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Mística lactante, mística maternal

12 Martes Ene 2021

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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afecto, amor, Bebe, Cuídame, desafecto, desamor, dolor, dudas, EBS, Ella Baila Sola, Grietas, hijo, Jorge Drexler, Lactancia, leche, madre, Maternidad, Mística, Música, Parto, pechos, Pedro Guerra, Por ti, Reencuentros

I

Ayer se me cayó una lágrima. Estaba dando el pecho al niño, sentada en el butacón elegido y comprado para ello, para mi comodidad y su comodidad. Lo sostenía entre mis brazos, bien sujeto y colocado para que llegase cómodamente a la mama, llevaba un rato pidiendo comer, y mientras le cambiaba el pañal se empezó a impacientar, y cuando está con esa ansia, es de temer, succiona con toda su fuerza.

Una lágrima grande, muy grande, como esas primeras gotas de tormenta de verano que levantan polvo al contacto con la arena seca y dejan un círculo amplio. Casi ni rozó la mejilla, pero arrastró con ella algunas otras; éstas sí que se deslizaron por el rostro bajando con menos fuerza, despacio, las percibí húmedas y con pesada abundancia, sintiendo como avanzaban por toda la cara, hacia el abismo unas, y continuando por el mentón para seguir su camino por el cuello otras. Esa primera enorme, cayó rápida y se precipitó hacia la almohada en donde tenía apoyado al bebé. No fue una lágrima lánguida y lenta bajando por la mejilla como las siguientes, supongo que fue mi posición, inclinada un poco la cabeza hacia adelante para llevar mi pecho hacia el niño lo que hizo que abriéndose paso entre las pestañas que no fueron capaces de contenerla, y encontrado el vacío enseguida cayese rauda desde el ojo hasta encontrarse con la tela que la recibió como gota de lluvia, dejando marcado un amplio redondel de agua y sal. No era de ternura ni de alegría ni de miedo ni de duda, no era una lágrima de felicidad, era una lágrima de dolor, de dolor inmenso, dolor de grieta profunda. No es la primera vez que me pasa, ya son varias tomas, varios días en los que ha sucedido, en los que dar de comer al pequeño se me convierte en un suplicio. Un dolor que hace que tense mis piernas, que las estire y levante a la vez que mi cuerpo se dobla levemente sobre el bebé, a la vez que un apretar de dientes acalla ese grito que quisiera lanzar al aire, pero que no evita ese brillo en mi mirada que se transforma en agua salada. Un dolor que no quiero que se transforme en rechazo hacia el muchacho, que no es su intención aún hacer daño, ahora es sólo supervivencia e instinto natural, ya le llegará el tiempo en que sus decisiones si sean meditadas y el daño lo haga a propósito y con conciencia de molestar o hacer mal. Nadie nos libramos de hacerlo, de procurar el perjuicio de otros en alguna ocasión o al menos el deseo de que suceda algún padecimiento por envidia o desacuerdo en pensamiento o por una trifulca que nos enfrenta, y que nos lleva a la irracionalidad de querer la amargura y sufrimiento de esos otros. Yo querré que esto no suceda, que sea una persona de bien, pero quién sabe si lo conseguiré, y menos ahora que los inicios duros nublan mi entendimiento.

Me siento como un animal, como una vaca. Cuando me descuido tengo dos grandes marcas en la camiseta que llevo puesta, sin motivo aparente mis pechos comienzan a segregar la leche, me miro y me veo como en esas imágenes de fiestas de camisetas mojadas, pero no me veo atractiva ni seductora como en ellas se ve y se muestran esas chicas.

Siento que huelo a leche todo el día. Ya sea por la leche desbordada que lo empapa todo o por la proximidad de una toma a otra que hace que sienta que todo el día tengo leche cayendo y calándolo todo, como cuando el bebé se aparta y el chorro sigue saliendo – igual que en aquella imagen de la película “La teta y la luna”- y mojo la cara del pobre pequeño o mi ropa o la almohada en la que le apoyo o incluso en ocasiones llega a manchar el suelo. Hay veces que me pongo a dar uno de los pechos y es el otro el que empieza a exudar leche como si fuese un conducto roto, incontenible, como si una fuente tuviese dos caños y al abrir el grifo ambos soltasen el agua, haya o no balde para recogerla, en este caso haya o no niño que pueda aprovechar esa preciada leche. Y empapo todo el sujetador y maldigo mi estupidez y mi falta de cuidado y mi olvido de ponerme los protectores. Los discos absorbentes son mis fieles compañeros para que esto no suceda, pero con las prisas a veces se me olvida ponérmelos; por indicación de la matrona es mejor no abusar de ellos, no llevándolos constantemente para que los pezones se sequen y no queden mucho tiempo húmedos, es por ello, por no secarse bien lo que hace que las heridas y grietas no se cierren, al igual que no debo abusar de las cremas protectoras para los pezones, por el mismo motivo. Y en estas me veo por la casa con las “lolas” al aire durante un buen rato, para que se sequen los pezones y la aureola de forma natural después de cada toma.

Me esfuerzo y persevero pese al dolor que me produce el momento de dar el pecho, entiendo a tantas mujeres que desisten y lo dejan, y deciden no pasar por el calvario cuando este se vuelve insoportable. Incluso algunas ni se ponen a ello, buscan cualquier excusa para no amantar, -nada criticable-. Es fácil convencerse de que no vale la pena ese sufrimiento, ese esclavismo. Las leches de hoy son tan buenas como la materna, y aunque son muchos los que abogan por la natural en detrimento de la manufacturada porque mejora el sistema inmunológico y de defensas del bebé, es entendible que algunas mujeres al primer revés en el proceso de la lactancia tomen la determinación de dar el biberón. Soy algo testaruda y pensando que es mejor mi leche que la tratada químicamente -“en polvo”-, me digo que debo aguantar un poco, si al primer traspié ya doy un paso atrás cómo me mantendré fuerte y firme para una educación correcta, aunque en el fondo una cosa no tiene nada que ver con la otra, no sé si pierdo la lucidez a ratos y me vuelvo paranoica. Quizás esté haciéndolo mal y antes de tirar la toalla voy a buscar el cambio de postura; en el manual para la lactancia aparecen diferentes formas de dar el pecho, para que se elija el que mejor se ajuste a las necesidades de cada mujer según el tamaño del niño y de los pechos de ella.

No sé. No sé si hago bien las cosas. Me encuentro mal, muy mal, no me da tiempo a nada, no puedo salir de casa, estoy en una mazmorra aunque sin llave echada ni barrotes en las ventanas. Pero es una cárcel. Con un carcelero al que empiezo a querer, en un estado de síndrome de Estocolmo que me idiotiza. Me siento como una esclava atada a una “demanda” sin horarios y sin un minuto para mí.

Me intento convencer de que todo va bien. Pero no lo siento así. Lloro. Tengo los sentimientos a flor de piel. Me siento triste en un momento que debería sentir con completa felicidad, es irracional y absurdo que no pueda estar disfrutando de estos momentos únicos e irrepetibles, como tantas veces me han repetido los que ya han pasado por ello; – Disfrútalo, que se pasa rápido-. Quizá por ello mismo me agobio, por no sentir ese placer y disfrute, por notar que pasan los días y se escapan esos momentos irrepetibles y que no soy capaz de aprovecharlos y vivirlos con plena alegría. Contrariamente quiero que pasen rápidos, que pasen estos primeros meses que se me hacen insoportables y largos, demasiado largos. Dicen que después ya es mejor, y quiero que llegue ese mejor cuanto antes, lo de ahora no es mi idea de felicidad.

Sé que debe ser por las hormonas que las tengo alteradas por el embarazo y el parto y todo el proceso químico que sucede en mí interior, pero que lo sepa no quiere decir que consiga evitar sentirme fatal y que me entren ganas de llorar en muchos momentos del día. Día que me paso prácticamente sola con el hijo, sin relacionarme con nadie más. Intento decirme que no soy mala madre por no sentir el misticismo de la maternidad ni de la lactancia. Ese momento que cuentan algunas mujeres en la que hay una simbiosis perfecta entre madre e hijo, un momento que los hombres nunca podrán entender y que las mujeres que no lo han pasado tampoco, un momento en el que una siente que está dándole el maná de vida a aquella criatura que se ve pequeña y desamparada, y que tú como madre vas a proteger sobre todas las cosas, por encima de cualquier eventualidad. Pero yo eso no lo llego a sentir, no llego a percibir ese estado transcendental y mágico, aunque sí lo otro; que daría cualquier cosa por el hijo, por protegerle, por evitarle males y apartarle a los malvados. No he sentido esa plenitud al dar el pecho nunca ni antes de que comenzasen estos dolores infernales, ni por supuesto ahora con las grietas que hacen que no pueda ni levemente rozarme el pezón con nada, hasta la tela del camisón me daña, y que hacen que cada vez que el niño me pide comer sepa que las lágrimas volverán a brotar durante unos instantes.

……..

II

Han pasado días desde las últimas lágrimas. Con los consejos de la matrona y el cambio de postura las grietas se han ido cerrando y aunque en el inicio de la toma sigue molestando un poco, ya no se puede llamar dolor. Estoy más contenta, aunque sigo sin sentir el universo sobre mí cuando doy el pecho, pero sí que noto que cada día quiero más y más al pequeño. Ya han pasado un par de meses desde el parto, difícil parto el que sufrí, y que todo el mundo se empeña en decirme que olvidaré y que no recordaré lo mal que lo pasé, pero yo sé que no será así, hay que ser estúpida para olvidarlo o relativizarlo con el paso de los años, para decir; -bien sufrido fue con el fin de tener lo que se tiene ahora-.

El afecto ha ido creciendo en mí hacia él y cada día le quiero más, un sentimiento que reconozco que no me llegó por el mero hecho de darle a luz, el amor se ha ido cimentando día a día. Quizás por ello he aguantado el dolor en esos días pasados. Con este sentimiento vuelvo a pensar que no soy una buena madre, y que quizás no lo llegue a ser nunca, cómo no sentir inmediatamente un amor desaforado por aquel que llegó al mundo por ti. Incluso me pregunto sobre mi forma de relacionarme con lo que me rodea, no sé si albergo cierta insensibilidad o falta de empatía o si los afectos y desafectos que invoco se me muestran esquivos a la inmediatez, y están purgados del impulso descontrolado e irracional y solo surgen con el trato más largo y cercano, más racional se podría decir, aunque a veces sea lo contrario y el compromiso duradero sea el que lleva a un sentir irracional por la cercanía y proximidad que aturden y ciegan. Se supone que el cariño y el amor deben desvincularse del pensamiento racional y que deben salir de adentro sin entender a que son debidos y sin ponerles dudas o pegas o reparos a esos sentimientos y menos aún trabas. Dicho fríamente, si lo hubiese perdido a las horas de nacer o a los pocos días cuando parecía complicarse su existir o gravitaba sobre él un existir incompleto y nada pleno, me hubiese dolido mucho, muchísimo sin duda, pero si pasase ahora, sentiría que se me desgarra el corazón.

No se puede negar que un lazo existe y amor inicial lo hay, sería también estúpido negarlo. Cómo negar ese dolor y pena por no poder ver al hijo tras el parto, cuando se lo llevaron rápido, y casi ni sabes cómo es, separados, él en la sala de neonatología por sus complicaciones durante la expulsión y yo en la habitación reposando las horas aconsejadas por los médicos, y cuando pasado ese tiempo quieres ir a verlo pero no puedes andar tanto trecho y sentarte en la silla de ruedas es un suplicio por las almorranas enormes que te han salido, y lo intentas y no aguantas el dolor y lloras y dices; -No puedo-, el mundo se te viene encima. Entonces pides al marido que te traiga una foto, que lo quieres ver. No sé si sientes en realidad un deber, o un deseo de comprobar que está bien, o es una imposición tuya de empezar a quererle ya mismo, y solo puedes quererle si lo ves, y realmente no le has visto. Ya cuando al día siguiente por fin los calmantes hacen efecto y puedes ir, y estas frente a la entrada de esa sala en la que se hallan los que han llegado prematuros o con problemas, respiras hondo, y cuando las puertas se abren al contacto del interruptor, entras y no sabes a donde ir, y una voz a tu lado te dice; -Allí, al fondo, en la esquina. Te aproximas con cierto temor de lo que te vas a encontrar, y le ves tan indefenso, con tubitos por la nariz, protegido y al calor de una incubadora, encerrado entre paredes de metacrilato que le aíslan del aire y del mundo al que ha llegado. Las lágrimas te abordan y te emocionas, y lloras, y no puedes evitarlo y quieres mantenerte fuerte pero no lo consigues todo es desconsuelo y llanto y abrazo del marido que te apoya, y escuchas de las enfermeras los ánimos que te dan y dicen que todo va a ir bien. Pero tú tienes miedo de perderle, ya le has visto ya le estás queriendo, ya te está pidiendo tus cuidados aún sin llorar y sin quejido alguno, sólo con su presencia.

Luego avanzan los días y pasan las semanas y ya sólo sientes que te debes a él, ya sólo él, ya no eres tú la prioridad ni para ti misma, y notas que te está robando algo de ti, que te succiona el alma, tienes la sensación de estar en aquella película de “La invasión de los ladrones de cuerpos”, ya no eres tú misma. Los sentimientos han variado de tal manera que siento que no llevo el timón de ellos. Sigo sin sentir la mística de la maternidad pero aprecio que no soy la misma. Quizás sea esa la mística, la perdida de la conciencia del yo.

Esa mística de la que tanto me hablan las que pasaron por ella y la sintieron y la sienten, y no se les va, diría que incluso cada día más se les refuerza, como una ideología o una fe que echa raíces fuertes después de una primera aproximación y ya no se puede arrancar lo que ha brotado.

Me siento mal a ratos por no percibirla, por no hacerme fanática y fiel seguidora de ella, de esa religión en la que se convierte la maternidad, por tener y experimentar sentimientos contradictorios por amar al hijo tanto y por desear a la vez que pase el tiempo rápido, por desear que como en algunos deportes cuando vas ganando el reloj avance más aprisa para llegar antes al pitido final, a la victoria y a la celebración, que sin duda seguro tendré, y pronto me llegará con el hijo. Todos me lo dicen, que antes o después veré la luz y me convertiré. No digo que no, puede que dentro de unos meses o unos años sea la defensora a ultranza de esta fe, y sea la militante más fervorosa, nunca digas de esta agua no beberé, me enseñaron. Mientras tanto intentaré no martirizarme por sentirme una mala madre, y seguiré dedicándome con todo mi esfuerzo y todo mi amor a proteger su fragilidad.

 

 

.     *Cómo nos canta EBS, la protagonista siente su vida empeñada por verle sonreír… y sabe que ese niño le está demandando ya todos los cuidados para mañana, como cantan Pedro Guerra y Jorge Drexler.

“Por ti”                                                      “Cuídame“

Ella Baila Sola     reencuentros

.     **NA: Publicado originalmente el 18 de Marzo de 2014. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Lo decía mi madre

04 Viernes Dic 2020

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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Amaral, amigas, amores, Cabecita loca, colegio, desamores, madre, Música, Tonta, Trabajo, Una pequeña parte del mundo

Soy tonta. Mi madre ya me lo decía desde pequeña, -“Hija, tú eres tonta”-. Cuando volvía a casa y le contaba algún desencuentro con alguna amiga, siempre me decía que era demasiado buena, que por eso mis amigas me tomaban por “el pito del sereno”, también frase que mi madre me decía mucho y que hasta hace poco no sabía muy bien el origen del dicho, seguro que ella tampoco lo sabía. Luego pasados algunos años cuando le contaba algo del trabajo, me repetía lo mismo de mi bobería, cuando tenía que hacer horas extras y me tiraba una semana entera saliendo a las mil, – “Hija, que no vas a heredar la empresa, que no te tomen el pelo”-, me decía, y yo claro, le contestaba que si fuera fácil decir que no, lo diría, que la cosa está mal como para que te echen del trabajo por no estar disponible para lo que quieran. Ella, arremetía y arremete contra mí diciendo que mi problema de siempre había sido que nunca he sabido decir que no, que de joven ya me pasaba con mis amigas, que siempre volvía a casa lamentándome de cosas que sucedían por decir que sí cuando no era la mejor opción y ahora, además de con las amigas con el trabajo. Y no quiere ni pensar cuando me decida con los chicos, y entonces es cuando yo entro en cólera y le digo que me deje vivir, y que deje el tema, y el de los chicos más aún. Pero las madres ya se sabe como son y no dejan el tema, y menos si se les indica que lo dejen estar, ahí no hay quién les gane para insistir y tocar los  ovarios. Siempre le he contado todo, o eso cree ella, por eso piensa que chicos no ha habido nunca en mi vida, y por ello me dice ahora que trabajando tantas horas nunca conseguiré tiempo para encontrar un novio, por eso se pone pesada con el tema chicos en cuanto puede. Y volvemos a las andadas y a las discusiones y al portazo, antes de la puerta de mi habitación y ahora de la puerta de su casa puesto que yo ya no vivo con ella. Luego como soy tonta, me da remordimientos y tengo que llamarle a disculparme por mi comportamiento, y es que en parte mi madre va a tener razón y eso encima me encabrona más. Los sin sabores con los chicos quedaban al margen de las conversaciones con mi madre, al principio era por pudor, el pudor que se tiene con los padres a contarles los primeros juegos amorosos, dudando si serían aprobados por ellos o más bien castigándote sin salir para evitarlos. El caso es que nunca le conté ningún posible noviete de adolescente, ni después en la universidad. Los dolores del corazón en la tierna juventud los curaba con las amigas, como casi todas hemos hecho siempre. Al llegar a casa conseguía rehacerme de los disgustos y parecer que todo iba bien, pero no iba bien. En mi habitación me hartaba a llorar como cualquier hija de vecina, cuando el chico que me gustaba ni me miraba, o se iba a dar el lote con una amiga o conocida, pero nunca con servidora que era la que estaba más por sus huesos, como ya se lo había contado como secreto a la mejor amiga, y ésta lo había soltado a los cuatro vientos. Y como soy tonta, si alguno que no fuese el amor platónico me decía algo, yo como quién oye llover, ni caso, curso tras curso, y pasaron los años y mis experiencias sexuales fueron tan esporádicas y poco profundas que empezaron a crearme trauma, y mis amigas se ponían pesadas en plan mi madre con el tema de mi tontería, -“Chica tú eres tonta, con el cuerpo que tienes y no te das buenas alegrías”-, tengo que decir que por suerte o desgracia tengo un buen cuerpo, buenos pechos, y una cara agradable. Hasta que ya por fin algo cambió dentro de mí y me empecé a liberar, y ahora si puedo y me gusta alguno, dejo a Platón plantado y me voy con el tipo de turno a la cama, o adonde se tercie. No hay que pensar que ahora frivolizo con las relaciones, que traumatizada he pasado de ser una estrecha a ser una ninfómana, lo que hago es divertirme con el sexo y los sentimientos ya llegarán. Y Ahí está el problema que muchas más de las veces que desearía creo que los sentimientos han llegado y aparecen con un halo de felicidad y flores y aromas de primavera que luego son hedores de vertedero. Y aquí vuelve a aparecer mi madre, esta vez en mi cabeza, -“Hija, tú eres tonta”-.

 

 

 

.     *Las madres siempre se nos muestran y revelan cual “Casandras” y las negamos como a aquella. Pero antes o después sucumbimos y decimos que tenía razón cuando nos hablaba de nuestra idiotez y atolondramiento y nos decía cabecita loca. Y como en la canción de Amaral la sentimos en nuestras horas bajas como ángel de la guarda.

“Cabecita loca“

Una pequeña parte del mundo amaral

.     **NA: Publicado originalmente el 26 de Junio de 2013. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Encuentro para la perdición

05 Jueves Sep 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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Carolina, Casa Rural, deseo, desnudo, hija, Huesped, M Clan, madre, Música, mujer, Niña, Provocación, Sensualidad, sexo, SIn enchufe, tentación, vacaciones

En el blog “el bic naranja”, su autor Fernando Vicente, los viernes propone un ejercicio de creatividad, mostrando un vídeo o una foto para que cada uno desarrolle y cuente la historia que le sugiera ese elemento; catalizador y detonante. Aquel día, la foto era la que nos acompaña. (Desconozco su autor).

Esta vez no me traigo sólo la aportación que hice allí, breve y concisa, y que sería la parte inicial del relato de hoy y que resultó ser germen propicio para el resto del texto. Cuando volví a leer aquello se me antojaba que en esa imagen veía más de lo que escribí como simple fogonazo. Aquí está el resultado final o quizás, -no podría asegurarlo-, primera parte del resultado final.

A Perdición

Encuentro para la perdición.

El susto fue mayúsculo cuando al salir del baño me encontré con aquella chica tumbada en la cama; desnuda, con los pezones de sus pechos púberes todavía, excitados y erectos, y con su mano alargada hacia mí como una invitación al acercamiento. Ser amable y complaciente con la hija de la dueña de la casa rural me había metido en un buen problema. Allí estaba, ofreciendo su cuerpo con un brillo en sus ojos entre la travesura y el deseo, entre la provocación y la imprudencia, sabiendo que lo que estaba haciendo no era correcto y que era una gamberrada, consciente de que yo no podría armar demasiado jaleo sin que la situación se me volviese en mi contra o al menos me generase un conflicto difícil de explicar. Ella era extremadamente guapa. Sus quince años, despertaban y desperezaban todavía en su cuerpo la mujer que será, pero que aún deja vislumbrar la niña que fue, aquel cuerpo que me mostraba como ya había imaginado casi sin querer, cuando con las camisetas de tirantes y sin sujetador intuía unos breves pechos que con facilidad marcaban en la camiseta su pezones por cualquier aire fresco que corriese al atardecer, allí en el porche de la casa mientras charlábamos. La madre, de unos cuarenta años se parecía mucho a ella, tenía un cuerpo delgado, sin mucho pecho, pero algo más que la hija, algo normal por otro lado, la adolescente estaba aún en proceso de acabar de madurar su cuerpo, pero si se las observaba con cierta atención se las veía muy parecidas. La madre con las caderas más anchas y con más curvas, era muy atractiva, no era de extrañar que la hija fuese tan bonita superando en belleza a la madre, aunque para mi gusto el cuerpo de la madre aún ganaba a la hija. Quizás el padre también fuese un hombre guapo y entre ambos hubiesen engendrado este ángel caído en mi cama. Del padre no había rastro en la casa, quiero decir alguna foto o retrato que pudiese darme una visión de cómo era. Estaban separados desde hace seis años y él residía fuera de España, según me contaron en una tarde de confidencias, tomándonos una cerveza, disfrutando del atardecer y la llegada del frescor nocturno tras regar el patio donde estábamos sentados, que tenía una buenas vistas, dejándonos ver cada tarde una puesta de sol entre montañas y árboles. Esto fue al cuarto día de mi hospedaje en la casa. Estaban haciéndome una estancia muy agradable en aquel lugar al que había llegado tras reservar por Internet, sin demasiado conocimiento de la zona, salvo un reportaje que había visto en televisión. La casa solo tenía cuatro habitaciones para clientes, el resto de la misma conformaba su propia vivienda, es decir que el salón y cuarto de estar y la cocina y el patio con su porche era compartido por ellas y los visitantes. La que me tocó en suerte era  una habitación con decoración agradable y elegante, como toda la casa, todo decidido por la dueña del negocio que además se encargaba, con la ayuda de la hija, de todas las labores de cambio de toallas y sábanas de las habitaciones.  Para la limpieza tenía contratada a una mujer del pueblo más cercano, a menos de dos kilómetros. Además, en el alojamiento estaba incluido el desayuno que se podía tomar en las mesas habilitadas en el patio o en la misma cocina, amplia y agradable. Suculento desayuno con zumo, fruta y yogur, pan tostado con mantequilla y mermelada,  o si se prefería, con tomate rallado y aceite, y un buen café.

Había decidido tomarme quince días para estar solo, dedicarme a mí mismo, a visitar la zona pero sin rutina marcada, es decir, cuando me apeteciese haría turismo por los pueblos y parajes cercanos, otras veces me quedaría en la casa, tenía muy buenas vistas y caminos por los que pasear y hacer alguna de las rutas pedestres que salían desde el pueblo. Rutas fáciles y sencillas, más como paseo campestre que ruta propiamente dicha para la caminata larga y alejada. Mi otra idea era la de descansar y leer, dejar pasar el tiempo acompañado de la lectura de los libros que me había llevado. Y así había transcurrido la primera semana. La lectura siempre me acompañaba por la tarde, y fue por lo que empecé a intimar más con ellas, al sentarse en el porche a pasar la tarde al igual que yo, me resultaba extraño estar tres personas en el mismo lugar, solos, y cada una a lo suyo, la muchacha escuchando música con cascos puestos, yo leyendo y la madre unas veces leyendo, otras solo escudriñando el paisaje, otras escuchando música también con cascos, incluso a veces éramos los tres que cada uno estaba con los oídos tapados para escuchar las músicas elegidas y no compartidas. Como fuere, yo veía que la adolescente me miraba con ojos más libidinosos que curiosos. Aunque había levantado la curiosidad de las dos; un hombre de treintaicinco años que aparenta menos de treinta, -no guapo pero lo suficientemente atractivo para interesar a las mujeres sin demasiado esfuerzo-, buscando la soledad, no pasa fácilmente sin llamar la atención. La joven, con ese descaro que da la edad, no escondía su mirada, y era franca y directa. La madre también algo atraída, pero mucho más batallada, intentaba guardar mejor que la hija su posible interés, pero no lo conseguía del todo, – cuando gustas a una mujer se nota, y yo era consciente de que esto estaba pasando, de que les gustaba a las dos-. No he de negar que hasta fantaseé la primera noche cuando llegué por la tarde y vi que estábamos sólo los tres y que a priori no había ninguna reserva más para los próximos días.

Le dije que debería marcharse, que lo que estaba haciendo era una locura, que por favor se vistiese. Todo esto, medio paralizado entre la sorpresa y el azoramiento por la situación pero sin poder dejar de mirar su cuerpo desnudo. Ella, con media sonrisa, dijo que no tuviese miedo, que no iba a pasar nada malo, que nadie había en la casa, sólo ella y yo. – Tú tranquilo, Mamá, no volverá hasta la noche-.

No podía creer que esas palabras saliesen de la boca de ella, se supone que debería ser al contrario, yo, el que tranquilizase y animase a la calma, yo, el que se colase en su habitación si fuese un depravado, yo, si fuese emboscado para conseguir un fruto prohibido, y ella debería ser la asustada y turbada y mis palabras saldrían en busca de alentar su sosiego y calmar el desorden mental que le supondría mi irrupción en su cuarto o donde la abordase; en el jardín al ir desapareciendo la luz, en la escalera de acceso a las habitaciones o en la cocina aprovechando la intimidad de la mañana cuando la madre estuviese en las labores enfrascada. Insinuando con descaro mis intenciones seductoras y lascivas, intentándolo con delicadeza, con el mayor mimo que mis palabras consiguiesen trasmitir, pero a la vez con el nervio y el miedo de que mis pensamientos me hubiesen traicionado y que las señales que yo había percibido claras y nítidas, no lo fuesen tanto, y que más por mi deseo de que fuesen ciertas yo las creyera certeras, y con tal anhelo, que hubiese apartado de mi cabeza las voces que me animaban a dejarlo, a disuadirme de un acto de éxito tan poco probable.

Pero no era el caso, era ella, la que me engatusaba con palabras que me llevasen a la serenidad, a dar tregua a mis nervios por una situación no buscada y que podía ponerme hasta en dificultades legales si su madre aparecía, o si ella misma me denunciase por estupro. Mis palabras eran balbuceantes, y repetitivas, vacías de argumentos que no fuesen los esperados por la sensatez, mi boca seca soltaba una tras otras frases para que la muchacha entrase en razón, frases que llevaban dentro las palabras; confusa, locura, equivocación, confusión, diferencia de edad, muy joven, no era mi intención o madre. Ella no atendía a mis razonamientos ni se movía ni apartaba su vista de mi ni dejaba esa pose que me instigaba, esa desnudez de ninfa marmórea que mis ojos no podían dejar de mirar, me estaba turbando, mi mente y mis labios decían una cosa pero mi cuerpo aun pétreo e inmóvil por el shock decía otra muy diferente. Notaba que se estaba despertando en mí una fuerte atracción sexual un instinto animal que pugnaba con el raciocinio que me esmeraba que fuese el dominante de la situación. Dejarme llevar por el instinto y el deseo podría traerme problemas, podría llevarme a hacer algo de lo que luego me arrepentiría.

Con su voz insistía; lánguida, suave y susurrante, deliberadamente sensual, – No seas tonto, no va a pasar nada que yo no quiera, ni que tú tampoco quieras, ya soy mayor para saber qué me gusta y qué no-. Con su cuerpo reiteraba más cada una de las palabras que decía, seguía tumbada y con su brazo volvía a ese primer gesto invitador, gesto de atracción hacia ella, gesto que tengo grabado, gesto como imán humano que me hizo salir de mi cuerpo estatuario dando unos pasos hacia ella, hacia la posible perdición.

 

 

. 

.     *Hay tentaciones que vemos que nos llevarán a la ruina si no somos capaces de controlarlas, tentaciones que nos arrancarán la piel, como nos canta M Clan.

“Carolina“

M clan - Sin enchufe

.     **NA: Publicado originalmente el 19 de Diciembre de 2013. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Carácter de mujer

19 Lunes Ago 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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amor, carácter, decisión, deseo, Educación, escote, Exquisita, familia, Hombres, individualidad, libertad, machismo, madre, Marlango, Música, miradas, mujer, padre, padres, sexismo, sexo, transparencia, Un día extraordinario, vestimenta

Tengo buen cuerpo, soy guapa y tengo carácter. Esto queda fatal decirlo de una misma, pero si no me lo digo yo quién me lo dirá. Bueno…, mis padres. Siempre o casi siempre para los padres, los hijos son lo mejor y ganan por goleada al resto de hijos. Aunque hay excepciones en las que los padres son monstruos que asustan  y empequeñecen, que no dejan desarrollarse como persona, que todas las decisiones son puestas en duda, son matizadas. Hay padres que con su autoritarismo no dejan que se sea libre de decidir, y si son hijas con más fuerza y decisión, padres que dicen: -“Qué van a pensar de ti, que van a pensar de nosotros”.

Que dicen: – “¡Qué educación van a creer que te he dado!”,

Que dicen: – “¡Dónde vas así vestida, pareces una puta!”.

Y entonces anulan a sus hijas, siempre o casi siempre a las hijas, no a los hijos, los hijos son otra cosa.

Hay padres que ensombrecen todo. Y cuando digo padres, digo padres y madres. La madre muchas veces es peor aún que el padre. La madre como mujer desaprueba los actos de las hijas, la madre por su educación poco liberal intenta inculcar esos mismo valores encorsetados y opresivos a las niñas, que se le muestran desvalidas y a merced de cualquier desaprensivo, e intentan salvarlas de su inconsciencia, de ellas mismas, de  ser mujer.

La misma madre que hace que el hijo no haga nada en casa es la que despotrica porque la hija toma ejemplo del hermano, y comienza el enfrentamiento entre ambas mujeres por el agravio comparativo. Y para salir el hermano tiene el beneplácito de la madre y la hija tiene mil obstáculos para el mismo fin. Y ante la disputa surge la figura pacificadora y arbitraria del padre que termina por asestar el rejón o estocada final para dar la razón a la madre. Y la hija se cerciora por completo del trato injusto y diferente por ser ella mujer y no hombre y por no tener los mismos beneficios que el hermano que campa a sus anchas por la casa y fuera de ella. Y el padre emerge como figura castigadora, auspiciada aún más por la madre, ungiéndole como padre talibán en el refuerzo y descargo de ella, de la madre.

“Talibán”, palabra muy de moda, pero no hay que irse en busca de otros vocablos en otras religiones u otras culturas para encontrar una palabra que conlleva un comportamiento similar a aquél que nos suena mejor por ser lejano y parecernos que nosotros no somos participes de ello, ese comportamiento que siempre hemos tenido muy cerca y que, quizás por ello, el significado pierde fuerza y se entiende y acepta como normal. Decir: “padre machista”, nos parece menos fuerte que lo otro, cuando es lo mismo. Coartar la libertad de la mujer, la esposa y la hija, como estado natural de existencia, como un ser inferior a él, que domina la casa y la sociedad por ser hombre.

La madre que muchas veces esconde su verdadero pensar, diciendo a la hija que si por ella fuera no sería así, que es mejor no llevar la contraria al padre, pero miente y hace que el odio de la hija sólo crezca hacia el padre y no hacia ambos, puesto que ve a la madre como víctima igual que ella, y aunque hay ocasiones en que esto es así, otras tantas es falso y simulado y la madre está más que de acuerdo con el padre, e incluso con mayor insistencia conmina al padre para que se muestre duro con la niña, que según su pensamiento se le descarría.

Por suerte no tuve esos padres, y mi forma de ser no obedece a una postura contestataria, sino a una certeza de que todos somos iguales, hombres y mujeres, y que estamos aquí para disfrutar y vivir lo más intensamente posible. La vida es corta y es una pena echarla a perder, no dar rienda suelta y aprovechar cada minuto es un delito, es un momento y un tiempo que no se recupera.

Por eso no tengo tapujos, y me gusta hacer lo que me gusta. Tomar mis decisiones con sus aciertos y sus errores. A veces puedo parecer frívola, pero los que me conocen bien, cierto que no son muchos, saben que no lo soy, que debajo de mis vaqueros ajustados, de mis vestidos y mis tacones, de mi máscara de ojos y mis labios pintados, hay mucho más. Que detrás de mis manos perfectas con uñas esmaltadas, hay unas manos fuertes capaces del trabajo manual, del golpe en la cara y de la caricia más sensual. Que me apetezca salir arreglada y bien pintada según la ocasión, no quiere decir que sea tonta, que me miren con recelo ellas y con descaro ellos, no me incomoda. Yo decido en cada momento cómo y cuándo quiero. Y si voy muy escotada y alguno se fija en ello, lo decidí al salir, y es lógico que sus ojos no puedan evitar mirar lo que muestro y dejo a la imaginación, que eso es lo peor para ellos, con eso los tendrás rendidos e hipnotizados. En algunos casos sus miradas son ordinarias y burdas, pero no en todos los casos.

No soy del tipo de mujeres que se pone escote y luego va todo el rato recolocándolo para evitar enseñar lo que ya en casa es evidente que iba a estar al albur de los demás, o esas otras mujeres que se ponen blusas transparentes y después van por la calle o el metro molestas  con las miradas de hombres o mujeres e intentan tapar algo con los brazos esa visión, y ven impúdicas esas miradas y ese interés con descaro de ellos por cierta parte de su cuerpo, como si aquella blusa que deja ver su ropa interior no fuese invitadora a los ojos y miradas de los demás. Tampoco soy de esas mujeres que me pongo minifalda de infarto y luego todo el tiempo pierdo la compostura y elegancia tirando de ella hacia abajo, en esos caso es mejor optar por no ponerla, es mejor una falta corta pero que no se mueva de sus sitio esas que trepan por el cuerpo son incomodas y horrorosas, la dejan a una en una situación ridícula de movimientos y aspavientos de recato cuando vas con una prenda que se da de bofetadas con el recato.

No siempre el mirar de una transparencia o un escote o la falda corta es algo baboso, a veces, muchas veces, es de admiración y placer contemplativo, sobre todo si lo mostrado es mostrado a propósito, y siempre que no sea un mirar agresivo ni irrespetuoso o insidioso, a mí me halaga, para eso lo llevo, incluso si al pasar por el lado de un hombre yo arreglada hasta el tuétano no me mirase pensaría que algo va mal. Si una mujer empezando la madurez no hace girarse a un hombre, o al menos, hace que este mire recatadamente mi presencia, me tendría que replantear si ya entré en ese mundo del estar sin ser vista como un fantasma en un castillo que sólo es presentida por los animales que acompañan a los habitantes de la casa.

La vida está llena de escotes por los que asomarse y unos dejan huella y marcan, y otros solo deleitan la vista, no es lo que se ve si no lo que uno compone dentro de sí mismo para vestir ese escote con nuestra percepción y nuestros sentimientos, y hay hombres que ponen mucho sentimiento en ese mirar y recrearse, y a mí me gusta cuando veo que se hace sin chabacanería, sin ser zafio, con estilo. Hay hombres que saben mirar. Sí que es cierto que la mayoría no, se desbordan en grosería cuando lo que se luce deja ver o intuir o levemente descubrir ciertos encantos, es ahí donde se sabe si un hombre merece la pena, el que observa con delicadeza sin abrumar ni agobiar, el que mira con el deseo contenido y que se lleva tu imagen con él, el que sabes que más que mirar entra en trance, porque no ve solo una parte de carne, ve más allá, ve lo que le gustaría hacerte, ve lo suave que sería estar y entrar en contacto con la piel que ve, y eso se lo veo en la cara, sé diferenciar al tipo que te violaría y al que te trataría con todo el cuidado del mundo, aquél que se preocuparía primero de darte placer, porque él disfruta viendo cómo consigue darte ese goce para luego desbocarse y tocar el cielo juntos, o un poquito después, para asegurase de que tú has llegado plenamente. Veo sus manos, para mí son importantes, y sé si serán delicadas en el roce y el trato, aunque reconozco que algunas veces me confundí y no atisbé, no supe ver a primera vista lo fenomenal que podía ser un amante hasta haber sentido sus dedos buscar donde a muchos ni se les ocurriría, y seducirme con sus besos y con esas manos deleitosas, tanto que solo con ellas, como si de un instrumento musical se tratase han sabido sacar toda la música y gemido contenido en mí.

No tengo pareja, de momento no encontré nadie con el que quiera compartir mi día a día, pero es mi decisión, estoy a gusto en mi situación, solitaria, que no sola. Quizás algunas de mis conocidas hablen a mis espaldas, de mi forma de ser, de mi elección libertaria, de sexo cuando quiero y con quién me gusta. Ellas quizás como esas madres sexistas no lo entiendan, y me vean como una “puta” por hacer lo que a los hombres se les tiene en pleitesía, o quizás es envidia por mi osadía que ellas nunca tuvieron, no ya ahora que encontraron pareja “definitiva” y es más lógica su fidelidad, sino antes cuando a locas se salía en busca de diversión y nunca se atrevieron a llevarla al sexo.

Puede que haya gente  que piense que en la vejez me encontraré sola y me acordaré de los años de locura en los que algunos me ofrecieron la estabilidad emocional que ellos decían ver que necesitaba, pero vivo el aquí y el ahora, no quiero pensar en ser una anciana venerable con su venerable maridito anciano, quizás no llegue a esa edad en la que perdonamos todas las cosas a la gente solo por ser viejos, aunque hayan sido lo peor de lo peor, la peor calaña habida en el mundo. No sé si llegaré a ese momento vital, probablemente sí, pero hasta entonces quiero vivir cada instante plenamente y si un día me enamoro hasta los huesos bienvenido sea, no nos engañemos, cuando eso llega no hay quién lo pare sin sucumbir a la infelicidad en el intento. Y si no llega nadie, seguiré viviendo.

 

 

 

 

.     *La Protagonista del relato no pierde su rumbo como en la canción de Marlango. Se siente exquisita.

“Exquisita“

Marlango - un día extraordinario

.     **NA: Publicado originalmente el 26 de Julio de 2013. Hoy recibe una segunda oportunidad.

 

La habitación de al lado

18 Domingo Ago 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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amor prohibido, Bunbury, deseo, engaño, fantasear, hija, Infiel, Licenciado Cantinas, madre, Música, Mi sueño prohibido, placer, Soñar

Sueño con ella, y no contigo, sueño con hacerle el amor hasta el delirio, sueño y me recreo en las visiones que te predico. Eyaculo mentalmente y luego físicamente lo derramo, largo, muy largo, con gran excitación, y si estoy contigo pienso en la otra habitación. No puedo evitar ver su cuerpo entre mis manos cuando son tus senos los acariciados. Mis dedos no buscan tu sexo y tu clítoris, aunque por ellos los deslice, buscan los de ella en mi cabeza, no deseo darte placer a ti, si no que pienso en lo que ella puede sentir. Te hago pero no lo hago por ti, lo hago en falso, en ilusa emoción, venidera ficción de lo que quisiera fuera. Y cuando los labios juntamos y los ojos cerramos, los abro impaciente buscando la puerta, deseoso de salir por ella. De ir a topar con ella, esté donde esté, en su cuarto, en salón o bendita ilusión, en el baño o en la cocina. En esos casos, mi invención se desborda pensándola ligera de ropa, insinuante y expectante, esperando mi proceder en el encuentro confiado, aguardado por ambos pero no declarado. Y cierro de nuevo los ojos y me entrego a ti, beso fulminante, beso lascivo, lenguas que se enredan y encienden la mecha del ardor entre las piernas, separo ligeramente los párpados y creo ver la puerta entornada y ella mirando y observando resguardada, y entreveo poco nítidamente entre mis pestañas que la puerta sigue cerrada, y mis anhelos se frustran violentamente y lo inhiesto me guía, me lleva a apretarte la nuca mientras el beso se desboca. Las manos se vuelven locas, primorosas te quitan la ropa, con avidez recorren todo tu cuerpo. Tú te desenredas de mí para poder desnudarme, buscas la pica que quisieras que ya estuviese en Flandes, y ves su estado venoso y lo sientes en la palma de la mano y su calor te impresiona, y yo me recreo viéndote con ella, pero no con tu mano si no con el pensamiento de la mano de ella, que blandiese mi sexo con la cautela y el ansia de adolescente, pero con la maestría de la experiencia adulta, que abandonó hace tiempo el pueril comportarse y en el hoy no duda en demostrarse.

Y fulminado por el deseo me desboco, culminando el “polvo” desenfrenado, con violenta embestida, y jadeante ahogo, supurando por el recodo por el que ya se abrió camino con brío en humedad placentera, traída por fogosidad y arrebato. Apasionada quemazón que lleva al estruendo del cabecero contra la pared por el ímpetu desbordado, y la imagen de ella se hace entre mis brazos, y en mi pelvis siento su pelvis fantaseada, más ancha que la tuya que me recibe y enardece en el instante que tapo tu boca para acallar ese gemido largo que te asalta consumando el deleite. Y te cubro y apago el grito para que ella no oiga y no sospeche lo acaecido en el cuarto contiguo al suyo. No quisiera que sintiese la infidelidad que siento yo al hacer contigo lo que con ella quisiera. Derrotados y rendidos,  quedamos vencidos por el cansancio del gozo, mi cuerpo junto a tu cuerpo. A media luz, miro la puerta y suspiro y siento los pasos aproximarse, y oigo que roza levemente la madera como no queriendo molestar, y percibo los toques quedos del golpe de sus nudillos, como no queriendo sobresaltarnos por si estuviésemos dormidos, y oigo la voz que nos llama, suave sin estridencia ni grito, dulce sonido casi susurrante, que nos dice: “hija…, chicos, vamos la cena está lista”.

 

 

 

.     *Como nos canta Bunbury, hay sueños prohibidos con abismos insalvables que muchos no entenderían que quisiéramos saltar.

“Mi sueño prohibido“

bunbury-licenciado-cantinas

.     **NA: Publicado originalmente el 20 de Marzo de 2013. Hoy recibe una segunda oportunidad.

 

Mujer, madre, coraje

21 Viernes Nov 2014

Posted by albertodieguez in Frases, Poesía

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Amor de madre, carga, Gabinete Caligari, madre, Madre Coraje, Música, mujer

Micropoema 15 - mujeres madres coraje

 

 

Toda mujer se convierte en madre coraje.

.

La madre, siempre es madre coraje.

.

A la madre todo se le vuelve drama, tragedia, un fin del mundo,

la madre se echa todo a la espalda, lo necesario y lo innecesario,

la madre decide que solo ella sabe hacer,

la madre sufre y agoniza por todos, siente por todos.

 

 

*Por esa carga impuesta casi siempre y autoimpuesta otras, y para suavizar el poema, valga el homenaje que hizo Gabinete Caligari a las madres, extensible a todas las mujeres que aun no siéndolo adquieren esa asunción del poema.

“Amor de madre“

Gabinete Caligari - Privado

 

**La tarjeta fue realizada con Notegraphy.

Milongas que quizás ni fueron

09 Martes Jul 2013

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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En Transito, Esos locos bajitos, falsedad, Hombre del saco, La Mano Negra, madre, Música, mentiras, Milonga, niñez, niños, Piscina, reuerdos, Serrat, Zapatilla

El recuerdo de la madre siempre fue bueno, no tenía constancia de grandes castigos, ni de amenazas, ni engaños para provecho de ella en desventaja de ellos por la inocencia de estos que debían oírlo y sufrirlo, o quizás traicionó al recuerdo verdadero y lo invistió de bondad, por ser la madre una figura referente, alguien que cuidó y protegió de las desventuras iniciales, cuando púberes no sabían ni por donde se andaban ni por donde debían andar, quizás demasiado protectora para con los pequeños o quizás demasiado “falderos” estos dos últimos, que se llevaban largos años con el resto, y de los que quizás no se ocupó de la misma manera, -de los mayores-, por las necesidades de la época, dura época para sacar a una familia numerosa adelante, con el trabajo en el hogar y fuera de él, para traer salario con el que completar al del padre y poder dar de comer a los hijos, que pronto se tuvieron que poner a trabajar. Los años aquellos de los que ahora hace memoria, se muestran algo confusos, incluso sin saber muy bien lo que es vivido o contado por otros miembros de la familia, los hermanos que sí que por la proximidad en edad y lo traviesos que eran, fueron quebradero de cabeza para ella, para la madre, y a ellos sí que quizás les contó milongas, falsos cuentos para tenerlos atados en corto y que no se le desmelenasen en exceso, ya que además delegó en ellos el cuidado del cuarto niño cuando llegó, no sin cierta sorpresa por no ser buscado con insistencia aunque sí buscado.

De esas conversaciones sobre lo que debió ser algo de patraña por parte de la madre, o actos negados por ella, recuerda pocas cosas, pero una la tiene clara en su memoria y fue el vuelo de la zapatilla, como toda madre de aquel periodo, y que si bien para él no fue en exceso desenfundada de su pie, sí que fue testigo de un  acto de lanzamiento de este objeto hacia uno de los hermanos con certero tino en la ceja de éste con herida “contuso-cortante” incluida. Un clásico de las madres de antes,  no de las de ahora que no zurran a los hijos, a veces no por deseo, si no por no ser denunciada por terceros.

De pequeño los otros niños contaban cosas fantásticas, como que había hombres peligrosos con sacos que se los podrían llevar si no eran buenos, y en el colegio había un grupo malévolo llamado la “Mano Negra”.  Pero no consta que fuese la madre cómplice de estas tretas y falsedades comunes en los mentideros. Si bien recuerda la norma impuesta, menos terrorífica, cuando iban a la piscina de que pasasen dos horas después de comer para bañarse o en su defecto para evitar este receso en el divertimento en el agua, había que ir inmediatamente al chapuzón mojándose las muñecas y nuca primero, antes de que pasase media hora, puesto que a partir de esos 30 minutos, ya no había “tu tía” y se podía cortar la digestión. Quizás esto no era en sí una mentira y sí algo de saber popular, pero nunca se probó científicamente si esto era verdad. Otra milonguilla era un remedio contra el mareo, algo así como  que había que ponerse esparadrapo en forma de cruz en el ombligo durante el viaje en coche o autocar, aunque realmente no queda muy asegurado que la madre alentase ese remedio. Como decía la memoria es falsa y juega a despistarnos, sobre todo cuando lo que ha de recordarse no fue marcado y repetido con insistencia en los años a los que nos queremos remitir.

Son tópicos quizás, pero sucede, lo de que los malos recuerdos y mentiras vertidas en los niños se borran con facilidad y solo sobreviven los buenos y felices momentos, y más si están tamizados por ser el padre o la madre los responsables de lo sucedido y vivido. Puede que lo de los engaños para mantenernos controlados, algunos los hayamos dejado en un cajón y olvidados por completo o al finalizar esos años nos hicieran un lavado de cerebro, que todo es posible.

.

Nota al texto:

*El juego consiste en decir tres Milonguillas contadas por nuestras madres y poner un vídeo de un “zapateao” hecho por uno mismo.

    **By, me metió en este juego del “Milongueo” de las madres, y se me hacía difícil aceptar, pues no ha sido mi madre de muchas mentiras al menos en mi recuerdo, pero bueno al final aquí he dejado un breve relato con el tema de las posibles falsedades que las madres vierten sobre los niños, siempre según ellas por el bien de los vástagos, esos locos bajitos que hay que domesticar como dice la canción de Serrat.

“Esos locos bajitos“

Serrat-En_Transito-Frontal

***Momento congelado de “Zapateao” uzbeko sobre cojín.

Zapateo uzbeko

^^Mis candidatos son los siguientes blogs para continuar con las milongas, si quieren claro. 

Agniezka, Una cabeza Sembrada, Karmel, Comedieta, Sin Sueño

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