Durante el camino en coche, va oyendo la radio y a ratos escuchándola, va asimilando las noticias que lo fueron ayer y lo serán hoy, y a veces se enfada con lo que oye y el desánimo le ensombrece la mirada, y le crispa e irrita el pensamiento. En ocasiones verbaliza ese malestar en voz alta, como si hablase con alguien, como un loco que habla para entender y entenderse así mismo, para invocar a la cordura y que ésta nos libre de todo esto que está envilecido, como si diciéndolo se liberase y todo se esfumara y fuese bondad lo que quedase, y no ese escalofrío que llega y se queda cuando ve y oye, cuando tras el acaloramiento entiende que no hay camino, que solo hay abismo.
Llegar a su puesto de trabajo es comenzar con la rutina; comprobar lo que hay para el día, asignar las tareas a la gente de la que es responsable, gestionar prioridades según los calendarios a cumplir, y estar alerta ante las sorpresas venideras que como en cualquier trabajo siempre están acechantes para darte un revolcón y todo lo que has pensado y preparado para la jornada, para la semana entera incluso, se vaya al traste y haya que empezar a darle una vuelta a todo lo decidido, que ya no vale.
Su mesa suele estar ordenada, dentro de cierto desorden, papeles con anotaciones, con fechas, con información necesaria para el seguimiento de los trabajos a realizar o que ya están llevándose a cabo, pero siempre en un orden que él controla. El desorden le altera.
Ha llegado pronto, le gusta llegar un poco antes del horario de entrada para ponerse un poco al día y organizarse antes de que llegue el resto del equipo. Suena el teléfono. Eso le encabrona un poco, si suena tan pronto suele significar; o problemas o que alguien del equipo no vendrá por algún motivo, y desde los últimos despidos aunque hay menos labor, una pieza menos desbarajusta todo lo ideado y el puzzle de “gente-trabajo” empieza a no encajar.
Coge el teléfono con un “Diga” cansino, sin mucho ánimo, casi no le sale, como cuando has estado mucho tiempo callado y la voz no te surge firme, nítida, más bien con una especie de “gallo”. Se da cuenta, aclara la voz y lo repite: “Diga”.
Al otro lado, de primeras no escucha nada, no se oye voz alguna. A veces pasa con los teléfonos que aunque ya estamos en comunicación, no se oye nada, hay un breve vacío, un silencio que nos inquieta puesto que nos deja con la duda de quién llama, quién nos está llamando. Mira la pantalla del terminal, allí aparece un número de teléfono fijo, por tanto es de fuera de la oficina, y rápidamente piensa que será alguna persona del departamento que quiere avisar que llegará tarde o que está enfermo y ni siquiera llegará ese día. Al fin se oye una voz, una voz femenina, que le nombra, y rápidamente se presenta, dice su nombre y le dice si se acuerda, el asiente rápido con un; “Sí, claro”, y es cierto, antes de que ella se presente, él reconoció la voz, y le puso cara, y recordó su rostro, un rostro joven, casi adolescente, y sonriente, siempre sonriente. La recordaba como una chica vital, alegre y divertida. Un poco sorprendido, se muestra afable con ella, sin cinismo, lo siente así;
– ¿Cuánto tiempo, qué tal te va todo?
– Bien, tirando como se puede -contesta.
Ella, trasmite con su voz, lo que él recuerda de su rostro; energía y dinamismo. Ella trabajó hace bastante tiempo atrás para la empresa, para su equipo, con contratos de obra para conseguir dinero a la vez que estudiaba, pero llegó un momento que compaginar ambas cosas se hizo complicado y dejó de trabajar para poder centrarse en el estudio, ya no solo era parar y dejarlo en épocas de exámenes, los estudios se pusieron algo más difíciles y las exigencias mayores, incluso con prácticas, hizo que abandonase este trabajo, que al fin y al cabo era provisional.
Después de ponerse muy rápido al día de cómo les iba a uno y al otro, de preguntarse por las vacaciones, -ahora es Septiembre y están recientes,- y cruzarse los típicos parabienes, llegó el tema central de la llamada, que era no otra cosa que la de petición de trabajo.
Ella le pregunta si hay posibilidad de trabajar, no en jornada completa, tiene clases por la mañana y sería para trabajar por las tardes, si es que aún tienen ese turno. Que necesita trabajar para poder pagar la matrícula de la Universidad que las tasas han subido mucho y tiene que buscar la manera de pagarlas.
En ese momento él, que ya casi se iba esperando este final, este fin en la llamada, se removió en la silla, para decirle que no había nada de momento, no había esa posibilidad, que la cosa estaba floja, muy floja desde hace tiempo, que por la poca contratación había ido saliendo gente paulatinamente de la empresa, con despidos y acuerdos de prejubilaciones, y que en su área, no estaba pudiendo contar con la gente que venía a reforzar en periodos vacacionales o en Navidades cuando se concentraba más trabajo, porque esos picos ya no llegan y por tanto no contrata casi a gente temporalmente.
Le dice que se lo imaginaba, que todo está fatal, que ya ha mirado otras posibilidades y tampoco hubo suerte. Intenta darle alguna esperanza, le dice que cree que un poco más adelante puede que se reactive el negocio, que hay un proyecto potente que pudiese entrar en breve y como está con la gente justa quizás pueda contar con ella, que espera que en menos de un par de meses necesite incorporar gente.
Ella contesta que genial, que se lo agradece, que si puede brindarle esa posibilidad sería fantástico.
Él se siente un poco mal, sabe que esto que le dice de aumento de trabajo, es más deseo que realidad, pero como otras veces ha hecho, a poco que aumente el flujo de trabajo, en vez de absorberlo entre el personal ya existente, tirará de listado para ayudar dentro de lo que puede a dar trabajo, y anota su posible horario, por si surgiese que la tenga que llamar.
Ella, ante este pequeño resquicio, se lanza a decir que tiene compañeros y amigos, que también buscan empleo y que si él necesita más gente que también podría contar con ellos, que incluso en el horario no se fije, que no dude o se detenga en esas pequeñeces, que se adaptarían a cualquiera. A algunos de ellos, les han subido tanto las tasas que no se podrán matricular de todas las asignaturas, que incluso algunos tendrán que dejar de estudiar a no ser que encuentren de donde sacar el dinero, ya los padres no pueden asumir ese gasto.
Quedaron en eso, en hablarse, en llamarse más adelante, y ha pasado un año, y él no ha podido cumplir con las expectativas que inocentemente le quiso dar para que la llamada no fuese complemente frustrante para ella. Él quedó algo taciturno, entre el enojo y la tristeza, el enfado con los dirigentes que estaban estrangulando la Educación de esta manera y la rabia por no poder hacer nada, por no poder ayudar.
Ha pasado un año y piensa en ese año transcurrido, en todo el dinero que se ha recortado en becas y ayudas a los estudiantes y a sus familias, y otra subida potente en las tasas. Todo tildado de necesario y envuelto en la bandera de la búsqueda de la excelencia, de premiar al mejor estudiante, de dar al que se lo gana, cuando lo que se premia es al que tiene más dinero, que es el que podrá estudiar, es el que no tiene que buscar la manera de pagarlo trabajando.
Y hoy cuando todo ha transcurrido como todos los días, como hace un año, con un despertar similar, con el paso lento hacia la ducha, el desayuno con zumo y café, el viaje en el coche escuchando la radio y la llegada al trabajo para preparar el día, ha recordado aquella llamada, ha asimilado de golpe, lo oído de camino, la insidia de un ministro que dice que las protestas contra su reforma educativa son una protesta política, -que muy bien no se sabe que es lo que quiere decir con eso, salvo que significase que no es por lo hecho sino por quién lo hace-. Pues claro que es una protesta política, contra su “Política educativa”, educativa con minúscula, claro. Ese mismo ministro que compara las protestas, a las habidas en México y Chile, como fiesta de cumpleaños las de aquí, cuando el espejo en el que debería mirar es en los vecinos más cercanos, en los socios europeos del país. Un ministro de Educación que dice que no tiene porqué estudiar todo el mundo, se descalifica solo. Y piensa todo esto, frente a su ordenador, y vuelve a verse como hace un año al colgar el teléfono, con la mirada ausente, desanimado con el horizonte sombrío que espera.
*Los recortes en Educación, Sanidad, Protección Social, etc… nos ahogan y debilitan como ciudadanía y como sociedad, y para poner música al desafecto que esto produce, Serrat nos hizo ya hace mucho tiempo el favor de crear canciones, que se le podrían cantar ahora mismo al ministro de educación y otros compañeros y sin duda, a su jefe.
«A usted» «A quién corresponda«
