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desafectos

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Archivos de etiqueta: Muerte

Vivir la vida muriendo

24 Miércoles Jun 2020

Posted by albertodieguez in Música, Poesía

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Etiquetas

desazón, El mar no cesa, Héroe de leyenda, Héroes del Silencio, Música, Muerte, rutina

Antes lo mataba la rutina,

y ahora,

ahora lo mata salirse de la rutina;

siente que se ha pasado y se pasa la vida muriendo,

en eterna agónica desazón.

.

.

.     * Nunca a gusto con su situación, quizás todo sea un eterno castigo como canta Héroes del Silencio.

.     **Recuerdo perfectamente cuando escuché por primera vez esta canción una tarde allá por el 88, en el programa de TVE “Tal cual” presentado por Manuel Hidalgo…

“Héroe de leyenda“

Héroes del Silencio - el mar no cesa

.     ***NA: Publicado originalmente el 10 de Septiembre de 2015. Hoy recibe una segunda oportunidad.

 

Duda hacia la vejez

10 Viernes Abr 2020

Posted by albertodieguez in Música, Poesía, Reflexiones

≈ 21 comentarios

Etiquetas

Bienaventurados, Desaparecer, duda, Llegar a viejo, Manolo García, Música, Muerte, Nunca el tiempo es perdido, Rosa de Alejandría, Serrat, vejez, viejo

No sé si quiero llegar a viejo,

no sé si quiero.

No sé si quiero llegar a viejo,

no sé, ¿sí quiero?

No sé si quiero llegar a viejo,

no sé, sí quiero.

No sé si quiero llegar a viejo,

No sé si no quiero.

No sé si quiero llegar a viejo,

No sé, no quiero.

¿Sé que no quiero llegar a viejo?

no sé si no quiero.

Solo sé, que enfermo viejo,

no quiero.

 

 

 

.     *Ante esta duda, para cada día obtengo una respuesta, y muchas veces ni siquiera hallo respuesta si no más duda. Como dice la canción de Manolo García, “Alejarme quiero de esta vida que yo vivo sin convencimiento”, y añado, alejarme quiero, cuando la duda sea la que guíe mi vida.

.     Nota: Hoy dejo dos canciones, una directa, la de Serrat, acorde con el tema, y otra en la que yo leí entre líneas, y creí ver algo de mi texto de manera más simbólica y críptica.

“Rosa de Alejandría“

manolo_garcia-nunca_el_tiempo_es_perdido-front

 

 

 

 

 

 

 

 

“Llegar a viejo“

 

 

 

 

 

 

 

 

.     ** Publicado originalmente 30 de Enero de 2013. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Una vez me moría

09 Jueves Abr 2020

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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ambulancia, bienestar, calmante, camilla, dolor, enfermeros, hospital, La cuenta atras, La otra orilla, Los Enemigos, mareo, Música, morir, Muerte, relajación, sangre, tranquilidad, vida

Una vez me moría, y no vi ninguna luz ni ningún túnel, solo veía gente a mí alrededor, hacendosa, y nerviosa, trajinando en torno mío. Tumbado en la camilla con el brazo extendido y el enfermero intentando cogerme una vía, que no acertaba a tomar, supongo por su tensión y mis convulsiones que no le ayudaban mucho, pero aunque parece ser que le puse perdido de sangre, saltando un chorro de mi vena a su bata, yo no sentía dolor alguno, solo una sensación de tranquilidad y relajación, todo fluía a mi alrededor con veloz movimiento pero que a mí me parecía pasar con lentitud. Ir y venir, angustia en sus caras, yo sin fuerzas pero sin sentirme mal, sólo como flotando, cada vez con menos tensión arterial. Oigo decir:” Tiene dos; rápido, adrenalina!”. Me preguntan como estoy, y yo digo “bien”, con la boca un poco seca, ya no siento el mareo como cuando estaba de pie, ahora en la camilla estoy a gusto. Hablan de una ambulancia, con urgencia quieren mi traslado a un hospital. Me siento algo confuso, si esto es la muerte tampoco está tan mal, te diluyes en nada. No siento miedo, quizás un poco de frío, siento las manos frías. No pasa mi vida por delante de mi cabeza como dicen que sucede, no pasa nada, ¿será que no me estoy muriendo? Me ponen una máscara de oxígeno, no entiendo muy bien para qué, no siento ahogamiento, ni fatiga, ni falta de aire, solo bien estar. Me recuerda esta sensación a aquella otra vez que operado de una rodilla, cuando los efectos de la anestesia se fueron retirando de mi cuerpo, dejando paso a un leve dolor concentrado en la rodilla, que fue subiendo en intensidad hasta llegar a ser unos dolores horribles los que me martirizaban. La analgesia que me administraban en un inicio parecía solventar y disminuir aquel padecimiento, pero conforme avanzaba la tarde se convirtió cada vez más insoportable e insufrible, y lo que antes me evitaba sufrimiento durante varias horas ya no lo conseguía, y a los pocos minutos, ya su efecto sedante quedaba en nada, hasta que a altas horas de la madrugada cerca del amanecer, y viéndome algo desesperado deciden ponerme un potente calmante que me hace volar, y elimina de mí todo dolor y plasma en mi cara una sensación de relajación y bienestar jamás experimentado.  Y pienso y me veo como los drogadictos que he visto muchas veces en mi niñez y adolescencia, con los ojos medio cerrados y un rostro de viaje alucinado, y sonrisa bobalicona. Así me encuentro yo, al fin descansando después de toda la noche sin dormir, por fin, sin el tormento en la rodilla. Y así me siento esta vez de nuevo pero sin ser debido a paliativos para dolores, solo el cuerpo dejándose ir. Y no veo los años transcurridos de vida como película o fotografías, ni me vienen a la cabeza seres queridos o no tan queridos, ni situaciones ni recuerdos dichosos ni mucho menos los desagradables, no hay nada, tampoco siento que sea el fin, si esto es morir no está tan mal. No tuve miedo, quizás no era consciente que me moría, que cesaba de vivir, que ya no existiría, que todo acababa, que mañana no estaría aquí, sólo por un instante al ver a mi mujer algo difusa al fondo de la sala, al otro lado del biombo que me impedía ver toda la estancia, pensé que estaría nerviosa, que estaría angustiada, pero fue muy breve ese pensamiento, enseguida mi mente dejó de nuevo de pensar, solo veía y observaba sin otro entendimiento, pero no existía luz cegadora ni nada de la retorica oída, de aquellos que dicen que en este trance estuvieron. No hubo dolor, y eso me gustó, llegado ese momento lo que quiero es no sufrir, no tener suplicio ni padecimiento, irme tranquilo como en aquel ambulatorio donde perdía la vida y casi ni me importaba.

Cuando muera o me sienta morir de nuevo, quiero que sea como aquella primera vez que me moría y no lo sabía.

 

 

 

.     *Miré la otra orilla y lo que allí había ni siquiera lo vislumbraba, solo sentía que navegaba hacia ella lentamente sin pensar en nada… Los Enemigos nos cantan sobre aquella orilla.

“La otra orilla“

Los enemigos - la cuenta atras

.     ** Publicado originalmente 4 de Marzo de 2013. Hoy recibe una segunda oportunidad.

 

Otra idea de felicidad

25 Lunes Nov 2019

Posted by albertodieguez in Música, Poesía, Relato

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Bebe, cuchillo, Felicidad, Infelicidad, Lo echamos a suertes, Malo, Música, miedo, Muerte, Odio, oportunidad, Pafuera telarañas, pareja, suerte, Violencia, Violencia de género

Dormir separada de su hombre,

no era su idea de felicidad.

Dormir con un cuchillo bajo la almohada,

no era su idea de felicidad.

 

Poner cerrojo en la puerta de su alcoba,

no era su idea de felicidad.

Los gritos a su regreso,

no era su idea de felicidad.

 

Que le llamen puta,

no era su idea de felicidad.

El olor a alcohol a su vuelta,

no era su idea de felicidad.

 

Las amenazas de quitarle la vida,

no era su idea de felicidad.

El maltrato psicológico,

no era su idea de felicidad.

 

Evitar encontrarse en el hogar con su marido,

no era  su idea de felicidad.

Vivir con miedo,

no era su idea de felicidad.

 

Ser su esclava y sirvienta,

no era su idea de felicidad.

Sentirse culpable,

no era su idea de felicidad.

 

Odiar,

no era su idea de felicidad.

Desear la muerte de alguien,

no era su idea de felicidad.

 

Convivir con el padre de sus cuatro hijos,

se convirtió en su idea de infelicidad.

 

Su muerte supuso liberación.

Su muerte le devolvió la felicidad.

 

La suerte le dio otra oportunidad.

 

 

 

.     *Quizás ella debía haberse vuelto como el fuego y haber sacado el valor para quemar sus puños de acero como dice la canción de Bebe, y no esperar y tentar con su pasividad a que la vida le diese una nueva oportunidad, que por suerte tuvo.

“Malo“

Bebe Pa fuera telarañas

.     ** Publicado originalmente 5 de Diciembre de 2012. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Rituales congelados

28 Lunes Oct 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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Ajuste de cuentas, Alcoba, amor, De haberlo sabido, dolor, endomingarse, Estrenar, Música, Muerte, Quique González, Rebeca Jiménez, Recuerdo, Rituales, ropa

Ella le observaba desde la cama, le gustaba mirarle cuando se vestía, seguir sus movimientos por la alcoba, con todos sus rituales, repetidos una y otra vez. Sacando la ropa del armario; el pantalón, la camisa o el polo, o camiseta si pensaba ir más sport, eligiendo el cinturón y el calzado más apropiado con el fin de coordinarlo con el resto del atuendo según los tonos escogidos. Casi cada día cambiaba de zapatos, siempre acorde con los colores y el estilo del resto del vestuario. Después, de la cómoda elegía la ropa interior y los calcetines, estos también con el ánimo de que no desentonasen entre pantalón y zapatos o zapatillas en algunos casos. Colocaba sobre los pies de la cama todas las prendas y seguidamente comenzaba a vestirse. Ella disfrutaba con ese trajinar repetitivo cada mañana, verle desenvolverse en silencio, concentrado en esa labor le divertía, y no podía dejar de sonreír cuando él, plantado delante del armario movía las perchas de un lado a otro despacio para no hacer demasiado ruido, y se demoraba en la elección, en esos casos ella ya sabía que estaba bloqueado y que dudaba que ponerse, esto le pasaba de vez en cuando, cuando tenía en mente varias opciones y no se decidía por una o por otra. A veces se quedaba dormida otras veía todo el proceso de engalanamiento hasta el final, entonces le decía lo guapo que estaba, lo elegante que se había puesto. Él, contestaba que no era para tanto, que iba normal. Pero ella insistía y le preguntaba si tenía alguna reunión o comida especial. Y él siempre le decía: – Con el tiempo me di cuenta que no hay que esperar al domingo para endomingarse o estrenar, quizás surja algo… no, no pienses mal, quiero decir que surja lo más temido y ya nunca haya domingos, y el traje se quede sin estrenar… -.

Hoy, ella mira toda su ropa, toda estrenada, toda bien aprovechada, nada olvidado como fondo de armario, nunca quiso tener cosas que no se fuese a poner o que tuviesen que esperar a una ocasión especial para hacerlo, decía que si llegaba esa ocasión ya se lo compraría o vería cómo se las apañaría con lo que ya tuviese. Cierto que en alguna ocasión tuvo que salir el mismo día con premura en busca de una camisa que ponerse, la que tenía pensado utilizar ya no estaba para fiestas elegantes, de tanto uso. Ya no habrá más estrenos, como ya no habrá más rituales de paseos por la alcoba, de un lado a otro entrando y saliendo del baño y esa parada frente al armario dándole la espalda, esa espalda que se ha quedado eterna, congelada en su retina.

 

 

 

.     *Nuestra protagonista se queda pensando en la jugada del destino, y que peor que el olvido fue volverlo a ver … como nos dice la canción.

.     **NA: Como siempre, cada uno de mis textos lo envuelvo con una canción que complete y cierre el círculo de lo que quiero contar, hoy vale la pena publicar este relato breve sólo por escuchar la canción de Quique González con Rebeca Jiménez, que engarzo con el texto… imaginando a esa mujer pensado que el destino le jugó una mala pasada y quizás de haberlo sabido… todo hubiese sido diferente o incluso, quizás no hubiese sido, para evitarse este dolor.

.     ***NA: A Josep, que de un comentario que hice en una entrada de su blog, me surgió la necesidad de abrigar esas palabras con una historia.

“De haberlo sabido“

quique-gonzalez-ajuste-de-cuentas.     ** Publicado originalmente 27 de Mayo de 2014. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Final de la rutina

26 Sábado Oct 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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Accidente, despertar, ducha, En Transito, erección, Hoy puede ser un gran día, Música, Muerte, rutina, Serrat, vecinos

Ella le despierta como casi siempre con una llamada desde la ducha, hasta ese momento, el sueño placentero lo mece. Sale del letargo camino del baño como un zombi, casi con los ojos cerrados. Una leve sonrisa en ella lo recibe como primera visión, una bella visión, la sonrisa y el cuerpo desnudo. Ella le dice; -¡¡Hala!!-. Él va con una fuerte erección matinal. Le cede el paso para que sea él el que entre en la ducha a la vez que ella sale diciéndole; -Ten cuidado, no te caigas mareado-, y suelta una pequeña carcajada. Él sonríe, y le dice que no es para tanto.

Sin la ducha no se puede poner en marcha. Tras aquel amanecer como otro cualquiera, llega el desayuno y demás rutinas matinales. Casi de manera mecánica, todo sucede prácticamente igual día tras día antes de emprender el camino al trabajo, preciado trabajo en estos tiempos. A veces piensa que esa rutina lo asfixia; la pareja, el trabajo, los amigos, todo igual, ayer, hoy y mañana. Oye llorar al niño de los vecinos. Se dice: Llora demasiado ese chaval, los padres deben estar cansados y desquiciados de tanto grito y llanto, se le oye en todo momento, en la noche y al amanecer, en la siesta y al atardecer, y cuando la noche se aproxima también. Se apiada de los padres aunque no le caen bien, no son muy educados en el trato, incluso diría que son mal educados, no saludando por la calle como extraños y no vecinos que se conocen, otras veces evitan el contacto visual para no estar forzados al saludo, haciéndose los despistados mirando para otro lado. Siempre con caras serias, siempre como infelices, con lo que uno puede pensar que es el agotamiento lo que les ha hecho tener ese carácter huidizo para lo afable y amistoso con los vecinos, pero ya lo eran antes del hijo, con lo que el agotamiento no es el motivo de su conducta.

La rutina, es su devenir diario. Tras el desayuno y lavado de boca, breve paso por el baño. Despedirse de ella. Coger el bolso y la chaqueta, salir de casa, pulsar el botón del ascensor, bajar al garaje, montarse en el coche, ponerlo en marcha, abrir la puerta del garaje, subir la rampa y salir a la calle, encender la radio, -nunca antes de salir del garaje-, y durante el trayecto, escuchar las noticias o la tertulia matinal o música indistintamente, pasando de una emisora a otra, pero no dejando de ser rutinario todo, desde el despertar hasta la llegada al trabajo que es más rutina, más aburrimiento, y tras la jornada laboral el regreso al hogar. Pero hoy la rutina ya no es tal, hoy ha cambiado algo. Hoy, ahora, se da cuenta de que eso que tanto detestaba, ese pasar un día y otro y otro casi de la misma manera, sin cambios sin sobresaltos, no es otra cosa que la vida. Vivir, la vida, es eso, lo que pasa mientras no pasa nada. Pero hoy si ha pasado. La primera sensación ha sido de fastidio, en el fondo aunque le hastía la rutina, cuando algo se sale de lo pensado y previsto lo altera, lo primero que pensó es que llegaría tarde a trabajar y le ha trastornado, no le gusta llegar tarde, siempre lo hace antes de que entre el resto de empleados, y sobre todo lo hace, porque le gusta tener organizado el trabajo que luego debe distribuir, hoy pensó que no le daría tiempo. Luego pasados unos minutos ya no le ha dado importancia, es más, no ha dado importancia a nada, ni siquiera a tantas cosas a las que siempre se las había dado. Todo ha sido muy rápido. Zarandeado y agitado violentamente durante un breve momento, hasta quedar quieto, todo muy quieto, y rodeado de nylon blanco. Ha intentado fijar la vista pero le costaba enfocar. De pronto se ha sentido muy cansado, con mucho sueño, ha querido pensar pero no ha podido, estaba con una rara sensación de placidez, como drogado, se ha sentido relajado, muy relajado. Advertía caras. Caras muy próximas a las suya, las veía como en una nebulosa. Caras que no conocía, y que quizás a él sí le conocían puesto que le hablaban, o eso creía, al menos movían sus labios, pero pronto dejó de verlas. Llegó el final de la rutina, el final de todo.

 

 

 

.     *Nunca sabemos cuándo y cuánto de abrupto será el final de la rutina, por lo que lo ideal es evitar sentirse aplastado por ella y seguir los consejos de la canción de Serrat para cada uno de los días que vivimos.

“Hoy puede ser un gran día“

Serrat-En_Transito-Frontal

.     ** Publicado originalmente 19 de Mayo de 2014. Hoy recibe una segunda oportunidad.

 

Deseo suicida (2ª parte)

25 Miércoles Sep 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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conversación, Ejercito, Guardia, La puerta de al lado, Los Rodríguez, Música, Mili, morir, Muerte, Palabras mas palabras menos, Recuerdo, suicidio

Gira su cabeza, y mira de nuevo por la ventana, parece que mira en lontananza, como si el edificio que se nos aparece frente a nuestro ventanal, próximo, muy próximo en esta calle estrecha y peatonal del barrio viejo, no estuviese y pudiese mirar a lo lejos. Cómo hace un rato yo me sentí transparente ante su mirada, esta vez intuyo que ese viejo edificio no está allí para él, esta vez es el edificio el que ha desaparecido de su vista. Él allí ve, quizás cerca o quizás alejado, ese mar en el que acaba de contar que se sumerge y que no es un mar, ya es su mar. El silencio nos envuelve. No digo nada, no dice nada. Yo acompaño su mirada y veo también ese edificio, que me evoca otro edificio, un edificio transitado en mi juventud. Traspaso sus paredes y lo que me encuentro no es el interior de este si no de aquel rememorado. De pronto ya no estoy en este lugar, sino en otro, horas antes de llegar a este edificio que tengo en frente pero que es otro. Veo el patio empedrado, patio amplio como corresponde a esos lugares, rodeado por los diferentes edificios de oficinas y dormitorios. Es un día señalado.

Aquel día, en mitad del patio, todo sucede como siempre que debemos desplazarnos fuera de nuestro emplazamiento; se forma, se pasa lista, hay lectura de efemérides y seguidamente se sube a los camiones. Son dos vehículos en los que nos trasladamos todo el grupo en dirección al Cuartel General para hacer el cambio de guardia, y estar allí durante veinticuatro horas hasta el relevo siguiente. Salvo los suboficiales que van en cabina, el resto de la soldadesca, van sentados en la parte posterior. Hace frío, está despuntando el día, ya no hay oscuridad, pero aún el sol tímidamente alumbra y calienta poco. Los camiones arrancan, pero todavía no se mueven. Nos apretamos unos junto a otros según hemos ido subiendo, yo de los últimos, hasta completar todos los lugares disponibles. Cierran la trampilla y enseguida se oyen voces desde el final de la caja del camión, desde la parte más cercana a la cabina, conminando con rudeza a que se baje la lona y dé la intimidad necesaria, alejada de la posible vista de los mandos, para los negocios que se van a llevar a cabo. Rápido empieza el trasiego de sustancias y de dinero de unas manos a otras. El hachís y las pastillas anfetaminas, van de las manos de los vendedores a las manos de los compradores, el mercado está muy activo, un tercio de los que allí nos encontramos mercadean raudos, incluso algunos de los que no creía que entrasen en ese juego hacen buen acopio para que las próximas horas se les pase lo mejor y lo antes posible. Todo tiene que hacerse muy deprisa, puede que algún suboficial tenga que subir a la caja por falta de espacio en la cabina, y para ese momento todo tiene que estar en orden y parecer normal. En mayor o menor medida conozco a todos los que están en el asunto, comprando y vendiendo, a unos más por ser de mi compañía, a otros menos por no serlo y solo coincidir en servicios, y a unos pocos únicamente de vista, es la primera vez que voy con ellos de retén. Con algunos de los que no son de mi compañía he coincidido bastante, pareciera que estamos en la misma página del furriel y nos hacen coincidir en las mismas labores; cocina, limpieza, guardias. Sentimos como el camión se pone en marcha, ya cada uno vuelve a su lugar después de las compras, es más seguro sentarse por los vaivenes. Durante el trayecto, empieza la labor de liar los “porros”, es más cómodo tener varios liados que tener que hacerlo en “el cuerpo de guardia”. Incluso alguno se atreve a encender uno yéndose a fumarlo al final del camión, abriendo la lona para que el olor no delate. Hay voces tímidas que piden que lo apague, protestas por el miedo a que el suboficial al mando advierta que se ha fumado “chocolate” en el camión y nos veamos arrestados todos. Pero el que fuma tiene fama de pendenciero y nadie insiste demasiado cuando el tipo hace oídos sordos a las protestas, ni siquiera hace caso a sus amigos que se lo piden.

 

Más tarde, horas más tarde, terminada mi guardia, tumbado en la cama baja de la litera, en aquella habitación mal ventilada y poco iluminada, con ese olor a manta polvorienta y “a cerrado” que lo envuelve todo y hace el ambiente algo pesado e irrespirable, repaso lo sucedido en el camión, -aún hoy, ahora, dentro de ese edificio que no es el edificio que mis ojos ven, lo hago- y si ha tenido algo que ver con lo sucedido después. Pienso qué puede llevar a un individuo a ese acto, cuando horas antes se comportaba con normalidad dentro del camión, como uno más, qué pasaría por su cabeza en su puesto de guardia en esos minutos previos. Sería premeditado o un impulso descontrolado, lo que le llevo a ese fin. También me pregunto, si será que se ha pasado con las “anfetas” y los porros y sufrió un delirio que le llevó a un final fatal. Él era de ese grupo que sin ser de mi compañía coincidía a menudo en los servicios asignados, ya fuese en cocina o de guardia, y aunque era algo raro, no se le veía especialmente depresivo, digo lo de especialmente puesto que aquel lugar sí que invitaba a la depresión y había bastante gente que de una u otra forma lo estaba; por la excesiva juventud o por la lejanía a su hogar, o por la dureza de los ejercicios físicos y del orden cerrado, o el trato de los mandos o con los demás quintos, -no siempre de trato amable, en muchos casos todo lo contrario, amenazante y belicoso-, pero nada delataba que en el caso de él algo así estuviese sucediendo, es más, él no estaba lejos de su casa, puesto que era de esta misma ciudad, todas las tardes aprovechando su pase “Pernocta” volvía con su familia o quizás no, eso no lo sé con certeza. Quién sabe si el problema estaba ahí, en el seno familiar. La noticia fue como una sacudida. Yo me había pasado el día, desde la mañana hasta entrada la tarde, en mi posición a las puertas de las oficinas del JEME. Al llegar al cuerpo de guardia algún compañero me lo dijo: -¿Sabes lo de “M”?-. Y no, no sabía lo de “M”. Aunque no daba crédito, me lo aseguraron con tal insistencia que terminé por creerlo; había sucedido pasadas las cinco de la tarde, cuando fueron a relevarle de su puesto en el acuartelamiento, se lo encontraron tirado en el suelo con un disparo en la “barriga”, realizado por el mismo con su “subfusil ametrallador” y que cuando se lo llevaron en la ambulancia ya iba muerto. Como  la noticia de su muerte no estaba confirmada, yo quería pensar que había sido un accidente o que aun intencionadamente sólo habría quedado herido, una herida superficial, no excesivamente grave. No pensaba que alguien tuviese el valor de quitarse de en medio tan joven, -yo al menos no lo tenía-, sí que pensé que podría haber intentado herirse para salir antes libre del “Servicio Militar”, diagnosticado con problemas psiquiátricos, ya algún caso de ese tipo había llegado a mis oídos. Ante mi pregunta de si nadie oyó el disparo, ninguno de los preguntados me supo responder. Parecía que la gente no quería hablar demasiado de lo sucedido, probablemente incluso por orden de los mandos. Era un tema tabú o como de mal fario. Pronto cayó la noche, y tras una frugal cena, me fui a dormir, algo que creí me sería difícil, pero no lo fue tanto. Aunque antes de poder conciliar el sueño me vinieron a la cabeza los últimos momentos que le vi en el camión, su ir y venir “trapicheando”, y vi con nitidez su palidez, era muy pálido, y delgado, bastante delgado, y pensé que en la muerte, esa palidez y delgadez suya harían que ya desde un inicio pareciese antes cadáver que otros cadáveres. Esas ojeras marcadas también se me mostraron claras, esas que delataban su consumo, aun para cualquiera que no supiese de éste. Con esa imagen de fondo aparecieron las preguntas, y las sombras que hay detrás de las preguntas que no tienen respuesta. Y me cuestionaba si sería finalmente alguna vez capaz de ese acto. Yo que no hacía mucho, en la nocturnidad y el frío invernal, con la vergüenza y el miedo de no tener un horizonte claro, ni siquiera un camino elegido, pasó por mi mente la posibilidad de acabar con todo allí en una garita alejada, por el mero desfallecimiento de vivir, por la falta de ganas de seguir antes de iniciar ningún camino, y no tuve el aplomo de hacerlo en esa deprimente y triste noche, en la que las lágrimas cayeron sobre la braga que cubría todo mi rostro salvo los ojos, convenciéndome de que eran producto del gélido invierno. Y me dormí, la muerte cercana no me quitó el sueño, contrariamente a lo que siempre pensé. Dormí bien, y de ese sueño voy despertando y como de una nebulosa voy saliendo de ese edificio que no es aquel edificio y desando mis pasos dados antes hacia esa fachada, y vuelvo a mi café, y busco su rostro; no sé cuánto tiempo llevamos así callados mirando sin ver afuera, viendo otra realidad más allá de la mirada. Él aún sigue en otro lugar. Tenía escondido o puede que dormido desde aquella noche ese suicida pensamiento. Quizás por ello este día ni siquiera al inicio de la conversación caí en ello, quizás no he querido volver a pensar nunca en ese deseo de cese que él me ha vuelto a poner hoy junto al café, para no saberme incapaz de ese acto. Veo su perfil, bien marcado con los surcos del tiempo, sus ojos cada vez más pequeños, e intento mentalmente unirme a su causa. Aunque me aclaró que no me pedía nada. Quisiera ayudarle a dar el paso y estar con él en esos últimos momentos deseados, pero creo que no tengo valor tampoco para ello, me faltan las fuerzas para decir esas palabras que quizás a él le gustarían oír; – No te preocupes, yo te acompaño-. Y poner un cartel que diga no molestar. Me siento algo angustiado y confuso. Le quiero, y por ello quisiera tenerlo el máximo de tiempo conmigo pero también quisiera que él no sufriese, que no fuese infeliz en el final de su vida y me da la sensación que si no con un gran trauma sí con el dolor de la apatía ha perdido la felicidad. Bajo la vista. Muevo la taza y tomo un último sorbo de café, no me sabe bien. Miró en su interior y veo posos. Hay momentos en que la vida son esos posos que al removerlos salen a flote y dejan un sabor amargo. Hoy es un día de posos.

 

 

 

.     *Ante la falta de valor esperaré a que el tiempo me venga a buscar… como nos cantan Los Rodriguez.

“La puerta de al lado“

Los Rodriguez - palabras-mas-palabras-menos

 

.     **NA: Publicado originalmente el 4 de Noviembre de 2014). Hoy recibe una segunda oportunidad.

.        ***NA: Si quieres conocer como hemos llegado hasta aquí, te invito a que vayas a leer la primera parte; “Deseo suicida“.

 

Deseo suicida

24 Martes Sep 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 36 comentarios

Etiquetas

Alfonsina y el mar, conversación, enfermedad, final, Lágrimas, llanto, mar, Música, Mercedes Sosa, miedo, Muerte, Mujeres Argentinas, puenting, suicidio, vejez

Se puede elucubrar mucho sobre los suicidas, sobre si realmente se quieren quitar la vida o solo pretenden llamar la atención, o si se produce en él un desequilibrio momentáneo que en un punto se revierte y toma conciencia de lo que está realizando y no lo quiere llevar a término, y quizás a veces lo demora para que alguien lo libre y rescate de eso que está intentando finalizar. Pero eso sería pensarles como niños que quieren que se fijen en ellos, y que es una manera de alertar a los otros, de decir con un grito desesperado que necesitan que les hagan caso, que necesitan ayuda.

-No es fácil suicidarse-, me dijo; -Pensé que sería sencillo, pensé que tendría valor-.

Esto me recordó cuando fui a hacer Puenting y piensas que será sencillo, que te dejarás caer con facilidad, pero cuando estás al otro lado de la barandilla, cuando ya todo está listo, el arnés y las cuerdas en su sitio, cuando ya solo depende de tu decisión, de un pequeño impulso hacia el vacío o ni siquiera impulso, un dejarse caer hacia la nada que nos sujete. Es ahí cuando el cuerpo no responde a la mente, o es la misma mente la que piensa una cosa y ordena al cuerpo otra. El caso es que tú dices;  Allá voy. Cuentas, uno, dos y tres, y dices; Ya! Y te das cuenta que no, que no has podido hacerlo, que aun sigues encaramado y bien agarrado a la barandilla metálica, sientes que las manos aprisionan el metal, y que casi te estás haciendo daño, que tu cuerpo hizo el movimiento de separación de la vertical, tus brazos dejaron de estar encogidos y se alargaron estirándose por completo, alejándote de lugar de agarre y sujeción, pero tus manos no hicieron lo que debían hacer acompasando el movimiento de cuerpo y brazos, es decir, dejar de agarrar. Ellas siguen allí haciendo lo que no debían de seguir haciendo, sujetándote para evitar la posible caída. Velando por tu vida. Vuelves a ponerte a salvo verticalmente, y te das cuenta que no has conseguido saltar, y lo vuelves a intentar, esta vez tomas la precaución de abrir las manos antes de iniciar el alejamiento del cuerpo de la barandilla, y ya sí, ya nada te retiene y sin vuelta atrás caes con la subida bestial de adrenalina, y la cara se te desencaja por el miedo que tú nunca dejas de tener, aunque hayas decidido por voluntad propia hacer aquello.

Pienso que el suicidarse o la decisión de suicidarse, debe ser algo así. Decides hacerlo pero nunca dejas de temer el resultado. Quieres hacerlo pero algo en ti te frena. Esos casos son los que la gente luego dice que lo intentó quizás para llamar la atención, que en el fondo no se quería suicidar, pero eso es simplificar demasiado cuando el acto no se lleva a término sin retorno.

-Hay días en los que quisiera morirme-, me dice.

Sentado frente a mí, mirándome a los ojos, pero con la vista perdida, como si no me viese, como si estuviese viendo a través de mí, -igual le soy transparente en ese instante-, pienso. Callo y le observo. Le miro. Su rostro hierático no me deja vislumbrar que pasa por su mente, su cara solo me muestra una persona que parece que no está allí. Sigo en silencio para que continúe, para que me diga más, para que me cuente el motivo de esa reflexión, de ese deseo que me ha dejado helado. El silencio se dilata y avanzan los minutos, sin que crucemos palabra. No hay frases, ni preguntas, ni respuestas por tanto. No le exijo argumentos que me expliquen los motivos. Entre él y yo hay una pequeña distancia, no más de setenta centímetros, la longitud de la mesa que nos separa, pero realmente hay una distancia abismal, le siento lejísimos, él no está allí, en aquel lugar. No digo nada, espero para saber cuándo él decida que debo saber. Aunque en realidad, me doy cuenta que no espero ni he dejado de hablarle ni musito nada, no por respeto a sus motivaciones que me mostrará seguramente o eso espero, no guardo silencio por darle tiempo a que organice su pensamiento y me cuente, si no, que lo que hace que calle es que no sé qué decir, no sé qué decirle. Noqueado por esa confesión la mente ha sufrido cierta parálisis y me va lenta, muy lenta. Busco en mí, argumentos, preguntas, ánimos, para articular lo que debo decirle y como decirle; que eso es una barbaridad que no tiene motivos para esas locas ideas, para ese fin de acabar antes de que la naturaleza dé por finalizado su existir. Pasa por mi cabeza, que quizás esté enfermo y yo no lo sepa y que me dirá que se cansó de luchar, de bregar con el mal que lo aqueja, y que aunque la batalla no ha sido aún ganada por la enfermedad, él se rinde, pues no estima que alargar temporalmente la lucha sirva para algo. Está cansado de la inutilidad de cada amanecer en el que calzarse la armadura de medicamentos para una pelea interna que le va mermando sus ganas de vivir, aunque nadie lo veamos. Sus ilusiones ya no existen, ya no tiene proyectos que cimenten cada despertar.

Miro la taza de café que hace rato dejó de humear, pienso que se ha quedado frío, tanto como yo cuando escuché ese anuncio de muerte deseada.

Mira por la ventana.

-¿Estás enfermo?

Sin girar la cabeza, contesta; -No-, y veo una leve sonrisa de circunstancias, como si supiese que esa sería una de mis preguntas, o al menos como si supiese que eso pasaría por mi cabeza.

-No, no es nada de eso, no tiene nada que ver con enfermedades o que haya perdido la cabeza o la esté perdiendo.

-Entonces se me escapa-, le digo, a la vez que intento que la voz no me suene angustiada.

-No tiene nada de misterio, es sólo que ya me gustaría cesar mi existir, pero como te decía no es fácil ser elemento activo, aunque lo desees. Hay que ser valeroso para llevarlo a cabo. Para mí sería una bendición no despertarme una mañana, o contraer esa enfermedad que tú me suponías, pero claro que fuese una enfermedad rápida y no dolorosa.

Aturdido, no sé por dónde continuar, si insistir en que es un desvarío, o callar. Su edad avanzada, aunque no tanto, me hace comprenderle un poco en esa terrible aspiración. El fin de las ilusiones, pensar que ya todo está hecho y que el camino que queda no sirve nada más que para seguir avanzando sin objetivo, solo por la inercia de avanzar, con todas o casi todas las experiencias cumplidas. Lo llego a entender. Siempre es una decisión respetable, pero no siempre es soportada por la racionalidad, y menos cuando esa decisión viene dada antes de la vejez. ¿Puede alguien no desear vivir sin estar con sus funciones mentales trastornadas? He conocido varios casos cercanos, gente que he tratado y siendo jóvenes han decidido acabar su existencia física. No sé lo que ha pasado en sus cabezas, y por tanto no sabría decir si estaban trastornados o no.

Empiezo a temer, que siga hablando. Por egoísmo y por miedo a la vez, por querer evitarme algo que se me vuelve desagradable de pensarlo y me comienza a agobiar sólo por intuirlo. Algo a lo que no sabría cómo enfrentarme, si tendría valor o si la cobardía se apoderaría de mí, empezando a buscar escusas con las que argumentar la petición de desistir de su empeño, no para salvarle si no para salvarme.

-He pensado cómo podría hacerlo, realmente hay muchas posibilidades, muchas maneras; empezando por el salto al vacío desde un viaducto, fíjate que el de Madrid lo acristalaron para que la gente no saltase desde él. Cortarse las venas y dejarse llevar en una bañera dándose un baño. Utilizar pastillas o algún veneno. Incluso uno puede intentar hacerse con heroína e inyectarse una sobredosis. Pero todas las opciones requieren tener gran osadía, no ya en los preámbulos de preparación, eso hasta resultaría fácil y entretenido como cuando preparas un viaje, si no en el momento de llevarlo a cabo uno mismo. Sería más sencillo que otro te ayudase, que otro fuese el que te empujase desde el borde del viaducto, que fuese otro el que te acompañase en tu último baño y te hiciese los cortes definitivos, que fuese otro el que te hiciese ese cóctel de pastillas nocivas o te suministrase el tósigo mortal, o que fuese otro el que diluyese el polvo en la cucharilla calentada y después con la jeringa hincase ese fuego letal. No, no te asustes, no te voy a pedir que seas ese otro, tu cara delata ese pensamiento ayudado por mis palabras. Sólo digo que seguramente sería más fácil llegar a ello. En mi ensueño, pienso que alguien que conoce éste mi deseo, se apiada, y sin yo saberlo un día obra y cumple lo que yo quiero. Eso, como un accidente que provoca la muerte repentina, sería algo con lo que sueño.

Hay organizaciones que ayudan morir, pero creo que sólo a gente que está con enfermedades terminales. Organizaciones para la Eutanasia, para conseguir una muerte digna, antes de que la enfermedad denigre. Es una pena que no hagan esa misma labor para gente que no está enferma y que quisiera morir.

Escucho, sólo escucho, no soy capaz de interrumpirlo. Habla sosegadamente sin ningún atropello, sin ninguna excitación que me parezca que lo hace sin reflexión, por el contrario lo hace con calma, fluyendo todas sus frases de manera lenta, y suavemente vuelan a mi alrededor hipnóticas, generando cierto vértigo, haciendo que no me parezca real todo aquello, me siento algo mareado, como drogado. Le oigo continuar.

-También he elucubrado con tener un fin más poético, al estilo de lo que relata la canción sobre el final decidido por la poetisa Storni; internarme en el mar lentamente, en un mar cálido, un mar que me arrope y que me dé el calor que necesito y que seguramente necesite más en ese momento, pues estaré con miedo, mucho miedo, y frío, mucho frío, por más que sea lo que más deseo, en ese instante estaré helado, tiritando y con lágrimas. Lágrimas de despedida. Lágrimas saladas uniéndose a un mar salado, y así, dejaría algo de mí en ese mar, que será para siempre mi mar.

 

 

 

.     *Por lo que nos encoge el alma, siempre quisiéramos creer que suicidarse es un alarde tan poético como en la canción; “Alfonsina y el mar”, entonada por Mercedes Sosa

“Alfonsina y el mar“

mercedes-sosa-mujeres-argentinas-lp-1969-folklore_MLA-O-2654253352_052012

.     **NA: Publicado originalmente el 14 de Febrero de 2014). Hoy recibe una segunda oportunidad.

                                                       .Continúa: “Deseo Suicida” (2ª parte)

Mortal

12 Viernes Jul 2019

Posted by albertodieguez in Música, Poesía

≈ 5 comentarios

Etiquetas

Andrés Calamaro, eternidad, fantasía, Grandes ladridos, ilusiones, Los Animalitos, Música, mentiras, Mortal, Muerte, ojos, Paraíso, Vendrá la muerte y tendrá tus ojos

Yo suscribo la deprimente muerte,

la inmortalidad inmoral,

la moralidad mortal.

El delirio de vivir indefinidamente,

de eterno habitar

mundos cambiantes,

agotadores.

 

Yo suscribo la deprimente muerte,

que nos llega para descansar.

Descanso del ser,

inmovilidad, quietud y espera,

fantasiosa espera

de un paraíso mentiroso.

Ilusoria necedad,

proscrita por maestres

de la prestidigitación.

Falsedades etéreas,

creídas por fes

inherentes al miedo.

 

Yo suscribo la deprimente muerte,

si llega con tus ojos

iré dulcemente a ella,

sin promesas eternas,

solo por pensar que allí estarán tus ojos.

 

Yo suscribo la deprimente muerte,

desde que me dejaron tus ojos de mirar

para por otras caras deambular.

Solo sueño con encontrarlos en algún lugar,

y es un lugar seguro aquel que suscribo,

al que ya quiero llegar.

 

 

 

.     *Andrés Calamaro y Los Animalitos cantan a esos ojos que están en todo, hasta en la muerte, donde el protagonista de nuestro poema desea llegar para encontrarlos de nuevo aunque le abandonaron.

“Vendrá la muerte y tendrá tus ojos“

.     **NA: Publicado originalmente el 15 de Octubre de 2012. Hoy recibe una segunda oportunidad

 

Empalidece, la muerte

09 Lunes Abr 2018

Posted by albertodieguez in Música, Poesía

≈ 3 comentarios

Etiquetas

amor, Barry Lyndon, BSO, desolación, dolor, Franz Schubert, Haendel, Música, Muerte, Opus 100, palidez, Sarabande, tristeza

La muerte llega

pintando el rostro de blanco,

la muerte infecciosa,

la muerte palideciendo la vida.

 

Qué pensará en su duermevela

de la vida que se le escapa,

esa palidez cubriéndolo todo,

nadie sabrá ciertamente lo que sucedió

no estará para atestiguarlo,

para confrontarlo, para aclarar lo errado,

ya no hay tiempo para rescatarlo,

se va todo con él.

 

Y ella, a su lado, no quiere verlo palidecer,

prefiere un súbito final,

un sincope terminal,

de tanto amor no quiere verlo así

transparentándose por momentos,

no quiere recordarlo así.

 

Sufre lo que él de dolor no sufre, aunque

quién sabe que pasa por su mente adormecida,

en su baja consciencia,

si es consciente de la muerte que se avecina,

si siente esa palidez que le tintó el rostro,

si hay angustia o miedo,

o ya, sin remedio, liberación y deseo de descanso.

 

 

. 

 

.     *¿Habrá angustia y dolor mental? Y si lo hay ¿cómo será ese dolor, cómo será esa angustia?

.     **Hoy la música pertenece a la Banda Sonora de Barry Lyndon, alimentada con estas excelentes obras de Schubert y Haendel.

Opus 100 2nd Movement (Franz Schubert)          Sarabande (Georg Friedrich Haendel)

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