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amor, Contigo me quedaría, deseo, lisonja, Manolo García, Música, Melancolía, Mujeres, palabras, Saldremos a la lluvia, Soledad, sorpresa, tristeza
Llegó a casa. Estaba cansado, últimamente había tenido bastante trabajo, y llegaba agotado, no era un trabajo físico, pero en esas épocas de mucho jaleo laboral terminaba como si hubiese estado corriendo una maratón, y qué contar del cansancio mental, en esos días locos quedaba aturdido.
En el trayecto de regreso, había estado como siempre hacía, observando a la gente, con ello conseguía relajarse, o al menos, poner su mente en otro lugar alejado a los trajines de la oficina. Le gustaba mirar, sobre todo a las mujeres, quisiera ser el amante de todas ellas, a veces sentía esta forma de ser suya como algo enfermizo, estar enamorado de todas ellas, desear a cada una de las que veía, y especialmente a aquellas que veía algo tristes, hacía pensar en él como alguien un poco trastornado, puede que algo no funcionase bien en su cabeza. La tristeza era algo que le enternecía tanto que no podía dejar de querer ponerse a disposición de quién la sufría para ayudarle y acompañarle en su travesía de grisura, y cederle su hombro y su pecho y sus brazos, para que se apoyasen en él, y vertiesen sus lágrimas, para sentir un abrazo necesitado.
A una distancia no muy lejana, se quedó anclado en una chica, mejor dicho mujer, puesto que no era ya joven, más parecía cerca de los 40 que de los 30. Ella era bastante atractiva, aunque su rostro denotaba que no era uno de sus mejores días, parecía preocupada o tensa por algo, quizás esto también le animó a decidirse por ella, a que ella fuese su víctima. El desamparo que se traslucía en ella, al menos en este día. Él necesitaba salir de su estado anímico de saturación por el trabajo, fuera de él eran pocos los acontecimientos de distracción, y así por unos momentos, llegado a casa él seguiría fantaseando con ella, con lo que habría pensado y sentido al leer lo escrito, si lo habría descubierto enseguida o si por el contrario sería pasados unos días cuando lo hallase. Eso le distraería. Nunca la había visto antes como había sucedido con otras muchas. Pero estaba decidido, además, el texto que llevaba escrito le encajaba perfectamente a ella, el texto decía:
“¡No te preocupes! Tú eres la luz, y lo que te atenaza te soltará y dejará paso a lo que deseas que llegue. Tú eres la luz, y como tal me has guiado hasta ti. Hoy al verte, me di cuenta que harás conmigo lo que quieras, y me da igual, solo te pido que mires a tu alrededor y me encuentres, y me lleves contigo, eres el amor que siempre he querido, me gustaría ser tu elegido.”
Realmente lo que había escrito como un sentimiento interno, sin una imagen evocadora, se había transmutado de tal manera que se ajustaba a ella como un guante a medida. Esta vez el sentimiento y la emoción de esas palabras iban mucho más allá, el texto se había convertido en realidad, y aunque sabía que era una ingenuidad por su parte, sí que quisiera ser su elegido, él con ella se quedaría.
Lo que parecía sería un problema por la distancia entre ambos, por un acto del azar se derrumbó y dejó de ser problema. En una de las paradas entró una embarazada y ella se dispuso a cederle el asiento, y seguidamente se desplazó unos metros en dirección a él. Al verla acercarse entendió que era la ocasión idónea, y con el sigilo y el disimulo habitual, consiguió introducir la nota en el bolsillo de su cazadora al quedar un acceso estrecho a su paso ante él, y pasar muy próximos uno del otro. Él ya estaba contento y feliz, ahora seguiría ilusionándose e imaginando su cara y su sorpresa e incluso su posible miedo por lo encontrado en su bolsillo, por lo escrito. Ella se bajó dos estaciones antes que él, esto le alegró también, puesto que quizás la volviese a ver por el barrio, la cosa podía dejar de ser una quimera. Al llegar a casa, aunque agotado no pensaba en el trabajo, pensaba en la mujer, y comenzaba a revisar mentalmente lo sucedido y como otras veces le había pasado, le recorría un escalofrío por el cuerpo, era la soledad que de repente se le hacía presente y le cambiaba un poco el gesto, por que se hacía ilusiones de que alguna vez, además de repartir notas a desconocidas, pudiese tener a alguien cercano a quién lisonjear, dejándole notas bajo la almohada al irse por la mañana, o escondérselas en el cajón de la ropa interior donde sabría que ella lo encontraría en su ausencia. Y ya con la mirada perdida y los ojos algo vidriosos, se dispuso a vaciar los bolsillos de su abrigo, cuando al introducir su mano halló aquel papel que parecía de propaganda, pero que él no reconoció haber cogido, y al girarlo encontró aquella frase que le sobresalto y aceleró el pulso.
. *Nuestro regalador de palabras se quedaría con ella, con esta última que vio y quizás le toco más que todas las demás vistas e imaginadas y soñadas en sus papeles, como nos canta Manolo García.
. **NA: Publicado originalmente el 23 de Enero de 2013. Hoy recibe una segunda oportunidad.