoy recibe una segunda oportunidad.