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Archivos de etiqueta: notas

Problema y solución

04 miércoles Sep 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 16 comentarios

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Cafetería, callar, Decir, desafecto, desamor, Efecto Mariposa, escribir, escritos, Granito de arena, Leer, Literatura, Música, No decir, notas, ocultar, Ordenadores, palabras, papeles, pareja, Vivo en vivo

-“Dejar de querer no se deja fácilmente, pero sí que creo que el desapego y el desafecto llegan paulatinamente, y cuando se hacen presentes es más valiente decirlo y sucumbir ante la realidad que seguir hasta un final que quizás no sea el mejor final, puesto que puede que no sea nuestra mejor historia, acaso haya otra historia esperándonos para ser contada y vivida más plenamente”.

Pero esto son sólo palabras, es sólo literatura, la vida es más complicada, aquí es todo más fácil decirlo y que parezca fácil hacerlo, por eso lo escribo, por eso te lo digo y no te lo digo, te lo estoy diciendo aquí, pero falsamente, puesto que nunca llegará a tus oídos, ni a tus ojos para ser leído. Hoy me armé de valor y me lancé para dejar de ser un cobarde, para no seguir engañándote cuando te digo lo que te digo y no siento en verdad eso que verbalizo y con voz melosa y cicatera de verdades infundadas y buenas palabras te envuelvo, y tu sonrisa y el brillo en tu mirar me devuelve al malestar de mentir y no hallar la manera de no disfrazar y falsificar lo que en verdad llevo dentro que no es amor sino alejamiento, deseo de partida y comienzo de nuevo, de búsqueda, pero sin disimulos y engaños explorando los caminos deseados, las colinas a subir para ver otros paisajes y otear otros campos.

“Nosotros somos el problema casi siempre, en nosotros está la solución siempre”, me digo. Yo soy el problema, y yo soy la solución, al menos en lo que concierne a mí, lo que me hará no sentir la vida perdida, lo que evitará la amargura. Cómo evitar mi pesar sin trasladártelo a ti, sin hacer que mi liberación se transforme en tu desconsuelo y aflicción. Yo sólo veo ruinas endebles donde tú ves el castillo sólido al completo, yo lo veo de papel ajado que cederá con el viento, con mi soplido si me atreviera a hacerlo. Pero realmente el viento lo que se llevará son estas palabras, es este papel, en el que pongo lo que no me atrevo a decir de viva voz, que se trastabilla cada vez que frente a tus ojos lo pienso, y que hace que baje los míos hacia el suelo, y que aparente cansancio físico, cuando lo que me cansa es lo nuestro. Este peso, esta carga, este trauma.  Agobiado y triste e infeliz, se me muestra el hoy, y peor aún, el mañana y el pasado mañana  y el resto de los días hasta la muerte, que me llegará quizás antes por las ganas de vivir desaparecidas, por el tedio de la convivencia no querida, por el poco valor a dar un paso, a haberlo dado cuando había tiempo. He buscado y rebuscado e indagado dentro de mí y a mi alrededor para solventar este estado de ánimo, me he dicho tantas veces que el problema soy yo y que si miro dentro será sencillo solucionarlo, y fácil encontrar el error en el que me muevo y por el que vivo falseando todo lo que concibo, todo lo que nos concierne y emponzoña lo nuestro. Y el yerro no se muestra y entonces asumo que no es tan sencillo saber el motivo del fallo en la relación. Nunca hubo desaires ni discusiones ni palabras mal sonantes ni voces elevadas ni reproches constantes. Eso es lo peor, que no hay, no hubo una motivación para este lastre que me hunde y ahoga en la tristeza más lacerante.-

El papel arrugado en el suelo de la cafetería a mis pies me llamó la atención, no sé que me impulsó a cogerlo, quizás mi curiosidad o quizás más mi vena cotilla de saber que podría contener. En aquél lugar hay mucha gente que va a leer y escribir y consultar páginas web o sus redes sociales o sus correos personales en sus “portátiles”, y también hay gente que se acerca a leer libros en papel, y pocos ya a escribir en papel. Quizás fue esto lo que me llevó a recogerlo, la cada vez menor posibilidad de encontrarse lo escrito por alguien tirado en el suelo, el ver que era un folio hecho bola, no ya caído u olvidado, si no desprendido de él por su autor o autora a propósito con ánimo de convertirlo en deshecho. Cada vez más lo que se escribe es en formato electrónico y cuando uno se deshace de ello se borra y desparece con más facilidad y menor posibilidad de que un extraño lo pueda leer, que alguien ajeno al destinatario final, si es que lo hubiese, pueda saber lo que uno escribe sin el deseo de que sea así, leído por casualidad o por accidente, recogido del suelo o de una papelera. A no ser que el que lo lea lo busque con un propósito de saber y conocer investigando en tu ordenador, pero eso sería como leer en un cuaderno o agenda o diario sin consentimiento, eso sería otra cosa, sería como una violación de tu intimidad. Y esto bien podría parecerse, pero no lo veo así, no está acompañado de la alevosía de la búsqueda, es más un encuentro fortuito con la palabra y el grito necesario de quién lo ha escrito. Es cierto que turba un poco leer la intimidad de alguien, cuando ese alguien no lo ha elegido como público. Uno traga saliva, e incluso se sonroja, por creerse un poco en falta, pero el deseo de saber es más fuerte y la lectura se hace rauda y con ganas de interiorizar y conocer lo sentimientos de quién puso esas letras, esos pensamientos y en este caso sentimientos, de desamor, desafecto y desaliento.

Al terminar de leer un poco de ahogo surge, y la espera a la pareja se hace más impaciente, quiero contarle lo que he encontrado y que también lo lea y congratularme con ella de que no tenemos ese problema, que esa flaqueza no la hay entre los dos, pero la tardanza hace que le dé vueltas al asunto y me empieza a asustar, porque hoy no siento lo que he leído pero quizás como dice el papel, pueda llegar alguna vez el cansancio de uno en el otro, poco a poco sin ruido sin avisar, y que lo que hoy se ve imposible llegue a suceder, que llegue el momento que uno de los dos necesite irse a un bar para escribir lo que no se atreve a decir con las palabras a los oídos del otro. Y miro alrededor tontamente para ver si puedo identificar a quién escribió eso y que ahora esté con su pareja como si nada, con total normalidad, esa normalidad que ahora ya no consigo para mi, ya no estoy seguro de querer enseñar ese texto a mi pareja, no quiero plantearme que lo que he leído quizás ya esté empezando en mí o en ella, sé que si se lo muestro lo hablaremos y elucubraremos sobre ello, y ese hálito pueda quedar posado entre nosotros. Miro por el ventanal, miro a la puerta de entrada, y por fin veo llegar a mi cita, por fin puedo olvidarme de este papel escrito y lo arrugo y lo tiro. Pero en el fondo no lo olvido.

 

. 

 

.     *Teme que se conviertan en dos extraños como en la canción de Efecto Mariposa, y le asusta y no quiere ni pensárselo, teme que lo leído se convierta en profecía.

«Granito de Arena«

Efecto_Mariposa-Vivo_En_Vivo-Frontal

 

.     **NA: Publicado originalmente el 20 de Junio de 2013. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Regalando palabras (7ª parte)

14 miércoles Ago 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 9 comentarios

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afecto, amor, café, cena, cita, cobardía, compañera, compañeros, Copas, desafecto, duda, En Transito, Fiesta, frases, insomnio, llanto, Música, miedo, noche, nota, notas, piropo, Porque la quería, Serrat, tristeza

Las dos notas descansaban encima de la mesilla; “Los hombres como tú solo se encuentran en los mejores sueños” y “No te olvides de la fiesta, no vayas a faltar”.  Una, un piropo que cualquiera desearía recibir, la otra una cita que nadie evitaría. Las estuvo contemplando durante mucho tiempo, las cogió y las dejó varias veces, las leyó y las olió como ya hiciera en alguna que otra ocasión por si algún aroma le daba pistas sobre su autoría. Realmente era absurdo buscar olores o perfumes; aunque los hubiese, no tenía en su cabeza con qué compararlos y no se veía aspirando e inhalando por ahí para conseguir certezas de quién estaba detrás de estas palabras regaladas que tanto daño le estaban haciendo. Irónicamente lo que debía ser alegría y placer por ser destinatario de esas letras, no lo eran, contrariamente su mundo se desmoronaba por dos papeles garabateados y eso le dolía, todo lo construido durante tantos años, tantas convicciones derribadas al exhalar esas silabas su boca cuando bisbiseando las leía una y otra vez. Estuvo largo rato con la mirada perdida, absorto. Mirando al frente, mirando su anodino frente de armario, inerte, a ratos parecía catatónico. Se levantó de la cama. Ya lo había hecho antes; dos, tres, quizá cuatro veces, acercándose a la cocina a beber. Tenía la boca seca, optó de nuevo por agua, sin el resultado de saciarse y tranquilizarse que perseguía con esas idas y venidas, pensó que si seguía bebiendo agua terminaría con dolor de barriga; entonces aun siendo horas algo intempestivas decidió prepararse un café bien caliente en taza grande con una pizca de leche para intentar conciliar el sueño, la cafeína no le impedía dormir, al contrario le sumía en un estado reconfortante que lo llevaba con más facilidad al descanso.

Toda la tarde estuvo con los nervios metidos dentro preguntándose si había tomado la mejor decisión, si aquella determinación era valiente o por el contrario de un gran cobarde.

Mientras se toma el café allí sentado en la cocina, en esa madrugada que se le alargaba como si el tiempo no avanzase, se deja llevar por la imaginación pensado como estaría transcurriendo la velada en el lugar al que había evitado ir, el lugar al que le conminaba esa segunda nota, esa cita, que quizás no era una cita y sólo se tornaba así en su parecer. En ese momento ya estarían con las copas, la cena habría acabado hacía un par de horas o más, y ahora estarían repartidos en diversos corrillos, según se sintieran más identificados; agrupándose por las mismas afinidades o afectos o departamentos o jerarquías, como suele pasar en las fiestas de empresa en la que estos grupos suelen ser bastante estancos y  aunque algunas personas tengan la capacidad de moverse con soltura entre varios de ellos, lo normal y general es que cada grupúsculo sea un ente cerrado y endogámico, y sus miembros no tiendan a aventurarse a la mezcla e intercambio. Veía con nitidez el grupo en el que estaría integrado, como las veces anteriores, -las pocas veces anteriores sería más ajustado decir, puesto que en cuanto podía eludía esas reuniones festivas -. Inicialmente se ve en su grupo de compañeros de departamento -en el que no se encuentra demasiado a gusto-, pero sin perder de vista al reducido grupo en el que se sentiría más cómodo sin duda, y al que en cuanto pudiera se deslizaría sigilosamente, que no es otro que el de afinidades en el que se encontraría Helena. Se ve ya en ese grupo y se ve nervioso, más nervioso de lo habitual, sin la naturalidad que debiera por haber intimado con ella no hacía mucho y que se reflejaba en la oficina hasta la llegada de aquellas notas a su vida, o quizás por eso mismo, por haber intimado siente esa inseguridad y ese nerviosismo de adolescente descubriendo al otro sexo. Se ve intentando sosegarse, pero su corazón palpita como nunca, y se le llena la cabeza de palabras que quisiera decir pero su boca no se abre, sus pupilas brillan de emoción y miran con deleite como ella habla y dice y él asiente a todo como un fan a su ídolo, escucha pero no oye, simplemente está colmado de alegría, inmensa alegría que se agolpa en su pecho. Idiotamente se muere de amor.

Se serena y vuelve a la realidad, mira el reloj, es muy tarde, debería irse a dormir, regresa a su cuarto, se siente cansado pero los parpados no quieren caer. Siente humedad en sus ojos, y como se desborda bajando por una de sus mejillas un riachuelo salado. Se limpia el rostro. Se dice que es absurdo todo esto, que se ha hecho castillos en el aire como un inocente. ¿Cómo él, tan analítico se ha dejado llevar por el impulso irracional?

Abrigó la posibilidad de que estuviese equivocado en su elección de vida y que estas notas fuesen la señal que marcaba su error, pero fue efímero ese espejismo, enseguida concibió que la equivocación era el cambio de pensamiento y que lo que creyó una señal era solo una percepción engañosa auspiciada por él mismo. Siente dolor en el pecho. Se acuesta y apaga la luz sin mucha convicción de poder dormir. Mañana debería volver a su nada cotidiana, a su vida sin perspectivas, sin proyectos como tan bien le había ido hasta ahora. Sin vincularse afectivamente a alguien, nadie en su horizonte. Aún estaba a tiempo de volver a su rutina sin desbaratar nada suyo ni de otros, a tiempo de volver a su deambular solitario por la ciudad. Seguro que no saldría bien, no estaba hecho para compartir la soledad, desde siempre lo supo desde la infancia se fue preparando para ello y lo había conseguido, no debía flaquear ahora. Seguro que antes o después se vería que la cosa no funciona por él, algo misántropo. Es mejor que ella no pierda el tiempo con una persona como él.

Tenía todo el fin de semana para pensar como ir alejándose y evitar el contacto con ella, el encuentro y la conversación casual no buscada pero si aceptada con alegría hasta ahora, y deseada los últimos días; sabe que no le va a ser fácil pero no debe dudar en que es lo mejor. El cansancio y la oscuridad lo acunan. No será difícil rehuirla, sabe de sus costumbres y horarios y no será complicado moverse eludiendo esa posible coincidencia en los pasillos. El alba despunta y por fin cae rendido, acomodando el rostro de ella en sus sueños en donde para siempre lo quiere guardar, para cada noche encontrarlo allí, esperando ser retomado.

 

 

 

.                                                                                              Fin

.

.     *Él, que huyó del amor, del enamoramiento, no lo pudo evitar y porque creyó quererla se apartó, no confiaba él… como nos canta Serrat.

«Porque la quería«

Serrat-En_Transito-Frontal

.     **NA: Publicado originalmente el 01 de Junio de 2015. Hoy recibe una segunda oportunidad.

 

Regalando palabras (6ª parte)

13 martes Ago 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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afecto, Amistad, amor, angustia, aprecio, Arena en los bolsillos, compañera, compañerismo, compañeros, desafecto, desvelo, duda, dudas, En el oscuro abismo en que te meces, Fiesta, frase, Manolo García, Música, miedos, nervios, noche, nota, notas, palabras, Post-it, sentimientos, Trabajo, tristeza

De dadivoso adulador ha pasado a adulado y eso lo tiene descolocado, lo que nunca pensó que le pasaría en su vida, siempre afrontada como mero espectador, sin ánimo de explorar ni pretender nada, en ningún caso como agente activo, más como un elemento vegetativo, quieto, esperando ese final marchito que nos espera a todos dando igual como hayamos pasado la vida. Él se había decantado por un transitar sin sobresaltos, dejando pasar los días, con una existencia anodina y tranquila; buscar y desear, ahora lo atenaza y lo angustia. Como a todos cuando deseamos que algo llegue y nos precipita a la inseguridad e impaciencia y a la duda. Más que nunca la duda se apodera de sus días. Duda de si ha estado equivocándose toda su vida, con esa actitud suya. Duda de si esto es real o se está volviendo algo paranoico. Duda de si ir a esa fiesta. Dudas y más dudas. Siente que se está acobardando; – ¿Y si allí encuentra lo que lleva días deseando encontrar? ¿Qué pasará? ¿Cómo debe actuar? Aunque ahora con estas manos trémulas que sostienen el Post-it duda si realmente quiere que suceda. Mira las palabras escritas en ese cuadradito de papel amarillo, con tinta azul; tinta quizás de alguno de sus dos bolígrafos que tiene encima de la mesa, que no son los que la compañía reparte a los empleados, a él le gusta utilizar los suyos propios. Tiene la tentación de escribir con ellos para comprobar si el color y el grosor del trazo son exactamente iguales, a primera vista sí que se lo parecen. Esto querría decir que a la persona que lo escribió no le importó que alguien, incluso él mismo, le pudiese ver en el acto de escribir y dejar el mensaje. Eso querría decir que no lo hacía a hurtadillas y con el afán de que nadie pudiese saber o averiguar sus intenciones; si no fuese así, hubiese llevado la nota ya escrita para no tardar en dejarla buscando por la mesa, y no encontrando a priori el taco de Post-it puesto que lo guarda en el cajón, y por tanto rebuscando en su intimidad, tardando más y poniendo más aún en peligro esa decisión de moverse en la sombra y la clandestinidad, redactando allí en la misma mesa, el manuscrito a la vista de cualquiera. Quiere pensar que quien le deslizó la nota en su bolsillo y ahora el mensaje pegado en su pantalla del ordenador son la misma persona, de otra forma no ve la manera de poder alcanzar a saber quién era la precursora de su incertidumbre, quien hizo de detonante haciendo estallar delante de sus ojos su planteamiento de subsistencia, y que ha puesto en los últimos días sus convicciones de vida patas arriba, y que lo mantiene en vilo. Quiere pensar que al fin va descubrir a su admiradora o admirador, nunca se puede saber si se despierta ese afán amoroso a los del mismo sexo aunque uno no lo pretenda, pero esto último lo quiere descartar. Si no fuese la misma persona, si no logra acabar con esta situación va a perder la cabeza. Ahora, por este mismo estado de excitación que le hace temblar, se arrepiente un poco, como días atrás, de haber estado repartiendo notas durante estos últimos años sin darse cuenta del daño que puede haber provocado cuando su intención era la contraria. Desde que despegó el mensaje del monitor estaba algo confuso, pensó en lo descabellado que le parecía hace unos días que fuese alguien del entorno laboral su admirador, pero todo se le ha trasmutado con este papelito amarillo que ha hecho volver a pensar en sus compañeras y sin darse cuenta se ha visto imaginando y ensoñando con Helena, con la que más intimó, si se le puede llamar así, por contarse pareceres sobre la vida y los sentimientos y la forma de afrontarlos, y que la empieza a ver con otros ojos, quizás se está forzando él mismo a mirarla con otros ojos, con una mirada que antes ni se le pasó por la cabeza, ni siquiera después de aquella conversación. Él en su mundo, evitando quizás por miedo, otras posibilidades, otros universos. Cómo no se ha fijado en ella antes con este parecer de hoy, que se le ha vuelto ardiente y doloroso, como una llama en el pecho, que le produce quemazón y aprensión y ahogo.

Encaja tanto con él. Nunca se le ocurrió poder dar con alguien con los pies tan en la tierra, sin pájaros en la cabeza sobre los afectos pero que a la vez no renuncia al amor, al compartir, al acompañarse sin grandes pretensiones, sin grandes horizontes que conquistar; solo con el fin de encontrar a alguien con el que estar a gusto durante el camino hacia ese horizonte. Con su ceguera y su sentirse diferente, siempre dudó que hubiese alguna persona que pensase como él. Pero tan llanamente lo expuso ella aquella vez, en la que le compartió ese pensamiento sobre el acompañarse las parejas hasta los últimos días, cuando ya no queda la fogosidad inicial, sustentados sólo en el aprecio mutuo, que es ese rescoldo que queda tras el amor marchito, que no tuvo dudas de que ella era especial, distinta a los demás, que ella era muy similar a él, y quizás por eso mismo no siguió pensando en ella tras aquellos días con ojos amorosos ni románticos; alguien como él, no pensaría en buscarse pareja, en buscarse un apoyo, alguien como él se bastaría sola. Pero ahora todo ha cambiado, todo su planteamiento de vida sufrió un revolcón, y aun sin ese impacto luminoso de partida que reciben dos desconocidos que se encuentran o son presentados por terceros y se atraen de pronto sin remisión alguna, con un palpitar de corazones y brillo en la mirada y deseo desbordado en el sexo; quizás aún sin eso, sea este el momento que el destino les ha deparado para su encuentro y unión. Puede que ellos llegasen directamente a ese momento de acompañarse y del aprecio mutuo por un atajo, sin pasar por la inicial fogosidad, saltándose esos preámbulos. Seguramente haya pasado muchas veces en la vida de otras muchas personas, la historia está llena de casos así, en los que el tiempo cansa el vivir y llega un día en el que se necesita de un sostén, un bastón, y a su vez otros necesitan de nosotros para sostenerse y seguir avanzando, y surge el deseo y la necesidad de acompañarse el uno al otro.

Aunque ese era de siempre su parecer, pasados estos días, está empezando a pensar que quizás nunca pueda ser así, que no hay salto ni atajo posible, que siempre se parte de un ardor catalizador que desboca las llamas y avanzan y arrasan los sentimientos que teníamos pulcramente custodiados, todos bien aislados con un aséptico pensamiento racional, pues él ahora en su pecho percibe esa fogosidad. Mira las dos notas, y se siente tan vulnerable, que le da miedo. Lo intenta analizar fríamente; ¿cómo se ha transmutado en un ser tan endeble y guiñapo de lo que era? Sólo por la hipótesis de que sea y suceda algo que en nada tiene fundamento real, basado sólo en elucubraciones de lo que pudiera ser. Remira las dos notas, y se siente tán ridículo.

 

 

. 

. 

.     *El protagonista que se mecía y complacía mirando y escribiendo a los talles y rostros de bellas y tristes mujeres,  ahora se mece sobre un oscuro abismo como nos canta Manolo García.

«En el oscuro abismo en que te meces«

manolo garcia-arena en los bolsillos

.     **NA: Publicado originalmente el 10 de Abril de 2014. Hoy recibe una segunda oportunidad.

 

Regalando palabras (5ª parte)

12 lunes Ago 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 30 comentarios

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afecto, Alguien que cuide de mí, Amistad, amor, angustia, aprecio, cena, Christina Rosenvinge, compañerismo, desafecto, desvelo, dudas, Fiesta, frase, Música, miedos, nervios, noche, nota, notas, palabras, pena, Que me parta un rayo, sentimientos, tristeza

Ya no ha vuelto a dejar la nota en el cajón, ya la lleva siempre consigo, metida en la cartera cerca del corazón. Después de aquel primer impulso de dejarla y olvidarla, ha pasado a no desprenderse de ella. Al releerla días después de sacarla del cajón, contempló también la idea de tirarla, pero no se atrevió. No era supersticioso, pero deshacerse de ella le creó desazón y miedo al “mal fario”, lo vio como un desplante, un mal gesto ante un piropo hecho con delicadeza. Pensó que por respeto a quién se ha molestado en decirle y hacerle llegar unas palabras tan deliciosas no debería destruirlo, al menos hasta saber de quién provenía y que intenciones había tras esa misiva.

Ha pasado una semana desde el día del descubrimiento, y no ha vuelto a recibir nada. Un poco infantil se deja llevar por la fantasía y el deseo de que fuese ella, su vecina del tercero, la que sonríe tan luminosa. Es absurdo ese pensamiento, ella está casada, pero en su imaginar sucede que en el ascensor no puede evitar decirle a la cara lo que en la nota pone. Se lo quita enseguida de la cabeza. Cada día se siente más estúpido, quizás no debería darle más importancia al asunto, dejarlo estar. De buscar una razón para esta situación está agotado. Desde que la lleva encima, la saca en el transporte público y la lleva en la mano durante el trayecto para que se vea bien, como un señuelo, intentando atraer al depredador culpable de este estado de incertidumbre, observa los gestos para ver si alguien se delata al ver la nota. Pero en estos días no ha pasado nada reseñable. Vuelve a pensar que igual que él nunca dejaba dos notas a la misma persona, puede que su “regalador de palabras” sea igual. Y tras la primera él ya haya pasado a segundo plano, y ni siquiera reparará en él otra vez.

Durante esta semana los compañeros de trabajo, han ido organizando una cena, él ha sido invitado, pero con la desazón de estos días había mostrado su intención de no ir a algunas de las personas que le preguntaron si se apuntaba. Lo sorprendente ha sido encontrarse el Post-it en la pantalla del ordenador que le decía; “No te olvides de la fiesta, no vayas a faltar”. Está escrita a mano y con letra de imprenta, y sin firmar. Le ha sorprendido esa anotación, puesto que se le hace raro esa insistencia en que vaya, nunca se le había mostrado tanto interés en su asistencia cuando en alguna otra ocasión se ha borrado de una celebración por parte de sus compañeros, ya fuese un cumpleaños, la despedida de alguno de los miembros de la plantilla por marcharse a otra empresa o la jubilación de algún otro o últimamente más por despidos. La ha analizado, para averiguar si la grafía era similar a aquella otra que lleva en la cartera, pero al no estar escrita de la misma manera no adivina si puede ser la misma mano la que plasmó en uno y otro papel aquellos mensajes.

Le da vueltas sobre quién podría ser en este caso la persona que dejó la nota que lo conminaba a no dejar de ir a la cena que se estaba programando para dentro de una semana, como primera fecha más posible, pero no consigue hacerse una idea clara, sigue habiendo pocas candidatas, cuatro.

Quizás fuese Helena, la chica de administración, puede que de las cuatro la más guapa, aquélla que le dijo una frase que le gustó durante una conversación que le resultó muy amena e interesante en una fiesta, animados ya por las copas, y divagando sobre sentimientos, amistad, compañerismo, relaciones y el aprecio.

Ella dijo: “El aprecio son los despojos del amor marchito”. Y recapacitando sobre ello le dijo que tenía razón, que solo vivimos y nos alimentamos de despojos… esencialmente no queda otra cosa, pero nos alimenta para poder seguir.

¡Cómo no había pensado firmemente antes que podría ser ella la de la nota!, no ya la de la nota en el ordenador, si no la amorosa. Aunque quizás esta otra en la pantalla también lo sea, puesto que esa insistencia puede dejar ver el miedo a que un amor escape, que un plan preparado para ese día se frustre por la no asistencia, y se haya decidido a jugársela poniendo en peligro su proyecto, arriesgándose a ser descubierta al adelantar y mostrar las cartas por miedo a un posible fracaso. Si alguien es capaz de hacer esa reflexión tan bella y dolorosa a la vez, podría ser capaz de aquella frase que llevaba pegada al corazón.

En aquella conversación recuerda que ella hablaba de la necesidad que tenemos de sentir a otros, que cuiden de nosotros de cerca, que nos acunen cuando no podemos dormir, que nos arrullen y nos hablen susurrantes en el desvelo, y que eso lo creemos encontrar en el amor, pero ese amor o estado de enamoramiento dura poco o muchas de las veces enseguida queda marchito y sobrevive solo ese otro sentimiento que es el aprecio, y a él le vino a la cabeza, sin mucho sentido, ese dicho que decía su madre “No hay mayor desprecio, que no hacer aprecio”. El aprecio al final es el sustento de las relaciones, siguió contando ella. Siempre queremos que alguien nos aprecie, y nos refuerce y cuando estamos flojos nos levante el ánimo y nos diga cuanto valemos y que a su vez nos necesite y nos pida caricia, mimo y consuelo en sus momentos bajos. Él en ese momento estuvo de acuerdo, pero hasta ahora no lo pensó con tanta fuerza, sintiendo que era una gran verdad. Esa nota le había abierto una herida que necesitaba que alguien cuidase y curase. Siempre quiso la soledad, siempre apostó por la independencia, y ahora sentía el frío de esa elección. Puede que no necesitase un gran amor, puede que necesitase sólo a alguien que le apreciase y quisiera estar junto a él.

Pero claro, recordando todo esto también le entran dudas, mirándolo fríamente, alguien que piensa tan desabridamente del amor, y lo carga de tanta lógica y “terrenabilidad”, cómo iba a estar involucrada en este juego, que más parece de alguien romántico y enamoradizo.

 

 

 

.      *Todos queremos que alguien cuide de nosotros como nos canta Christina Rosenvinge, y como también desearía nuestro protagonista.

** NA: A Elena, por su frase reveladora en aquel comentario.

«Alguien que cuide de mí«

Cheristina Rosenvinge - que me parta un rayo

.     **NA: Publicado originalmente el 16 de Julio de 2013. Hoy recibe una segunda oportunidad.

 

Regalando palabras

08 jueves Ago 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 29 comentarios

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amor, Cecilia, desconocidas, escribir, Música, Mujeres, Nada de nada, notas, palabras, papeles, piropos, Poesía, sigilo, Soledad, versos

Tenía la costumbre de escribir notas, poemas, palabras hiladas que regalaba a desconocidas. Le gustaba imaginar qué cara pondrían cuando descubriesen el papel dentro de su bolso, o su bolsillo, o donde lo hubiese conseguido deslizar. Unas veces lo llevaba ya escrito sin saber quién sería su destinataria, quién sería la que se ajustase a lo escrito, y otras impulsado por la visión de alguna mujer, se lanzaba a garabatear rápido y compulsivamente unas líneas delicadas y bellas. Suerte que tenía una letra bella y muy legible, y aunque escribiese con premura quedaba el papel como si lenta y sosegadamente lo hubiese escrito. Él escribía cosas como: “Tu piel nacarada,/ refulgente,/ me ha invitado a soñar,/ soñar con atardeceres a tu vera,/ rozando nuestras manos,/ en silencio atronador,/ sin otro placer,/ incomparable placer,/ al de estar a tu lado.”

En su interior siempre bullían palabras que decir y obsequiar con sigilo. Estando en su casa, en el transporte público, en el trabajo, siempre, constantemente dándole vueltas a expresar deseos y lisonjas con dulces prosas o versos. Algunas veces volvía a ver a alguna de sus “victimas” y se preguntaba si ella estaría expectante y vigilante, observando a su alrededor en busca de la persona que le posó  ese retazo escrito. Se preguntaba si quizás se lo habría tomado como afrenta u obra de un loco y obseso que la pudiese atacar. En esos casos se sentía mal, pensar que ellas podrían sentirse amenazadas le hacía incomodarse, esa imagen estaba muy lejos de su deseo, que era dar rienda suelta a la necesidad de alabar y decir lo bello que le resultaba esa visión. Muchas veces estos textos se los ofrecía a mujeres que no resultaban llamativas a primera vista, englobadas más bien en la normalidad, las veía tristes, apagadas, pero él las descubría entre la multitud y veía algún halo que le empujaba a escribir, y era en esos casos cuando casi más le gustaba y disfrutaba con lo que hacía. Se veía a sí mismo como una especie de Robín Hood al rescate de mujeres con falta de autoestima, mujeres a las que se les robó su amor propio. Él escribía cosas como: “Tu pelo azabache,/ el aire con caricias ondula,/ al viento enamora./ Melena negra para rostro gitano,/ morena belleza cordobesa,/ ojos negros,/ de antiguo reino de Taifas./ Tú enamoras con simple mirada”.

Sus frases y versos de colegial le hacían sentirse bien, y pensaba cuánto tiempo haría que esas mujeres no eran el centro de piropos, de floreo y adulación. Quién sabe si lo fueron alguna vez. Y en su delirio, imaginaba que ellas al salir de casa la próxima vez irían más altivas, sabiéndose de belleza atesorada durante mucho tiempo, y que alguien al fin descubrió, y van por la calle sin la frente marchita de días pasados.

Y esas palabras que él vertía en los papeles, con todo el amor destilando por el bolígrafo, tinta venida de su corazón, hacían que cada vez se le fuese quedando más seco. Todo lo daba, todo fluía de él, pero nada lo llenaba, salían palabras pero ninguna lo alimentaba, nunca recibió esas mismas frases que lo fortaleciesen como él las daba para reforzar sentimientos de mujeres, bellas y no tan bellas, y en su afán de dar no percibía o no quería percibir que nadie se las daba, que nunca nadie se las dio.

 

 

 

.     *Aunque la canción ya la he utilizado para otro texto, hoy la retomo, esta vez en su versión original de Cecilia, creo que expresa muy bien el sentimiento del protagonista del relato de hoy. Una nota perdida, una palabra vacía en un poema… Nada de nadie.

«Nada de nada«

Cecilia-Cecilia-Frontal1

.     **NA: Publicado originalmente el 8 de Enero de 2013. Hoy recibe una segunda oportunidad.

.                                   Continúa… Regalando palabras (2ª parte)

La vida está llena de afectos y desafectos.

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Días de afectos y desafectos

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