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Archivos de etiqueta: sexo

Cuando era tu Ángel

20 Miércoles May 2020

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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alas, amor, caricias, Danza Invisible, Danza Invisible 1984-1989, Edén, El Ángel caído, insomnio, Javier Ojeda, Música, noche, oscuridad, piel, sexo

En la noche, cuando el sueño me quita el sueño, cuando pienso en lo hecho y en lo deshecho, cuando todo lo claro y luminoso se ensombrece, cuando el cansancio no me deja descansar, vienes y vas. En la nocturnidad te haces más evidente, y te veo mejor en la oscuridad, te apareces y presentas, y te acercas y alejas. Sucumbo a un delirio sin rumbo, que me zarandea y me aturde. Te intuyo intrusiva en mi descansar que no consigue llegar. Caes y te levantas a mi lado, y miro y ya no estás. Nítida te veía un instante antes, y te difuminas en cada segundo cuando intento tocarte. Como cuando las caricias que te hacía te erizaban la piel, encrespando todo el vello, y tú estremecida por el escalofrío, te retorcías y me pedías que parara, no podías aguantar ese suplicio que a la vez era placer, e intentabas alejarte un poco para no estar a mi alcance, para que mis manos, mis dedos, no pudiesen seguir rozando centímetro a centímetro cada poro de tu piel, que se me trasformaba en desierto por el que perderme, y sediento buscaba tu boca donde saciar mi avidez. Tu desnudez, me excitaba tanto que no podía esperar y el resto de mi cuerpo, ya no solo las palmas y las yemas, si no todos mis miembros iban al encuentro de la piel, epidermis de aromas tentadores, y humores ansiados, de delicias prometedoras, que cálida me trasportaba feliz por toda ella, con el deseo como guía y cicerone, para saber el camino por donde debía discurrir mi exploración y travesía, rastreando cada uno de tus movimientos, cada una de tus respuestas a mis actos, suaves y delicados, siempre entregados a ti. Y tú dada la vuelta, medio acurrucada como si quisieras poner tierra de por medio, como si darme la espalda fuese tu manera de huir, eras todo provocación y coquetería convirtiéndose esa huida en una falsedad, siendo en realidad la manera invitadora de mostrarme todo lo que querías compartir, para facilitarme el asedio que esperabas recibir, y yo sin dilación te envolvía con todo mi cuerpo como una cascara que te protegiese y quedabas cercada por todo mi yo, te abrazaba como si alas suaves y sedosas tuviese, y tu melena se hacía a un lado para dejar tu cuello libre para mis labios, que se deshacían en besos que volvían a hacer que tu piel se encrespase. Ya, mi sexo endurecido buscaba entrar en ti para un goce que habíamos prolongado y dilatado, y encontraba que era recibido por ti con afán, todo rociado ya con tus efluvios, que deseosos esperaban para mezclarse con los míos. Pero me hago consciente que esto no sucede, ni sucederá más, salvo en mi cabeza, cuando cada noche que insomne y turbado, sin el sosiego necesario para dormir, vuelvas otra vez como espectro y fantasma a revivir en mí, todos esos momentos, agazapados los dos en la cama, y después exhaustos, en los que nos prometíamos amor para el resto de los días. En esta vigilia, hechizado otra vez vuelvo a no entender nada, vuelvo a sentir este sufrimiento que me persigue por ese error que cometí, y que te hizo marchar, debo acostumbrarme a que jamás volverás, me quemaré en mi infierno a donde me mandaste. Caí de tu edén y dejé de ser para ti el ángel que con alas te abrazaba.

 

 

 

.     *Hoy ponemos la música de Danza Invisible para el texto de un ángel caído en desgracia, que recuerda aquel edén perdido.

“El Ángel caído“

 

.     **NA: Publicado originalmente el 25 de Abril 2012. Hoy recibe una nueva oportunidad.

Cortinas echadas para dormir

26 Jueves Mar 2020

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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asiáticos, cena, cita, cortinas, deseo, encuentro, hotel, La noche eterna-Los días no vividos, Los Seres únicos, Love of lesbian, Música, observar, placer, sexo, ventana, voyeur

Pienso si yo lo hago o no, si alguna vez estando en un hotel busqué el amparo del visillo o de la gruesa cortina antes del sueño, para, no ya evitar la luz durante el descanso si no evitar a otros lo que dentro de la habitación acontecía, o si por el contrario no me importó cierto exhibicionismo dejando a la vista sin pudor el interior a posibles observadores. Hay gente que sólo evita la luz o las miradas cuando duerme.

Hacía tiempo que no veía que sucediese, ayer lo volví a presenciar. Estaban allí, con una toalla alrededor del cuerpo, él a la altura de la cintura, ella cubriendo casi todo su cuerpo desde las axilas, no debían tener albornoces. Deduje que se habían bañado o duchado hacía unos minutos, estaban sentados cerca de la ventana, a él lo veía de espaldas a ella de perfil. Comían. Debían haber pedido cena al servicio de habitaciones o quizás ellos mismos habían traído algo para tomar, desde mi observatorio no veía la mesa de donde iban cogiendo la comida ni lo que comían. Parecían contentos, con actitud cómplice. No veía del todo bien sus rostros, no llevaba puestas las gafas y mi miopía hacía que no fuesen del todo nítidas sus caras, pero percibía perfectamente sus rasgos asiáticos y cómo ella sonreía y reía de forma receptiva los comentarios de él que con sus movimientos y lenguaje corporal daban a entender cierto flirteo sexual. Yo me estaba adelantando a algo que no era evidente a priori, pero que a poco que el observador pusiese atención y una pequeña dosis de su propia experiencia podría llevarle a concebir que aquello eran preámbulos al sexo, preámbulos como juego del deseo que transpiraba por los poros de aquella pareja y que se percibía desde la distancia. Uno lo sabe, sabe que aunque están comiendo y bebiendo y charlando animadamente, todo es una escena algo forzada y fingida que ralentiza y retiene esa pasión que se les desboca sin poder evitar que sea percibida por mí e incluso por ellos mismos aun intentando dar sensación de calma y cautela, de no parecer que la avidez les comanda. Me pregunto, como en otras ocasiones ha pasado, cuánto tardarán en levantarse y correr la cortina para lejos de miradas furtivas irse a la cama a dar rienda suelta a ese deseo sexual imparable e inaplazable ya, o si acaso, tras echar la cortina si no podrán evitar comenzar su escarceo sexual allí mismo, sin buscar la cama, dejando caer las toallas y tomándose no ya las viandas habidas hasta el momento si no sus bocas ávidas del fruto corporal, lenguas redentoras de cuerpos lascivos. No me muevo por un rato, esperando que se cumpla lo que creo que sucederá pero con la esperanza, también ha pasado alguna vez, de que no caigan en el pudor de ser vistos por la ventana o qué se olviden de que la cortina está apartada, pero después de unos minutos temiendo que será infructuosa esa espera sigo con mis quehaceres, de vez en cuando vuelvo a mirar para constatar que siguen aún allí, con sus toallas puestas tomando esos bocados que sacien el hambre del cuerpo pero no del deseo. Voy a la habitación a ponerme ropa cómoda, y de paso aprovecho para ponerme las gafas y mejorar la nitidez de la escena algo borrosa por la miopía, desde allí les veo más frontalmente, la tensión sexual ha crecido, no sé, puede parecer raro pero lo percibo desde esta distancia, creo que el desenlace no puede tardar, él, con un leve bamboleo en su asiento se ha aproximado a ella, ambos han reído, ella abiertamente, es como si lo dicho por él hubiese sido una buena ocurrencia que se prestaba a celebrar con jolgorio. Me quedo observando, esperando lo inminente, pero pareciera que tras este trance de breve juerga se hubiesen vuelto a distanciar como si tras el chiste hubiese habido un parón, como cuando hay unas grandes y largas carcajadas y finalmente quedamos sin resuello y la celebración de la gracia es seguida por un silencio para el descanso de tanta risa y fiesta, esos momentos que nos tomamos para coger aire y nuevas fuerzas para poder seguir festejando, ese silencio que a veces se hace incómodo, sobre todo entre nuevos conocidos, por temer que aquella diversión no vaya a continuar así de intensa, les veo volver a dirigir sus movimientos hacia la mesa, ella ahora bebe de una copa. Dudo sin son pareja estable o amantes ocasionales, o si es la primera vez que intiman, por esta última situación vista me decantaría por esta última opción, necesitando parecerse ambos divertidos y sin parar de serlo. No parece que lo que creía inminente fuese a suceder, decido volver a la cocina para prepararme algo de cena. Abro el frigorífico, cojo los ingredientes para una ensalada y los dispongo en la encimera cerca de la ventana para de vez en cuando seguir las evoluciones de la pareja mientras lo preparo. Cuando miro de nuevo ya no están próximos a la ventana, me maldigo, qué poca paciencia tuve, en el breve tiempo que les he perdido de vista entre el dormitorio y la cocina con parada en el frigorífico para sacar la comida, todo se ha precipitado. Ahora les veo en la cama, desnudos, él, algo fofo, encima de ella. Sólo veo dos cuerpos abrazados, no percibo como es ella, esto me da rabia, me hubiese gustado saber cómo es su desnudez. El hombre la cubre con su cuerpo en toda su longitud, tieso, como tenso, se mueve encima de la mujer, aunque es un movimiento casi imperceptible, no sé realmente si es que ya han acabado o es algún juego que están experimentando y simplemente él está dentro y es ella la que con sus movimientos vaginales lo está follando. Desde su posición ella podría verme, justo mi ventana, en una planta superior, está en el ángulo de visión perfecto para que una persona tumbada en la cama a poco que levantase la vista hacia su ventana podría verme con tanta facilidad como yo a ella, pero no tiene la cabeza hacia el lado de la ventana con lo que no hay ese peligro de descubrirme observando si lo hiciese de manera descarada, aun así, me mantengo no demasiado próximo a la ventana, estoy algo agazapado como si por casualidad o necesidades tuviese que permanecer en esa zona de la cocina. No han pasado ni un minuto y ya no se percibe movimiento alguno, me intriga, permanecen allí uno encima del otro, sin ninguna acción más. Sigo elucubrando sobre esta manera de tener sexo, no sé si es una técnica oriental desconocida para mí, o sí es que han sido raudos y ya han terminado, a veces el deseo es tan desaforado que uno no puede evitar acabar tan rápido que lo que se necesita es tiempo para un intento más largo y prolongado, quizás es eso lo que están haciendo ahora, tomarse un tiempo. Dejo de observar y me dedico cinco minutos a elaborar la ensalada, la termino, y vuelvo a buscar con la mirada a mis amantes. Absorto, me quedo mirando, hoy no es mi día, ya no están en la cama, se han debido de levantar en esos minutos que cejé en mi voyerismo, se me ha vuelto a escapar la visión de la desnudez de ella, me quedo un rato por si regresasen a la cama o apareciesen dentro de mí ángulo de visión, pero el resultado es infructuoso con lo que decido ponerme la mesa para la cena en el salón, en cada ida a la cocina a por los cubiertos, los platos, el embutido y demás cosas, voy echando un vistazo por si han regresado. Al final, desisto y me doy por vencido, está claro que ya no tendré más espectáculo de ellos, sin duda están en el cuarto de baño; relajándose en la bañera o bien siguiendo la fiesta allí, hoy está claro que me quedaré sin ver detalles de cuerpos desnudos con tórridas escenas de sexo como en otras ocasiones sí que las disfruté. A media noche me levanto a beber agua a la cocina y no puedo evitar mirar hacia la ventana de los asiáticos, las cortinas están echadas.

 

 

 

 

.     *Desde su atalaya, el protagonista ve aquellos a los que observa como seres únicos, a los que desearía pedir permiso para unirse a ellos y así también sentirse único y no tan trivial, sin darse cuenta que quizás todos seamos únicos como canta Love of lesbian.

“Los Seres únicos“

Love of lesbian. La noche eterna-los días no vividos

.     ** Publicado originalmente 24 de Mayo de 2016. Hoy recibe una segunda oportunidad.

 

Suave amarillo pastel (o una locura veraniega)

24 Martes Mar 2020

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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ascensor, Buena Suerte, calor, casualidad, ciudad, deseo, encuentro animal, escalera, lectura, locura, Los Limones, Música, paseo, Persecución, placer, sexo, Sube la marea, Te voy siguiendo, Verano

Hacía mucho calor. Uno de esos días tórridos de verano. Iba leyendo por la calle cuando al alzar por un momento la vista del libro me topé con aquella visión. No sé si fue el calor o ese contoneo suyo al andar, o esa falda amarilla ajustadísima que no dejaba ninguna duda de que su trasero era perfecto, y que las curvas de sus caderas y su cintura que lo enmarcaban eran un tobogán por el que deslizarse que daba vértigo y por eso imposible no sentirse atraído y desear caer por él, lo que hizo que ya no me pudiese concentrar en la lectura, miraba el libro, las páginas, los enunciados, las letra, pero ya no asimilaba el sentido de lo escrito. No pude evitar mirar, incluso mirar con descaro, no me importó que la gente con la que me cruzaba, -nos cruzábamos ambos-, viese que miraba su culo. No pude evitar seguir andando detrás de ella a cierta distancia para tener una buena visión, acomodé mi paso a su paso, y me dispuse a deleitarme con sus andares, un bamboleo suave y etéreo, hasta el momento en que nuestros caminos se tuviesen que separar. Rezaba porque el trayecto coincidente fuese largo. Iba hipnotizado, como si un péndulo se moviese delante de mí haciéndome estar en trance, desposeyéndome del  control de mis actos. Cómo explicar aquello, cómo explicar esa cadencia en el andar, ese movimiento parsimonioso y lento, sutil y vaporoso. Una diosa se me mostraba delante de mí. Varias manzanas pude deleitarme con ese caramelo que iba saboreando mentalmente, hasta que ella giró inesperadamente, cambiando la dirección en la que nos dirigíamos ambos. Esto hacía que fuese a perderla de vista, mi diversión acababa pronto, sólo habían sido tres o cuatro minutos, los que había ido tras ese amarillo suave, nada chillón, nada estrambótico en su tonalidad. Un amarillo pastel que lucía elegante con la blusa blanca en la parte alta, bien ceñida dentro de aquella falda, rematada esa unión de ambas prendas por un cinturón blanco acharolado que iba a juego con los zapatos de tacón alto, pero no exagerado, permitiéndole andar con porte elegante, sin esos andares dubitativos y feos de las que se mueven con calzados difíciles de acomodar en un paso firme y seguro. Yo seguía con el libro abierto como si leyese, pero ya no leía, era una simple pose, una manera de parecer que iba lentamente en un paseo distraído, emulando otras ocasiones en las que sí era cierto ese transitar por las calles.

Andaba a pocos metros de ella, y ese cambio de rumbo me iba a dejar huérfano de esa visión tan exuberante, ya la estaba perdiendo de vista antes de poder ver ni siquiera su rostro, que aún no me había parado a pensar cómo sería, puesto que había sido demasiado corto el espacio de tiempo de la visión como para comenzar a elucubrar sobre su posible belleza, eso siempre viene más tarde. El cabello pelirrojo en media melena, dejaba las puertas abiertas a que pudiese ser una guapa mujer, pero también podría no serlo. Ya me había pasado muchas veces que al ir detrás de una mujer que prometía belleza por su figura y su peinado, -indistinto el color de pelo-, al sobrepasarla, un leve giro por mi parte para alimentar mi “voyeurismo” me llevaba a la decepción de ver que sus facciones no acompañaban grácilmente al resto del cuerpo. Al llegar a la bocacalle por la que ella viró, sin pensarlo yo también lo hice, ella seguía diez o doce pasos por delante, respiré con alivio al ver que no entraba en ningún portal. Me dije a mi mismo que estaba un poco tarado, ese no era mi camino, esa dirección se alejaba de mi destino. Además, qué conseguía con ir detrás de una mujer desconocida, a qué juego estaba jugando, a qué había sido debido ese impulso absurdo de seguir persiguiendo “un culo”.

En el cruce con la siguiente calle el semáforo estaba en rojo para los peatones, ella se había detenido allí, y yo no tuve otra alternativa que aproximarme y quedarme cerca de ella a un lado pero un paso por detrás. Seguía con mi libro abierto, dando ese aire distraído que me convenía. En la breve espera ella miró hacia mi lado y me vio, intuí que algo le había interesado o al menos llamado la atención en mí dirección puesto que volteo de nuevo la cabeza instintivamente antes de terminar de mirar al frente. Yo a ella por fin le vi el rostro, por el que ya sí que me empezaba a preguntar cómo sería. No era de una belleza arrolladora, de esas mujeres que incluso asustan a los hombres por sentirlas inalcanzables, pero era guapa o mejor dicho tenía mucho atractivo, diría que era poseedora de ese halo que tienen algunas mujeres que las hacen irresistibles aun no teniendo las facciones más refinadas o sutiles que suelen gustar más. Iba maquillada tenuemente.

El semáforo dio vía libre a los peatones, comenzó su marcha y tras ella, dos viandantes más, yo también lo hice aunque lo demoré un poco haciéndome el despistado para poder avanzar como hasta el momento, a cierta distancia.

Tenía unas bonitas piernas, tensas y duras a cada paso. El muslo era amplio, no con la delgadez casi enfermiza que no me gusta, pero tampoco llegando a esas piernas próximas a la obesidad que hacen que una minifalda deje en mal lugar a quién la porta por no saber elegir el atuendo para su cuerpo. El exceso de volumen no me desagrada ni me es negativo para apreciar la belleza de una mujer, pero para lucirlo hay que elegir las prendas más adecuadas para atraer y no por el contrario que surja el rechazo por parecernos una imagen esperpéntica. Sus gemelos eran perfectos, y tanto ellos como los muslos y cómo no, sus glúteos, quedaban realzados, sin duda, por ese tacón de siete centímetros que calculé desde la distancia. Aunque íbamos despacio, yo andaba bastante acalorado, no sé si era ese calor bochornoso del día o los nervios de la boba situación que estaba protagonizando. El caso es que había comenzado a tener bastante sed, sentía la boca seca, y me fastidió pensar que si pudiese besar a aquella mujer no sería un beso fresco y de líquida humedad, y sí en cambio de fluido pastoso.

En mi afán de que no se notase demasiado que iba tras ella, en el escaparate de una óptica me detuve a mirar unos modelos de gafas de sol. Cuando me quise dar cuenta la distancia había aumentado mucho, ella aun no yendo más deprisa que antes se había alejado demasiado, me dispuse a acelerar el paso, pero desistí, me di cuenta que no tenía ningún sentido lo que estaba haciendo. Solo me quedaba aprovechar en la distancia los últimos momentos de aquel iluso deseo visual antes de volver a enfilar el camino más recto hacia mi casa, no me quedaba otra que seguir por esa calle hasta el siguiente cruce  abandonado,  cuando ella volvió la cabeza un poco, con un movimiento lento para ver quién iba a su espalda. Este mismo movimiento lo repitió varias veces en un corto espacio de tiempo. Supongo que al no verme pensó que ya había desparecido de la calle, y para cerciorarse por completo giró del todo la cabeza, perdiendo todo el disimulo. Yo ya miraba con descaro en la lejanía que me permitía no parecer que el objeto de mi mirada era ella, llevaba el libro semi-cerrado portándolo en la mano con el brazo caído a un lado de mí cuerpo, utilizando mi dedo índice como marca-páginas para continuar la lectura en algún momento cuando la distracción desaparecida me lo permitiese, cuando ya aquella vista quedase lejana o perdida si llegaba a su destino.

Al percibir que ella oteaba tras su espalda e inferir que me buscaba con la vista, un mayor calor me recorrió por todo el cuerpo, a la vez que me hizo esbozar una pequeña sonrisa de satisfacción para mis adentros. Esto ya era mucho para mí, ya iba a estar contento el resto del camino a casa con esa satisfacción de saber que le has interesado a una mujer desconocida, este suceso iba a alimentar mi ego durante unas cuantas horas, quién sabe si incluso esa satisfacción la llevase hasta las últimas consecuencias en soledad. Tras verme, ella aminoró el paso. Lo noté puesto que yo no había acelerado el mío y en pocos metros ya me estaba aproximando. Ella giro de nuevo su cabeza, yo ya no podía remolonear más y no tenía otra alternativa que seguir andando al ritmo que iba y no ralentizar mí marcha, si lo hubiese hecho habría podido asustarla pareciendo que la perseguía; algo que no era del todo falso. Cuando me hallaba a unos tres o cuatro metros de alcanzarla, ella estaba pasando por delante de un portal, y aprovechando que una persona salía de allí, se detuvo de pronto y antes que se cerrase la puerta, la sujetó y se quedó con ella abierta y en el momento de llegar yo a su altura, a la vez que me miraba oí su voz que decía: ¿Entras?

De nuevo, me dejé llevar instintivamente, y no dudé un segundo. De forma natural franqueé la puerta, que ella sostenía para permitirme el paso, como si aquel fuese mi destino, como si fuese la entrada de mi propio portal o de un lugar habitual para mí.

Todo sucedió muy rápido. Yo avancé por aquel “hall” hasta situarme frente al ascensor, y seguidamente pulsé el botón de llamada. Me giré esperando su llegada. No sabía dónde debería ir, no sabía a qué piso subir. Temí que ella hubiese desaparecido. Pero no, allí estaba avanzando hacía mi posición. Llegó a mi lado justo cuando se abrieron las puertas del ascensor, yo le cedí el paso caballeroso, aunque realmente fue un gesto movido por el miedo de que ella no entrase, de que se arrepintiese y aprovechase ese momento para huir de una situación un tanto rara. Sentía como si el corazón se me fuese a salir por la garganta. No podía creerme lo que estaba pasando.  Al entrar y casi sin darse tiempo de cerrarse las puertas nos miramos y ella me dijo; -¿Y ahora qué?-.

– Subamos a tu casa -, le dije.

Ella contestó que no vivía allí. Me quedé sorprendido, pero entendí que si era esto locura, subirse a un extraño a su casa sería mayor aún. No sé de donde saqué el valor, pero di un paso al frente y le besé. Ella acepto mis labios y me ofreció los suyos. Pese a mi sed y mi boca seca por los nervios, no fue un mal beso como temí durante el paseo, cuando imaginaba un beso que nunca pensé que sucedería. Enseguida nuestras bocas se mostraron bien jugosas. El edificio tenía doce plantas, pulsé el botón de la novena, como podría haber pulsado cualquier otro. Ascendimos hasta esa planta, y al llegar le cogí de la mano, y nos dirigimos hacia las escaleras. Abrimos la puerta que separa y protege las viviendas del tiro de escalera en caso de incendio, salimos a esa zona y volvimos a cerrar la puerta. Si todas estaban cerradas como esta, tendríamos intimidad suficiente para no ser sorprendidos allí. Subimos un tramo de escalera y nos quedamos entre dos plantas, nos quedamos un momento escuchando para ver si todo estaba en silencio. Así lo era. Nos miramos y nos sonreímos con complicidad. Nos volvimos a besar, yo esta vez no pude evitar bajar mis manos por su espalda y acariciar y apretar ese culo que me había atraído como un imán hasta ese lugar. Deslicé su falda hacia arriba, para poder tocar sus nalgas libres de tela, sin nada que impidiese sentir su piel. Ella se dejó hacer. Me desasí de ella y me senté en la escalera, le hice que subiese unos peldaños quedando yo por debajo de su cintura entre sus piernas. Lo que veía desde ahí me gustaba, la falda toda subida y ajustada a sus caderas dejaban a mí vista sus muslos pétreos que admiré a distancia, y su tanga de encaje qué deslicé enseguida hacia abajo, dejándome ver su pubis pelirrojo recortado. Besé el interior de sus muslos y enseguida sentí como se tensaba su cuerpo, fui subiendo en dirección a su sexo, y con mi nariz roce su vello y levemente su vulva. Hasta allí podía olerse su perfume, pareciera que también lo hubiese perfumado. Separé mi rosto unos centímetros de aquel tentador lugar. Chupé mi pulgar, y lo deslice suavemente por sus labios internos, volví a humedecerlo con mi saliva y continué, enseguida noté que no necesitaría hacerlo más, ya su humedad se abría camino y al introducir un poco más mi dedo sentí mojarse bien todo él.  Aproveché su lubricante natural para deslizar mi dedo con suavidad e introduciéndolo más hondo sutilmente, presioné levemente y subí por esa carnosidad bien mojada en busca del clítoris, que rápido encontré para presionarlo y masajearlo, con fuerza y delicadeza a la vez. Cuando noté que todo allí empezaba a desbocarse; su respiración cada vez más acelerada me lo indicaba, a la vez que su lubricidad aumentaba escurriendo por mi pulgar hasta la mano, y ella agarraba con mayor presión mí cabeza. Me levante, y le di la vuelta para sentir su culo apoyarse en mi sexo que seguía guardado dentro del pantalón. Ella se apretó hacía atrás. Mi mano derecha buscó su coño, está vez con la yema del dedo corazón busqué sus labios que seguían bien mojados, y tras deslizarlo arriba y abajo varias veces lentamente, lo introduje muy hondo hasta sentir que la palma de la mano y el resto de dedos hacían tope. Moví mi dedo allí dentro masajeando todo el interior a la vez que por momentos deslizaba la mano hacia arriba para que la parte del dedo que se une a la palma, rozara y apretara el clítoris con cierta dureza. Después introduje un segundo dedo y después un tercero. Ella ya no aguantó mucho más. Se dejó ir, hasta que sujetó mi mano para que no siguiese, ya se estaba corriendo y no soportaba que la tocase más, cerrando y apretando las piernas medio encogidas y un poco flexionadas, con mi mano aún allí para qué parase, pero  que con travesura, yo aún movía de vez en cuando y veía como ella sufría a cada leve movimiento un espasmo a la vez que sus labios decían muy suavemente y casi sin aliento; -“quieetooo”-.  Los jadeos habían resonado por el hueco de la escalera y su fuerte respiración aun lo hacía.

Mientras la mantenía aún entre mis brazos, con un abrazo que la envolvía, y mis labios posados en su cuello, ella recuperaba el resuello, a la vez que buscaba con su mano mi entrepierna, palpando lo abultado que estaba, la solté para poder desabrocharme el pantalón  y así poder sentir su mano en mi miembro que ya no aguantaba más aquel encierro. Posé mi pene y mis testículos en aquella piel blanca que recubría su perfecto culo, piel suave que aún me excitó más.  Ella acaricio mi escroto y agarró mi pene empezando a masturbarlo. En mi posición sería difícil poder penetrarla, por lo que como en una danza, la hice girar, a la vez que yo acompañaba ese movimiento, haciéndola subir un peldaño y así yo quedaba lo suficientemente bajo para poder obrar con mayor facilidad. Tan excitado estaba que no pensaba con claridad sólo actuaba, sólo me dejaba llevar por el deseo y las ganas de correrme, sentía los testículo a reventar y la sangre circulaba por unas venas que ya no soportaban más presión en aquel lugar. Me dispuse a introducirme en ella, cuando me dijo; -ponte algo- Maldita sea, pensé.

-No tengo nada, no llevo preservativos-, le dije. A la vez que notaba que mi pene por ese revés iba a desinflarse en breve.

Pero visto y no visto, ella, medio agachada como estaba esperando mi embestida, alargó la mano a su bolso posado en el suelo y sacó un condón y me lo dio. Lo cogí, no era mi marca preferida, pero rápido sin perder un segundo lo abrí y me lo puse, antes de que la flacidez empezase a evidenciarse. Ella seguía inclinada, apoyándose en la barandilla de la escalera, lo que hacía que la redondez de su figura se me mostrase en todo su esplendor. Un blanco inmaculado el de su piel. Deslice mi mano desde detrás hasta su vulva buscando el camino de su clítoris para masajeárselo a la vez que introducía mi verga suavemente. Ya no estaba tan dura, pero lo suficiente para entrar sin demasiados problemas. Ella gimió, esta vez el sonido se propago por la escalera en un tono más elevado, en las siguientes embestidas ella comenzó a gritar con fuertes alaridos que podían atraer la atención de los vecinos y ponernos en un aprieto, y no pude por menos que poner mi mano libre sobre su boca, al menos conseguí amortiguar algo esos gritos de placer, dejé de masajear su coño, se hacía difícil hacerlo todo a la vez, y aunque no conseguí un gran ritmo, por la fogosidad acumulada enseguida noté que me correría, y así fue, no duré casi nada, entre los nervios y la excitación fue un abrir y cerrar de ojos, pero intenso. Sin desinflarme rápido aguanté lo suficiente para continuar. Por suerte ella también estaba incontenible y poquísimo después terminó, diría que casi simultáneamente. Nos quedamos así un rato, yo abrazándole con todo mi cuerpo, rodeándole con todo mi ser,  y ella dejándose abrazar, con el tiempo detenido, recobrando el aliento, como acurrucados, como si nada importase en el mundo, unos instantes de serenidad, de paz. Tan a gusto que pareciese que siempre habíamos estado juntos, compartiendo esta intimidad. Ella se desembarazó de mí, se giró y me beso, un beso suave en los labios, y después un beso prolongado con su lengua paseándose por toda mi boca. Me miró sería, fijamente y apretó los labios hacia adentro con ese gesto que da un aire de pensamiento y duda. Suspiró. Yo le miraba a los ojos, era la primera vez que era consciente del color de sus ojos. Un bello color verde. Sería ese color de ojos con su pelo cobrizo lo que le daba ese toque especial, un atractivo superior, que el conjunto de sus facciones no daban a primera vista como una mujer bella. Yo no hablaba, no sabía que decir, seguro que si hablaba rompería el hechizo en el que estaba sumido. Al final fue ella la que dijo; -¿Nos vamos?-. Yo asentí, no sabía si pedirle el teléfono, si decirle si le acompañaba. Ahora me entraban las dudas y los miedos que antes, con el no pensar y la osadía y el arrojo o la inconsciencia y el instinto sexual, no se produjeron o al menos se mantuvieron al margen, quizás porque la adrenalina y la testosterona obnubilan y ciegan el pensamiento racional y nos hacen actuar sin reflexionar.

Bajamos en el ascensor, casi en silencio. Yo musite; -ha estado bien esta locura, ¿no?-. Ella sonrió, y dijo; – muy bien-. Aunque lacónica, me pareció sincera su respuesta.

Me disponía a decir si nos podríamos ver de nuevo, cuando ella se me adelantó; -bueno, quizás nos encontremos otra vez, este camino lo suelo recorrer-. Era lo más parecido a una cita de esas que surgen en bares de copas, cita sin cita, como evitando el compromiso serio pero dando pie a emplazarse allí, tipo; -“yo suelo venir por el local, ya nos veremos”–,  y tú vas el fin de semana siguiente como si hubieses quedado, pero allí no aparece la persona esperada, y sientes la noche arruinarse por toda la ilusión que habías puesto en ella, y en muchas ocasiones no vuelves a verla nunca, por más que repites noches y noches con la esperanza como bandera. Por eso sabía que a veces esa frase era sincera, pero las más de las veces, esa misma frase es la manera de escabullirse. Aquellas palabras de ella eran algo similar, una posibilidad lejana dejada en el aire; -si nos vemos quizás podamos repetir-. Pero a la vez era un; -adiós, hasta nunca-. Y seguidamente me dijo que preferiría que nos despidiésemos aquí, que le diese cinco minutos y que después saliese yo. Sólo adiviné a decir; -Ok-.Me dio un beso en los labios, que me pareció dulcísimo, y salió del portal. Me quedé allí, primero mirando como salía por esa puerta, deleitándome de nuevo con su figura, su elegante contoneo seguía hipnotizándome, cuando desapareció de mi vista me quedé con la mirada perdida entre los buzones dándole vueltas a lo sucedido, viendo los titulares de esos cajetines me di cuenta que no nos habíamos dicho los nombres ni siquiera. Un encuentro de lo más animal. Salí de allí a los cinco minutos y ni rastro de ella, ni una pista de por donde habría emprendido el camino.

Cada día hago el mismo camino de regreso a casa tras el trabajo aunque supone no hacer el recorrido más corto, es más, supone dar un rodeo absurdo. Al pasó por aquel portal me estremezco, lo transito con gran devoción como si fuese un santuario. No he vuelto a verla. Me digo que quizás ella haya cambiado de casa, y ya no viva por aquella zona o que su horario de rutina diaria se haya visto afectada por cualquier motivo, todo ello por no querer pensar que el motivo de que no aparezca es por mí, que  lo que ha hecho es cambiar su camino para evitarme. Ese pensamiento me corroe, eso significa claramente que prefiere no toparse conmigo, prefiere que no haya ningún contacto ni siquiera casual, ¿tan mal lo hice, tan mal lo pasó?, mi ego de machito se resiente con este pensamiento. O quizás está avergonzada por lo sucedido y no sabría cómo actuar si nos encontrásemos. Dentro de mi estupidez eso reconforta más. Aunque no sé de qué me sorprendo, en mi afán de soltería, yo he actuado de la misma manera alguna vez, he estado con una mujer y luego, si te he visto no me acuerdo, poniendo todos los medios para ese olvido. Pero ni siquiera esto hace que no me sienta como un gilipollas, herido, abandonado, como utilizado y rechazado. No puedo decir que la amo, o que estoy enamorado, sería necio por mi parte, pero hay un deseo atroz por encontrarme con ella otra vez que se ha convertido en una obsesión, la tengo metida en la cabeza todo el día y toda la noche, no dejo de tenerla en mis pensamientos y en mis sueños, sueños tintados en un suave amarillo pastel, que claro, son bastante húmedos. Supongo que por haber sido algo diferente, fuera de lo normal, lo tengo idealizado y quisiera repetirlo como fuese, pero tendré que superarlo, tendré que pasar página, tendré que olvidarla, quizás deba empezar desde hoy mismo, hay tantos tonos ahí afuera, quizás deba comenzar a perseguir otros colores, quizás la suerte me vuelva a sonreír.

 

 

 

.     *Los Limones nos prestan la música de su persecución obsesiva de un poético admirador secreto, para esta otra persecución del relato, más carnal; algo increíble, fantasiosa, obsesiva y cínica.

“Te voy siguiendo“

Los Limones - sube la marea

 

.     ** Publicado originalmente 24 de Julio de 2014. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Férreo corsé

23 Lunes Mar 2020

Posted by albertodieguez in Música, Poesía

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El bic naranja, entrega, Improvisación, Los Ronaldos, Quiero que estemos cerca, Rocío Montoya, Sí sí, sexo, Sumisión

En el blog “el bic naranja”, su autor Fernando Vicente, los viernes propone un ejercicio de creatividad, mostrando un vídeo o una foto para que cada uno desarrolle y cuente la historia que le sugiera ese elemento; catalizador y detonante. Me traigo aquí (algo más maquetada) mi aportación que hice allí a vuela pluma, sobre éste vídeo de la fotógrafa Rocío Montoya.

 

Te espero,

.

me consuelo

me desconsuelo

me desespero

ese piano me va a enloquecer,

.

dedos añorando tu piel,

.

no dudes, acércate,

no me dejes ver,

sexo con duro corsé,

.

me muestro y me entrego,

no tardes,

ven y tómame.

 .

 .

    *Para un texto inspirado en un vídeo en el límite de lo tradicionalmente correcto, una canción incorrecta de Los Ronaldos; si bien los muchachos quizás tengan razón y la chica del texto está haciendo mal con esa invitación a pasar.

“Sí, sí“

los_ronaldos-quiero_que_estemos_cerca-frontal

.     **NA: En estos día de sequedad creativa tiro de vuelapluma.

 

.     *** Publicado originalmente 15 de Octubre de 2014. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Un sueño de habitación

23 Sábado Nov 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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BDSM, corsé, deseo, fantasía, foto, Gabinete Caligari, Gallina ciega, habitación, juego, juego sexual, liguero, Música, Privado, sexo, Solo se vive una vez

En el blog “el bic naranja”, su autor Fernando Vicente, los viernes propone un ejercicio de creatividad, mostrando un vídeo o una foto para que cada uno desarrolle y cuente la historia que le sugiera ese elemento; catalizador y detonante. Esta es mi aportación sobre la foto de Frédéric Fontenoy, que podréis descubrir abajo tras leer el relato.

(I)

Un sueño de habitación.

Esa habitación del placer era mi sueño. Sabía de ella por un amigo, aunque poco me había contado, se pedía discreción y secreto a los que allí habían estado, un club selecto al que yo deseaba unirme, pero no era un lupanar y no se pagaba por el sexo por lo que el dinero no me abriría las puertas, sólo se tenía acceso por invitación. Me presentaron a dos chicas una noche de copas, y durante el trascurrir de la noche, en un aparte, me revelaron ser partícipes en aquello que yo anhelaba. Mi amigo no me lo había puesto en aviso cumpliendo con la discreción pedida, pero sí a ellas sobre mi interés. En principio me quedé algo sorprendido y perplejo por lo inesperado, además parecían dos chicas “normales”, una de ellas incluso algo entrada en carnes; uno absurdamente no se imagina que la gente que estima común se preste a esos juegos, pero ante su invitación a ser partícipe no lo dudé. Era un lugar de diversión centrado en juegos sexuales entre adultos; todo consentido, salvo golpes y violencia, nada de fustas, como me dejaron claro después, no era realmente un lugar de BDSM como pensé en un principio, y que era algo que me daba cierto reparo, aunque estaba dispuesto a enfrentarme a ello por entrar en aquel cuarto. Me dieron la dirección a donde me debía dirigir la noche del miércoles, era en un barrio céntrico de alto nivel adquisitivo, la finca era señorial. Al llegar al portal desde un coche llamaron mi atención con un toque de claxon, me acerqué y vi que era una de las chicas, que con una bonita sonrisa me dijo que montase, nos dimos un par de besos y me indicó que debía taparme los ojos para llevarme al lugar del encuentro y que a la hora de marcharme todo sería de la misma forma. Transitamos sólo un par de minutos, por lo que intuí que sería en una de las calles aledañas el destino. Estaba nervioso. Entramos en un garaje y desde allí subimos en ascensor unas cuantas plantas que no pude determinar. Entramos a una casa  y me condujo por un largo pasillo, me hizo detenerme y me quitó el pañuelo que tapaba mis ojos, estábamos frente a una puerta, y me dijo; – entraremos, y durante cinco minutos podrás ver como es la habitación y a quiénes estaremos ahí, a la vez te explicaremos cómo será el juego. Aún estás a tiempo de decidir si entrar o no. 

– Si entras, querrás repetir, pero sólo depende de nosotras que vuelvas a estar aquí -, insistió ante mi silencio.

Ligaduras y ataduras, guantes negros, tacones, corsés y ligueros, culos y coños ofreciéndose para dar y recibir placer, es lo que vi y cuanto os puedo contar. Siete mujeres en poses provocadoras, y yo con nervios y miedo de no estar a la altura de la invitación.

.

(II)

El Juego.

Sé que deseas saber cómo es ese juego y él no puede contarlo por su promesa de secreto y discreción, ya contó demasiado y quiere volver, pero yo sí puedo decir cómo será ese juego si entras en aquella habitación. Te taparán los ojos y entre todas te desnudarán y calentarán para enderezar tu pene y ponerle un preservativo, luego se repartirán por la habitación bien oferentes y tendrás que ir recorriéndola en busca de coños y culos, y el primero encontrado será el follado a ciegas y sin miramientos, procaz y lascivamente. Las demás en ese momento podrán participar de tu cuerpo si lo desean, besándolo, rozando sus tetas o su sexo, chupándote los testículos, penetrándote con sus consoladores o haciendo cualquier cosa que se les ocurra sin mediar violencia. O si lo prefieren, jugarán entre ellas hasta ver cómo acabas corriéndote con tus embestidas. Luego abandonarán la estancia para que los dos podáis continuar a solas ya liberados tus ojos del pañuelo. Será en ese  momento cuando veas realmente a tu pareja de juegos, quizá no la que hubieses elegido, quizá no la que se ajusta a tu canon de belleza, quizá la entrada en carnes o quizás la de rostro feo, pero ahí radicaba el juego que ellas han decidido montarse eligiendo a sus invitados, así ninguna podrá ser rechazada por su aspecto, todas tienen las mismas oportunidades y eso les divierte y excita. Iniciado el juego ningún hombre ha dejado a medias lo empezado. Un juego de gallina ciega, en el que el premio es una buena penetración a ciegas primero, y después toda una noche para seguir jugando junto con la agraciada; ella por azar, tú seleccionado.

.

Frederic Fontenoy - Foto

.

 

.     *Sólo se vive una vez dice Gabinete Caligari, quizás por no se duda en aceptar ciertas invitaciones iniciáticas.

“Solo se vive una vez“

Gabinete Caligari - Privado

.     ** Publicado originalmente 6 de Octubre de 2015. Hoy recibe una segunda oportunidad.

La noche de una primera intención

19 Sábado Oct 2019

Posted by albertodieguez in Relato

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amor, Aproximación, Aproximaciones, Intención, Música, noche, Pereza, reencuentro, sexo

Una noche interminable, una petición incansable de acomodarse en su hogar, una canción, un salón alfombrado, un sofá acogedor, unas caricias lentas, un desnudarse veloz, unos cuerpos unidos, unas pieles sedientas de ardor. El alcohol desapareciendo, ¿¡qué hacemos aquí los dos!?  De lado, ella pide ser insertada, él no lo logra por bisoñez. Un; vamos al suelo, que no compenetro con esta estrechez.

La alfombra acolchada recibe la desnudez, a cuatro patas y a embestidas pide ella descender al abismo del orgasmo y la dulce placidez. No hay precauciones adoptadas, locura a la que atender, ella extasiada, él derramándose en urgente retirada, la espalda empapada de blanca miel, cae agotado y aturdido abrazando aquel cuerpo consumido que tiene debajo de él.

Años pasaron, y se repitió la noche interminable, pero no hubo petición incansable, y sí invitación sorpresiva, no hubo salón alfombrado, ni sofá acogedor, y sí cama y colchón, sábanas caídas a los lados apartadas con fervor. No hubo estrecheces, sí caricias y ternuras y sexo sin premura, hubo sueño después del amor, tras ella decirle; mucho mejor, aunque del todo no estuvo mal aquella vez, poco que ver con esta ocasión; aprendiste a follar, nada que ver con aquella primera intención.

 

 

.     *Pereza nos canta sobre aquella inolvidable primera aproximación.

“Aproximación“

Pereza-Aproximaciones-Frontal

.     ** Publicado originalmente 14 de Mayo de 2014. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Haciendo el amor entre líneas

12 Sábado Oct 2019

Posted by albertodieguez in Música, Microrrelato, Relato

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amor, cama, lectura, libros, Manolo García, Música, Nunca el tiempo es perdido, Poesía, sexo, Somos levedad

En el blog “el bic naranja”, su autor Fernando Vicente, los viernes propone un ejercicio de creatividad, mostrando un vídeo o una foto para que cada uno desarrolle y cuente la historia que le sugiera ese elemento; catalizador y detonante. Me traigo aquí mi aportación que hice allí a vuela pluma, sobre la foto de Alec Dawson

Alec Dawson

Haciendo el amor entre líneas.

Cada vez que abro un libro te veo allí y me veo haciéndote el amor entre líneas que convergen en tu sexo. Recuerdo cuando te dije que te haría el amor por siempre entre las líneas que has trazado en mi mente y mi corazón y mis recuerdos. Entre las líneas de cada poema y cada libro compartido entre las sábanas testigo de cada suspiro que nos salía al leernos esos versos, leídos en susurros o gritados con jadeos, como una y mil veces lo hicimos. Lecturas poderosas que nos ponían en la boca lo que sentíamos sin saber decirlo más bello que Neruda, Benedetti o Pepe Hierro. Insoportablemente leves, como cuando leíamos a Kundera en nuestro lecho.

. 

.     *Con más certeza ahora, pasado ya el tiempo; en aquellos días, en aquel verano, ya sentíamos que somos levedad, como nos canta Manolo García.

“Somos levedad“

manolo_garcia-nunca_el_tiempo_es_perdido-front

.     **Vuelvo a caer en el juego propuesto por el blog “escribe fino”, y me traigo ese texto surgido de la inmediatez con todas sus posibles incorrecciones y pecados, a falta de tener algo mejor que contar.

.     ***NA: Publicado originalmente el 7 de Enero de 2015. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Mi marido no me folla

09 Miércoles Oct 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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amor, Arañas mi piel, atracción, Convivencia, deseo, desinterés, inapetencia, Los Romeos, Música, necesidad, pareja, Sangre caliente, sexo

Mi marido ya no me folla, ya sé que es una frase malsonante, y en boca de una mujer quizás suena aún más chabacana la palabra “folla”; -la sociedad tan machista nos encorseta hasta en la forma de expresarnos y se ve feo y sucio en labios de una mujer lo que en el hombre se atribuye como directo o sin matices o sin pelos en la lengua-, pero es lo que mejor describe mis deseos, mis necesidades; -sí coño, mis necesidades, una tiene necesidades-. Podría haber dicho que ya no me hace el amor, pero follar describe mejor lo que anhelo. El amor me lo hace de otras maneras, en el día a día, compartiendo y dándome todo el cariño, comprensión y apoyo que siempre me ha dado, y últimamente la parte más afectiva se está quedando sólo en eso, en cariño. Pero yo no quiero solo eso, yo quiero que me folle, que me deje agotada y sin resuello, totalmente sudorosa como antes pasaba, cuando en los inicios hacíamos maratones sexuales y nos pasábamos el domingo entero encamados follando y durmiendo a ratos, y salíamos al llegar la tarde-noche a comer algo, hambrientos y sin fuerzas de tanto desgaste. O cuando tiempo después a la hora de la siestas después de un breve sueño mío, -no de él que quedaba leyendo allí en la cama junto a mí esperando mi despertar-, nos enlazábamos fundiéndonos en uno. Comenzando con pequeños besos, íbamos avanzando en las caricias, él con su manos exploradoras en busca de mis pechos y después bajando por mi vientre en un viaje hacía mi sexo, que lo esperaba ansioso, pero que él demoraba con caricias suaves entre los muslos, en una ida y venida de sus dedos rozando aquí y allá, que me excitaba más y más, acelerando mi deseo e impaciente de que dejase allí su mano y tensase todos mis músculos internos, con sus fantásticos dedos. Yo ya tenía mi mano acariciando y palpando con suavidad sus testículos, que se contraían, y percibía como su piel se volvía más dura y gruesa, y entonces deslizaba la mano hacía esa virilidad que se erguía, sintiendo como se ensangrentaba por dentro y sin remedio iba creciendo venosamente. En ese momento no podía evitar desasirme de sus manos para ir deslizándome al encuentro de su miembro, mis labios primero con dulces besos y mi lengua después recorriendo esa verga que cada vez más inhiesta se ofrecía y a cada roce de mi boca más dura se ponía, y las venas remarcaban su tensión. Subía hacia su vientre besándolo y besando su pecho para más arriba encontrarme con su rostro y sus labios que me esperaban ávidos de besos, pero paraba a medio camino para con mis pechos abrigar su polla… y sentir su lubricidad en mí pecho y sobre mis pezones que juguetones rozaban su glande ya con pegajosa humedad. Esa que yo también le dejaba sobre su rodilla y su muslo con mi coño que en ese transitar había aprovechado para ir masturbándome con su pierna en un roce estimulante. Me llegaba hasta su boca con mi boca y las lenguas se enredaban y nos besábamos con procacidad y cierta violencia largo rato mientras mi cuerpo desnudo sentía toda su piel bajo mi piel y su falo se abría paso entre mis piernas que se vencían y se entregaban con facilidad apartándose y dejando el camino más libre para que el ariete no encontrase resistencia, deslizándose con suave violencia por mi vulva que tan húmeda venía. Allí dentro, él, quieto se deja hacer, y con mis vaivenes gozaba yo y gozaba él, y yo buscaba los movimientos y rincones más placenteros para mí, hasta que él sentía que yo estaba cerca del orgasmo y que él no aguantaría más, entonces paraba mi bamboleo para envestirme con fuerza y rapidez, una, dos tres, cuatro, cinco veces, no más, que él se corría y yo después que él, aprovechando su última dureza, quedándonos exhaustos y  agónicos de placer. Esa pequeña muerte que dicen los franceses, la echo tanto de menos, qué no puedo evitar excitarme al recordar los buenos momentos añorando sus caricias, sus besos, y su sexo, y dejó que mi mano se convierta en su mano y me consuelo cada vez más a menudo en la ducha, en el sofá o como ahora en la cama, y aunque disfruto, no es lo mismo. No sé si ya no le atraigo y no le excito, podría pensar que estamos en una mala racha, que estamos cansados por la vida tan veloz que llevamos sin tiempo para nada, con unos trabajos que nos absorben toda la energía y que la poca que queda se diluye en las labores hogareñas de las que nos ocupamos. Ciertamente no veo rechazo, pero si apatía y desinterés. Podría pensar que tiene un lío por ahí, pero sé que no, y eso es peor; no saber quién es tu enemiga o ni siquiera tener enemiga me genera más angustia y rabia, esa rabia que podría descargar hacía esa otra persona. Nunca pensé en serle infiel, pero últimamente se me van los ojos detrás de alguno que otro con la fantasía de desfogarme, sólo para eso, apagar este fuego, de manera casual y algo brusca y sin miramientos, algo visceral y poco racional. Pero me preocupa haber llegado a pensar en ello, yo lo quiero y aun lo deseo; si me hubiese preguntado si sería capaz de hacerlo, hace unos años habría salido un rotundo no, bueno y si me lo pregunta alguien también saldría un no, pero interiormente ya ese no se resquebraja cada día más. Lo que más me enfada es que follar con mi marido es buen sexo, incluso diría que muy bueno, al menos cuando lo hacíamos. Si hubiese dejado de serlo entendería porque no lo repetimos más a menudo, por qué mi marido ya no me folla, por qué no araña mí piel.

 

 

 

.     *Todo lo daría nuestra protagonista porque su amor le volviese arañar la piel, como nos cantan Los Romeos.

“Arañas mi piel“

Los Romeos - Sangre caliente

.     **NA: Publicado originalmente el 20 de Octubre de 2014. Hoy recibe una segunda oportunidad.

 

Un reflejo en el azogue

13 Viernes Sep 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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añoranza, abandono, calles, casco viejo, comercio, Cristina Lliso, deseo, Esclarecidos, espejo, Música, paseo, Por amor al comercio, probadores, Recuerdos, ropa, Ruptura, sexo, Tiendas, tristeza

Ahora ya no puedo entrar en uno de ellos sin estremecerme un poco, sin cierta nostalgia, sin cierta tristeza, sin ese recuerdo asolador que me hace mirar el espejo y ver mi rostro tenso y algo ensimismado, retrotraído a otro lugar, a otros lugares que no son ese, pero que pudieron serlo, incluso dudo si ese mismo alguna vez no lo fue, aunque no es seguro, quizás fue otro de la misma “cadena”. Cuando así sucede, cuando son de una misma cadena,- ya casi no hay que no lo sean-, no se sabe si se está en una u otra, la de una calle o la de otra, todas son casi exactas por completo, hasta las perfuman con el mismo aroma para que sepas que estás en una de ellas, dando igual, incluso la situación geográfica. Cuando aparto la cortina y luego la corro o cierro la puerta, cuando la hay, y me giro, y frente a mi  queda el espejo, ya no me veo en ese momento, el espejo me devuelve la imagen de otro tiempo, cuando el deseo chisporroteaba en mis ojos y en sus ojos, y veía en él los nervios de la situación, del sexo furtivo, del orgasmo ahogado para no ser descubiertos. Veo en ese espejo su rostro tensarse, su mandíbula apretarse, y sus ojos cerrarse. Veo una figura detrás de mí, veo mis pechos libres del sujetador que me liberó, para acariciar mis senos, para sentir mis pezones endurecerse, como me suele pasar ahora cada vez que entro en uno de nuevo. Las prendas elegidas quedaban colgadas a la espera, mientras la ropa traída y desvestida era arrinconada, para vestirme con sus besos y sus caricias que abrigaban con un calor desmedido, y un rubor que quemaba tomaba mi piel blanca, y se licuaba mi entrepierna aun antes de tocarla, como ahora cada vez que lo pienso, cuando su mano descendía por mi vientre buscando mi vello, suave y recortado, acicalado para un dulce encuentro. Y yo, entre noes apagados y mentirosos, desmentidos por el deseo exacerbado, me apartaba y me giraba para no continuar con aquello, que era locura y peligro y miedo de ser descubiertos. Le pedía que me dejase probarme la ropa, que no era el momento, y él siempre decía; -No te preocupes, hay tiempo-. Entonces él, ante mi desnudez para probarme los ropajes, me cogía desde atrás y me abrazaba con todo su cuerpo. Yo no sentía su piel si no su ropa, menos allá abajo, en dónde ya percibía fuera su falo inhiesto, tan caliente como todo mi cuerpo. A veces caían sus los pantalones al suelo, otras solo su miembro quedaba del pantalón saliendo. Ya no le podía ver de frente ya solo le miraba a través del espejo, sus besos por mi cuello, sus manos acariciando mi sexo, mi húmedo sexo, que ya manchaba hace rato el tanga, con los flujos de mi deseo. No podía negarme a nada, el temblor recorría todo mi cuerpo, trémulo por las ansias de sentirle más pronto que tarde dentro. Veía como mi cuerpo se doblaba hacia adelante, en busca de esa imagen proyectada en el azogue, y mis nalgas buscaban impávidas su movimiento pélvico, cerraba los ojos y ya dejaba de ver su imagen para imaginármela embistiendo, con bravos movimientos, sin pausa ni mucho alarde técnico, deseando que durase hasta el último momento, que no se derramase antes de tiempo, que su sexo siguiese duro, bien entrando y saliendo. Acelerados por el riesgo, en vez de bloquearnos, lo que hacía es que esa excitación nos llevaba a culminar desaforadamente en un breve espacio de tiempo, pero ampliamente satisfactorio, llegando a un orgasmo simultáneo, terminando con las respiraciones sin resuello, acalladas para no delatarnos del acto clandestino. Reconozco que muchas veces en su compañía busqué ir de tiendas sin necesidad, o dando un paseo, decidía entrar en algún comercio, sólo para buscar ese encuentro, siempre deseosa de que él se lanzase a ello, o si no lo hacía yo le provocaba el deseo. Ahora ya no está, desapareció de mi lado. A veces creo que hace una eternidad de su marcha, otras veces creo que fue ayer mismo, cuando sus recuerdos son tan presentes que es impensable que fuesen de hace muchos días o semanas o meses. Pasado este tiempo y sin quererlo, correr la cortina y mirar al espejo es estremecerme por dentro, y en algunas ocasiones con la cabeza en ese otro tiempo, fluye mi pensamiento y miro por encima del hombro esperando ver su cuerpo, y creo que lo veo y no puedo evitar llevar mi mano a mi sexo, y acariciarlo y sentir mis dedos como sus dedos, buscando mi clítoris como en aquellos silencios de labios mordidos, de turbación por lo furtivo, y avanzo y sigo hasta llegar al último suspiro, y me vuelvo a mirar en el espejo que he evitado para creer que era aquello, aunque no me engaño y sé que era ficticio y falso ese momento. Le echo de menos, como en casa, como en el parque o en el paseo de domingo después del largo aperitivo que nos llevaba algo beodos y aturdidos por el alcohol a vagar por el casco viejo. Calles, que me pregunto si recorrerá con otra. Me pregunto si se habrá olvidado ya de que existo, o al contrario, también él, al ir de tiendas recordará esos instantes de manos ávidas y besos lúbricos, de excéntrico y algo demente comportamiento, más propio de jóvenes, que ya no lo éramos. Anhelo sus delicadas manos, de suaves caricias y su forma de tocarme; nadie lo ha hecho como él. Añoro su mirada limpia y directa tan chispeante siempre sin necesidad del reflejo, y algún domingo tras un largo aperitivo, algo tomada, recorro las calles del centro, y casi sin darme cuenta busco sentir y encontrar de nuevo todo ello al descorrer la cortina y ponerme frente al espejo.

 

 

 

 

.     *Hay lugares con espejos traicioneros que nos devuelven la imagen y el recuerdo de un comercio de caricias que desaparecieron, como nos cantan Esclarecidos.

“Por amor al comercio“

esclarecidos - poramoralcomercio87

.     **NA: Publicado originalmente el 25 de Febrero de 2014. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Dominio y sumisión

12 Jueves Sep 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 33 comentarios

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deseo, Dominio, Los Romeos, Música, Muérdeme, placer, sexo, Sumisión

Dominio y sumisión

Estoy susurrándote al oído las palabras que te excitan, que hacen que tus pezones se endurezcan. Pezones erectos que se me clavarán en mis palmas, pezones que pellizcaré y estiraré hasta el dolor, que no podrás verbalizar. Pezones que culminan esos pequeños pechos que tanto me gustan, senos que puedo acariciar por completo como frutos que recolecto. Pechos que amasaré con fuerza y fruición cuando introduzca el pene que llevo amarrado a la cintura. Y arqueas tu espalda en busca de mi cuerpo, que te domina, y que deseas que siga siendo así, aunque también deseas que no me demore, que avance más rauda hacia el orgasmo que te llegue explosivo. Pero yo disfruto tanto viéndote desear lo que yo te puedo dar que no puedo más que alargar tu agonía. Disfruto tanto dándote como tú recibiéndome. Te musito al oído, que te partiré en dos con la tranca que te entrará por detrás con la violencia y daño que añoras sentir, quizás incluso sientas la humedad de la sangre deslizarse por la entrepierna en el desgarro doloroso, y tu piel se eriza de pensar lo que te anuncio venidero, pero no será ahora, no serán aún las embestidas que anhelas, de un daño orgásmico. Aún queda mucho juego para tu deseo, para mi deseo, mi sumisa, sabes que no hay amor que solo es sexo.

 

 

.     *Los Romeos con su sonido guitarrero nos cantan que esta noche no la olvidarás, como a buen seguro, ellas tampoco la olvidarán.

“Muérdeme“

Los Romeos

En el blog “el bic naranja”, su autor Fernando Vicente, los viernes propone un ejercicio de creatividad, mostrando un vídeo o una foto para que cada uno desarrolle y cuente la historia que le sugiera ese elemento que actúa como catalizador y detonante.

Me traigo aquí mi aportación que hice allí a vuela pluma, sobre la foto que adjunto y de la que Vicente dice no saber su autor. Como siempre, completo el relato con música, esta vez con las potentes guitarras de Los Romeos.

 

.     **NA: Uno está tentado a retocar el texto viendo las imperfecciones del mismo, (que son muchas), pero me resisto, puesto que el juego es el de la improvisación y el resultado que se consigue en el momento, y así lo dejo.

.     ***NA: Publicado originalmente el 3 de Febrero de 2014. Hoy recibe una segunda oportunidad.

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