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desafectos

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Archivos de etiqueta: hijo

Afectos y desafectos

05 Martes Feb 2019

Posted by albertodieguez in Música, Reflexiones, Relato

≈ 9 comentarios

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1999, Afectos, amigos, Amistad, amor, Anacronismo, Como hemos cambiado, Cuestiones de familia, Desafectos, desamor, Enemistad, familia, hermanos, hijo, Love of lesbian, Música, padres, pareja, Presuntos Implicados, Recuerdos, rencor, Ronroneando, Ser de agua, Sr. Chinarro, vida

Los afectos y desafectos son lo mismo, unos vigentes y otros caducados o trasmutados, pero que siguen siendo afectos que dejan o dejaron poso y huella. Hablo de afectos desaparecidos o perdidos o con posibilidad de caer en el olvido o ya prescritos o también de afectos dolidos que pasan a ser odios reprimidos. Los afectos a veces se dejan y apartan por decisión propia y ya entonces son desafectos, no siempre barnizados por la inquina y el resentimiento, o el rencor. Los afectos  nos llegan de nacimiento unas veces, y encontrados por el camino muchas más. El cariño que nos profesan nada más nacer y que nosotros devolvemos, es ese primer afecto que nos llena durante tanto tiempo, que no existen casi otros. El más duradero de todos los afectos, ese, familiar, de madre y padre y hermanos, y toda la consanguineidad que nos rodea, como manta que nos quiere proteger de las intemperies que nos llegan, de los fríos con los que nos tendremos que enfrentar y nadie podrá evitar por más que ese abrazo de todos ellos nos quieran aislar de esos gélidos vientos. Y este afecto inicial no está a salvo ni siquiera de ser mutado en desafecto, en malquerencia, por motivaciones que no están muy claras. Cuando niños nos aparece y nos da por pensar que se nos omite la libertad, que nos asfixian con las normas y todo el amor que recibimos o damos se vuelve contra quién nos lo da o quién lo recibe, en forma de desdén y alejamiento, y ya no hay reconciliación, solo desafecto. La ternura desaparece y ese niño que fuimos ya no la inspira, incluso ese recuerdo tierno se entierra, y se borra cualquier posible marca que nos diga donde estuvo ese sentimiento, y al hijo se le repudia, y al padre y la madre se les destierra del futuro del hijo. Y cuando la envidia surge entre hermanos, se ahonda un distanciamiento que la vida abundará, y cada uno llevará su vida y será el desafecto el nexo de unión, un afecto alejado, distante, teñido de amor enrarecido, no indiferente pero en el fondo poco afectivo.

Luego con los años aparecen la amistad y el aprecio por ciertas personas que avanzan junto a nosotros en el día a día, y creemos que ellos nos acompañarán durante todo nuestro camino, no se nos pasa por la cabeza que irán quedándose en la cuneta, por el destino, cambios de residencias, de estudios y de juegos compartidos, mudados a otros lugares, que nos llevan a encontrar a otros compañeros de viaje, también por tiempo limitado. Pero otras veces esos amigos, dejan de serlo no por el devenir de la cotidianidad de los días, o por los caprichos de la vida. La enemistad surge de pronto, por un roce, por una desilusión, por un enfado fundado o infundado, por suspicacias o por cualquier nimiedad, y entonces apartamos al camarada, lo mandamos al exilio, dudando de la fidelidad a nuestra causa, y el desafecto lo deja en un Gulag interior, que mucho tiempo después quizás se rehabilite en la memoria, pero que por siempre quedará como un afecto osco, lejano, sin el calor de algo que nos toque y nos despierte emoción, solo recuerdo de un pasado donde iniciábamos nuestro periplo en comunidad, con otros que no eran los de la sangre propia.

Luego llega el afecto de los afectos, la estima y devoción, el amor. El primero es el más bonito, por lo menos en la memoria así queda, a no ser que por algún motivo como un Mr. Hyde se transforme y ya no quede ese dulce recuerdo. El apego emocional hacia otro nos mueve constantemente, siempre queremos tener a alguien a quién amar, con quién compartir, hacer proyectos, sentirnos importantes para el otro y consecuentemente para nosotros mismos, que nos crecemos al pensar que somos un referente para ese otro en la pareja. Y nos vaciamos y nos damos y se vacían y nos dan todo, tanto que quedamos secos y necesitamos del otro para recuperar energías, y es a la vez un conducto que retroalimenta la relación, nos seca y nos consume, secamos y absorbemos, y acumulamos y colmamos de vigor y fuerzas, y nos recargan con mimos y halagos, devociones y aprecios, que a veces se trastornan y se vuelven desprecios. Y el respeto antes cultivado, queda destronado y se instaura el rencor y toda la tolerancia de antes se hace intransigencia, y todo lo bueno se gira en malo, las bondades de antes se enturbian y parecen vilezas, y ya todo rezuma desafecto. Un desafecto acentuado y tildado de odio y crueldad, la perversión toma el mando y todo lo que antes hacíamos por el bien del  cónyuge, con complacencia y diligencia, con fervor de ofrenda, se transfigura, y la piedad desaparece, de tal manera que nos trasladamos al otro extremo, convertidos en inclementes. Y es ahí con esa fuerza con la que se nos compone todo el desafecto malicioso que podemos dar y recibir, encontrar que nos lo suministran o encontrarnos endilgándoselo al antes amado. Y el aborrecimiento ensombrece nuestro día a día, y llegada la separación física, no nos basta para pasar página, se queda enquistado en la médula la mortificación que nos supone pensar en el otro, no nos conformamos con la ruptura y el olvido. En algunos casos la obsesión es la recuperación del amor y estimas perdidos en el otro, y viendo la imposibilidad, el deseo creciente es el de insuflar el mayor mal, el mayor dolor a la pareja perdida, que nos haga catarsis del nuestro que no nos deja vivir y nos ciega. Y esa enfermedad es el mayor peligro, caer en ese pozo es hacer del desafecto el motivo de vida, pero no como indiferencia si no como sinónimo de penitencia, escarmiento y deseo de castigo. Otras veces aún siendo fortuito y no esperado, el desafecto es tomado como avatar de vida y el alejamiento es civilizado y tomado como un estigma y muesca más que nos deja el oficio de vivir, y el desafecto se queda solo en eso, en desvío de la estima hacia el otro, dejar a otros huérfanos de nuestra estima o al menos con ella bajo mínimos.

Pero otras muchas veces los desafectos son la salida buscada por el miedo a un abrazo de futuro que nos inquieta y del que no estamos seguros, es una puerta de escape para el acorralado, al que los sentimientos le tienen amarrado y atado y duda de que sea lo que él estimaba sería, o de lo que imaginó y de pronto ya no quiere que sea. La mayoría de las veces no queremos el daño del otro como fin al apartarnos, es la consecuencia de auto-protegernos, de salvaguardar nuestro sueño, nuestros anhelos, que a veces simplemente son seguir libres durante más tiempo, no sentir ataduras, ni grilletes que nos mantengan en una celda, o que nosotros vemos como tal. Y aunque no deseamos hacer mal, el mal aparece y la incomprensión, la falta de entendimiento a ese celo que prestamos hacia nuestra intimidad que ya no queremos compartir y que el otro ve como frustrante rechazo por nosotros, y desencadena dolor.

Más allá de todo esto tan cercano, tan de piel con piel, están los otros afectos, esos que son fugaces, cotidianos, que están cincelados por la simpatía, son esos que nos rodean en nuestras relaciones menos profundas o que nosotros estimamos así, más frívolas, sin la hondura que otorgamos a los otros lazos, en estos el vínculo lo manejamos con distanciamiento, intentando que no nos marque, que no deje en nuestra piel el roce cálido que nos traiga afinidades y familiaridades, y que evitamos pues no nos interesan esas bondades que no queremos que profundicen en nosotros. Y estos afectos son muchos menos que los desafectos que destilamos, cuando miramos alrededor son muchas más las antipatías que nos despiertan y despertamos, que las conexiones con las que confraternizamos. La gente la vemos con animosidad, y con aversión, nos molesta el comportamiento de prójimo constantemente, sus acciones nos parecen plagadas de egoísmo y así es en la mayoría de la veces, montarse en un vehículo es encontrar adversarios con los que luchar en la carretera, la solidaridad está escondida, no se sabe dónde, pero claramente atrincherada en algún lugar que no vemos y que se nos muestra como fugitiva y refugiada de una guerra, allá en cualquier sitio menos cerca.

Los desafectos, son afectos perdidos, miedo a los afectos, recuerdos de afectos desaparecidos. Simiente para un futuro de indiferencia, odio o rencor. Siempre de dolor, breve o indefinido.

 

 

 

.     *Para el texto de hoy, traigo varias canciones que recorren los diferentes afectos y desafectos contados en él.  Love of Lesbian nos cantan los familiares, Sr. Chinarro los de pareja, y Presuntos Implicados los de las amistades y amores primeros, transformados por el tiempo.

“Cuestiones de familia”          “Anacronismo”          “Como hemos cambiado”

  

 

 

 

 

 

 

 

.     **NA: Publicado originalmente el 29 de Junio de 2012. Hoy recibe una segunda oportunidad

Amenaza y chantaje en los días raros

17 Viernes Mar 2017

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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amenaza, chantaje, corregir, educar, engaño, hijo, inocencia, Los diías raros, Mapas, Música, padre, Vetusta Morla

Demasiados días moviéndome entre la amenaza y el chantaje, en una marea incesante. A ratos la tristeza toma el mando, y me veo incómodo, falso, basándome en el engaño y en su inocencia, pero no veo otra manera de convencer y corregir y enderezar. Aunque me dicen; -no hay que verlo así-, y salvan la crudeza del asunto con eufemismo llamándolo negociación. Me consuelo pensando que pronto ha de pasar, que no es lo normal, que estos son los días raros.

 

 

.     *Como dicen Vetusta Morla; “Aún quedan vicios por perfeccionar en los días raros”. Supongo que esto lleva su tiempo y quedan aún muchos días raros…

“Los días raros“

 

De temores y fantasmas, vuelve la poesía.

20 Lunes Feb 2017

Posted by albertodieguez in Música, Poesía

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Cuarteles de invierno, escritura, falta de escritura, fantasmas, hijo, inspiración, La Deriva, Música, Poesía, temores, Vetusta Morla

.

Llegan las necesidades del hijo y desbaratan la poesía,

pero sobrevive, y vuelve

de temores y fantasmas vencidos sobre el hijo.

 

 

.     *Como dice la canción de Vetusta Morla, “Fue tan largo el duelo que al final casi lo confundo con mi hogar”.

“Cuarteles de invierno“

vetusta_morla_la_deriva-portada

 

 

Resquebrajado

30 Lunes Ene 2017

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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alma, amor, BSO, Cavatina, desamparo, escalofrío, Frío, hijo, miradas, The deer hunter

Me parte el alma. Me parte el alma cuando se gira y desde allí con la puerta entornada, casi cerrada, de la mano de las monitoras y cuidadoras que lo acompañan en ese lapso de tiempo antes de que llegue la hora de clase me mira, con una mirada intensa, fija, con esa cara llena de seriedad y tristeza, con esos ojos suplicantes que me dicen; no te vayas, quiero seguir a tu lado, quiero estar contigo, no me abandones, y que me deja unos segundos petrificado sin poder evitar devolverle esa misma desazón ese mismo desamparo que percibo en él y que de repente me asola a mí, y aunque no llora, sé que por dentro se rompe como yo me rompo, que siente un frío que quizás aún no entiende, como yo siento ese escalofrío que me recorre todo el cuerpo que me angustia y ahoga, que hace que sienta los ojos inflamarse y puntearse de brillos líquidos, y salgo con todo el amor que le tengo anudado a la garganta, y exánime me quedo unos minutos dentro del coche reponiéndome, con la tristeza borboteando dentro y fuera de mí.

 

 

.     *Y  en ese cruce de miradas resuena “Cavatina” de la BSO de “The deer hunter”

“Cavatina“

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Me gusta cuando me hablas bajito

23 Lunes Ene 2017

Posted by albertodieguez in Música, Reflexiones, Relato

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Albanta, amor, Aute, familia, Felicidad, hijo, juegos, Luis Eduardo Aute, padre, susurros

Me gusta cuando me hablas bajito, como en susurros, como si fuese un secreto lo que vas a decir y no debe llegar en voz alta a los oídos de cualquiera. Me fascina todo lo que haces y dices, que no sé muy bien de donde lo has sacado, supongo que lo aprendiste de nosotros en algunos casos y de la escuela en otros. Me gusta cuando me contestas con tu hilo de voz ese “vale” que me desarma, y también ese otro que dentro de unos años no me hará ninguna gracia, ese “vaaale” alargándolo como de hastío por lo que te digo y que a tus dos años y medio de edad ya te empezaba a salir como cansado por mi insistencia sobre lo que debes hacer o no, y tú accedes a ello con esa obediencia a ratos rebelde que tienes, con ánimo de fastidio unas veces y de juego la mayoría.

Me gusta cuando durante el juego te corrijo y te digo que eso no puede ser, y me dices qué sí puede ser, que estamos jugando, y en el juego eso sí puede suceder, dejándome claro que sabes en todo momento discernir el juego de la realidad con una madurez impropia de tu edad. Me gusta cuando después de haberte dado un buen golpe o tras romperse algún juguete o de haber hecho alguna pequeña trastada, me dices; -no pasa nada-. Y es verdad, no pasa nada.

Me gusta cuando me dices; – vamos a jugar a malos-, y me pides en bajito que me quite los zapatos para subirme a la cama contigo y así poder revolcarnos abrazados, yo dándote besos y rozándote la barba por el cuello y la cabeza porque te hace cosquillas y te da escalofríos, y tú intentando zafarte de mis brazos y de mis manos que también te hacen cosquillas por todo el cuerpo, pero en cuanto lo logras enseguida me buscas subiéndote encima, poniéndote de pie sobre mí pecho para que siga la pugna, y hacemos como que luchamos pero sin ninguna violencia, sólo besos y cosquillas y tu risa lo inunda todo, y buceo en ella y soy feliz porque te veo disfrutar, y aunque termino agotado creo que estás siendo feliz en ese momento, y eso ya lo es todo.

 

 

.     *Me gusta acompañarlo por su mundo, que bien podría ser esa Albanta de Aute.

“Albanta“

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Donde se siente el amor

30 Viernes Dic 2016

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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amor, hijo, Juanes, Música, Mi sangre, Para tu amor

Lo sé ahora que han pasado dos años, lo sé con mayor certeza. Ya lo intuí el día de su nacimiento, cuando todo el amor se me hizo presente en la garganta, como un ahogo de felicidad, ese ahogo que no me permitía decir a la abuela; -ya ha nacido, ya está aquí entre nosotros-, y ahora cuando lo recuerdo me vuelve a pasar, y se me llenan de nuevo los ojos de lágrimas, como en aquel momento cuando yo solo en el hospital, en una enorme soledad, no podía evitar esa terrible plenitud mezcla de tantos sentimientos que juntos los sentía agolparse en la garganta, y es ahí donde siento el amor al hijo, aunque parezca menos poético que el corazón. Lo sé ahora porque cuando le miro, con todo mi cariño, por un motivo o por otro o simplemente sin motivo, por el mero hecho de ser él, me viene ese ahogo desde la parte alta del pecho hasta agarrarse con fuerza a la garganta, y asaltan a los ojos las lágrimas que pugnan por derramarse y algunas veces no puedo controlarlas y finalmente me ganan el pulso, y con ello me enmudece el alma.

 

 

.     *Como dice Juanes, es tanto amor que no se sabe cómo explicar lo que se siente…

“Para tu amor“

juanes_-_mi_sangre

 

.     **NA: Que el amor llegue a todos…. Feliz 2017!!!

Bajo el influjo de la mirada, los gestos y la intención de palabra

03 Viernes Jul 2015

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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Albanta, amor, Aute, Autorretratos, Gestos, Habla, hijo, Luis Eduardo Aute, Música, mirada, padre

Gestos. Ha aprendido muchos gestos, es una esponja, cada uno de los míos los asume y después los utiliza, hay otros que no sé muy bien dónde los vio o de quién los sacó, supongo que en la escuela, pero le sirven y me sirven a mí para saber y entender lo que quiere. Dice el libro que primero fue el verbo; completamente en desacuerdo, yo digo que primero fue el gesto, aunque incluso en eso no estoy del todo de acuerdo conmigo mismo, lo primero fue la mirada. Una mirada intensa, profunda, escrutadora. Una mirada atenta, de constante interrogante, con afán de entender; todo eso en sus pupilas desde el inicio, y más después cuando su mirada se hizo instigadora como forma de comunicarse. Esa mirada que a veces se queda perdida en algo o en nada, y otras se queda fija en uno, como analizándote, una mirada inteligente siempre y desafiante a veces. En esa evolución suya de aprendizaje constante, el gesto se abre paso con fuerza, él ha entendido que es más eficaz que sólo la mirada. El gesto de indicar y señalar se le muestra como el avance necesario para conseguir lo que desea, que sólo con la mirada no conseguía. A veces se impacienta porque no acierto con lo señalado, entonces niega con la cabeza y repite y repite sus gestos hasta hacer que lo entienda, pero pronto se ha dado cuenta de que el gesto no es suficiente puesto que ese marcar en la distancia no es certero para el entendimiento de los de su alrededor, y tiene que negar demasiadas veces contrariado con el fallo de los otros en su no saber identificar correctamente su intención, hasta que con su insistencia unas veces puede conseguir su empeño y otras quedarse con la frustración, -primeras de las que aprender de tantas otras que se le avecinan en su transitar vital-. Ahora, para ser más certero en la consecución de sus objetivos por parte de los otros, al gesto va uniendo sonidos y habla, teñido de mis onomatopeyas, que me hacen sonreír; un parloteo confuso e ininteligible para mí, breve y conciso en ocasiones y otras como charla disertadora en lengua clara para él, con la que intenta trasmitir y reforzar lo que desea o lo que quiere contar, y yo voy dilucidando poco a poco esas palabras que para él sólo la componen el final o el principio de las mismas, e interpretarlas y entenderlas después a fuerza de su repetición tenaz, y llenarme de felicidad cuando consigo comprender ese primer idioma suyo y así fuera del abrazo, los besos y el tacto indispensables para ambos, entablar una comunicación racional que nos ayuda a entendernos más y mejor; abriéndose camino la emoción con ahogo en el pecho y humedad en los ojos. Y en esa lengua suya, le escucho y me sonrío cuando le veo que nadie más que él es el destinatario de su discurso, y pienso que tiene otro mundo aparte del que entra y sale cuando nosotros estamos perdidos en este mundo que nos lleva; y entonces se gira y me regala sin yo pedírsela, su enorme y bella sonrisa que desarma, que me eriza la piel y hace brillar mis ojos, es entonces que todo se vuelve ternura y amor, y no puedo por más que ir a achucharlo y tomarlo entre mis brazos de los que él se intenta zafar, aún con su sonrisa.

.

.

.     *Aute canta sobre ese sitio en el que todos alguna vez estuvimos, y que sin duda él con su bella sonrisa transita ahora, y durante unos años seguirá haciéndolo felizmente.

“Albanta“

Luis_Eduardo_Aute_-_Autorretratos_Vol_1_-_Front luis_eduardo_aute_-_albanta-front

El Abrazo

16 Miércoles Jul 2014

Posted by albertodieguez in Música, Poesía

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abrazo, abrazos, amor, Aute, El niño que miraba el mar, hijo, Música, Señales de vida

El abrazo.

Lo había vivido ya,

de varias maneras de las muchas concebidas.

Abrazo de amada y amado,

en parques y bancos o encamados.

A escondidas o bien a la vista.

Para el sexo compartido

o después para el descanso ganado.

Abrazo cálido, de pecho con pecho

o de pecho con espalda

rodeando por completo a la persona abrazada.

Un abrazo de calma, de sosiego,

un abrazo de amor, de cariño.

Dado y recibido.

Un abrazo fraternal o de dolor compartido,

un abrazo fuerte, apretado,

de los que te hacen sentir que el otro te corresponde

y te dice; estoy aquí a tu lado.

Un abrazo entregado con el cuerpo y con el alma,

con las lágrimas a punto de brotar o brotando.

Pero nunca pensé en un abrazo suave pero tenso,

un abrazo tan largo que duele el cuerpo después de darlo y recibirlo.

Un abrazo que une las pieles por el cuello,

esa suave que me ha desarmado.

Hoy he descubierto y he sentido ese otro abrazo

que ya ninguno habrá de superarlo.

Muchos minutos de abrazo,

calmado, silente.

Mi abrazo; protector, completo y arrullador,

el suyo que no abarca; liviano, tierno y entregado,

casi imperceptible por su pequeñez,

pero más sentido que ninguno.

Una pluma posada que ya no la percibes fuera

si no que penetra y llega hasta el fondo

y la sientes rozarte y acariciarte el corazón.

Un abrazo nacido de la inconsciencia, del instinto.

Esperando que se prolongue o se repita infinitamente,

aunque inmediatamente sabes que ya no volverá,

ese, ya no volverá,

vendrán otros quizás más conscientes,

seguro que más fuertes y decididos,

no serán ni peores ni mejores,

sólo serán diferentes,

aunque siempre quedará aquel que fue el primero,

que fue único e irrepetible.

Hay sensaciones que se sienten sólo una vez en la vida

y ese momento insólito te llena de felicidad, efímera.

Penumbra. Ojos cerrados. Piel erizada.

Nada fuera de ese abrazo,

sólo nudo en la garganta e inmenso amor.

 

 

A Martín, por este abrazo.

 

 

*Aute me ayuda con su canción a completar todo lo que sentí con ese abrazo del poema. Ahora yo también siento muy dentro de mí, señales de vida.

“Señales de vida“

Aute - El niño que miraba al mar

Mística lactante, mística maternal

18 Martes Mar 2014

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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afecto, amor, Bebe, Cuídame, desafecto, desamor, dolor, dudas, EBS, Ella Baila Sola, Grietas, hijo, Jorge Drexler, Lactancia, leche, madre, Maternidad, Mística, Música, Parto, pechos, Pedro Guerra, Por ti, Reencuentros

I

Ayer se me cayó una lágrima. Estaba dando el pecho al niño, sentada en el butacón elegido y comprado  para ello, para mi comodidad y su comodidad. Lo sostenía entre mis brazos, bien sujeto y colocado para que llegase cómodamente a la mama, llevaba un rato pidiendo comer, y mientras le cambiaba el pañal se empezó a impacientar, y cuando está con esa ansia, es de temer, succiona con toda su fuerza.

Una lágrima grande, muy grande, como esas primeras gotas de tormenta de verano que levantan polvo al contacto con la arena seca y dejan un círculo amplio. Casi ni rozó la mejilla, pero arrastró con ella algunas otras; éstas sí que se deslizaron por el rostro bajando con menos fuerza, despacio, las percibí húmedas y con pesada abundancia, sintiendo como avanzaban por toda la cara, hacia el abismo unas, y continuando por el mentón para seguir su camino por el cuello otras. Esa primera enorme, cayó rápida y se precipitó hacia la almohada en donde tenía apoyado al bebé. No fue una lágrima lánguida y lenta bajando por la mejilla como las siguientes, supongo que fue mi posición, inclinada un poco la cabeza hacia adelante para llevar mi pecho hacia el niño lo que hizo que abriéndose paso entre las pestañas que no fueron capaces de contenerla, y encontrado el vacío enseguida cayese rauda desde el ojo hasta encontrarse con la tela que la recibió como gota de lluvia, dejando marcado un amplio redondel de agua y sal. No era de ternura ni de alegría ni de miedo ni de duda, no era una lágrima de felicidad, era una lágrima de dolor, de dolor inmenso, dolor de grieta profunda. No es la primera vez que me pasa, ya son varias tomas, varios días en los que ha sucedido, en los que dar de comer al pequeño se me convierte en un suplicio. Un dolor que hace que tense mis piernas, que las estire y levante a la vez que mi cuerpo se dobla levemente sobre el bebé, a la vez que un apretar de dientes acalla ese grito que quisiera lanzar al aire, pero que no evita ese brillo en mi mirada que se transforma en agua salada. Un dolor que no quiero que se transforme en rechazo hacia el muchacho, que no es su intención aún hacer daño, ahora es sólo supervivencia e instinto natural, ya le llegará el tiempo en que sus decisiones si sean meditadas y el daño lo haga a propósito y con conciencia de molestar o hacer mal. Nadie nos libramos de hacerlo, de procurar el perjuicio de otros en alguna ocasión o al menos el deseo de que suceda algún padecimiento por envidia o desacuerdo en pensamiento o por una trifulca que nos enfrenta, y que nos lleva a la irracionalidad de querer la amargura y sufrimiento de esos otros. Yo querré que esto no suceda, que sea una persona de bien, pero quién sabe si lo conseguiré, y menos ahora que los inicios duros nublan mi entendimiento.

Me siento como un animal, como una vaca. Cuando me descuido tengo dos grandes marcas en la camiseta que llevo puesta, sin motivo aparente mis pechos comienzan a segregar la leche, me miro y me veo como en esas imágenes de fiestas de camisetas mojadas, pero no me veo atractiva ni seductora como en ellas se ve y se muestran esas chicas.

Siento que huelo a leche todo el día. Ya sea por la leche desbordada que lo empapa todo o por la proximidad de una toma a otra que hace que sienta que todo el día tengo leche cayendo y calándolo todo, como cuando el bebé se aparta y el chorro sigue saliendo – igual que en aquella imagen de la película “La teta y la luna”- y mojo la cara del pobre pequeño o mi ropa o la almohada en la que le apoyo o incluso en ocasiones llega a manchar el suelo. Hay veces que me pongo a dar uno de los pechos y es el otro el que empieza a exudar leche como si fuese un conducto roto, incontenible, como si una fuente tuviese dos caños y al abrir el grifo ambos soltasen el agua, haya o no balde para recogerla, en este caso haya o no niño que pueda aprovechar esa preciada leche. Y empapo todo el sujetador y maldigo mi estupidez y mi falta de cuidado y mi olvido de ponerme los protectores. Los discos absorbentes son mis fieles compañeros para que esto no suceda, pero con las prisas a veces se me olvida ponérmelos; por indicación de la matrona es mejor no abusar de ellos, no llevándolos constantemente para que los pezones se sequen y no queden mucho tiempo húmedos, es por ello, por no secarse bien lo que hace que las heridas y grietas no se cierren, al igual que no debo abusar de las cremas protectoras para los pezones, por el mismo motivo. Y en estas me veo por la casa con las “lolas” al aire durante un buen rato, para que se sequen los pezones y la aureola de forma natural después de cada toma.

Me esfuerzo y persevero pese al dolor que me produce el momento de dar el pecho, entiendo a tantas mujeres que desisten y lo dejan, y deciden no pasar por el calvario cuando este se vuelve insoportable. Incluso algunas ni se ponen a ello, buscan cualquier excusa para no amantar, -nada criticable-. Es fácil convencerse de que no vale la pena ese sufrimiento, ese esclavismo. Las leches de hoy son tan buenas como la materna, y aunque son muchos los que abogan por la natural en detrimento de la manufacturada porque mejora el sistema inmunológico y de defensas del bebé, es entendible que algunas mujeres al primer revés en el proceso de la lactancia tomen la determinación de dar el biberón. Soy algo testaruda y pensando que es mejor mi leche que la tratada químicamente -“en polvo”-, me digo que debo aguantar un poco, si al primer traspié ya doy un paso atrás cómo me mantendré fuerte y firme para una educación correcta, aunque en el fondo una cosa no tiene nada que ver con la otra, no sé si pierdo la lucidez a ratos y me vuelvo paranoica. Quizás esté haciéndolo mal y antes de tirar la toalla voy a buscar el cambio de postura; en el manual para la lactancia aparecen diferentes formas de dar el pecho, para que se elija el que mejor se ajuste a las necesidades de cada mujer según el tamaño del niño y de los pechos de ella.

No sé. No sé si hago bien las cosas. Me encuentro mal, muy mal, no me da tiempo a nada, no puedo salir de casa, estoy en una mazmorra aunque sin llave echada ni barrotes en las ventanas. Pero es una cárcel. Con un carcelero al que empiezo a querer, en un estado de síndrome de Estocolmo que me idiotiza. Me siento como una esclava atada a una “demanda” sin horarios y sin un minuto para mí.

Me intento convencer de que todo va bien. Pero no lo siento así. Lloro. Tengo los sentimientos a flor de piel. Me siento triste en un momento que debería sentir con completa felicidad, es irracional y absurdo que no pueda estar disfrutando de estos momentos únicos e irrepetibles, como tantas veces me han repetido los que ya han pasado por ello; – Disfrútalo, que se pasa rápido-. Quizá por ello mismo me agobio, por no sentir ese placer y disfrute, por notar que pasan los días y se escapan esos momentos irrepetibles y que no soy capaz de aprovecharlos y vivirlos con plena alegría. Contrariamente quiero que pasen rápidos, que pasen estos primeros meses que se me hacen insoportables y largos, demasiado largos. Dicen que después ya es mejor, y quiero que llegue ese mejor cuanto antes, lo de ahora no es mi idea de felicidad.

Sé que debe ser por las hormonas que las tengo alteradas por el embarazo y el parto y todo el proceso químico que sucede en mí interior, pero que lo sepa no quiere decir que consiga evitar sentirme fatal y que me entren ganas de llorar en muchos momentos del día. Día que me paso prácticamente sola con el hijo, sin relacionarme con nadie más. Intento decirme que no soy mala madre por no sentir el misticismo de la maternidad ni de la lactancia. Ese momento que cuentan algunas mujeres en la que hay una simbiosis perfecta entre madre e hijo, un momento que los hombres nunca podrán entender y que las mujeres que no lo han pasado tampoco, un momento en el que una siente que está dándole el maná de vida a aquella criatura que se ve pequeña y desamparada, y que tú como madre vas a proteger sobre todas las cosas, por encima de cualquier eventualidad. Pero yo eso no lo llego a sentir, no llego a percibir ese estado transcendental y mágico, aunque sí lo otro; que daría cualquier cosa por el hijo, por protegerle, por evitarle males y apartarle a los malvados. No he sentido esa plenitud al dar el pecho nunca ni antes de que comenzasen estos dolores infernales, ni por supuesto ahora con las grietas que hacen que no pueda ni levemente rozarme el pezón con nada, hasta la tela del camisón me daña, y que hacen que cada vez que el niño me pide comer sepa que las lágrimas volverán a brotar durante unos instantes.

……..

II

Han pasado días desde las últimas lágrimas. Con los consejos de la matrona y el cambio de postura las grietas se han ido cerrando y aunque en el inicio de la toma sigue molestando un poco, ya no se puede llamar dolor. Estoy más contenta, aunque sigo sin sentir el universo sobre mí cuando doy el pecho, pero sí que noto que cada día quiero más y más al pequeño. Ya han pasado un par de meses desde el parto, difícil parto el que sufrí, y que todo el mundo se empeña en decirme que olvidaré y que no recordaré lo mal que lo pasé, pero yo sé que no será así, hay que ser estúpida para olvidarlo o relativizarlo con el paso de los años, para decir; -bien sufrido fue con el fin de tener lo que se tiene ahora-.

El afecto ha ido creciendo en mí hacia él y cada día le quiero más, un sentimiento que reconozco que no me llegó por el mero hecho de darle a luz, el amor se ha ido cimentando día a día. Quizás por ello he aguantado el dolor en esos días pasados. Con este sentimiento vuelvo a pensar que no soy una buena madre, y que quizás no lo llegue a ser nunca, cómo no sentir inmediatamente un amor desaforado por aquel que llegó al mundo por ti. Incluso me pregunto sobre mi forma de relacionarme con lo que me rodea, no sé si albergo cierta insensibilidad o falta de empatía o si los afectos y desafectos que invoco se me muestran esquivos a la inmediatez, y están purgados del impulso descontrolado e irracional y solo surgen con el trato más largo y cercano, más racional se podría decir, aunque a veces sea lo contrario y el compromiso duradero sea el que lleva a un sentir irracional por la cercanía y proximidad que aturden y ciegan. Se supone que el cariño y el amor deben desvincularse del pensamiento racional y que deben salir de adentro sin entender a que son debidos y sin ponerles dudas o pegas o reparos a esos sentimientos y menos aún trabas. Dicho fríamente, si lo hubiese perdido a las horas de nacer o a los pocos días cuando parecía complicarse su existir o gravitaba sobre él un existir incompleto y nada pleno, me hubiese dolido mucho, muchísimo sin duda, pero si pasase ahora, sentiría que se me desgarra el corazón.

No se puede negar que un lazo existe y amor inicial lo hay, sería también estúpido negarlo. Cómo negar ese dolor y pena por no poder ver al hijo tras el parto, cuando se lo llevaron rápido, y casi ni sabes cómo es, separados, él en la sala de neonatología por sus complicaciones durante la expulsión y yo en la habitación reposando las horas aconsejadas por los médicos, y cuando pasado ese tiempo quieres ir a verlo pero no puedes andar tanto trecho y sentarte en la silla de ruedas es un suplicio por las almorranas enormes que te han salido, y lo intentas y no aguantas el dolor y lloras y dices; -No puedo-, el mundo se te viene encima. Entonces pides al marido que te traiga una foto, que lo quieres ver. No sé si sientes en realidad un deber, o un deseo de comprobar que está bien, o es una imposición tuya de empezar a quererle ya mismo, y solo puedes quererle si lo ves, y realmente no le has visto. Ya cuando al día siguiente por fin los calmantes hacen efecto y puedes ir, y estas frente a la entrada de esa sala en la que se hallan los que han llegado prematuros o con problemas, respiras hondo, y cuando las puertas se abren al contacto del interruptor, entras y no sabes a donde ir, y una voz a tu lado te dice; -Allí, al fondo, en la esquina. Te aproximas con cierto temor de lo que te vas a encontrar, y le ves tan indefenso, con tubitos por la nariz, protegido y al calor de una incubadora, encerrado entre paredes de metacrilato que le aíslan del aire y del mundo al que ha llegado. Las lágrimas te abordan y te emocionas, y lloras, y no puedes evitarlo y quieres mantenerte fuerte pero no lo consigues todo es desconsuelo y llanto y abrazo del marido que te apoya, y escuchas de las enfermeras los ánimos que te dan y dicen que todo va a ir bien. Pero tú tienes miedo de perderle, ya le has visto ya le estás queriendo, ya te está pidiendo tus cuidados aún sin llorar y sin quejido alguno, sólo con su presencia.

Luego avanzan los días y pasan las semanas y ya sólo sientes que te debes a él, ya sólo él, ya no eres tú la prioridad ni para ti misma, y notas que te está robando algo de ti, que te succiona el alma, tienes la sensación de estar en aquella película de “La invasión de los ladrones de cuerpos”, ya no eres tú misma. Los sentimientos han variado de tal manera que siento que no llevo el timón de ellos. Sigo sin sentir la mística de la maternidad pero aprecio que no soy la misma. Quizás sea esa la mística, la perdida de la conciencia del yo.

Esa mística de la que tanto me hablan las que pasaron por ella y la sintieron y la sienten, y no se les va, diría que incluso cada día más se les refuerza, como una ideología o una fe que echa raíces fuertes después de una primera aproximación y ya no se puede arrancar lo que ha brotado.

Me siento mal a ratos por no percibirla, por no hacerme fanática y fiel seguidora de ella, de esa religión en la que se convierte la maternidad, por tener y experimentar sentimientos contradictorios por amar al hijo tanto y por desear a la vez que pase el tiempo rápido, por desear que como en algunos deportes cuando vas ganando el reloj avance más aprisa para llegar antes al pitido final, a la victoria y a la celebración, que sin duda seguro tendré, y pronto me llegará con el hijo. Todos me lo dicen, que antes o después veré la luz y me convertiré. No digo que no, puede que dentro de unos meses o unos años sea la defensora a ultranza de esta fe, y sea la militante más fervorosa, nunca digas de esta agua no beberé, me enseñaron. Mientras tanto intentaré no martirizarme por sentirme una mala madre, y seguiré dedicándome con todo mi esfuerzo y todo mi amor a proteger su fragilidad.

 

 

*Cómo nos canta EBS, la protagonista siente su vida empeñada por verle sonreír… y sabe que ese niño le está demandando ya todos los cuidados para mañana, como cantan Pedro Guerra y Jorge Drexler.

“Por ti”                                                      “Cuídame“

Ella Baila Sola     reencuentros

NA: Doy las gracias a Madeinsonia y La bruja de Portobello por nominarme al premio Versatile Blogger Award, aunque no creo merecerlo, no es muy versátil mi blog, siempre hablando de lo mismo 🙂 , pero que conste mi alegría por ser considerado. Como en todas las demás ocasiones en las que fui premiado-nominado no seguiré con la cadena de nominaciones al uso, y concedo el premio-nominación a todos los blogueros que me leen y a los que leo.

Confuso llanto

23 Jueves Ene 2014

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 55 comentarios

Etiquetas

En estos días, enfermedad, Frío, Gris, hijo, invierno, llanto, lluvia, Música, miedo, Mujeres, Nacimiento, Rostro, Silvio Rodríguez, sol, temor

Se me agolpan las palabras, las emociones, las imágenes. Las intento digerir y ordenar y no puedo. Se me agolpan estos días, estas angustias y miedos, temerosos días de pérdida del recién llegado. Horas amargas de espera y duda y deseos de mejora y sanación, aun no sabiendo si hay enfermedad o mal irreversible o acaso reversible, o sin saber ni siquiera si habrá dolencia tras la complicación. Indefenso él. Tememos, aunque nos digamos que no hemos de temer. Nos preguntamos si ese rostro que ya vimos lo volveremos a ver o cesará antes de haber iniciado su periplo, si ese rostro que antes no era y que hoy es por haberlo visto, y que se ha quedado en la retina, fijo y nítido, seguirá iluminándonos como hoy me lo parece, en este día de invierno gris y lluvioso. Ya no sale el sol, sólo su rostro. Días de aguacero que acompañan esta grisura que se empecina en ahogar la alegría esperada por la llegada del hijo. El cielo se abate sobre la ciudad envolviéndola con nubes oscuras, frías y húmedas, ensombreciendo las calles, haciendo parecer que la noche se aproxima fuera de hora. Como si alguien fuese cerrando los postigos, tal cual antes se hacía, para ahuyentar la felicidad y traer el duelo, enlutando la casa que ahora y como nunca necesita su rostro para ser alumbrada. Quedando todo bajo una atmósfera húmeda que cala los huesos. Días de lágrimas asaltantes en el precipicio del parpado, de lágrimas contenidas y amarradas y sustraídas de su inminente camino para mostrar la fortaleza que no se tiene, la entereza que se desmorona en la soledad de cualquier esquina o ventanal por el que mirar y asomarse  para respirar profundamente e intentar distraerse con el perfil de la ciudad, para no pensar. Intentando sostenerme para sostener al otro, que más frágil se muestra sin saber de la fragilidad del compañero amado. Lloramos a escondidas, hasta que no hay manera de ocultarlo y ocultarse. Ella llora por sus rincones, yo lloro por los míos y nos encontramos en la cocina y nos miramos y lloramos juntos, lloramos en la alcoba, en el cuarto de baño, en el dormitorio del recién nacido, que aún no lo ha habitado. Lloramos y no sabemos porque lloramos, solo nos miramos y nos abrazamos y lloramos. Las lágrimas brotan y brotan con desconsuelo y sin sentido. No es dolor, no es júbilo, es solo llanto, agua salada cayendo con mueca amarga pero no de amargura. Sólo llanto. Confuso llanto.

 

 

*Silvio Rodríguez ilustra con su canción el sentir del texto; en estos días no sale el sol si no su rostro. Aunque su autor la escribiese con otro sentido, esta canción hoy la convierto en un canto en primera persona hacía el hijo.

“En estos días“

Silvio Rodriguez - Mujeres 1978

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