• Inicio
  • Autor
  • Credenciales
  • BSD (Banda Sonora Desafectada)
  • The Last Bee (Relato compartido)
    • Una Mascletá marina
    • Flanagan, el Apicarium RX2000 y Wall-And

desafectos

desafectos

Archivos de etiqueta: palabras

Hiere y arruina, la palabra

15 Miércoles Abr 2020

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 34 comentarios

Etiquetas

Al fin sola al fin loca, Christina Rosenvinge, desafecto, desamor, desencuentro, Enfado, Flores raras, loca, locura, Música, palabras, Ruptura, Sola

¿Puede una palabra arruinarlo todo? ¿Una frase puede arruinar un pasado común y un futuro posible que ya no será? ¿Puede un momento de ofuscación desbaratar lo común? ¿Puede deshacerse el lazo por una palabra que resulta ofensiva y dolorosa? ¿Puede para alguien doler tanto un vocablo, a priori inocuo y sólo descriptivo sobre un acto para el que lo verbaliza? Puede.

La voz no ahogada, a veces ahoga. Lo dicho como defensa o purga en un enredo o discusión o enfado, pero sin intención de ser arma arrojadiza se transforma en dardo o daga que hiere y saja. La palabra que no parecía en exceso grave se convierte para el otro en un exceso y hace yaga incurable y comienza su desangre a borbotones, licuando el amor hasta ese momento habido por ser insoportable e inasumible el insulto que ha sentido recibir. Y duele más ese sonido expelido por el amante que un bofetón, mucho más, duele como si lo más grave hubiese sido dicho, como si lo más deshonroso hubiese sido puesto en boca del amado, que ya no puede entenderse como tal; y el –perdón- y la disculpa no bastan cuando el puñal en forma de palabra ha entrado tan hondo que corta la respiración.

Nunca se sabe bien del todo con que carga emocional está lleno el vocabulario que guarda y atesora cada uno; las palabras son palabras pero cada uno las hincha y moldea con unos matices que las transforman y dan vigores e importancias no compartidos y no comunes. No hablo de palabras gruesas y cargadas de acritud que por sí solas denotan insulto y humillación o agravio y ofensa entendidas por todos por igual. Hablo de palabras menos agresivas o al menos dichas sin el ánimo de provocación y más como descripción ante el acto imprudente. Pero lo escuchado en un momento crítico puede cegar el entendimiento de tal manera que ante lo oído se rompa todo y no quede nada. Una palabra, seguida de una corta frase desliza el final de manera abrupta.

– Loca. Estás loca.

Y seguido, como una exhalación surge la respuesta tajante de ruptura, y el silencio, largo silencio, denso silencio, tenso silencio por horas. Después, los días compartidos en los que continúa el silencio y el trato formal de los que cohabitan pero cargado de duelo, con deseo de fin y olvido. Insostenible lo cotidiano en una atmósfera colmada de ultraje que si se alarga se emponzoña más, caldo perfecto para el rencor cuando ya nada queda para ella, salvo un adiós con miradas huidizas.

Como siempre hizo con sus decisiones no hubo cambio de opinión, no reculó, no dio un paso atrás después de la reflexión y el pensamiento en frío. No aceptó la disculpa ni apartó su enfado, se dejó llevar hasta el final por lo que entendía como dolorosa afrenta. La rabia y el dolor tensan el rostro y la mirada queda brillante, apartando los restos del naufragio para evitar la posible salvación.

Uno se pregunta qué fantasmas recorrieron sus estancias, qué miedos cargaron la palabra que la hizo tan pesada, que vivencias afloraron con esa palabra temida y odiada, qué pasado hubo cercano o lejano que infirió a ese estado como lo peor con lo que a uno se le puede designar, o si hubo sangre de su sangre o sangre cercana realmente marcada por ese adjetivo común que deja de serlo para convertirse en un epíteto tan ominoso que lleva a un acto, ahora sin duda, cargado de cierta locura, de pérdida de la razón, un acto visceral, nada meditado que acaba con todo.

 

.

.

.     *Quizá sin saberlo su destino era arruinar lo común para terminar al fin sola, al fin loca, como canta Christina Rosenvinge.

“Al fin sola, al fin loca“

Christina Rosenvinge - flores raras

.     ** Publicado originalmente 23 de Octubre de 2015. Hoy recibe una segunda oportunidad.

 

Lo mal que nos comunicamos

21 Jueves Nov 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 22 comentarios

Etiquetas

anuncios, comunicación, descanso, lenguaje, Los Rodríguez, Música, palabras, Palabras mas palabras menos, publicidad, Recuerdos, Ruptura

Llego a casa cansado físicamente, pero sobre todo mentalmente, bregar a diario con las palabras es agotador, todo el día decidiendo e interpretando y gestionando las expresiones de otros; que hablan, escriben y cuentan cada vez peor o de manera más críptica, no ya con su intencionalidad si no por la falta de destreza con el idioma, con el lenguaje, y no hablo de hacerlo con errores gramaticales o sintácticos, si no por la elección de conceptos y palabras equivocadas en un intento de mostrar nítidas sus opiniones, pero no consiguiéndolo, y contrariamente creando una nebulosa por la que adentrarse en busca de algo que aprovechar, algo con sentido lógico, es toda una aventura. Hay gente que cuando se comunica con nosotros debería darnos un anexo explicativo para que su mensaje lo podamos entender. Muy alejados ellos del dardo en la palabra que decía Lázaro Carreter. Y el cansancio se hace mayor cuando has de convencer a un tercero de que lo que está leyendo no es con el sentido que a él le llega o él interpreta, si no con otro que no se ajusta a lo que se ha preguntado o de lo que se está hablando, o que lo dicho va en otra dirección a la que esos vocablos nos podrían llevar en una primera impresión por su falaz utilización y que tan lejanas quedan de su finalidad real. También he de reconocer que a veces nuestras preguntas son demasiado ambiguas o no están del todo bien redactadas.

Me descalzo, es una delicia liberar los pies de la opresión sufrida todo el día, me pongo ropa cómoda de la que tengo para estar por casa, sólo con estos dos gestos parece que uno ya empieza a revitalizarse, a tomar fuerzas, el proceso físico de recuperación ya está en marcha, ahora queda el dejarse caer en el sillón y que la mente se una a ese proceso de relajación. Antes, cojo una cerveza del frigorífico y la vierto en un vaso que también mantengo dentro de la nevera. Según la estoy echando ya casi la saboreo, como en esos anuncios que al caer la cerveza se forma la espuma y se te hace la boca agua deseando tener una cerca para beberla; en este caso ese sueño se va a cumplir ya mismo, y además sin la necesidad de irme a una isla o una cala y pasármelo “superdivertido” ligando o quizás en un concierto, todo muy hípster.  Se dará cuenta esa gente que esta idea publicitaria ya está agotada.

Me siento en mi sillón preferido, es preferido por que no hay otro, pero me gusta darle ese protagonismo, “Mi sillón”, una tonta extravagancia. Me quedo ahí unos segundos callado escuchando el silencio, respiro hondo, doy un sorbo de mi cerveza y abro un libro, aunque esto parezca contrario al descanso necesario, si llego como he dicho, con la cabeza atiborrada de palabras-; pero éstas lúcidas, por una vez en el día, me ayudan a desintoxicarme. Pero hay días, en los que esas palabras escritas no entran en mi cabeza ocupada sin darme cuenta en buscarte, buscar alrededor de la estancia entre los muebles que los dos decidimos colocar en ese o aquel rincón, buscarte en las paredes en donde aún cuelgan los cuadros que elegimos en nuestros viajes. Es imposible encontrarte pero es difícil no verte en cada mirada a mí alrededor, todo eres tú, todo es tuyo y mío, aunque ahora sólo es mío. Quizás yo tan embebido en mis palabras laborales no dejaba ninguna para las cuestiones domésticas, quizás llegaba tan desgastado que no me salían las necesarias para poder comunicarme, quizás como esos textos que leo en el trabajo y no dicen lo que deberían decir, yo tampoco supe expresarme ante tus interrogantes, ante las preguntas de tus ojos que quizás no miraba tanto como hubiese sido necesario. No supe interpretar tus gestos, ni interpretar tus frases, ni ese; – no pasa nada, y mis palabras ante ello no eran réplica coherente para discernir que algo nos pasabas, por supuesto no supe darme cuenta de que mi discurso era una entelequia indescifrable para ti y para lo nuestro y quizás te cansaste como yo de darle vueltas y sentido a mi decir fuera y alejado de lo que tú querías y necesitabas oír. Me fijo en la pantalla bien grande de la nueva televisión, aquella que compramos no hace tanto en la que queríamos ver películas de amor, bien pegados los dos en el sofá. Y recuerdo cómo te reías de mi cuando veías que las lágrimas humedecían mis ojos y tragaba saliva cuando la peli era sensiblera o con un duro embate para el devenir de los personajes, y cómo en esos casos me abrazabas y me decías; – Amor, si es que eres muy sensible. Veo mi propio reflejo en la negra pantalla que se me ofrece como un oscuro espejo, hago una mueca y me digo que la sensibilidad no es un aval para que te quieran por siempre.

Necesito seguir sacudiéndome el cansancio y ahora también tu imagen, y enciendo el televisor. Me dejo llevar sin mucha atención por los programas y publicidades que les acompañan y les dan de comer.  Y es ahí donde vuelvo a sufrir otro revolcón comunicativo de los que estaba consiguiendo desembarazarme con metódica dedicación. Ante mí, una batería de anuncios, intentando seducirme para que sea un consumidor de su producto o marca, o al menos que lo tenga en cuenta si surge la necesidad de ello o más aún, algunos osados intentan que sin esa necesidad en mi vida yo me la cree bajo el influjo de su sugestión, y he de reconocer que algunos lo consiguen.  Lo hacen de mil maneras diferentes, de lo racional a lo irracional, de lo tradicional a lo más vanguardista, del reclamo con aires del pasado que ahora dicen “Vintage” a la utilización de la tecnología más futurista. Y en esa amalgama de imágenes e ideas y formas de comunicar, surgen los que nos dan un bofetón, y te quedas noqueado, pero no por lo positivo, sino porque dos segundos después de acabar el anuncio dices:

-¿Qué me han querido decir? ¿Qué se ha fumado el creativo? ¿Cómo ha conseguido colar este anuncio a esa empresa?

En otros casos dices; -Qué bonito, pero no me he enterado de nada. Estos son resultado de muchos artificios visuales, llamativos la mayoría de ellos, pero que no llegas a entender que han querido decir. Por ejemplo; una especie de náufrago recorriendo un trasatlántico. Todo muy visual y con ritmo siguiendo la línea de sus buenas campañas anteriores, pero, esta vez  ¿qué me han querido contar? ¿Qué me haga un crucero? Normalmente sus anuncios aunque algo surrealistas contaban una historia más o menos “seguible” o entendible, pero en esta ocasión me perdí.

Y pienso otra vez, como antes con la gente que se expresa mal, que algunos anuncios nos deberían llegar con un anexo explicativo para poder entender esa deriva creativa.

La intención de diferenciarse llega a hacer que algunos anuncios sean descabellados y que en vez de beneficiar a la marca sólo se convierta en un absurdo despilfarro, que si bien no llega perjudicar a la marca sí posiciona mentalmente a la marca en un área del cerebro del usuario que quizás no sea el idóneo, y sin duda sí que es un derroche de dinero sin retorno. Aunque es evidente que en algunos casos lo que se intenta solamente es notoriedad, llamar la atención, buscar esa “viralidad” tan de moda, que es tan fugaz como intrascendente la mayoría de las veces, que convierte ciertas campañas publicitarias en algo ridículo. Esto como en todo va por modas; recuerdo la moda de las canciones y bailes en los anuncios como si fuesen musicales, y como a una marca le dio resultado, muchas se lanzaron en busca del mismo maná, fracasando o cansando al personal por insistentes y pesados con una fórmula que ya no resultaba original. Algo parecido pasó en la época de los anuncios surrealistas de los Hipermercados que también la alargaron en el tiempo en exceso siendo unos cansinos y perdiendo toda la gracia inicial. Muchas veces los publicistas se ahogan en su propio éxito intentando agotar hasta la saciedad una línea publicitaria o peor aún trasladar una idea que tuvo éxito con un producto a otros muy diferentes como si lo que funciona para un mercado pudiese hacerlo para cualquier otro. Y ya no hablemos del responsable de la publicidad de una compañía que llama a la empresa del creativo de turno y les dice; – Quiero que me hagáis lo que habéis hecho para esa marca.

Y en estas estoy medio aturullado otra vez como en el trabajo con mensajes absurdos y confusos; viendo perros que rastrean, gente que es golpeada por una mano gigante, un tipo recibiendo bofetadas en la cara, mensajes poco cívicos, como el de llevar un perro suelto en el asiento delantero del coche, y los que más me asquean de responsabilidad social corporativa. Cuando llega el unicornio rosa ya no me queda otra que apagar el televisor si no quiero caer otra vez en el agotamiento y perder el poco equilibrio mental que me queda. Todo queda en silencio, muy en silencio, ya no estas para enredarnos con las palabras y hablar de la mala publicidad, no estas para que compartamos esas dudas sobre lo que nos han querido decir esos anuncios tan raros y absurdos, ni alabar en algunos pocos casos los buenos que a veces nos hacían reír.

 

 

 

.     *Como en la publicidad que no da bien su mensaje evitando con ello la fidelización del cliente, en cualquier campo de la vida, una mala comunicación nos lleva a que no nos entendamos por exceso de palabras o por defecto de ellas, y en la pareja esto se acentúa y todo acaba por lo mal que nos comunicamos. Al final todo son palabras más, palabras menos, como nos cantan Los Rodríguez.

“Palabras más, palabras menos“

Los Rodriguez - palabras-mas-palabras-menos

.     **Publicado originalmente 27 de Noviembre de 2014. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Palabras que hieren

19 Jueves Sep 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 10 comentarios

Etiquetas

Adiós, celos, dolor, escritos, Fiesta, La bien querida, letras, libertad, Música, nausea, Odio, palabras, rabia, Ruptura, seductor, Sentido común, vocablos

Fui yo quién desencadenó el odio o el odio me vino a buscar, ya es mañana qué más da.

Ayer sentiste celos por mí, las palabras leídas te hieren como cuchillos que se clavan en ti. ¿Fui yo el responsable de que me quieras matar o eres tú que no sabes aguantar? Qué más da si no me vas a escuchar.

Que lo escrito duela, si no va para ti, es un problema que no hubo ni habrá. Las palabras, aunque escritas no las lleva el viento, vuelan para los demás, cada uno las acoge como las quiera sentir, si odias que sean para los demás, que anheles que sean solo para ti, no lo puedo remediar. Desencadenan un odio visceral y me golpea cuando me lo echas encima como basura sideral.

No poder escribir, medir comentarios como un desliz que no debiera cometer ni suceder sería coartar la inspiración y eso es cercenar la necesidad de expresar y cabalgar por mundos etéreos, y deseo inconcluso jamás a cumplir. Palabras punzantes, vocablos dentados que se te meten adentro y te corroen y muerden y mastican las vísceras vulnerables a lo externo, y te encoges y retuerces con gran dolor, y la rabia y las lágrimas afloran. La miel en el texto se convierte en hiel para tus labios lectores, y saboreas lo rancio en que se ha convertido el verbo cuando lo sientes arrebatado a ti, cuando el destino no lo sientes como tuyo. Acre sabor discurre por tu paladar y desciende por tu garganta. Y las letras unidas adquieren olores nauseabundos y te hacen torcer el gesto, provocando arcadas y deseas echar afuera ese asco que te rodea, ese aborrecimiento. La cólera se apodera de tu mente enferma por tanta furia provocada al deglutir expresiones que se tornan pestilentes al pensarlas para otros.

Seductor de damiselas y musas y conquistas ficticias y diatribas con encantamiento, son tus argumentos del dolor insuflado por lo redactado. Las acusaciones vertidas y derramadas, recelos obtenidos por un sentido común que dejó de serlo, que ya está dominado por el ánimo detraído por lo visto e imaginado dolientemente. El sueño perdido te hace inestable, moliendo cada verso, delirante en busca de un sentido inescrutable que haga saber si hay detrás de él un destinatario que usurpe tu feudo autoproclamado.

El sentido común lo perdiste cuando te engañaste con la idea que lo escrito era traición e infidelidad, que lo negro sobre fondo blanco era una cuchillada en tu piel, una marca tras otra que te hace recordar a cada momento que no eres la destinataria de aquellos grafismos y caracteres que unidos dicen tanto y tan poco a la vez. Quieres poner coto a los símbolos lingüísticos para que no digan lo que dicen, para que no signifiquen lo que otros pueden interpretar y llevar a error y crear expectativas que solo tú ves posibles. Y no quieres leer más, no quieres compartir, no quieres ver sentimientos ajenos a ti que solo tú ves, y solo divisas palabras que pueden lastimarte aun siendo suaves y delicadas, convirtiéndolas en ásperas y bruscas por tu tamiz, y las sientes como agresión en vez de caricia.

Te preguntas quién eres para mí, y dices que preferirías no haberte fijado en mí. Como me quieres no es sano y te estás mintiendo. Aunque te explico que lo tuyo y lo nuestro es otras cosa, no son palabras son hechos, son actos, son castillos cimentados en algo más fuerte que unos vocablos, son lazos invisibles, y no lo quieres ver, y me espetas que ya no es como ayer, que me diluyo en lo escrito que ya no son para ti todos mis pensamientos, que ahora se evaden en busca de otros oídos que acepten lisonjas que dices que ya no te digo.

Y ya es mañana y cierras la puerta mientras esto te digo y no sé si volverás.

 

 

.     *Al protagonista del texto al igual que al de la canción de La bien querida le expresan las dudas que genera su forma de ser, de estar y de compartir…

“Sentido común“

.     **NA: Publicado originalmente el 19 de Octubre de 2012). Hoy recibe una segunda oportunidad.

 

Un mensaje recuperado

18 Miércoles Sep 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 13 comentarios

Etiquetas

Algo nos pasa, bilis, celos, daño, dudas, Enfado, Ira, justificaciones, La habitación roja, lanza, madrugada, Música, Mensaje, mentiras, palabras, rabia, universal, Veneno, vigilia

Tiene tantos celos que hasta quiere que deje de ser su amado y amigo, y él  no lo entiende, y recrea y piensa lo brevemente hablado, e imagina qué decirle, qué argumentar, busca palabras que puedan calmar y sosegar su ánimo, el de ella. Y lleva toda la noche desvelado, es incipiente madrugada y solo ha dado vueltas y vueltas en la cama sin poder descansar, proyectando como afrontar lo que vendrá. Le hubiese gustado dejarlo zanjado, pero no pudo ser, no hubo manera, no quiso responder.

  • No ha sido necesario eliminar el mensaje, debiste conseguir recuperarlo antes de que me fuese entregado, piensa decirle. No sé lo que pusiste ni a qué hora fue, dices que unas horas antes de ese otro, como alerta recibido, encomendándome a destruir el anterior. Tampoco sé lo que desató la necesidad de escribirme, según tú, con algo que me podía hacer daño si lo leía. Como no lo he podido leer no sé si me produciría dolor o no tus palabras, y esta es la peor situación, que te digan que hubo un mensaje cargado de sentimientos y ¿reproches? y no te llegue nunca. Ahora tengo un desasosiego interior por saber qué es eso que tanto mal podía hacerme. Y tú te niegas a decirme, y hacerme saber, y aunque yo te repito que me hace daño la ignorancia, tú te enrocas y callas, y cierras la puerta y das la espalda a lo dicho, para que así no me llegue de ninguna manera, aliviada de que el mensaje con la crítica y censura no cumpliese su cometido de echar en cara y reconvenir alguna actitud que no fuese del agrado tuyo, de quién lo manda y lanza como lanza en busca del pecho y corazón de alguien que dejó de ser amado y amigo, convertido en odiado y enemigo, al menos en ese momento de fiebre y de nublado pensamiento. Queda claro el camino y no hay flecos ni vericuetos que abran puertas por las que me pueda enredar, que sean diferentes a lo ya transitado, descorriendo esa blanca puerta, apertura al paraíso. Buscando la flor deseada, desflorando el prado y el paisaje florido, ya cerraste esa puerta con el mensaje envenenado, desaprobador, que si bien no llegó, sí que hizo su efecto, y ya sin quererlo me retuerzo de dolor intenso. La bilis insinuada y decidida en tu pensamiento, dicha y verbalizada para tus adentros, escrita y dirigida a mis sentimientos, pueblan ahora mi mente, sin saber ni siquiera si era fundado o infundado tu desvarío de celo doliente, y envidia de lisonjas ficticias, imaginadas por suspicacias inertes. 
  • Quiero recordar el inicio, o lo que encontraste como inicio para el enfado y el delirio. No lo hallo, doy vueltas, y llego al día anterior y no veo ni detecto indicio de error o disensión en el comportamiento o en lo dicho. – Piensa quizás escribirle. 

Y medita para sí. Las palabras que uno dice, si las mide otro y les busca vuelta y enredo seguro que lo encuentra y lo que pareció vago y sin criterio, se alza como duna que avanza por el viento, arrasando y tapando sin remedio. Lo vacuo se llena de inquina si se cree que el eco reverbera en el dañino hueco que queda por las palabras que no son dichas para los oídos que quieren ser únicos y sin contrincante al que disputar esos sonidos.

Y recuerda como si fuera hace un instante, cuando suena una llamada telefónica y tras descolgar se oye al otro lado una voz desesperada. Que dice que no lo abra, que no mire el correo y si lo mira y encuentra mensaje de su parte, que lo borre y destruya sin tentación de saber su contenido, sin ambages que supongan atracción por la misiva y evite la orden que recibe, y que oye con voz trémula. Avanzan desde el otro lado del auricular, que ya no quiere seguir, que no quiere el daño que siente, y presiente provocar o provocarse más, hacer o hacerse, sobre todo teme tomar iniciativa y hostigar sin miramientos al dolor que cause, que el suyo ya lo sufre y quiere evitarlo, y ante todo quiere evitar hacer el mal al otro, el mal que ella en sí advierte.

La voz angustiada, y angustiosa genera un pulular de mariposas en él, y suben a la cabeza, y no entiende lo que sucede, la nublada mente lo empuja al silencio un instante, y luego las palabras emergen y las justificaciones por lo que no entiende ni comprende. Justificaciones que suenan falsas pues lo son, por no ser ciertas, porque no hubo acción primera que pudiese llevar a la necesidad de rectificarse, y cuando se inventa un pretexto para excusar algo inexistente, una acción que no fue,  genera la certidumbre en el otro de que sí la hubo y que se es culpable por escudarse en la mentira. Y ese minuto de conversación abruptamente se interrumpe.

Y el silencio queda de nuevo en el aire, pues no hay respuesta, y ya al otro lado del auricular no hay nadie que siga oyendo las palabras que brotan para tranquilizar una inquietud imaginada, y la rabia se hace cargo de la situación, y marca el número, y no hay contestación, nadie descuelga, y la ira se apodera del ser que no comprende lo sucedido, e indefenso de la acusación queda maltrecho en su calabozo, confinado con sus pensamientos que deberá ordenar para salir cuerdo de este acoso, del  que no le permiten defensa, pues cortaron la comunicación. La noche se le hace eterna, quisiera que el alba despuntase ya, quiere el nuevo día para poder hablarle y decirle que todo es una equivocación, que no hubo lo que elucubra, pero que con ello, con su recelo, lo suyo, lo que había entre ellos queda herido y sin duda algo de lo sucedido no tendrá reparación.

Le hubiese gustado dejarlo zanjado, pero no pudo ser, no hubo manera, no quiso responder.

 

 

 

 

.     *En el texto, como en la canción de La habitación roja, el protagonista es consciente de que algo les pasa, y que lo dicho o escrito pero no escuchado o leído es la puerta que cierra el paso definitivo del uno al otro.

“Algo nos pasa“

La habitación roja - Universal

.     **NA: Publicado originalmente el 29 de Abril de 2013). Hoy recibe una segunda oportunidad.

 

Palabras incómodamente complejas

05 Jueves Sep 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 50 comentarios

Etiquetas

Alegría de vivir, amor, Felicidad, feliz, Música, palabras, Quién no corre vuela, Ray Heredia, Recuerdos, viajar, viajes

Hay palabras que tontamente les he dado un significado, quizás mayor y más etéreo de lo que en realidad tienen en sus acepciones del diccionario. Quiero decir que las palabras son sólo eso, palabras, pero cada uno las viste con unas solemnidades diferentes, y en mi caso hay palabras que están rodeadas de un halo especial que me obliga a usarlas con mucho cuidado y mimo, a tenerlas apartadas de mis labios, ya lo sabes tú, y de tan evitadas, en algún caso incluso, cuando hube de vocalizarlas salieron trastabilladas de mi boca, casi tartamudeadas por el pudor que me da o daba decirlas en esos momentos, por sentirlas falsas o incompletas o no acertadas para designar lo que de verdad sentía. Esas palabras como; amor, te quiero, querer, felicidad, feliz, amigo. Dar tanta importancia a la palabra dicha, seguramente es una obstinación absurda por mi parte, un intento de decir con la mejor palabra de manera certera lo que se quiere expresar y lo que se siente. Se gasta el lenguaje y pierde valor cuando se usa de manera vacua, sin el sentir, sin llenarla de verdad y utilizándolas meramente para decirlas sin ser sentidas. Por ejemplo feliz, es una palabra que podría ser muy fácil de usar, el diccionario dice: “Estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien. Satisfacción, gusto, contento”. Por tanto, si estoy a gusto y contento, podría decir que soy feliz, al aparecer cómo sinónimos, pero para mí feliz tiene un escalón superior, feliz es una agrupación de cosas mucho más complejas que ese estar a gusto, estar a gusto es eso “estar a gusto”, disfrutando y contento. Sin embargo, yo lo siento más como un estado idealizado y casi místico, es decir casi imposible de conseguir, sería un compendio de muchas cosas unidas. Diferentes sentimientos y sensaciones que juntas se transformarían en esa palabra; -FELICIDAD. Como ves sería una acepción más compleja que la habitual y que la gente usa (como es normal) a la ligera. Y claro, con esa utopía metida en mi cabeza, me lleva a pensar que la felicidad no existe. Por eso no te contesté en ese momento.

Me hiciste mirar atrás, muy muy atrás con aquellas preguntas sobre los momentos de felicidad en la infancia y más tarde de adulto. Tuve que estar bastante tiempo escrutando por esos años que se me muestran muy poco nítidos, más partes son las borrosas que las que puedo reconocer con facilidad. Incluso hay algunas que creo que las reconozco no por mi recuerdo si no por lo que me han contado, contaminado ese recuerdo por lo que otros han dicho que sucedió o he visto en una fotografía y me han contado sobre ella, y en la que me distingo a duras penas. Y también tuve que pensar en cada uno de los días del hoy, a los que casi ni presto atención, y que suceden rápidos aún en su lenta rutina; la rutina siempre se me antoja lenta y aburrida, como lo triste, frente a lo alegre que parece pasar deprisa, mientras los momentos menos gratos se nos ralentizan una eternidad.

–  ¿Qué te hace feliz en el día a día?-, preguntabas.

–  ¿Cuál ha sido el momento o momentos más felices de la infancia y de adulto?-, continuabas, pidiendo algo más concreto por lo ya vivido, y no lo venidero o futurible o deseado, o lo inmediatamente pasado del día a día, como era la primera interpelación.

Ante tus preguntas, pensé en ese día a día de ahora y del pasado. Busqué en el ayer y en la actualidad algún estado de ánimo de; satisfacción, gusto, contento, para poder responder. Y no encontraba uno que sobresaliese más por encima de los otros. Pero me apliqué para cuando volviésemos a vernos y conversar sobre ello, y ser capaz de darte respuesta. Aunque tú insististe en que no era necesario darle muchas vueltas al asunto e incluso que podía olvidarlo, que era una pavada. Pero sabes de lo tremendo que soy y no pude tomármelo como juego infructuoso para pasar el rato.

Me estuve preguntando durante algunos días, -¿Qué me hace feliz en el día a día?-, y me costaba responder, no encontraba nada en el paso de los días cotidianos que me suponga una satisfacción para así destacarla sobre nada de lo que me depara la vida desde el despertar hasta el acostarme. Hace años, desde mi juventud o desde siempre podría decir, este mismo pensamiento, -ahora casi apartado-, me abrumaba y me rondaba la cabeza con la desazón y sentimiento de desventura por estar perdiéndome algo, por no encontrar en cada uno de los días algo que diese sentido a esa palabra; “Feliz”. Con los años relativicé todo y ya no siento ese peso, esa necesidad de buscar alrededor constantemente momentos de aventura o acción o sexo que sacudan el tedio y el aburrimiento de lo corriente. Por eso, después de cerciorarme que verdaderamente ya no estaba idiotizado por ese afán de juventud, me llegó la respuesta, que es algo sosa, muy prosaica, incluso quizá decepcionante para ti:

–No tener contratiempos; siempre me alteran-.

Esa fue mi conclusión final, como ves nada atractiva. Nada de lo que alardear y hacer público a bombo y platillo, ni gritar a los cuatro vientos, no un objetivo inalcanzable, sino algo muy fácil de conseguir, a primera vista.

Luego rastreé en el pasado como me pedías; -¿Cuál ha sido el momento o momentos más felices en la infancia y de adulto?-, e igual que antes, no acertaba con ello, por ese hecho de que no existieron tal cual, por mi concepto particular de la felicidad. Después de insistir en los vericuetos de mi memoria, hallé uno que podría servir como ejemplo de un momento que resalta de entre los demás; son sobrados los que se ajustan a esas acepciones de contento y satisfacción. Siendo bastante pequeño recuerdo bien un gol que metí, y tengo grabado en la cabeza ese instante de mi infancia, en la que tanto me gustaba jugar a fútbol. Y si todavía lo veo nítido es porque quizás en ese momento fui feliz. Que absurdo puede sonar esto, ¿verdad?

Respecto a adulto, no sabría decir uno solo, he tenido muchos compartiendo con la familia, con amigos, contigo mismo más que con nadie, pero bueno por ceñirme a algunos más concretos; siempre que he viajado, que viajo, y quizás podría acotarlo un poco más al primer viaje que hicimos juntos, fue un momento, el de viajar para conocer mundo, que de niño jamás imaginé que pudiese cumplir. Luego he sentido gran satisfacción y contento en otros muchos viajes, en casi todos diría, como al alcanzar Machu Pichu, o durante los paseos por la Habana Vieja, o al llegar a Lhasa y ver el Potala y transitar por él, y cómo no, al viajar por la India. Tendría que enumerar muchos momentos y lugares para dar cuenta de esos “instantes felices”, pero tan efímeros e imperfectos que no llenan mí concepto idealizado. Quizás puedes pensar por esto que te digo, que me falta y no encuentro la alegría de vivir, y no te lo puedo reprochar, a veces yo mismo reflexiono sobre ello. Sé que no te gusta cuando me pongo así.

 

Por fin me quedo callado, algo sombrío. Tú me dejas hablar y hablar y hablar, como tantas veces que estamos juntos y conversamos. Mientras yo divago, tú escuchas. En ese momento no me doy cuenta de que quizás te aburro con mi perorata, que muchas veces se hace repetitiva y  redundante, y es largo rato después cuando tu silencio resuena, y me hace caer en la cuenta, de que de nuevo estoy con el verbo suelto y fácil, y que quizás hace rato que sobre lo que elucubro dejó de interesante y aunque fuiste tú quién hizo la pregunta, a veces no ya hoy sino en otra ocasión y yo me la llevé como tarea para la siguiente vez, soy yo el que no mide la respuesta y va dando rodeos y hago elipses argumentales que me acercan y me alejan del tema central de la conversación que deja de ser conversación para convertirse en monólogo. Me doy cuenta que soy incorregible, y te lo hago saber y tu sonrisa, -que me desarma-,  ya me da el perdón a mis pecados y tu mano acercándose a la mía me dice que no hay nada que perdonar que te gusta oírme divagar. Y es cuando me doy cuenta que eso es la felicidad, ver y sentir tu mano sobre mi mano, ver esa sonrisa y saber que me escuchas y me miras, y yo estoy bien, “estoy a gusto” así, mirando esa sonrisa y esos ojos que me sonríen a la vez.

 

 

 

.     *Yo lo busco y no lo encuentro, mi manera de sentir… nos canta Ray Heredia, como a veces el protagonista del relato.

“Alegría de vivir”

Ray Heredia - quien-no-corre-vuela

**NA: A Bypils, que me provocó el relato que iba postergando.

.     **NA: Publicado originalmente el 11 de Marzo de 2014. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Problema y solución

04 Miércoles Sep 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 16 comentarios

Etiquetas

Cafetería, callar, Decir, desafecto, desamor, Efecto Mariposa, escribir, escritos, Granito de arena, Leer, Literatura, Música, No decir, notas, ocultar, Ordenadores, palabras, papeles, pareja, Vivo en vivo

-“Dejar de querer no se deja fácilmente, pero sí que creo que el desapego y el desafecto llegan paulatinamente, y cuando se hacen presentes es más valiente decirlo y sucumbir ante la realidad que seguir hasta un final que quizás no sea el mejor final, puesto que puede que no sea nuestra mejor historia, acaso haya otra historia esperándonos para ser contada y vivida más plenamente”.

Pero esto son sólo palabras, es sólo literatura, la vida es más complicada, aquí es todo más fácil decirlo y que parezca fácil hacerlo, por eso lo escribo, por eso te lo digo y no te lo digo, te lo estoy diciendo aquí, pero falsamente, puesto que nunca llegará a tus oídos, ni a tus ojos para ser leído. Hoy me armé de valor y me lancé para dejar de ser un cobarde, para no seguir engañándote cuando te digo lo que te digo y no siento en verdad eso que verbalizo y con voz melosa y cicatera de verdades infundadas y buenas palabras te envuelvo, y tu sonrisa y el brillo en tu mirar me devuelve al malestar de mentir y no hallar la manera de no disfrazar y falsificar lo que en verdad llevo dentro que no es amor sino alejamiento, deseo de partida y comienzo de nuevo, de búsqueda, pero sin disimulos y engaños explorando los caminos deseados, las colinas a subir para ver otros paisajes y otear otros campos.

“Nosotros somos el problema casi siempre, en nosotros está la solución siempre”, me digo. Yo soy el problema, y yo soy la solución, al menos en lo que concierne a mí, lo que me hará no sentir la vida perdida, lo que evitará la amargura. Cómo evitar mi pesar sin trasladártelo a ti, sin hacer que mi liberación se transforme en tu desconsuelo y aflicción. Yo sólo veo ruinas endebles donde tú ves el castillo sólido al completo, yo lo veo de papel ajado que cederá con el viento, con mi soplido si me atreviera a hacerlo. Pero realmente el viento lo que se llevará son estas palabras, es este papel, en el que pongo lo que no me atrevo a decir de viva voz, que se trastabilla cada vez que frente a tus ojos lo pienso, y que hace que baje los míos hacia el suelo, y que aparente cansancio físico, cuando lo que me cansa es lo nuestro. Este peso, esta carga, este trauma.  Agobiado y triste e infeliz, se me muestra el hoy, y peor aún, el mañana y el pasado mañana  y el resto de los días hasta la muerte, que me llegará quizás antes por las ganas de vivir desaparecidas, por el tedio de la convivencia no querida, por el poco valor a dar un paso, a haberlo dado cuando había tiempo. He buscado y rebuscado e indagado dentro de mí y a mi alrededor para solventar este estado de ánimo, me he dicho tantas veces que el problema soy yo y que si miro dentro será sencillo solucionarlo, y fácil encontrar el error en el que me muevo y por el que vivo falseando todo lo que concibo, todo lo que nos concierne y emponzoña lo nuestro. Y el yerro no se muestra y entonces asumo que no es tan sencillo saber el motivo del fallo en la relación. Nunca hubo desaires ni discusiones ni palabras mal sonantes ni voces elevadas ni reproches constantes. Eso es lo peor, que no hay, no hubo una motivación para este lastre que me hunde y ahoga en la tristeza más lacerante.-

El papel arrugado en el suelo de la cafetería a mis pies me llamó la atención, no sé que me impulsó a cogerlo, quizás mi curiosidad o quizás más mi vena cotilla de saber que podría contener. En aquél lugar hay mucha gente que va a leer y escribir y consultar páginas web o sus redes sociales o sus correos personales en sus “portátiles”, y también hay gente que se acerca a leer libros en papel, y pocos ya a escribir en papel. Quizás fue esto lo que me llevó a recogerlo, la cada vez menor posibilidad de encontrarse lo escrito por alguien tirado en el suelo, el ver que era un folio hecho bola, no ya caído u olvidado, si no desprendido de él por su autor o autora a propósito con ánimo de convertirlo en deshecho. Cada vez más lo que se escribe es en formato electrónico y cuando uno se deshace de ello se borra y desparece con más facilidad y menor posibilidad de que un extraño lo pueda leer, que alguien ajeno al destinatario final, si es que lo hubiese, pueda saber lo que uno escribe sin el deseo de que sea así, leído por casualidad o por accidente, recogido del suelo o de una papelera. A no ser que el que lo lea lo busque con un propósito de saber y conocer investigando en tu ordenador, pero eso sería como leer en un cuaderno o agenda o diario sin consentimiento, eso sería otra cosa, sería como una violación de tu intimidad. Y esto bien podría parecerse, pero no lo veo así, no está acompañado de la alevosía de la búsqueda, es más un encuentro fortuito con la palabra y el grito necesario de quién lo ha escrito. Es cierto que turba un poco leer la intimidad de alguien, cuando ese alguien no lo ha elegido como público. Uno traga saliva, e incluso se sonroja, por creerse un poco en falta, pero el deseo de saber es más fuerte y la lectura se hace rauda y con ganas de interiorizar y conocer lo sentimientos de quién puso esas letras, esos pensamientos y en este caso sentimientos, de desamor, desafecto y desaliento.

Al terminar de leer un poco de ahogo surge, y la espera a la pareja se hace más impaciente, quiero contarle lo que he encontrado y que también lo lea y congratularme con ella de que no tenemos ese problema, que esa flaqueza no la hay entre los dos, pero la tardanza hace que le dé vueltas al asunto y me empieza a asustar, porque hoy no siento lo que he leído pero quizás como dice el papel, pueda llegar alguna vez el cansancio de uno en el otro, poco a poco sin ruido sin avisar, y que lo que hoy se ve imposible llegue a suceder, que llegue el momento que uno de los dos necesite irse a un bar para escribir lo que no se atreve a decir con las palabras a los oídos del otro. Y miro alrededor tontamente para ver si puedo identificar a quién escribió eso y que ahora esté con su pareja como si nada, con total normalidad, esa normalidad que ahora ya no consigo para mi, ya no estoy seguro de querer enseñar ese texto a mi pareja, no quiero plantearme que lo que he leído quizás ya esté empezando en mí o en ella, sé que si se lo muestro lo hablaremos y elucubraremos sobre ello, y ese hálito pueda quedar posado entre nosotros. Miro por el ventanal, miro a la puerta de entrada, y por fin veo llegar a mi cita, por fin puedo olvidarme de este papel escrito y lo arrugo y lo tiro. Pero en el fondo no lo olvido.

 

. 

 

.     *Teme que se conviertan en dos extraños como en la canción de Efecto Mariposa, y le asusta y no quiere ni pensárselo, teme que lo leído se convierta en profecía.

“Granito de Arena“

Efecto_Mariposa-Vivo_En_Vivo-Frontal

 

.     **NA: Publicado originalmente el 20 de Junio de 2013. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Regalando palabras (6ª parte)

13 Martes Ago 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 21 comentarios

Etiquetas

afecto, Amistad, amor, angustia, aprecio, Arena en los bolsillos, compañera, compañerismo, compañeros, desafecto, desvelo, duda, dudas, En el oscuro abismo en que te meces, Fiesta, frase, Manolo García, Música, miedos, nervios, noche, nota, notas, palabras, Post-it, sentimientos, Trabajo, tristeza

De dadivoso adulador ha pasado a adulado y eso lo tiene descolocado, lo que nunca pensó que le pasaría en su vida, siempre afrontada como mero espectador, sin ánimo de explorar ni pretender nada, en ningún caso como agente activo, más como un elemento vegetativo, quieto, esperando ese final marchito que nos espera a todos dando igual como hayamos pasado la vida. Él se había decantado por un transitar sin sobresaltos, dejando pasar los días, con una existencia anodina y tranquila; buscar y desear, ahora lo atenaza y lo angustia. Como a todos cuando deseamos que algo llegue y nos precipita a la inseguridad e impaciencia y a la duda. Más que nunca la duda se apodera de sus días. Duda de si ha estado equivocándose toda su vida, con esa actitud suya. Duda de si esto es real o se está volviendo algo paranoico. Duda de si ir a esa fiesta. Dudas y más dudas. Siente que se está acobardando; – ¿Y si allí encuentra lo que lleva días deseando encontrar? ¿Qué pasará? ¿Cómo debe actuar? Aunque ahora con estas manos trémulas que sostienen el Post-it duda si realmente quiere que suceda. Mira las palabras escritas en ese cuadradito de papel amarillo, con tinta azul; tinta quizás de alguno de sus dos bolígrafos que tiene encima de la mesa, que no son los que la compañía reparte a los empleados, a él le gusta utilizar los suyos propios. Tiene la tentación de escribir con ellos para comprobar si el color y el grosor del trazo son exactamente iguales, a primera vista sí que se lo parecen. Esto querría decir que a la persona que lo escribió no le importó que alguien, incluso él mismo, le pudiese ver en el acto de escribir y dejar el mensaje. Eso querría decir que no lo hacía a hurtadillas y con el afán de que nadie pudiese saber o averiguar sus intenciones; si no fuese así, hubiese llevado la nota ya escrita para no tardar en dejarla buscando por la mesa, y no encontrando a priori el taco de Post-it puesto que lo guarda en el cajón, y por tanto rebuscando en su intimidad, tardando más y poniendo más aún en peligro esa decisión de moverse en la sombra y la clandestinidad, redactando allí en la misma mesa, el manuscrito a la vista de cualquiera. Quiere pensar que quien le deslizó la nota en su bolsillo y ahora el mensaje pegado en su pantalla del ordenador son la misma persona, de otra forma no ve la manera de poder alcanzar a saber quién era la precursora de su incertidumbre, quien hizo de detonante haciendo estallar delante de sus ojos su planteamiento de subsistencia, y que ha puesto en los últimos días sus convicciones de vida patas arriba, y que lo mantiene en vilo. Quiere pensar que al fin va descubrir a su admiradora o admirador, nunca se puede saber si se despierta ese afán amoroso a los del mismo sexo aunque uno no lo pretenda, pero esto último lo quiere descartar. Si no fuese la misma persona, si no logra acabar con esta situación va a perder la cabeza. Ahora, por este mismo estado de excitación que le hace temblar, se arrepiente un poco, como días atrás, de haber estado repartiendo notas durante estos últimos años sin darse cuenta del daño que puede haber provocado cuando su intención era la contraria. Desde que despegó el mensaje del monitor estaba algo confuso, pensó en lo descabellado que le parecía hace unos días que fuese alguien del entorno laboral su admirador, pero todo se le ha trasmutado con este papelito amarillo que ha hecho volver a pensar en sus compañeras y sin darse cuenta se ha visto imaginando y ensoñando con Helena, con la que más intimó, si se le puede llamar así, por contarse pareceres sobre la vida y los sentimientos y la forma de afrontarlos, y que la empieza a ver con otros ojos, quizás se está forzando él mismo a mirarla con otros ojos, con una mirada que antes ni se le pasó por la cabeza, ni siquiera después de aquella conversación. Él en su mundo, evitando quizás por miedo, otras posibilidades, otros universos. Cómo no se ha fijado en ella antes con este parecer de hoy, que se le ha vuelto ardiente y doloroso, como una llama en el pecho, que le produce quemazón y aprensión y ahogo.

Encaja tanto con él. Nunca se le ocurrió poder dar con alguien con los pies tan en la tierra, sin pájaros en la cabeza sobre los afectos pero que a la vez no renuncia al amor, al compartir, al acompañarse sin grandes pretensiones, sin grandes horizontes que conquistar; solo con el fin de encontrar a alguien con el que estar a gusto durante el camino hacia ese horizonte. Con su ceguera y su sentirse diferente, siempre dudó que hubiese alguna persona que pensase como él. Pero tan llanamente lo expuso ella aquella vez, en la que le compartió ese pensamiento sobre el acompañarse las parejas hasta los últimos días, cuando ya no queda la fogosidad inicial, sustentados sólo en el aprecio mutuo, que es ese rescoldo que queda tras el amor marchito, que no tuvo dudas de que ella era especial, distinta a los demás, que ella era muy similar a él, y quizás por eso mismo no siguió pensando en ella tras aquellos días con ojos amorosos ni románticos; alguien como él, no pensaría en buscarse pareja, en buscarse un apoyo, alguien como él se bastaría sola. Pero ahora todo ha cambiado, todo su planteamiento de vida sufrió un revolcón, y aun sin ese impacto luminoso de partida que reciben dos desconocidos que se encuentran o son presentados por terceros y se atraen de pronto sin remisión alguna, con un palpitar de corazones y brillo en la mirada y deseo desbordado en el sexo; quizás aún sin eso, sea este el momento que el destino les ha deparado para su encuentro y unión. Puede que ellos llegasen directamente a ese momento de acompañarse y del aprecio mutuo por un atajo, sin pasar por la inicial fogosidad, saltándose esos preámbulos. Seguramente haya pasado muchas veces en la vida de otras muchas personas, la historia está llena de casos así, en los que el tiempo cansa el vivir y llega un día en el que se necesita de un sostén, un bastón, y a su vez otros necesitan de nosotros para sostenerse y seguir avanzando, y surge el deseo y la necesidad de acompañarse el uno al otro.

Aunque ese era de siempre su parecer, pasados estos días, está empezando a pensar que quizás nunca pueda ser así, que no hay salto ni atajo posible, que siempre se parte de un ardor catalizador que desboca las llamas y avanzan y arrasan los sentimientos que teníamos pulcramente custodiados, todos bien aislados con un aséptico pensamiento racional, pues él ahora en su pecho percibe esa fogosidad. Mira las dos notas, y se siente tan vulnerable, que le da miedo. Lo intenta analizar fríamente; ¿cómo se ha transmutado en un ser tan endeble y guiñapo de lo que era? Sólo por la hipótesis de que sea y suceda algo que en nada tiene fundamento real, basado sólo en elucubraciones de lo que pudiera ser. Remira las dos notas, y se siente tán ridículo.

 

 

. 

. 

.     *El protagonista que se mecía y complacía mirando y escribiendo a los talles y rostros de bellas y tristes mujeres,  ahora se mece sobre un oscuro abismo como nos canta Manolo García.

“En el oscuro abismo en que te meces“

manolo garcia-arena en los bolsillos

.     **NA: Publicado originalmente el 10 de Abril de 2014. Hoy recibe una segunda oportunidad.

 

Regalando palabras (5ª parte)

12 Lunes Ago 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 30 comentarios

Etiquetas

afecto, Alguien que cuide de mí, Amistad, amor, angustia, aprecio, cena, Christina Rosenvinge, compañerismo, desafecto, desvelo, dudas, Fiesta, frase, Música, miedos, nervios, noche, nota, notas, palabras, pena, Que me parta un rayo, sentimientos, tristeza

Ya no ha vuelto a dejar la nota en el cajón, ya la lleva siempre consigo, metida en la cartera cerca del corazón. Después de aquel primer impulso de dejarla y olvidarla, ha pasado a no desprenderse de ella. Al releerla días después de sacarla del cajón, contempló también la idea de tirarla, pero no se atrevió. No era supersticioso, pero deshacerse de ella le creó desazón y miedo al “mal fario”, lo vio como un desplante, un mal gesto ante un piropo hecho con delicadeza. Pensó que por respeto a quién se ha molestado en decirle y hacerle llegar unas palabras tan deliciosas no debería destruirlo, al menos hasta saber de quién provenía y que intenciones había tras esa misiva.

Ha pasado una semana desde el día del descubrimiento, y no ha vuelto a recibir nada. Un poco infantil se deja llevar por la fantasía y el deseo de que fuese ella, su vecina del tercero, la que sonríe tan luminosa. Es absurdo ese pensamiento, ella está casada, pero en su imaginar sucede que en el ascensor no puede evitar decirle a la cara lo que en la nota pone. Se lo quita enseguida de la cabeza. Cada día se siente más estúpido, quizás no debería darle más importancia al asunto, dejarlo estar. De buscar una razón para esta situación está agotado. Desde que la lleva encima, la saca en el transporte público y la lleva en la mano durante el trayecto para que se vea bien, como un señuelo, intentando atraer al depredador culpable de este estado de incertidumbre, observa los gestos para ver si alguien se delata al ver la nota. Pero en estos días no ha pasado nada reseñable. Vuelve a pensar que igual que él nunca dejaba dos notas a la misma persona, puede que su “regalador de palabras” sea igual. Y tras la primera él ya haya pasado a segundo plano, y ni siquiera reparará en él otra vez.

Durante esta semana los compañeros de trabajo, han ido organizando una cena, él ha sido invitado, pero con la desazón de estos días había mostrado su intención de no ir a algunas de las personas que le preguntaron si se apuntaba. Lo sorprendente ha sido encontrarse el Post-it en la pantalla del ordenador que le decía; “No te olvides de la fiesta, no vayas a faltar”. Está escrita a mano y con letra de imprenta, y sin firmar. Le ha sorprendido esa anotación, puesto que se le hace raro esa insistencia en que vaya, nunca se le había mostrado tanto interés en su asistencia cuando en alguna otra ocasión se ha borrado de una celebración por parte de sus compañeros, ya fuese un cumpleaños, la despedida de alguno de los miembros de la plantilla por marcharse a otra empresa o la jubilación de algún otro o últimamente más por despidos. La ha analizado, para averiguar si la grafía era similar a aquella otra que lleva en la cartera, pero al no estar escrita de la misma manera no adivina si puede ser la misma mano la que plasmó en uno y otro papel aquellos mensajes.

Le da vueltas sobre quién podría ser en este caso la persona que dejó la nota que lo conminaba a no dejar de ir a la cena que se estaba programando para dentro de una semana, como primera fecha más posible, pero no consigue hacerse una idea clara, sigue habiendo pocas candidatas, cuatro.

Quizás fuese Helena, la chica de administración, puede que de las cuatro la más guapa, aquélla que le dijo una frase que le gustó durante una conversación que le resultó muy amena e interesante en una fiesta, animados ya por las copas, y divagando sobre sentimientos, amistad, compañerismo, relaciones y el aprecio.

Ella dijo: “El aprecio son los despojos del amor marchito”. Y recapacitando sobre ello le dijo que tenía razón, que solo vivimos y nos alimentamos de despojos… esencialmente no queda otra cosa, pero nos alimenta para poder seguir.

¡Cómo no había pensado firmemente antes que podría ser ella la de la nota!, no ya la de la nota en el ordenador, si no la amorosa. Aunque quizás esta otra en la pantalla también lo sea, puesto que esa insistencia puede dejar ver el miedo a que un amor escape, que un plan preparado para ese día se frustre por la no asistencia, y se haya decidido a jugársela poniendo en peligro su proyecto, arriesgándose a ser descubierta al adelantar y mostrar las cartas por miedo a un posible fracaso. Si alguien es capaz de hacer esa reflexión tan bella y dolorosa a la vez, podría ser capaz de aquella frase que llevaba pegada al corazón.

En aquella conversación recuerda que ella hablaba de la necesidad que tenemos de sentir a otros, que cuiden de nosotros de cerca, que nos acunen cuando no podemos dormir, que nos arrullen y nos hablen susurrantes en el desvelo, y que eso lo creemos encontrar en el amor, pero ese amor o estado de enamoramiento dura poco o muchas de las veces enseguida queda marchito y sobrevive solo ese otro sentimiento que es el aprecio, y a él le vino a la cabeza, sin mucho sentido, ese dicho que decía su madre “No hay mayor desprecio, que no hacer aprecio”. El aprecio al final es el sustento de las relaciones, siguió contando ella. Siempre queremos que alguien nos aprecie, y nos refuerce y cuando estamos flojos nos levante el ánimo y nos diga cuanto valemos y que a su vez nos necesite y nos pida caricia, mimo y consuelo en sus momentos bajos. Él en ese momento estuvo de acuerdo, pero hasta ahora no lo pensó con tanta fuerza, sintiendo que era una gran verdad. Esa nota le había abierto una herida que necesitaba que alguien cuidase y curase. Siempre quiso la soledad, siempre apostó por la independencia, y ahora sentía el frío de esa elección. Puede que no necesitase un gran amor, puede que necesitase sólo a alguien que le apreciase y quisiera estar junto a él.

Pero claro, recordando todo esto también le entran dudas, mirándolo fríamente, alguien que piensa tan desabridamente del amor, y lo carga de tanta lógica y “terrenabilidad”, cómo iba a estar involucrada en este juego, que más parece de alguien romántico y enamoradizo.

 

 

 

.      *Todos queremos que alguien cuide de nosotros como nos canta Christina Rosenvinge, y como también desearía nuestro protagonista.

** NA: A Elena, por su frase reveladora en aquel comentario.

“Alguien que cuide de mí“

Cheristina Rosenvinge - que me parta un rayo

.     **NA: Publicado originalmente el 16 de Julio de 2013. Hoy recibe una segunda oportunidad.

 

Regalando palabras (4ª parte)

11 Domingo Ago 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 23 comentarios

Etiquetas

amor, angustia, Aute, ¿Quién eres tú?, búsqueda, desamor, deseo, dolor, dudas, ilusión, incertidumbre, Música, palabras, piropos, Slowly, tristeza

Optó por intentar apartarlo de su mente, como algo cotidiano que pasase de forma ordinaria, no queriéndolo ver como  lo que era, algo extraordinario. Por ello lo guardó allí, en ese cajón de donde lo estaba retomando ahora para volver a posar la vista en aquella frase.

Habían pasado cuatro días, cuatro días desde el exabrupto que le sacó de su vida átona y monótona. Este suceso le hizo recapacitar sobre su comportamiento con las notas que había ido dando estos años. Esa desazón que hubiese podido generar en las destinatarias era la que él padecía ahora y no era ciertamente agradable, estaba sufriendo en sus carnes ese malestar interno del no saber quién ni porqué, que tantas veces él mismo inoculó a otras personas, a mujeres desamparadas- según él-, juego inocente e infantil- según su pensamiento-, y que ahora veía como cruel.

Quizás se lo estaba tomando demasiado a pecho, era demasiado ilusionante, y por ello estaba en ese estado de ansia ahora, con la nota entre sus dedos. Quizás simplemente procedía de alguien que como él, dejaba notas a la gente, y esa persona le vio gris y triste y sin luz en la mirada, como él veía a muchas mujeres a las que regalaba sus papeles y sus palabras, para dotarles de fuerza y dignidad. Puede que debiera tomárselo así, simplemente como un empujón y zarandeo, un toque de ánimo para alzar los hombros y estirar su cuerpo cada vez más encorvado por el aburrimiento de lo diario, de la falta de expectativas, por la nulidad afectiva.

Recibir una nota o un mensaje como ese, a cualquier hombre le gustaría, que le digan ese bello y tierno piropo es una de las mejores cosas que pueden decir y querer de uno.

“Los hombres como tú solo se encuentran en los mejores sueños”, uf! Quién no va a volverse loco por buscar a la persona que te diga eso. Quién puede no salir corriendo en busca de ella, del dueño de ese pensamiento hecho poesía hacia uno… Aunque intentó enterrar el papel en aquel cajón y olvidarlo, dejarlo estar, no pudo evitar al día siguiente mirar a cada una de las personas con las que se cruzaba, de manera vigilante, escudriñando cada gesto, cada movimiento. Estaba cansado por no haber dormido bien, pero quería estar alerta y no perderse detalle de las gentes con las que se cruzaba en el trayecto hacía su trabajo. Su trabajo. No había pensado en ello seriamente, solo de manera fugaz en su repaso de lugares en los que podía haber sido víctima de la entrega. Puede que alguna de las compañeras de trabajo, pero no, descartaba, no podía ser; él nunca lanzó mensajes sexuales hacia ninguna de ellas, no había muchas, ¿tres?, no, cuatro con la chica de recepción con la que casi no tenía trato. Ninguna era de su departamento pero, por razones de trazabilidad del trabajo, sí que tenía relación laboral a menudo. En alguna fiesta había confraternizado algo más con ellas, pero nada extraordinario. En ese instante se le pasó por la cabeza algo que le hizo fruncir el ceño con gesto de de sorpresa, a la vez que se le dibujaba una media sonrisa, como el que, concentrado en su pensar, exteriorizase lo que dentro de su mente está aconteciendo, mostrándose como libro abierto, por esa idea que a la vez le pareció absurda y ridícula.

Miró a su alrededor por si alguien le vio. Qué habrá pensado la gente al verle gesticular así con su rostro, él a veces veía a personas en esa situación y se preguntaba que sería aquello que les hizo sonreír o ensombrecer su cara en otros casos, qué pensamiento hizo que se mostrasen abiertamente y que uno se pudiese asomar a su estado anímico y ver tan adentro. Volvió a esa idea que se le ocurrió, pero que entendió claramente peregrina, o no tanto. ¿Porque no podía ser esa posibilidad? Al fin y al cabo, no era tan extraño que pudiese suceder, no por impulso suyo, no porque él mostrase intención o inclinación, pero posible era. Muchas veces le sucedía, desde siempre o desde bastante joven, por la calle o en bares, era mirado con cierta lujuria, atraía sin duda a bastantes homosexuales, incluso alguna vez recibió propuestas más directas y claras que las simples miradas. Nunca se sintió molesto ni violento con ello, en parte a él con su ego tan frágil, esto le agradaba algo, aunque nunca lo llegase a reconocer ni confesar a otros. Cierto que había mujeres que también le miraban con interés, esto equilibraba la cosa,  y puede que fuese lo que le tranquilizaba con vistas a tener alguna vez alguien a quién amar, sentía que había alguna posibilidad para el afecto compartido. Él no tenía tendencia a la homosexualidad y nunca se había planteado esa posibilidad, pero sentir que atraía a hombres y que incluso podía haber alguno enamorado, le creó duda y confusión. Acaso estaba equivocado desde el inicio en sus elucubraciones y no estaba mirando y observando a quién debiera en busca del dueño de aquella nota, o al menos no debería descartar y dejar de observar a los hombres como hasta ese momento había hecho, eliminados de su vista en la búsqueda de su “regaladora de palabras”. En su trabajo había un par compañeros homosexuales con los que se llevaba muy bien. Quizás. Y desde ese instante todos eran sus sospechosos, camino a su trabajo.

Mirando la nota de nuevo, entre sus dedos algo temblorosos, se pregunta: “Quién eres que tan lacerante me dejaste, quién eres que dolido busco tu imagen, quién eres que se me corta el respirar si una mirada intuyo posada en mí, quién eres que mi palpitar me ensordece, quién eres”.

 

 

 

.     *Nuestro protagonista se pregunta quién será y de donde vendrá el dueño o dueña de esa nota, como Aute se pregunta en su canción.

“¿Quién eres tú?“

Aute - Slowly-cover

.     **NA: Publicado originalmente el 22 de Mayo de 2013. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Regalando palabras (3ª parte)

10 Sábado Ago 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 7 comentarios

Etiquetas

afecto, amor, angustia, Autobiografía, desafecto, desvelo, dudas, Duncan Dhu, error, frase, Música, miedos, nervios, noche, nota, palabras, Palabras sin nombre, pena, sorpresa, tristeza

Llevaba varios días sin leerlo, lo dejó allí guardado en un cajón, y no lo había vuelto a leer, casi como reliquia lo mantenía en ese lugar, venerado pero sin visitarlo, como en un santuario que el creyente sabe cercano pero al que nunca va.

Después de leerlo y releerlo aquel día, muchas veces, muy seguido, una y otra vez, cada vez más despacio, cada repaso más lento, aturdido, con la mente volando, buscando, sin encontrar dónde o cuándo, cómo o quién. Era una frase, solo una frase, ni muy larga, ni muy corta, pero turbadora, él que siempre era sosegado y no expresaba sus nervios, no podía evitar esta vez estar agitado, si alguien le viese se sorprendería, su rostro estaba tenso, como nunca se lo habrían visto. Desde el preciso momento de sacarlo del bolsillo y distraídamente leerlo, su corazón pasó de un tranquilo latir a un bombeo cada vez más trepidante, como si estuviese creciendo en su pecho, hasta casi sentirlo en la garganta. Llevaba allí un rato, paralizado, quieto, no sabía cuantos minutos, pero sentía las piernas cargadas y pesadas y la boca seca, muy seca. Se desplazó a la cocina en busca de agua, andaba sin mirar al frente, sin mirar hacia donde se dirigía, su mirada no se despegaba de ese pedazo de papel, de esas letras escritas. Tras beber agua e intentar calmarse, se quedó mirando por la ventana, mirando sin ver, simplemente dejándose estar, frente a él, los árboles del parque se le mostraban frondosos, y el césped con alguna que otra persona sentada en él. Pero no reparaba en ello, ni en la gente ni en la arboleda, ni en el césped que era habitado por ellos. Miraba pero no veía, seguía buscando en su mente, en su interior, quería saber que sucedía, estaba en shock, atónito. Sentía algo pero no sabía que era, no sabía si era sorpresa, dolor, rabia, esperanza. No conseguía pensar con lucidez, iba de un pensamiento a otro  y no lograba centrarse.  Llegó a pensar, en un momento dado, que se estaba volviendo algo loco, o desmemoriado, y que esa nota fue escrita de su puño y letra, y que él mismo la hubiese metido en el bolsillo a la espera de ser entregada, y ya olvidada por no encontrar momento o receptora, y ahora, casualmente, la hubiese recuperado por un azar no buscado.

Finalmente después de un rato, desechó esta posibilidad, el texto encontrado estaba escrito con destinatario masculino, y eso él nunca lo hizo, siempre sus “victimas” eran mujeres, eran del sexo femenino. Nunca se supo atraído por hombres, ni siquiera le interesó darles ánimos si los vio alicaídos, al contrario que con las mujeres, que despertaban en él tantos sentimientos; de amor, ternura, pena, desamparo y desconsuelo. Y cómo no, le provocaban también lujuria y deseo, y todo esto le empujaba a darles mensajes de ánimo, piropo, amparo y consuelo. Estaba claro que tampoco era su letra, quiso ver en ella la letra de mujer, diferente dicen a la del hombre, aunque la suya no era la estándar de ellos, menos redondeada y más pequeña, la suya era bonita y algo afeminada, le llegaron a decir de joven. Cosa que en aquella época le turbó, por lo que pudiesen pensar de él. Ya más fríamente, tras una cena frugal, tenía el estómago cerrado y desaparecido el apetito, en la cama siguió  sin entender nada, seguía repasando su día, su último día, esa chaqueta hacía tiempo que no se la ponía. Pero entonces podía estar equivocado y no ser en el transcurso del último día cuando llegó la nota a su bolsillo, bien podría ser aquella otra vez anterior que llevó esa indumentaria.

Intentó distraerse con otra cosa y puso el televisor, y no conseguía centrarse en la tertulia del canal elegido, pasó por toda la franja de canales varias veces y volvió a parar en la tertulia, y aunque escuchaba, no seguía la conversación de los tertulianos ni de la moderadora y presentadora, es más, ésta por ser guapa le llevaba con más fuerza a pensar en la nota, en la frase declaratoria. Y aunque dudaba si quiera que él fuese el verdadero destinatario de ella, pensaba más, como defensa y distanciamiento, en una confusión, del que él como convidado de piedra estaba involucrado por error, incluso le dio pena esa mujer o chica, (no sabe muy bien como denominarla sin saber su edad), que pudo darle la nota por equivocación. Le entristecía esa posibilidad, el posible pensamiento de ella, al ver que el sujeto no respondía a su interés por él, y entendiendo que él sí que estaba al tanto de la inclinación de ella. Y esa imagen le desordenó aún más el pensamiento, creyendo ver la aflicción de la chica y la culpabilidad en sí mismo, por el desaire que achacaría la mujer al hombre, por el desdén sufrido, y que ese hombre no sabe de ello. Y quizás, peor aún, él también atraído por ella jamás sabrá de su afecto, puesto que la nota nunca le llegó. Y se siente fatal por verse culpable indirecto de esta tribulación y desafecto.

 

 

 

.     *El regalador de palabras se ve sumido en el desvelo, y la noche se le hace larga por esas palabras sin nombre que no le dejan descansar, como nos canta Duncan Dhu.

“Palabras sin nombre“

Duncan dhu - Autobiografia

.     **NA: Publicado originalmente el 11 de Mayo de 2013. Hoy recibe una segunda oportunidad.

← Entradas anteriores

La vida está llena de afectos y desafectos.

Entradas recientes

  • El mito
  • Desorden emocional
  • Confuso llanto
  • Mística lactante, mística maternal
  • Una pregunta incómoda

abandono Adiós afecto Amaral amigas Amistad amor angustia ausencia Aute Bebe Bunbury calor cambio celos Christina Rosenvinge cuadros desafecto Desafectos Desafecto Social desamor deseo Despedida dolor duda dudas Efecto Mariposa encuentro espera Felicidad Frío hijo Hopper Infidelidad libros llanto locura Los Rodríguez Love of lesbian Lágrimas Marlango Melancolía miedo mirada Muerte mujer Mujeres Música Nada noche nostalgia Odio palabras pareja Pasado pensamientos piel placer Poesía Presente Quique González Recuerdos Ruptura Sabina Serrat sexo silencio Silvio Rodríguez Soledad Soñar Supersubmarina tristeza Verano Vetusta Morla vida

Archivos

Categorías

  • Comentarios (2)
  • Frases (7)
  • Música (351)
  • Micropoesía (11)
  • Microrrelato (27)
  • Poesía (114)
  • Reflexiones (47)
  • Relato (211)

Días de afectos y desafectos

marzo 2021
L M X J V S D
1234567
891011121314
15161718192021
22232425262728
293031  
« Feb    

Introduce tu dirección de correo electrónico para seguir este Blog y recibir las notificaciones de las nuevas publicaciones en tu buzón de correo electrónico.

Únete a 1.304 seguidores más

Desafectados

En instagram

No se encontró ninguna imagen en Instagram.

Follow desafectos on WordPress.com

Meta

  • Registrarse
  • Acceder
  • Feed de entradas
  • Feed de comentarios
  • WordPress.com

Visitas Desafectadas

  • 80.148 hits

Crea un blog o un sitio web gratuitos con WordPress.com.

Cancelar

 
Cargando comentarios...
Comentario
    ×
    Privacidad & Cookies: este sitio usa cookies. Al continuar usando este sitio, estás de acuerdo con su uso. Para saber más, incluyendo como controlar las cookies, mira aquí: Política de Cookies.