– Cuando me has llamado y me has dicho hola, y has pronunciado mi nombre frente a mí con una amplia sonrisa, te he mirado intentando ubicarte. La voz no me era conocida, y tu presencia física tampoco me resultaba familiar, salvo tu sonrisa, esa sí me lo era, pero me costaba adivinar porqué. Y de pronto, me ha llegado, no sé, cómo una leve brisa fresca en este día caluroso de verano, y me ha hecho recordar el lugar de donde procedía esa sonrisa, el lugar de mis recuerdos en donde bucear y de donde la debía rescatar para poder ponerle nombre.
– Ah! Vaya! Qué poético. Tu cara, y que no contestases me despistaron, pensé que no te acordabas de mí.
– He tenido un momento de recuerdos de golpe que han inundado mi cabeza, por eso me he quedado callado, ha sido como un torrente que me impedía hablar, lo siento; Sí, claro que me acuerdo, como no acordarme, lo raro es que tú lo hicieses y me reconocieras, me veo tan diferente.
– No estás tan cambiado.
– Bueno, quizás no tanto, aunque con muchísima menos cara de niño. Sonará mal, pero yo me veo mucho mejor ahora.
– Es verdad que estás mejor, cierto que parecías muy niño, pero quedan bastantes de tus rasgos de joven.
– Claro, por eso no te atraería mucho, ya se sabe que a las chicas de joven les gustan más mayores que los de su edad, y yo encima parecía menor. Nunca hiciste caso de mi interés por ti en esos dos meses de verano, y a hora resulta que te acuerdas hasta de mi nombre; es verdad que yo estoy sorprendido de que haber recordado el tuyo así de repente. Me alegra verte. Joder!! Casi 20 años después. ¿Cómo te va la vida?
– Pues me va, no me puedo quejar, ¿y tú?
– También bien, diría que mucho mejor de lo esperado cuando nos conocimos, bueno en esa época tampoco es que pensase demasiado en el futuro.
– Claro, éramos muy jóvenes para hacer planes. Tengo algo de tiempo libre, ¿tomamos algo?
– Pues… no sé, voy un poco apretado pero… venga vale, tengo una… no, casi dos horas, si quieres nos lo tomamos. Mira, ¿allí mismo? ¿En aquel bar?
– Vale, vamos. Me alegra mucho haberte reconocido. ¿Sabes?, se me aceleró el corazón un poco, no sabía si hablarte. Tenías que haberte visto la cara que has puesto cuando te he hablado. Ese tiempo, callado mirándome, se me ha hecho eterno. Pensé que me había equivocado o que te importunaba, hay a gente que le molesta que alguien de su pasado aparezca, así de improviso.
– No, no, era como te he dicho, que no te ubicaba.
– Pues te costó colocarme en el tu puzle de vida, quizás tenías olvidado ese momento de juventud en el que nos conocimos. Me intriga saber qué has pensado durante ese silencio, o qué te traje a la memoria para quedarte así.
– No sé, sería largo de contarte.
– Tenemos casi dos horas, me has dicho
– Sí claro. Ahí estuviste rápida.
– Quizás te parezca una tía rara, acercarme así y hablarte. Realmente somos desconocidos, y voy y te pido tomar algo para hablar como si fuésemos viejos amigos.
– Peculiar la situación sí que es.
-Sí claro, peculiar es una buena forma de decirlo, pero es que ha sido un impulso.
– Qué fuerte!! Verte ahora tras tanto tiempo. Me has traído algo tan lejano que debería estar brumoso pero aunque no lo creas todo aquello está muy nítido en mí cabeza.
– ¿Sí? ¿Y cómo es que lo recuerdas tan bien?
– Imposible de olvidar, solo estuve allí un verano, para mi es aquel gran verano, de los que más recuerdo, quizá para ti sería un verano más.
– Claro, yo veraneaba allí habitualmente, pero algo diferente debió ser para que no se me borrasen tus facciones y las haya reconocido hoy entre la multitud. ¿Qué pensaste en ese silencio?
– Bueno, lo primero que pensé, es que te habías equivocado, no recordaba a nadie como tú.
– Bueno, no te lo reprocho he cambiado bastante. Cuando me conociste era un palo, superdelgada, muy niña aún, y ahora ya ves con kilos y curvas de más.
– Bueno, no tan cambiada, sino no te habría reconocido.
– Sí, pero tardaste.
– Mujer tantos años… pero…
– Sí, se lo que vas a decir; la cara es igual. Pero no es igual está bastante más rellenita.
– No, iba a decirte, lo que antes te dije, la sonrisa sigue siendo igual, y el brillo de tu mirada también es aquel que recuerdo.
– Bah!!, que va, pero gracias por decírmelo,
-Te veo muy alegre, feliz.
-Intento ser feliz.
Y tras esa frase desplegó una sonrisa que la apuntalaba, no dejando dudas de que decía la verdad, que vivía esa verdad sin fisuras, o eso le pareció a él.
La vista puesta en ese techo alto, siente como si se alejase más y más, le parece que su altura fuese aumentando a cada momento. Cierra los ojos. Reconstruye otra vez ese encuentro inicial y lo que siguió, lo que hablaron. No deja de dar vueltas en su cabeza lo sucedido. Le contó cómo recordaba él aquel verano; que al principio se presentaba muy aburrido, no conocía a nadie allí, pero por suerte su tía intermedió con la madre de “A” para que este le sacase de casa e hiciese de cicerone por el pueblo, y se hicieron muy buenos amigos. Él, estuvo preguntando por todos los chicos y chicas del grupo. Ella no pudo contarle demasiado, los siguientes veranos, poco a poco dejaron de ir por el pueblo de vacaciones muchos de ellos, el caso es que el contacto se perdió.; – Ya se sabe, se crece y uno va prefiriendo otras vacaciones, otras amistades -. Ella sí que seguía yendo, nunca faltaba su visita cada año, como mínimo aparecía por allí una semana, la de fiestas en verano. Hablaron mucho. Cayeron varias cervezas, ella era muy locuaz, él que normalmente no lo era también estuvo bastante hablador, preguntando e interesándose por la vida de ella y contestando a las muchas preguntas que le lanzaba. Callaron de vez en cuando, silencios que no se hicieron largos ni incómodos, sorprendentemente. Había pasado poca más de una hora cuando ella le preguntó que hacía por esa zona, y el contesto que cortarse el pelo. Aunque vivía bastante lejos, se cortaba el pelo por allí desde hacía mucho tiempo; – vamos, una de esas cosas que la haces por costumbre y no las cambias sin saber muy bien porqué, se es más fiel al peluquero que a la pareja-, le dijo. – ¿Y tú? ¿Qué haces por aquí? -. Ella le contestó que vivía por aquel barrio, a lo que él le dijo que le gustaba la zona, que estaba muy bien, y que hace años tuvo intención de trasladarse a ese barrio y buscó piso por allí; le gustaban esas casas antiguas de techos altos, pero no encontró nada que cuadrase con su presupuesto que era bastante escaso. Entonces ella, con naturalidad, le invito a ver su casa, que era de las características que él decía y situada a una manzana del bar en el que estaban, el dudó unos momentos, aunque realmente no tenía nada que hacer, la excusa de disponer sólo de dos horas fue mero teatro para ponerle tiempo de caducidad si la cosa se ponía tediosa, volvió a mirar el reloj, aun no se cumplía el tiempo que le dijo disponer, además, quizás quedase feo rechazar esa visita, aceptó y en menos de cinco minutos estaban subiendo en un antiguo ascensor, en el que no había mucho más espacio que para ellos dos. Sin quererlo se sintió algo excitado por esa situación de encierro y proximidad. Pero enseguida intentó alejar esa idea de su cabeza, no quería montarse una película equivocada. Además a priori no era el tipo de chica que le gustaba, bueno de cara sí que lo era, tenía unas bellas facciones, todo encajaba perfectamente en ese rostro y su sonrisa era de esas que desarma e invita a entregarse, pero estaba algo “rellenita”, justo en ese límite de lo que él solía considerar atractivo en una mujer, y que pasada esa frontera, o en ella misma, solía desestimar. La casa era amplia y bonita, estaba decorada con gusto. Era curioso que en el tiempo que llevaban hablando ninguno hubiese preguntado si estaban emparejados. Es verdad que navegaron bastante rato en un mar de recuerdos de aquel verano, pero según avanzaban hacia la actualidad, seguían evitando voluntaria o involuntariamente esa pregunta que al fin llegó por su parte; -¿Y vives sola? ¿No tienes pareja? Ella dijo que sí que vivía sola y que ahora no tenía pareja. – Jo, qué gozada toda ésta casa para ti sola. Ella le preguntó si él no vivía solo. – Sí, sí vivo solo, pero en algo mucho más pequeñito, lo tengo mono, pero esta casa es mucho más chula. Enseguida se arrepintió de esas palabras, ese vocabulario tan infantil o afeminado; “mono”, “chulo”, quizás ella lo creería inmaduro o incluso gay. Intento que ella no lo pensase diciendo que le gustaba mucho la arquitectura y la decoración, como todas las artes, desde la música a la pintura, pasando cómo no, por la literatura, y que ya no sabía en dónde meter los libros que leía.
Abre los ojos. Se siente mareado. Ese techo lejano parece moverse. Vuelve a cerrar los parpados. Es irónico buscar ahora el porqué, pero lo hace. Qué les hizo terminar en la cama si eran prácticamente desconocidos. Qué se fue tejiendo a su alrededor para terminar allí antes de acabar aquella tarde. Qué hizo que ella se fuese abriendo de esa manera, contándole cada vez más intimidades de su vida, dejando al descubierto que esa intención denodada de ser feliz venía a consecuencia de unas malas experiencias sentimentales, que le hicieron prometerse vivir felizmente la vida. Sí que es verdad que para eso era bueno, para escuchar, sabía hacerlo, sabía escuchar y eso hacía que ellas cada vez se mostrasen más, y sin darse cuenta hacía que las mujeres se sintiesen bien, a gusto a su lado. Quizás fue eso simplemente, que ella sintiese refugio en él. Realmente no sabe que le impulsó a hacerlo, ese momento en el que él sin mediar palabra la beso. Ella no se opuso, por el contrario cerro los ojos, y dejo que sus labios se fundiese con los suyos en un baile suave y de una cadenciosa lentitud. Su sonrisa, su boca, ya había despertado en él cierto deseo cuando estuvieron hablando toda la tarde, sus labios eran de una perfecta carnalidad, y sería necio negar que por algún momento pensó como serían su besos; no siempre una boca perfecta de labios ideales son los que mejor besan, había tenido experiencias desilusionantes en ese sentido, aunque en sentido contrario también, besos que resultaron ser fantásticos salidos de bocas que no prometían o al menos no invitaban a creer en esa delicia que luego fueron. Pero esa flaqueza que pasó por su cabeza, enseguida fue apartada como algo absurdo y poco posible. Sólo volvió a pensar en ello, cuando caminaban hacia la casa. Ahí si pensó que quizás ella quisiese algo más que conversación, y empezó a idear como desembarazarse de una situación incómoda si llegaba a suceder, pero intentó dejar de fantasear, al fin y al cabo él no estaba por la labor, no era su tipo. Y ya se sabe que si dos no quieren no pasa nada. Sentados en el sofá siguieron charlando animadamente, de repente ella le dijo que le iba a dar una sorpresa, y se fue a una estantería de donde, tras dudar brevemente ante ella, extrajo un libro, qué resulto ser un bonito álbum de fotos. Le enseño unas fotografías de aquel verano, y para su sorpresa él estaba en varias de ellas, no recordaba que se hubiesen hecho fotos, pero la evidencia no dejaba dudas de que sí que las hubo. Ella se río, y dijo; -Ves, nunca has estado olvidado, de vez en cuando ojeo estas fotos y en ellas estás, y como eres el único del que nunca más supe, siempre me preguntaba qué sería de ese que apareció una vez y ya nunca más. Y fíjate, qué cosas de la vida que ahora estas aquí sentado a mi lado -. Y desplegó su sonrisa, y él la besó, fue un largo beso, delicado, dos bocas frescas, dulcemente amalgamadas las lenguas, sin reticencias y sin urgencias como si se conociesen esas lenguas desde tiempo inmemorial y supiesen que ritmo y que contorsión debían dar en cada instante para disfrutar de ese beso eterno.
Todavía se sorprende de ese impulso, de lo que vino después ya no tanto, cuando se empieza, lo siguiente venidero ya no es de extrañar, la búsqueda del cuerpo del otro por las manos exploradoras, moviéndose con la misma calma que ese beso deja en el aire, los ojos cerrados todavía, se abren como para pedir disculpas por la osadía, y descubren el centelleo y brillo de los de ella, y siente ese mismo centelleo en sus propias pupilas. Con la certeza visual de que no hay duda ni arrepentimiento en ninguno de los dos, avanzan en el desvestirse, lo hacen sin prisas, con sutileza, como si la celeridad pudiese hacer estallar ese instante y todo se pudiese estropear. Como en una coreografía aprendida y entrenada, se ponen en pie, siguen besándose. Los botones de las camisas ya están libres, y sus cuerpos ya se sienten sin la tela, la piel con la piel enardece aún más sus deseos, ella le desabrocha el cinturón, y el pantalón se desliza hacia el suelo, él le baja los suyos más ajustados. Dejan de besarse y se miran a los ojos, sonríen, no hablan. Todo va con sensación de lentitud pero va sucediendo rápido. El deseo no le aminora ante la desnudez de ella, siente que esa no delgadez le es excitante, todo su cuerpo va un poco más allá del canon establecido por la moda, quizás esté algo pasada de peso para su estatura pero no se le muestra desproporcionada, al contrario todo tiene armonía, y firmeza, esto lo ve y sobre todo lo nota al acariciar su cuerpo, según sus manos han ido desligándolo de la ropa. Ella se libera del sujetador y afloran unos pechos más grandes de lo que él había podido atisbar mientras la ropa los cubría, hace también desaparecer sutilmente el tanga, él hace lo mismo con su ropa interior, y surge irremediable el falo en inhiesto estado, que él acomoda hacia arriba entre su cuerpo y el de ella cuando se unen en abrazo en busca de retomar ese beso que habían aplazado. Con la misma delicadeza de lenta danza con la que se alzaron retoman el sofá. Sus caderas se le muestran amplias y contundentes, y duras las nalgas, cuando posa sus manos mientras ella se ha puesto encima de él al ir tumbándose en el sofá. Con ella a horcajadas, la cintura le parece que se le ha estrechado, por esa posición en la que las piernas se separan y la pelvis se acomoda y acopla, y entonces toman protagonismo las caderas que parecen ampliarse, y se ofrecen atrayentes para asirse a ellas y apretar gustosos los glúteos, haciéndoles partícipes también del empuje de los sexos que en breve se encontrarán. Y ese encuentro se produjo enseguida, con parsimonia pero no exenta de cierta fiereza. No necesitaron mucho más, los besos lascivos, las manos aquí y allá en busca del deleite de la piel y la carne, repasándose cada centímetro del cuerpo, los seños de ella de grandes areolas y sus pezones erectos rozando el pecho de él, algo que lo encendía más, y casi sin quererlo y sin pensarlo, él ya estaba dentro de ella sin tomar medidas protectoras, ninguno de los dos lo encontró necesario seguramente por la procacidad del momento y sin caer en lo temerario. Entró tan fácil, deslizándose suavemente, estaba tan húmedo y lubricado que no tuvo ningún problema para abrirse paso, tan excitado que pensaba que se correría aunque no llegase a penetrarla. Realmente no fue él quien penetro si no que ella buscó su verga con sus movimientos encima de él, y fue su vulva quién atrajo hacía sí, aquel pene, y con él dentro, sus caderas y cintura comenzaron a moverse circularmente, y a un lado a y a otro, rozándose por todas las cavidades internas de su vagina, también los labios internos y externos querían participar y sentir esa placentera fricción y se ceñían con fruición al sexo que albergaban y por el que se deslizaban luego con movimientos de arriba abajo, y viceversa. Muy tumbada sobre él, rozando su monte de venus con el inicio de vientre de él, para que la base del pene fuese masajeando y rozando su clítoris con tal movimiento. Él rompía de vez en cuando esos movimientos con una brusca embestida que ella recibía con placer, pero ella enseguida continuaba con aquel roce que la estaba volviendo loca, cada vez más rápidos los movimientos y con más violencia, él se había dejado hacer, y ya no aguataba más, se iba a correr, no tenía ya fuerzas para más embestidas, se iba a ir, pero quería aguantar hasta que ella se corriese, pero no lo logró, y se fue, con placentero orgasmo apretando los dientes, sintió como eyaculó profusamente. Ella sin hacer caso, siguió y siguió con sus movimientos, y aunque su miembro aún no estaba desinflado del todo ya daba muestras de flacidez, pero para ella era lo de menos, tenía ya todo su placer concentrado en ese punto carnoso de la vulva que tanto gustó le estaba dando, parecía como si él no estuviese allí, y por fin ella con un largo; uhmmm, diosss!!! Se dejó caer por completo sobre él. Estaban sudorosos, ambos exhausto. Él, algo avergonzado, aunque tampoco demasiado, por no haberle aguantado. No era un gran corredor de fondo ya metido en materia, por eso prefería tener un largo preámbulo y que le dejasen hacer, para que sus parejas llegasen próximas al orgasmo antes de la penetración.
Ella sigue dormida. Él ya no sabe cuánto rato lleva despierto mirando el techo, que siente altísimo, muy alejado de él, tiene cierta sensación de vértigo, ¿o es la situación la que le da vértigo? En este desvelo reconstruyendo lo sucedido y buscando el porqué, además del techo, ha observado toda la habitación. Muebles de Ikea, como casi toda la casa, pero todo puesto con muy buen gusto como ya pudo apreciar, la habitación se hace acogedora, todo aparece muy ordenado, como el resto del piso. Eso le gusta, no soporta el caos, y por su experiencia en otras aventuras, sabe que hay muchas mujeres que son un desastre, y lo van dejando todo por ahí, prendas encima de sillas o de radiadores, incluso fuera de la alcoba en cualquier parte de la casa. En algunos casos este desorden no está a primera vista pero tienen armarios atiborrados de ropa sin orden, y que por desgracia llegas a abrir y descubres una ingente cantidad de ropa apelotonada. Al principio, llegó a pensar que eran casos singulares, pero con la repetición empezó a dudar de que fuesen casos aislados y raros, a no ser que su vida se hubiese aliado con la excepción y la viviese permanentemente. En la parte de sus amigos se confirmaba ese axioma de que los “tíos” son desastrosos, él se siente excepción, hasta algo enfermizo. No sabe qué hora es. La persiana a medio bajar, hace que ya no entra casi luz natural en la alcoba, está anocheciendo, deben ser cerca de las diez, es verano, y por la ventana abierta entran apagados ruidos de la calle; murmullos de gente, tráfico, corretear de algunos niños jugando. Debe haberse dormido un par de horas. No sabe qué hacer, si levantarse con sigilo y marcharse o esperar, aunque parece dormida profundamente seguro que la despertaría al vestirse. Le gustaría darse una ducha. Piensa que ha hecho el gilipollas por follar sin condón, y no sólo una vez, sino dos, en el sofá y luego en la cama, debería preguntarle si toma “píldora” o si usa algún otro método anticonceptivo. Es de necios lamentarse de lo que ya no tiene remedio, pero le jode ser tan inconsciente. La verdad es que ha disfrutado, pero no quiere que esto sucedido, lo bien que se han sentido uno con el otro, y que se haya quedado y no haya salido corriendo enseguida, lo entienda como un comienzo. Tampoco quisiera hacerle daño, no quisiera quedar como un cabrón. Aunque esto tampoco importa mucho, además en una noche, o una tarde mejor dicho, no cree que dé tiempo a dejar tan mala huella. Quizás se esté comiendo la cabeza por nada, y ella esté haciéndose la dormida esperando y deseando que se marche. Puede que se haya arrepentido de lo sucedido, o no, pero no quiere que él se crea que esto puede ser un inicio, sino simplemente disfrutar de sexo. Con este pensamiento, absurdamente se siente utilizado, siente que ha sido follado, y es irónico pensar esto puesto que él ha querido y ha participado activamente, aunque es verdad que no sabe cómo llegó a tal deseo si ella no estaba dentro de sus apetencias como mujer. Sigue mirando el alto techo, le gustan los techos altos, le gustaría vivir en esa casa. Cierra los ojos, siente vértigo.
. *El protagonista siente la ironía de lo sucedido, como todo es irónico para Efecto Mariposa en su canción; Es difícil tener fría la cabeza y caliente el corazón, y animar un alma rota y no volver la vista atrás… Es todo irónico al final. Sorpresas que te va dando la vida.
«Ironía«

. **NA: Publicado originalmente el 28 de Enero de 2015. Hoy recibe una segunda oportunidad.