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Archivos de etiqueta: Verano

Suave amarillo pastel (o una locura veraniega)

24 Martes Mar 2020

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 17 comentarios

Etiquetas

ascensor, Buena Suerte, calor, casualidad, ciudad, deseo, encuentro animal, escalera, lectura, locura, Los Limones, Música, paseo, Persecución, placer, sexo, Sube la marea, Te voy siguiendo, Verano

Hacía mucho calor. Uno de esos días tórridos de verano. Iba leyendo por la calle cuando al alzar por un momento la vista del libro me topé con aquella visión. No sé si fue el calor o ese contoneo suyo al andar, o esa falda amarilla ajustadísima que no dejaba ninguna duda de que su trasero era perfecto, y que las curvas de sus caderas y su cintura que lo enmarcaban eran un tobogán por el que deslizarse que daba vértigo y por eso imposible no sentirse atraído y desear caer por él, lo que hizo que ya no me pudiese concentrar en la lectura, miraba el libro, las páginas, los enunciados, las letra, pero ya no asimilaba el sentido de lo escrito. No pude evitar mirar, incluso mirar con descaro, no me importó que la gente con la que me cruzaba, -nos cruzábamos ambos-, viese que miraba su culo. No pude evitar seguir andando detrás de ella a cierta distancia para tener una buena visión, acomodé mi paso a su paso, y me dispuse a deleitarme con sus andares, un bamboleo suave y etéreo, hasta el momento en que nuestros caminos se tuviesen que separar. Rezaba porque el trayecto coincidente fuese largo. Iba hipnotizado, como si un péndulo se moviese delante de mí haciéndome estar en trance, desposeyéndome del  control de mis actos. Cómo explicar aquello, cómo explicar esa cadencia en el andar, ese movimiento parsimonioso y lento, sutil y vaporoso. Una diosa se me mostraba delante de mí. Varias manzanas pude deleitarme con ese caramelo que iba saboreando mentalmente, hasta que ella giró inesperadamente, cambiando la dirección en la que nos dirigíamos ambos. Esto hacía que fuese a perderla de vista, mi diversión acababa pronto, sólo habían sido tres o cuatro minutos, los que había ido tras ese amarillo suave, nada chillón, nada estrambótico en su tonalidad. Un amarillo pastel que lucía elegante con la blusa blanca en la parte alta, bien ceñida dentro de aquella falda, rematada esa unión de ambas prendas por un cinturón blanco acharolado que iba a juego con los zapatos de tacón alto, pero no exagerado, permitiéndole andar con porte elegante, sin esos andares dubitativos y feos de las que se mueven con calzados difíciles de acomodar en un paso firme y seguro. Yo seguía con el libro abierto como si leyese, pero ya no leía, era una simple pose, una manera de parecer que iba lentamente en un paseo distraído, emulando otras ocasiones en las que sí era cierto ese transitar por las calles.

Andaba a pocos metros de ella, y ese cambio de rumbo me iba a dejar huérfano de esa visión tan exuberante, ya la estaba perdiendo de vista antes de poder ver ni siquiera su rostro, que aún no me había parado a pensar cómo sería, puesto que había sido demasiado corto el espacio de tiempo de la visión como para comenzar a elucubrar sobre su posible belleza, eso siempre viene más tarde. El cabello pelirrojo en media melena, dejaba las puertas abiertas a que pudiese ser una guapa mujer, pero también podría no serlo. Ya me había pasado muchas veces que al ir detrás de una mujer que prometía belleza por su figura y su peinado, -indistinto el color de pelo-, al sobrepasarla, un leve giro por mi parte para alimentar mi “voyeurismo” me llevaba a la decepción de ver que sus facciones no acompañaban grácilmente al resto del cuerpo. Al llegar a la bocacalle por la que ella viró, sin pensarlo yo también lo hice, ella seguía diez o doce pasos por delante, respiré con alivio al ver que no entraba en ningún portal. Me dije a mi mismo que estaba un poco tarado, ese no era mi camino, esa dirección se alejaba de mi destino. Además, qué conseguía con ir detrás de una mujer desconocida, a qué juego estaba jugando, a qué había sido debido ese impulso absurdo de seguir persiguiendo “un culo”.

En el cruce con la siguiente calle el semáforo estaba en rojo para los peatones, ella se había detenido allí, y yo no tuve otra alternativa que aproximarme y quedarme cerca de ella a un lado pero un paso por detrás. Seguía con mi libro abierto, dando ese aire distraído que me convenía. En la breve espera ella miró hacia mi lado y me vio, intuí que algo le había interesado o al menos llamado la atención en mí dirección puesto que volteo de nuevo la cabeza instintivamente antes de terminar de mirar al frente. Yo a ella por fin le vi el rostro, por el que ya sí que me empezaba a preguntar cómo sería. No era de una belleza arrolladora, de esas mujeres que incluso asustan a los hombres por sentirlas inalcanzables, pero era guapa o mejor dicho tenía mucho atractivo, diría que era poseedora de ese halo que tienen algunas mujeres que las hacen irresistibles aun no teniendo las facciones más refinadas o sutiles que suelen gustar más. Iba maquillada tenuemente.

El semáforo dio vía libre a los peatones, comenzó su marcha y tras ella, dos viandantes más, yo también lo hice aunque lo demoré un poco haciéndome el despistado para poder avanzar como hasta el momento, a cierta distancia.

Tenía unas bonitas piernas, tensas y duras a cada paso. El muslo era amplio, no con la delgadez casi enfermiza que no me gusta, pero tampoco llegando a esas piernas próximas a la obesidad que hacen que una minifalda deje en mal lugar a quién la porta por no saber elegir el atuendo para su cuerpo. El exceso de volumen no me desagrada ni me es negativo para apreciar la belleza de una mujer, pero para lucirlo hay que elegir las prendas más adecuadas para atraer y no por el contrario que surja el rechazo por parecernos una imagen esperpéntica. Sus gemelos eran perfectos, y tanto ellos como los muslos y cómo no, sus glúteos, quedaban realzados, sin duda, por ese tacón de siete centímetros que calculé desde la distancia. Aunque íbamos despacio, yo andaba bastante acalorado, no sé si era ese calor bochornoso del día o los nervios de la boba situación que estaba protagonizando. El caso es que había comenzado a tener bastante sed, sentía la boca seca, y me fastidió pensar que si pudiese besar a aquella mujer no sería un beso fresco y de líquida humedad, y sí en cambio de fluido pastoso.

En mi afán de que no se notase demasiado que iba tras ella, en el escaparate de una óptica me detuve a mirar unos modelos de gafas de sol. Cuando me quise dar cuenta la distancia había aumentado mucho, ella aun no yendo más deprisa que antes se había alejado demasiado, me dispuse a acelerar el paso, pero desistí, me di cuenta que no tenía ningún sentido lo que estaba haciendo. Solo me quedaba aprovechar en la distancia los últimos momentos de aquel iluso deseo visual antes de volver a enfilar el camino más recto hacia mi casa, no me quedaba otra que seguir por esa calle hasta el siguiente cruce  abandonado,  cuando ella volvió la cabeza un poco, con un movimiento lento para ver quién iba a su espalda. Este mismo movimiento lo repitió varias veces en un corto espacio de tiempo. Supongo que al no verme pensó que ya había desparecido de la calle, y para cerciorarse por completo giró del todo la cabeza, perdiendo todo el disimulo. Yo ya miraba con descaro en la lejanía que me permitía no parecer que el objeto de mi mirada era ella, llevaba el libro semi-cerrado portándolo en la mano con el brazo caído a un lado de mí cuerpo, utilizando mi dedo índice como marca-páginas para continuar la lectura en algún momento cuando la distracción desaparecida me lo permitiese, cuando ya aquella vista quedase lejana o perdida si llegaba a su destino.

Al percibir que ella oteaba tras su espalda e inferir que me buscaba con la vista, un mayor calor me recorrió por todo el cuerpo, a la vez que me hizo esbozar una pequeña sonrisa de satisfacción para mis adentros. Esto ya era mucho para mí, ya iba a estar contento el resto del camino a casa con esa satisfacción de saber que le has interesado a una mujer desconocida, este suceso iba a alimentar mi ego durante unas cuantas horas, quién sabe si incluso esa satisfacción la llevase hasta las últimas consecuencias en soledad. Tras verme, ella aminoró el paso. Lo noté puesto que yo no había acelerado el mío y en pocos metros ya me estaba aproximando. Ella giro de nuevo su cabeza, yo ya no podía remolonear más y no tenía otra alternativa que seguir andando al ritmo que iba y no ralentizar mí marcha, si lo hubiese hecho habría podido asustarla pareciendo que la perseguía; algo que no era del todo falso. Cuando me hallaba a unos tres o cuatro metros de alcanzarla, ella estaba pasando por delante de un portal, y aprovechando que una persona salía de allí, se detuvo de pronto y antes que se cerrase la puerta, la sujetó y se quedó con ella abierta y en el momento de llegar yo a su altura, a la vez que me miraba oí su voz que decía: ¿Entras?

De nuevo, me dejé llevar instintivamente, y no dudé un segundo. De forma natural franqueé la puerta, que ella sostenía para permitirme el paso, como si aquel fuese mi destino, como si fuese la entrada de mi propio portal o de un lugar habitual para mí.

Todo sucedió muy rápido. Yo avancé por aquel “hall” hasta situarme frente al ascensor, y seguidamente pulsé el botón de llamada. Me giré esperando su llegada. No sabía dónde debería ir, no sabía a qué piso subir. Temí que ella hubiese desaparecido. Pero no, allí estaba avanzando hacía mi posición. Llegó a mi lado justo cuando se abrieron las puertas del ascensor, yo le cedí el paso caballeroso, aunque realmente fue un gesto movido por el miedo de que ella no entrase, de que se arrepintiese y aprovechase ese momento para huir de una situación un tanto rara. Sentía como si el corazón se me fuese a salir por la garganta. No podía creerme lo que estaba pasando.  Al entrar y casi sin darse tiempo de cerrarse las puertas nos miramos y ella me dijo; -¿Y ahora qué?-.

– Subamos a tu casa -, le dije.

Ella contestó que no vivía allí. Me quedé sorprendido, pero entendí que si era esto locura, subirse a un extraño a su casa sería mayor aún. No sé de donde saqué el valor, pero di un paso al frente y le besé. Ella acepto mis labios y me ofreció los suyos. Pese a mi sed y mi boca seca por los nervios, no fue un mal beso como temí durante el paseo, cuando imaginaba un beso que nunca pensé que sucedería. Enseguida nuestras bocas se mostraron bien jugosas. El edificio tenía doce plantas, pulsé el botón de la novena, como podría haber pulsado cualquier otro. Ascendimos hasta esa planta, y al llegar le cogí de la mano, y nos dirigimos hacia las escaleras. Abrimos la puerta que separa y protege las viviendas del tiro de escalera en caso de incendio, salimos a esa zona y volvimos a cerrar la puerta. Si todas estaban cerradas como esta, tendríamos intimidad suficiente para no ser sorprendidos allí. Subimos un tramo de escalera y nos quedamos entre dos plantas, nos quedamos un momento escuchando para ver si todo estaba en silencio. Así lo era. Nos miramos y nos sonreímos con complicidad. Nos volvimos a besar, yo esta vez no pude evitar bajar mis manos por su espalda y acariciar y apretar ese culo que me había atraído como un imán hasta ese lugar. Deslicé su falda hacia arriba, para poder tocar sus nalgas libres de tela, sin nada que impidiese sentir su piel. Ella se dejó hacer. Me desasí de ella y me senté en la escalera, le hice que subiese unos peldaños quedando yo por debajo de su cintura entre sus piernas. Lo que veía desde ahí me gustaba, la falda toda subida y ajustada a sus caderas dejaban a mí vista sus muslos pétreos que admiré a distancia, y su tanga de encaje qué deslicé enseguida hacia abajo, dejándome ver su pubis pelirrojo recortado. Besé el interior de sus muslos y enseguida sentí como se tensaba su cuerpo, fui subiendo en dirección a su sexo, y con mi nariz roce su vello y levemente su vulva. Hasta allí podía olerse su perfume, pareciera que también lo hubiese perfumado. Separé mi rosto unos centímetros de aquel tentador lugar. Chupé mi pulgar, y lo deslice suavemente por sus labios internos, volví a humedecerlo con mi saliva y continué, enseguida noté que no necesitaría hacerlo más, ya su humedad se abría camino y al introducir un poco más mi dedo sentí mojarse bien todo él.  Aproveché su lubricante natural para deslizar mi dedo con suavidad e introduciéndolo más hondo sutilmente, presioné levemente y subí por esa carnosidad bien mojada en busca del clítoris, que rápido encontré para presionarlo y masajearlo, con fuerza y delicadeza a la vez. Cuando noté que todo allí empezaba a desbocarse; su respiración cada vez más acelerada me lo indicaba, a la vez que su lubricidad aumentaba escurriendo por mi pulgar hasta la mano, y ella agarraba con mayor presión mí cabeza. Me levante, y le di la vuelta para sentir su culo apoyarse en mi sexo que seguía guardado dentro del pantalón. Ella se apretó hacía atrás. Mi mano derecha buscó su coño, está vez con la yema del dedo corazón busqué sus labios que seguían bien mojados, y tras deslizarlo arriba y abajo varias veces lentamente, lo introduje muy hondo hasta sentir que la palma de la mano y el resto de dedos hacían tope. Moví mi dedo allí dentro masajeando todo el interior a la vez que por momentos deslizaba la mano hacia arriba para que la parte del dedo que se une a la palma, rozara y apretara el clítoris con cierta dureza. Después introduje un segundo dedo y después un tercero. Ella ya no aguantó mucho más. Se dejó ir, hasta que sujetó mi mano para que no siguiese, ya se estaba corriendo y no soportaba que la tocase más, cerrando y apretando las piernas medio encogidas y un poco flexionadas, con mi mano aún allí para qué parase, pero  que con travesura, yo aún movía de vez en cuando y veía como ella sufría a cada leve movimiento un espasmo a la vez que sus labios decían muy suavemente y casi sin aliento; -“quieetooo”-.  Los jadeos habían resonado por el hueco de la escalera y su fuerte respiración aun lo hacía.

Mientras la mantenía aún entre mis brazos, con un abrazo que la envolvía, y mis labios posados en su cuello, ella recuperaba el resuello, a la vez que buscaba con su mano mi entrepierna, palpando lo abultado que estaba, la solté para poder desabrocharme el pantalón  y así poder sentir su mano en mi miembro que ya no aguantaba más aquel encierro. Posé mi pene y mis testículos en aquella piel blanca que recubría su perfecto culo, piel suave que aún me excitó más.  Ella acaricio mi escroto y agarró mi pene empezando a masturbarlo. En mi posición sería difícil poder penetrarla, por lo que como en una danza, la hice girar, a la vez que yo acompañaba ese movimiento, haciéndola subir un peldaño y así yo quedaba lo suficientemente bajo para poder obrar con mayor facilidad. Tan excitado estaba que no pensaba con claridad sólo actuaba, sólo me dejaba llevar por el deseo y las ganas de correrme, sentía los testículo a reventar y la sangre circulaba por unas venas que ya no soportaban más presión en aquel lugar. Me dispuse a introducirme en ella, cuando me dijo; -ponte algo- Maldita sea, pensé.

-No tengo nada, no llevo preservativos-, le dije. A la vez que notaba que mi pene por ese revés iba a desinflarse en breve.

Pero visto y no visto, ella, medio agachada como estaba esperando mi embestida, alargó la mano a su bolso posado en el suelo y sacó un condón y me lo dio. Lo cogí, no era mi marca preferida, pero rápido sin perder un segundo lo abrí y me lo puse, antes de que la flacidez empezase a evidenciarse. Ella seguía inclinada, apoyándose en la barandilla de la escalera, lo que hacía que la redondez de su figura se me mostrase en todo su esplendor. Un blanco inmaculado el de su piel. Deslice mi mano desde detrás hasta su vulva buscando el camino de su clítoris para masajeárselo a la vez que introducía mi verga suavemente. Ya no estaba tan dura, pero lo suficiente para entrar sin demasiados problemas. Ella gimió, esta vez el sonido se propago por la escalera en un tono más elevado, en las siguientes embestidas ella comenzó a gritar con fuertes alaridos que podían atraer la atención de los vecinos y ponernos en un aprieto, y no pude por menos que poner mi mano libre sobre su boca, al menos conseguí amortiguar algo esos gritos de placer, dejé de masajear su coño, se hacía difícil hacerlo todo a la vez, y aunque no conseguí un gran ritmo, por la fogosidad acumulada enseguida noté que me correría, y así fue, no duré casi nada, entre los nervios y la excitación fue un abrir y cerrar de ojos, pero intenso. Sin desinflarme rápido aguanté lo suficiente para continuar. Por suerte ella también estaba incontenible y poquísimo después terminó, diría que casi simultáneamente. Nos quedamos así un rato, yo abrazándole con todo mi cuerpo, rodeándole con todo mi ser,  y ella dejándose abrazar, con el tiempo detenido, recobrando el aliento, como acurrucados, como si nada importase en el mundo, unos instantes de serenidad, de paz. Tan a gusto que pareciese que siempre habíamos estado juntos, compartiendo esta intimidad. Ella se desembarazó de mí, se giró y me beso, un beso suave en los labios, y después un beso prolongado con su lengua paseándose por toda mi boca. Me miró sería, fijamente y apretó los labios hacia adentro con ese gesto que da un aire de pensamiento y duda. Suspiró. Yo le miraba a los ojos, era la primera vez que era consciente del color de sus ojos. Un bello color verde. Sería ese color de ojos con su pelo cobrizo lo que le daba ese toque especial, un atractivo superior, que el conjunto de sus facciones no daban a primera vista como una mujer bella. Yo no hablaba, no sabía que decir, seguro que si hablaba rompería el hechizo en el que estaba sumido. Al final fue ella la que dijo; -¿Nos vamos?-. Yo asentí, no sabía si pedirle el teléfono, si decirle si le acompañaba. Ahora me entraban las dudas y los miedos que antes, con el no pensar y la osadía y el arrojo o la inconsciencia y el instinto sexual, no se produjeron o al menos se mantuvieron al margen, quizás porque la adrenalina y la testosterona obnubilan y ciegan el pensamiento racional y nos hacen actuar sin reflexionar.

Bajamos en el ascensor, casi en silencio. Yo musite; -ha estado bien esta locura, ¿no?-. Ella sonrió, y dijo; – muy bien-. Aunque lacónica, me pareció sincera su respuesta.

Me disponía a decir si nos podríamos ver de nuevo, cuando ella se me adelantó; -bueno, quizás nos encontremos otra vez, este camino lo suelo recorrer-. Era lo más parecido a una cita de esas que surgen en bares de copas, cita sin cita, como evitando el compromiso serio pero dando pie a emplazarse allí, tipo; -“yo suelo venir por el local, ya nos veremos”–,  y tú vas el fin de semana siguiente como si hubieses quedado, pero allí no aparece la persona esperada, y sientes la noche arruinarse por toda la ilusión que habías puesto en ella, y en muchas ocasiones no vuelves a verla nunca, por más que repites noches y noches con la esperanza como bandera. Por eso sabía que a veces esa frase era sincera, pero las más de las veces, esa misma frase es la manera de escabullirse. Aquellas palabras de ella eran algo similar, una posibilidad lejana dejada en el aire; -si nos vemos quizás podamos repetir-. Pero a la vez era un; -adiós, hasta nunca-. Y seguidamente me dijo que preferiría que nos despidiésemos aquí, que le diese cinco minutos y que después saliese yo. Sólo adiviné a decir; -Ok-.Me dio un beso en los labios, que me pareció dulcísimo, y salió del portal. Me quedé allí, primero mirando como salía por esa puerta, deleitándome de nuevo con su figura, su elegante contoneo seguía hipnotizándome, cuando desapareció de mi vista me quedé con la mirada perdida entre los buzones dándole vueltas a lo sucedido, viendo los titulares de esos cajetines me di cuenta que no nos habíamos dicho los nombres ni siquiera. Un encuentro de lo más animal. Salí de allí a los cinco minutos y ni rastro de ella, ni una pista de por donde habría emprendido el camino.

Cada día hago el mismo camino de regreso a casa tras el trabajo aunque supone no hacer el recorrido más corto, es más, supone dar un rodeo absurdo. Al pasó por aquel portal me estremezco, lo transito con gran devoción como si fuese un santuario. No he vuelto a verla. Me digo que quizás ella haya cambiado de casa, y ya no viva por aquella zona o que su horario de rutina diaria se haya visto afectada por cualquier motivo, todo ello por no querer pensar que el motivo de que no aparezca es por mí, que  lo que ha hecho es cambiar su camino para evitarme. Ese pensamiento me corroe, eso significa claramente que prefiere no toparse conmigo, prefiere que no haya ningún contacto ni siquiera casual, ¿tan mal lo hice, tan mal lo pasó?, mi ego de machito se resiente con este pensamiento. O quizás está avergonzada por lo sucedido y no sabría cómo actuar si nos encontrásemos. Dentro de mi estupidez eso reconforta más. Aunque no sé de qué me sorprendo, en mi afán de soltería, yo he actuado de la misma manera alguna vez, he estado con una mujer y luego, si te he visto no me acuerdo, poniendo todos los medios para ese olvido. Pero ni siquiera esto hace que no me sienta como un gilipollas, herido, abandonado, como utilizado y rechazado. No puedo decir que la amo, o que estoy enamorado, sería necio por mi parte, pero hay un deseo atroz por encontrarme con ella otra vez que se ha convertido en una obsesión, la tengo metida en la cabeza todo el día y toda la noche, no dejo de tenerla en mis pensamientos y en mis sueños, sueños tintados en un suave amarillo pastel, que claro, son bastante húmedos. Supongo que por haber sido algo diferente, fuera de lo normal, lo tengo idealizado y quisiera repetirlo como fuese, pero tendré que superarlo, tendré que pasar página, tendré que olvidarla, quizás deba empezar desde hoy mismo, hay tantos tonos ahí afuera, quizás deba comenzar a perseguir otros colores, quizás la suerte me vuelva a sonreír.

 

 

 

.     *Los Limones nos prestan la música de su persecución obsesiva de un poético admirador secreto, para esta otra persecución del relato, más carnal; algo increíble, fantasiosa, obsesiva y cínica.

“Te voy siguiendo“

Los Limones - sube la marea

 

.     ** Publicado originalmente 24 de Julio de 2014. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Más que un verano volcado en una pulsera

05 Sábado Oct 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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afecto, amor, desafecto, hoy, India Martínez, lectura, Música, nostalgia, Otras verdades, pueblo, pulsera, Recuerdos, Verano

Me hiciste recordar de pronto aquellas vacaciones que pasé en el pueblo en donde vivía mi tía, y a la hora de la siesta, cuando el calor tórrido invitaba a buscar el frescor  y la sombra de la casa, yo salía en busca de esa sombra fuera de ella, frente a la era, cerca de la carretera, en donde la encontraba bajo el edificio del “transformador” y los árboles que le rodeaban. Allí, en soledad, con mi libro “La sombra del ciprés es alargada” en la mano, me llegaba el aroma del cereal recién cosechado y oía el silenció tan atronador que me dejaba embebido sin poder iniciar la lectura o interrumpiéndola, para poder deleitarme con ese aroma y ese silencio y ese paisaje calcinado por el sol, todo amarillo, reinante el ocre, y salpicado aquí y allá de verde al borde del tajo gris que se abría camino entre esos campos en dirección al siguiente pueblo. Solo, observar aquella quietud era reconfortante. A veces deseaba que apareciese alguien a interrumpir aquello, el propósito de estar allí era la lectura pero quizás más el encuentro con los amigos, y sobre todo el deseo de que alguna de las chicas llegase, algo que sabía muy improbable a aquellas horas, puesto que las madres y padres, como bien sabes, no os permitían salir hasta mucho más tarde, a la hora del paseo. En otros ratos, deseaba que nadie interrumpiese esos instantes de mirada errante y amada soledad, lacónico en la espera, que sabía que sería larga e infructuosa. Incluso me molestaba que llegase quién no quería que lo hiciese, -aun siendo un buen amigo-, al menos hasta más tarde, hasta haber disfrutado de la leve brisa que acariciaba inconstante mi rostro, y mecía y agitaba a ráfagas las hojas de los árboles levantando un sonido de rasgueo, ese que rompe y aja el callado silencio, y se lleva brevemente el calor seco de mi cara y mis ojos que más los siento en el horizonte que cercanos a las letras del libro que no leo, pero evoco por estar allí en ellas al señor Lesmes y ese invierno frío de Ávila que contrasta con este verano tan caluroso en tierras de la Alcarria. Pasados esos minutos deseaba la llegada de algo que me distrajese o de alguien, ahora sí, que me sacudiese la melancolía y la soledad, esa constante que sentía. La tristeza y pesadumbre que me provocaba mi vida, una pesada carga que teñía de gris todo mi futuro. Quizá no supe ser feliz en aquella época aunque tan bien me lo pasaba. Quizá fueron las lecturas encadenadas que hice en esos años las que resultaron ser demoledoras para mi pensamiento en ese momento y para el de futuro, o quizá llegaron a mí esas lecturas seguidas por que yo ya era así. Los libros le llegan a uno en un orden arbitrario y no sabes muy bien que curiosa casualidad te lleva de uno a otro.

Me hiciste recordar tu extremada delgadez de ese verano, tu pelo lacio y piel morena; cierro los ojos y te recuerdo muy morena de tez, ojos oscuros y boca de labios finos, tan acorde con tu rostro delgado y anguloso, de pómulos dominantes, una cara que te mostraba sería y distante, pero que rápido era desmentida por esa sonrisa amplia que te mostraba tan guapa ante mis ojos, -esa, que acabo de rescatar para ponerle nombre-. Me hiciste recordar esa pulsera tuya que me quedé casi sin quererlo, y tuve muchos años guardada en un armario pero a la vista, siempre estuviste muy presente, yo siempre soñador. No sé muy bien a que fue debido que llegase a mis manos, si me la diste en prenda, ya cercano el final del verano en algún inocente juego nocturno, y después no tuve momento de devolvértela puesto que precipitadamente abandonaste el pueblo, y ya no te volví a ver. Creo recordar que algún familiar repentinamente enfermó gravemente, o ya enfermo el desenlace final se aceleró y tuvisteis que marchar para poder despediros y acompañarle en sus últimos momentos y si no a él por llegar tarde, a los familiares más cercanos y dolientes por la situación inesperada o quizás esperada hace tiempo pero igual de dolorosa, no lo sé con certeza. El asunto hizo que se acortasen tus vacaciones, ya quedaban menos de dos semanas para la llegada de septiembre y tus padres decidieron no volver, quizás como duelo por el deceso que hace que nos incomode a veces seguir con nuestra vida en seguida y parece que se guarda más respecto y mejor la memoria si nos evitamos la diversión y felicidad, por eso nos fastidia tanto una muerte en los momentos vacacionales, nos decimos; vaya fastidio, por qué en este momento, por qué no antes o después y no ahora que arruina mis días de descanso y de ruptura con lo rutinario y de merecidas vacaciones y en cambio me somete al encierro y negación del disfrute, para no poner en duda mi afecto hacia el que ya no estará nunca más entre nosotros.

Te quedaste allí, congelada en unos días de mi pasado, de un verano, sólo un verano, menos que un verano. Sin un beso que recordar, sólo mi deseo y mi amor ingenuo, sólo tu imagen, sólo tu pulsera durante tanto tiempo guardada pero que ya no tengo. Me deshice de ella cuando esa presencia a la vista podía ponerme en apuros teniendo que dar explicaciones que no me apetecía dar, y queriendo evitar los celos tuve que renunciar a su posesión, y fue como renunciar a ti, no creas que no me costó, aunque pensándolo fríamente era absurdo todo, tanto guardarla como no querer dar explicaciones a un nuevo amor sobre una alhaja que sólo era algo importante para mí por la carga emocional que yo le había dado, por todo el afecto que había volcado en ella, y por no enterrar un verano, que para mí no había sido un verano más, pero al final para no incomodar y no incomodarme volatilicé lo material de ese tiempo, aunque quedó lo intangible. Ahora vuelve a hacerse material aquel verano contigo delante, con tu presencia, con tus besos en mi mejilla, con el roce de mis labios en las tuyas, con mi mano tocando tu cintura en ese acto. No eres la misma, tu cuerpo y tu rostro han cambiado, por eso me ha costado reconocerte, aunque tus ojos negros siguen destellando y tu sonrisa lo inunda todo como antaño. Te toco, toco el pasado, ese que ya sólo estaba en la memoria, y me contengo el impulso de darte un abrazo, quisiera abrazarte, quisiera darte el abrazo que nunca te di. Tontamente hasta tu perfume me huele a verano, y me lleva a esos días. Me hiciste recordar un tiempo que me hizo feliz, aunque también fue un tiempo de muchas dudas y bastante tristeza rememorando esa felicidad estival, sin la posibilidad de recuperarla, sin ningún dato de tus señas; nadie me las supo dar, nadie las tenía, o eso me dijeron. Después de un par de días sin verte, me dieron la noticia de que ya no estabas en el pueblo, y que quizás volvieses el fin de semana, pero no hubo tal regreso, y se me torció el gesto y ya el final del verano se me volvió como acaban siempre los veranos, tormentosos. Todo se me cayó por tierra, mi intención de escribirte y luego poder verte ya en la ciudad se esfumaron. Yo creía que te gustaba, y tener tu pulsera como tesoro rehén cuya devolución me reclamabas desde día siguiente de yo poseerla, era mi baza para poder verte y tontear un poco más y antes de que acabase el verano pedirte tu dirección, justo antes del acontecimiento nefasto del familiar que lo transmutó todo y que ensombreció mis planes evitando ese encuentro y esa petición. De repente aquella pulsera se convirtió en toda mi esperanza, tenía la excusa perfecta para poder contactar contigo; devolvértela. Esa era la ocasión ideal para volver a verte otros días pero ya en la ciudad; días que no hubo. Como dije, nadie quiso facilitarme la manera de dar con tu dirección. Esa pulsera se fue cargando de ilusiones, ensueños, visiones y revisiones de días idealizados, de cándida juventud en la que nunca me atrevía a decir las cosas que sentía, siempre comedido, siempre correcto, siempre cauto… con miedo al fracaso y al rechazo. Y me pregunto, ahora que hacemos si ya no hay tiempo para enmendarlo, lo que no fue no será,  ya hay otras vidas que ocupan el lugar reservado en aquel verano, y hay otras causas y otros azares… pero… y te parecerá loco y atrevido… aunque sólo sea una vez, cómo me gustaría hacer lo que no hicimos aquel verano y recuperar todo este tiempo separados.

 

 

.     *Versionando a Gloria Estefan, India Martínez nos expresa con esta canción todo lo que nuestro protagonista ha sentido durante años, y lo que quisiera que sucediese hoy.

“Hoy“

India_Martinez-Otras_Verdades-Frontal

 

.     **NA: A Chelo, que con una foto y Machado de su mano me devolvió al pueblo y me hizo traer este relato.

 

.     ***NA: Publicado originalmente el 28 de Marzo de 2014. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Peinado alrededor de mi universo

21 Sábado Sep 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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Adiós, adoquín, bordillo, calle, luces, Música, Midiendo el tiempo con canciones, noche, peinado, reflejos, Ruidoblanco, Ruptura, rutina, semáforos, Tu héroe romántico, Universo, Verano

Me dices que no me fijé en tu nuevo peinado, que no me fijo en ti. Pero quedarme en el pelo, mirarlo es mirar al satélite en vez de al planeta. Tu rostro es un imán para mis ojos, no aparto la mirada de tus labios y tus pupilas, y tú quieres que viaje y me quede alrededor cuando lo interesante está en el centro de ese universo que eres. No me crees cuando te digo estas palabras, dices que soy zalamero, que no las siento, y yo me sorprendo. Pusilánime me muestro y me muevo cuando la duda se cierne sobre nosotros, sobre tus ofensivas palabras, que me echan en cara que no percibo los cambios de tus vestidos. No te das cuenta que eres más que ropas y atuendos, pelos teñidos o cortes de flequillo, moños altos o moños  italianos, rizos alisados o ensortijados. No te veo, eso me dices, crees que eres transparente para mí, sin entender que lo que miro está dentro de ti. Dices que no soy tu héroe romántico, ése que antes era, que te mimaba y hacía especial. Y sigo sorprendiéndome, soy tan naif que esto no me lo esperaba, tan inocente que no lo vi venir, y estas palabras que me dices al terminar se me clavan sin saber cómo debo actuar. Tengo cara de idiota seguro. Todos los bares están cerrando y eso mismo siento que está pasando en mi vida, que una puerta se entorna y me está dejando al otro lado. Y tú, sonríes cínica como si fuera un pacto entre los dos cerrar la puerta y decir adiós. Me quedo parado, mirando al frente, mirando la calle adoquinada, mojada por el agua del camión de riego. Brillos en el suelo, refrescante humedad para el caluroso verano. Tú has andado un par de metros y, girándote, me miras con extrañeza, como si te pareciera raro que no asuma lo que a mi cara me has espetado, en esta noche de estío tardío, de calores que comienzan a dejar de serlo, de calor que ahora no siento, me he quedado helado, al entender lo que me estabas contando. Ahora sí que realmente no te veo, eres translúcida bajo mi mirada perdida. Pero has dejado de ser etérea para mí, aunque no te vea ahora igual que antes me pasaba, la diferencia es que ya tampoco te veo por dentro, te has difuminado de pronto. No te veo pero te siento como un plomo que cayó encima y me aplasta. Necesito sentarme para aguantar este peso, y lo hago en el bordillo, quiero pensar, pero no consigo centrarme y fijar algún razonamiento. Proyecto imágenes en mi cabeza, recientes, muy recientes, oigo de nuevo tus palabras, tus argumentos de que no es como antes, o así lo sientes y me lo dices como forma de exculpación por el acto de abandono y fin que insinúas y solicitas que pactemos. Estoy algo atónito, preferiría que me hubieses dicho que ya no me querías, y no argüir que ya no te miraba con el amor y deseo de antes, que no te sentías el centro que pensabas, que era yo el que cesó de amarte, y me dejaba llevar por la rutina que ves en mi retina. Me miras, y dices que es tarde, que no haga un drama y que sigamos adelante, que la noche ha terminado y que debemos volver a nuestros hogares.  Comienzas a dar unos primeros pasos, y de medio lado me dices vamos y me tiendes la mano, y yo sigo sin verte, solo percibo la luz de los semáforos, y te das la vuelta y avanzas por la calle y guardas las manos en los bolsillos y yo quedo varado en ese bordillo, como colilla tirada, los ojos muy abiertos y con la boca de pasmo, incrédulo, tocando fondo. Y ahora sí veo que estás alejándote, te veo cada vez más lejos. Perdiéndote entre la bruma de luces rojas, ámbares y verdes.

 

 

 

.     *Ruidoblanco nos deja su canción en la que el héroe romántico ha caído, como en nuestro relato, y aunque lo ve, no lo asume y quisiera volver a serlo.

“Tu héroe romántico“

.     **NA: Publicado originalmente el 23 de Noviembre de 2012). Hoy recibe una segunda oportunidad.

Irónico vértigo de techos alto se

02 Lunes Sep 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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comienzo, desconocidos, Efecto Mariposa, encuentro, hombre, Ironía, Música, mujer, pueblo, Recuerdos, reencuentro, sexo, tiempo, vacaciones, Verano

– Cuando me has llamado y me has dicho hola, y has pronunciado mi nombre frente a mí con una amplia sonrisa, te he mirado intentando ubicarte. La voz no me era conocida, y tu presencia física tampoco me resultaba familiar, salvo tu sonrisa, esa sí me lo era, pero me costaba adivinar porqué. Y de pronto, me ha llegado, no sé, cómo una leve brisa fresca en este día caluroso de verano, y me ha hecho recordar el lugar de donde procedía esa sonrisa, el lugar de mis recuerdos en donde bucear y de donde la debía rescatar para poder ponerle nombre.

– Ah! Vaya! Qué poético. Tu cara, y que no contestases me despistaron, pensé que no te acordabas de mí.

– He tenido un momento de recuerdos de golpe que han inundado mi cabeza, por eso me he quedado callado, ha sido como un torrente que me impedía hablar, lo siento; Sí, claro que me acuerdo, como no acordarme, lo raro es que tú lo hicieses y me reconocieras, me veo tan diferente.

– No estás tan cambiado.

– Bueno, quizás no tanto, aunque con muchísima menos cara de niño. Sonará mal, pero yo me veo mucho mejor ahora.

– Es verdad que estás mejor, cierto que parecías muy niño, pero quedan bastantes de tus rasgos de joven.

– Claro, por eso no te atraería mucho, ya se sabe que a las chicas de joven les gustan más mayores que los de su edad, y yo encima parecía menor. Nunca hiciste caso de mi interés por ti en esos dos meses de verano, y a hora resulta que te acuerdas hasta de mi nombre; es verdad que yo estoy sorprendido de que haber recordado el tuyo así de repente. Me alegra verte. Joder!! Casi 20 años después. ¿Cómo te va la vida?

– Pues me va, no me puedo quejar, ¿y tú?

– También bien, diría que mucho mejor de lo esperado cuando nos conocimos, bueno en esa época tampoco es que pensase demasiado en el futuro.

– Claro, éramos muy jóvenes para hacer planes. Tengo algo de tiempo libre, ¿tomamos algo?

– Pues… no sé, voy un poco apretado pero… venga vale, tengo una… no, casi dos horas, si quieres nos lo tomamos. Mira, ¿allí mismo?  ¿En aquel bar?

– Vale, vamos. Me alegra mucho haberte reconocido. ¿Sabes?, se me aceleró el corazón un poco, no sabía si hablarte.  Tenías que haberte visto la cara que has puesto cuando te he hablado. Ese tiempo, callado mirándome, se me ha hecho eterno. Pensé que me había equivocado o que te importunaba, hay a gente que le molesta que alguien de su pasado aparezca, así de improviso.

– No, no, era como te he dicho, que no te ubicaba.

– Pues te costó colocarme en el tu puzle de vida, quizás tenías olvidado ese momento de juventud en el que nos conocimos.  Me intriga saber qué has pensado durante ese silencio, o qué te traje a la memoria para quedarte así.

– No sé, sería largo de contarte.

– Tenemos casi dos horas, me has dicho

– Sí claro. Ahí estuviste rápida.

– Quizás te parezca una tía rara, acercarme así y hablarte. Realmente somos desconocidos, y voy y te pido tomar algo para hablar como si fuésemos viejos amigos.

– Peculiar la situación sí que es.

-Sí claro, peculiar es una buena forma de decirlo, pero es que ha sido un impulso.

– Qué fuerte!! Verte ahora tras tanto tiempo. Me has traído algo tan lejano que debería estar brumoso pero aunque no lo creas todo aquello está muy nítido en mí cabeza.

– ¿Sí? ¿Y cómo es que lo recuerdas tan bien?

– Imposible de olvidar, solo estuve allí un verano, para mi es aquel gran verano, de los que más recuerdo, quizá para ti sería un verano más.

– Claro, yo veraneaba allí habitualmente, pero algo diferente debió ser para que no se me borrasen tus facciones y las haya reconocido hoy entre la multitud. ¿Qué pensaste en ese silencio?

– Bueno, lo primero que pensé, es que te habías equivocado, no recordaba a nadie como tú.

– Bueno, no te lo reprocho he cambiado bastante. Cuando me conociste era un palo, superdelgada, muy niña aún, y ahora ya ves con kilos y curvas de más.

– Bueno, no tan cambiada, sino no te habría reconocido.

– Sí, pero tardaste.

– Mujer tantos años… pero…

– Sí, se lo que vas a decir; la cara es igual. Pero no es igual está bastante más rellenita.

– No, iba a decirte, lo que antes te dije, la sonrisa sigue siendo igual, y el brillo de tu mirada también es aquel que recuerdo.

– Bah!!, que va, pero gracias por decírmelo,

-Te veo muy alegre, feliz.

-Intento ser feliz.

Y tras esa frase desplegó una sonrisa que la apuntalaba, no dejando dudas de que decía la verdad, que vivía esa verdad sin fisuras, o eso le pareció a él.

 

La vista puesta en ese techo alto, siente como si se alejase más y más, le parece que su altura fuese aumentando a cada momento. Cierra los ojos. Reconstruye otra vez ese encuentro inicial y lo que siguió, lo que hablaron. No deja de dar vueltas en su cabeza lo sucedido. Le contó cómo recordaba él aquel verano; que al principio se presentaba muy aburrido, no conocía a nadie allí, pero por suerte su tía intermedió con la madre de “A” para que este le sacase de casa e hiciese de cicerone por el pueblo, y se hicieron muy buenos amigos. Él, estuvo preguntando por todos los chicos y chicas del grupo. Ella no pudo contarle demasiado, los siguientes veranos, poco a poco dejaron de ir por el pueblo de vacaciones muchos de ellos, el caso es que el contacto se perdió.; – Ya se sabe, se crece y uno va prefiriendo otras vacaciones, otras amistades -. Ella sí que seguía yendo, nunca faltaba su visita cada año, como mínimo aparecía por allí una semana, la de fiestas en verano.  Hablaron mucho. Cayeron varias cervezas, ella era muy locuaz, él que normalmente no lo era también estuvo bastante hablador, preguntando e interesándose por la vida de ella y contestando a las muchas preguntas que le lanzaba. Callaron de vez en cuando, silencios que no se hicieron largos ni incómodos, sorprendentemente. Había pasado poca más de una hora cuando ella le preguntó que hacía por esa zona, y el contesto que cortarse el pelo. Aunque vivía bastante lejos, se cortaba el pelo por allí desde hacía mucho tiempo; – vamos, una de esas cosas que la haces por costumbre y no las cambias sin saber muy bien porqué, se es más fiel al peluquero que a la pareja-, le dijo. – ¿Y tú? ¿Qué haces por aquí? -. Ella le contestó que vivía por aquel barrio, a lo que él le dijo que le gustaba la zona, que estaba muy bien, y que hace años tuvo intención de trasladarse a ese barrio y buscó piso por allí; le gustaban esas casas antiguas de techos altos, pero no encontró nada que cuadrase con su presupuesto que era bastante escaso. Entonces ella, con naturalidad, le invito a ver su casa, que era de las características que él decía y situada a una manzana del bar en el que estaban, el dudó unos momentos, aunque realmente no tenía nada que hacer, la excusa de disponer sólo de dos horas fue mero teatro para ponerle tiempo de caducidad si la cosa se ponía tediosa, volvió a mirar el reloj, aun no se cumplía el tiempo que le dijo disponer, además, quizás quedase feo rechazar esa visita, aceptó y en menos de cinco minutos estaban subiendo en un antiguo ascensor, en el que no había mucho más espacio que para ellos dos. Sin quererlo se sintió algo excitado por esa situación de encierro y proximidad. Pero enseguida intentó alejar esa idea de su cabeza, no quería montarse una película equivocada. Además a priori no era el tipo de chica que le gustaba, bueno de cara sí que lo era, tenía unas bellas facciones, todo encajaba perfectamente en ese rostro y su sonrisa era de esas que desarma e invita a entregarse, pero estaba algo “rellenita”, justo en ese límite de lo que él solía considerar atractivo en una mujer, y que pasada esa frontera, o en ella misma, solía desestimar. La casa era amplia y bonita, estaba decorada con gusto. Era curioso que en el tiempo que llevaban hablando ninguno hubiese preguntado si estaban emparejados. Es verdad que navegaron bastante rato en un mar de recuerdos de aquel verano, pero según avanzaban hacia la actualidad, seguían evitando voluntaria o involuntariamente esa pregunta que al fin llegó por su parte; -¿Y vives sola? ¿No tienes pareja? Ella dijo que sí que vivía sola y que ahora no tenía pareja. – Jo, qué gozada toda ésta casa para ti sola. Ella le preguntó si él no vivía solo. – Sí, sí vivo solo, pero en algo mucho más pequeñito, lo tengo mono, pero esta casa es mucho más chula. Enseguida se arrepintió de esas palabras, ese vocabulario tan infantil o afeminado; “mono”, “chulo”, quizás ella lo creería inmaduro o incluso gay. Intento que ella no lo pensase diciendo que le gustaba mucho la arquitectura y la decoración, como todas las artes, desde la música a la pintura, pasando cómo no, por la literatura, y que ya no sabía en dónde meter los libros que leía.

Abre los ojos. Se siente mareado. Ese techo lejano parece moverse. Vuelve a cerrar los parpados. Es irónico buscar ahora el porqué, pero lo hace. Qué les hizo terminar en la cama si eran prácticamente desconocidos. Qué se fue tejiendo a su alrededor para terminar allí antes de acabar aquella tarde. Qué hizo que ella se fuese abriendo de esa manera, contándole cada vez más intimidades de su vida, dejando al descubierto que esa intención denodada de ser feliz venía a consecuencia de unas malas experiencias sentimentales, que le hicieron prometerse vivir felizmente la vida. Sí que es verdad que para eso era bueno, para escuchar, sabía hacerlo, sabía escuchar y eso hacía que ellas cada vez se mostrasen más, y sin darse cuenta hacía que las mujeres se sintiesen bien, a gusto a su lado. Quizás fue eso simplemente, que ella sintiese refugio en él. Realmente no sabe que le impulsó a hacerlo, ese momento en el que él sin mediar palabra la beso. Ella no se opuso, por el contrario cerro los ojos, y dejo que sus labios se fundiese con los suyos en un baile suave y de una cadenciosa lentitud. Su sonrisa, su boca, ya había despertado en él cierto deseo cuando estuvieron hablando toda la tarde, sus labios eran de una perfecta carnalidad, y sería necio negar que por algún momento pensó como serían su besos; no siempre una boca perfecta de labios ideales son los que mejor besan, había tenido experiencias desilusionantes en ese sentido, aunque en sentido contrario también, besos que resultaron ser fantásticos salidos de bocas que no prometían o al menos no invitaban a creer en esa delicia que luego fueron. Pero esa flaqueza que pasó por su cabeza, enseguida fue apartada como algo absurdo y poco posible. Sólo volvió a pensar en ello, cuando caminaban hacia la casa. Ahí si pensó que quizás ella quisiese algo más que conversación, y empezó a idear como desembarazarse de una situación incómoda si llegaba a suceder, pero intentó dejar de fantasear, al fin y al cabo él no estaba por la labor, no era su tipo. Y ya se sabe que si dos no quieren no pasa nada. Sentados en el sofá siguieron charlando animadamente, de repente ella le dijo que le iba a dar una sorpresa, y se fue a una estantería  de donde, tras dudar brevemente ante ella, extrajo un libro, qué resulto ser un bonito álbum de fotos. Le enseño unas fotografías de aquel verano, y para su sorpresa él estaba en varias de ellas, no recordaba que se hubiesen hecho fotos, pero la evidencia no dejaba dudas de que sí que las hubo. Ella se río, y dijo; -Ves, nunca has estado olvidado, de vez en cuando ojeo estas fotos y en ellas estás, y como eres el único del que nunca más supe, siempre me preguntaba qué sería de ese que apareció una vez y ya nunca más. Y fíjate, qué cosas de la vida que ahora estas aquí sentado a mi lado -. Y desplegó su sonrisa, y él la besó, fue un largo beso, delicado, dos bocas frescas, dulcemente amalgamadas las lenguas, sin reticencias y sin urgencias como si se conociesen esas lenguas desde tiempo inmemorial y supiesen que ritmo y que contorsión debían dar en cada instante para disfrutar de ese beso eterno.

Todavía se sorprende de ese impulso, de lo que vino después ya no tanto, cuando se empieza, lo siguiente venidero ya no es de extrañar, la búsqueda del cuerpo del otro por las manos exploradoras, moviéndose con la misma calma que ese beso deja en el aire, los ojos cerrados todavía, se abren como para pedir disculpas por la osadía, y descubren el centelleo y brillo de los de ella, y siente ese mismo centelleo en sus propias pupilas. Con la certeza visual de que no hay duda ni arrepentimiento en ninguno de los dos, avanzan en el desvestirse, lo hacen sin prisas, con sutileza, como si la celeridad pudiese hacer estallar ese instante y todo se pudiese estropear. Como en una coreografía aprendida y entrenada, se ponen en pie, siguen besándose. Los botones de las camisas ya están libres, y sus cuerpos ya se sienten sin la tela, la piel con la piel enardece aún más sus deseos, ella le desabrocha el cinturón, y el pantalón se desliza hacia el suelo, él le baja los suyos más ajustados. Dejan de besarse y se miran a los ojos, sonríen, no hablan. Todo va con sensación de lentitud pero va sucediendo rápido. El deseo no le aminora ante la desnudez de ella, siente que esa no delgadez le es excitante, todo su cuerpo va un poco más allá del canon establecido por la moda, quizás esté algo pasada de peso para su estatura pero no se le muestra desproporcionada, al contrario todo tiene armonía, y firmeza, esto lo ve y sobre todo lo nota al acariciar su cuerpo, según sus manos han ido desligándolo de la ropa. Ella se libera del sujetador y afloran unos pechos más grandes de lo que él había podido atisbar mientras la ropa los cubría, hace también desaparecer sutilmente el tanga, él hace lo mismo con su ropa interior, y surge irremediable el falo en inhiesto estado, que él acomoda hacia arriba entre su cuerpo y el de ella cuando se unen en abrazo en busca de retomar ese beso que habían aplazado. Con la misma delicadeza de lenta danza con la que se alzaron retoman el sofá. Sus caderas se le muestran amplias y contundentes, y duras las nalgas, cuando posa sus manos mientras ella se ha puesto encima de él al ir tumbándose en el sofá. Con ella a horcajadas, la cintura le parece que se le ha estrechado, por esa posición en la que las piernas se separan y la pelvis se acomoda y acopla, y entonces toman protagonismo las caderas que parecen ampliarse, y se ofrecen atrayentes para asirse a ellas y apretar gustosos los glúteos, haciéndoles partícipes también del empuje de los sexos que en breve se encontrarán. Y ese encuentro se produjo enseguida, con parsimonia pero no exenta de cierta fiereza. No necesitaron mucho más, los besos lascivos, las manos aquí y allá en busca del deleite de la piel y la carne, repasándose cada centímetro del cuerpo, los seños de ella de grandes areolas y sus pezones erectos rozando el pecho de él, algo que lo encendía más, y casi sin quererlo y sin pensarlo, él ya estaba dentro de ella sin tomar medidas protectoras, ninguno de los dos lo encontró necesario seguramente por la procacidad del momento y sin caer en lo temerario. Entró tan fácil, deslizándose suavemente, estaba tan húmedo y lubricado que no tuvo ningún problema para abrirse paso, tan excitado que pensaba que se correría aunque no llegase a penetrarla. Realmente no fue él quien penetro si no que ella buscó su verga con sus movimientos encima de él, y fue su vulva quién atrajo hacía sí, aquel pene, y con él dentro, sus caderas y cintura comenzaron a moverse circularmente, y a un lado a y a otro, rozándose por todas las cavidades internas de su vagina, también los labios internos y externos querían participar y sentir esa placentera fricción y se ceñían con fruición al sexo que albergaban y por el que se deslizaban luego con movimientos de arriba abajo, y viceversa. Muy tumbada sobre él, rozando su monte de venus con el inicio de vientre de él, para que la base del pene fuese masajeando y rozando su clítoris con tal movimiento. Él rompía de vez en cuando esos movimientos con una brusca embestida que ella recibía con placer, pero ella enseguida continuaba con aquel roce que la estaba volviendo loca, cada vez más rápidos los movimientos y con más violencia, él se había dejado hacer, y ya no aguataba más, se iba a correr, no tenía ya fuerzas para más embestidas, se iba a ir, pero quería aguantar hasta que ella se corriese, pero no lo logró, y se fue, con placentero orgasmo apretando los dientes, sintió como eyaculó profusamente. Ella sin hacer caso, siguió y siguió con sus movimientos, y aunque su miembro aún no estaba desinflado del todo ya daba muestras de flacidez, pero para ella era lo de menos, tenía ya todo su placer concentrado en ese punto carnoso de la vulva que tanto gustó le estaba dando, parecía como si él no estuviese allí, y por fin ella con un largo; uhmmm, diosss!!! Se dejó caer por completo sobre él. Estaban sudorosos, ambos exhausto. Él, algo avergonzado, aunque tampoco demasiado, por no haberle aguantado. No era un gran corredor de fondo ya metido en materia, por eso prefería tener un largo preámbulo y que le dejasen hacer, para que sus parejas llegasen próximas al orgasmo antes de la penetración.

Ella sigue dormida. Él ya no sabe cuánto rato lleva despierto mirando el techo, que siente altísimo, muy alejado de él, tiene cierta sensación de vértigo, ¿o es la situación la que le da vértigo? En este desvelo reconstruyendo lo sucedido y buscando el porqué, además del techo, ha observado toda la habitación. Muebles de Ikea, como casi toda la casa, pero todo puesto con muy buen gusto como ya pudo apreciar, la habitación se hace acogedora, todo aparece muy ordenado, como el resto del piso. Eso le gusta, no soporta el caos, y por su experiencia en otras aventuras, sabe que hay muchas mujeres que son un desastre, y lo van dejando todo por ahí, prendas encima de sillas o de radiadores, incluso fuera de la alcoba en cualquier parte de la casa. En algunos casos este desorden no está a primera vista pero tienen armarios atiborrados de ropa sin orden, y que por desgracia llegas a abrir y descubres una ingente cantidad de ropa apelotonada. Al principio, llegó a pensar que eran casos singulares, pero con la repetición empezó a dudar de que fuesen casos aislados y raros, a no ser que su vida se hubiese aliado con la excepción y la viviese permanentemente. En la parte de sus amigos se confirmaba ese axioma de que los “tíos” son desastrosos, él se siente excepción, hasta algo enfermizo.  No sabe qué hora es. La persiana a medio bajar, hace que ya no entra casi luz natural en la alcoba, está anocheciendo, deben ser cerca de las diez, es verano, y por la ventana abierta entran apagados ruidos de la calle; murmullos de gente, tráfico, corretear de algunos niños jugando. Debe haberse dormido un par de horas. No sabe qué hacer, si levantarse con sigilo y marcharse o esperar, aunque parece dormida profundamente seguro que la despertaría al vestirse. Le gustaría darse una ducha. Piensa que ha hecho el gilipollas por follar sin condón, y no sólo una vez, sino dos, en el sofá y luego en la cama, debería preguntarle si toma “píldora” o si usa algún otro método anticonceptivo. Es de necios lamentarse de lo que ya no tiene remedio, pero le jode ser tan inconsciente. La verdad es que ha disfrutado, pero no quiere que esto sucedido, lo bien que se han sentido uno con el otro, y que se haya quedado y no haya salido corriendo enseguida, lo entienda como un comienzo. Tampoco quisiera hacerle daño, no quisiera quedar como un cabrón. Aunque esto tampoco importa mucho, además en una noche, o una tarde mejor dicho, no cree que dé tiempo a dejar tan mala huella. Quizás se esté comiendo la cabeza por nada, y ella esté haciéndose la dormida esperando y deseando que se marche. Puede que se haya arrepentido de lo sucedido, o no, pero no quiere que él se crea que esto puede ser un inicio, sino simplemente disfrutar de sexo. Con este pensamiento, absurdamente se siente utilizado, siente que ha sido follado, y es irónico pensar esto puesto que él ha querido y ha participado activamente, aunque es verdad que no sabe cómo llegó a tal deseo si ella no estaba dentro de sus apetencias como mujer. Sigue mirando el alto techo, le gustan los techos altos, le gustaría vivir en esa casa. Cierra los ojos, siente vértigo.

 

 

 

.     *El protagonista siente la ironía de lo sucedido, como todo es irónico para Efecto Mariposa en su canción;  Es difícil tener fría la cabeza y caliente el corazón, y animar un alma rota y no volver la vista atrás… Es todo irónico al final. Sorpresas que te va dando la vida.

“Ironía“

efecto_mariposa_comienzo-portada

.     **NA: Publicado originalmente el 28 de Enero de 2015. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Descubriendo otros caminos

25 Jueves Jul 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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anal, ausencia, autosatisfacción, bañera, baño, Bebe, calor, Con mis manos, ducha, invierno, juguetes eróticos, masturbación, Música, mujer, onanismo, Pafuera telarañas, sexo, Soledad, tristeza, Verano

La ducha y el baño de espuma es para ella algo muy relajante. Le gusta en verano darse una buena ducha cuando vuelve a casa después de la jornada laboral con el calor estival. Le refresca y deja como nueva, renovada. Igual le pasa por las mañanas, necesita una buena ducha para ponerse en marcha, antes que un buen café cargado es necesario un buen chorro de agua cayendo por su cabeza y deslizándose por su cuerpo que se desentumece del abrazo del sueño. En invierno, de vez en cuando, le gusta un baño con mucha espuma y agua calentita, cerrar los ojos y dejar su mente en blanco, solo sentir el agua y las sales penetrar, hidratar y suavizar su piel. En esas ocasiones de placentero bienestar, después de los primeros minutos de huida mental y desconexión con la rutina, los pensamientos vuelven a ella poco a poco y comienza a revisar el día pasado, la semana pasada, el mes acontecido, y así, al final hace recuento sin darse cuenta de su vida, no puede evitarlo. Se cuestiona porqué está donde está, feliz, sola, “single” como está de moda decir ahora, sin pareja ni carga familiar, y aunque no le pesa, a veces echa en falta tener un hombre cerca, pero es cierto que cuando quiere sexo no le cuesta encontrarlo. Luego le sobra a su lado, quiere volver rápido a su singularidad, huyendo del emparejamiento, de la dualidad, quiere ese sentir de dominio total sobre todo lo que viva. Ya tuvo un él, que la anuló hasta solo quererle y no quererse y después solo quedó el silencio. Pero no puede evitar que cuando en su vida cesa el ruido y manda esa ausencia de sonido, él se hace presente brevemente.

Ella descubrió su cuerpo algo tarde, nunca fue mojigata en el tema sexual, pero tampoco se obsesionó con buscar el placer corporal, no tuvo esos ataques de calentura que en la adolescencia le transmitían padecer sus amigas. Ya algo más mayor sí que se le despertó un buen apetito sexual y aprendió a disfrutar de él. A veces se piensa a sí misma como una persona que se inicia tarde en las cosas, pero no siente que se quede rezagada, más bien se dice que las cosas le llegan en el momento que mejor le vienen a su vida, desde hace tiempo intenta ser optimista, ver las cosas sin dramatismo, aunque es cierto que no siempre lo consigue. Ahora, con bastantes más años a esos de los primeros impulsos, desinhibida por completo, se ha ido encontrando a ella misma.

En esos días de duchas veraniegas, en ciertas ocasiones vuelve no solo con el calor producto de la época de estío, sino también un calor interior, y al refrescarse, la ducha fría no aplaca ese fervor sexual que trajo y necesita desfogarse, y el chorro de agua es un magnifico masajeador, bien dirigido, un cosquilleo refulge entre las piernas, y ayudado por unos dedos ya expertos, consiguen dar placer a un clítoris deseoso de un contacto que haga subir por su espalda un espasmo eléctrico, espasmo que sale de sus entrañas, dejándola doblada y extasiada. Aunque en esos casos de onanismo, es durante los baños de espuma que se da en invierno, cuando más disfruta de ese roce y fricción en la parte elevada de la vulva, sintiendo esa calidez del agua a la vez que las yemas de sus dedos presionan y circundan toda la zona, centro de ese placer, y surge un profundo suspiro y jadeo, acompañado de leve taquicardia que hincha su pecho en busca de un aire que siente que le falta, hasta llegar al orgasmo.

En estos últimos años abandonó un tabú que tenía desde la adolescencia, pero que por cierta casualidad descubrió placentero no hace demasiado tiempo. Duchándose y enjabonándose, al pasar por la parte anal, introdujo levemente un dedo por allí de forma azarosa, nunca tuvo tentaciones de buscar deleite por ese lugar, que por Freud sabía que en la que infancia se encuentra placer en el control del esfínter denominándola fase anal, y aunque ya había visto muchas escenas de sexo en las que mujeres conseguían gozar aprovechando las terminaciones nerviosas de ese orificio, ella siempre lo rechazó, hasta aquel día, en el que al ver la facilidad con que pudo introducir su dedo por la lubricidad del gel utilizado, y sin dolor para ella, decidió, siempre abierta a nuevas sensaciones, explorar y probar  a dar un pequeño masaje, presionando los lados, avanzando poco a poco en busca de las paredes internas de la vagina, que al sentir esa compresión se excitó invitándola a seguir con el juego. Siguió investigando un breve rato, con cuidado y sorpresa a la vez por lo que estaba haciendo, y aunque estaba bastante excitada prefirió parar, dejarlo y posponerlo para otra ocasión, no sin antes masturbarse, esa  fruición despertada tenía que aplacarla, y tan excitada estaba por esas sensaciones que aún contenían su cuerpo que tardó muy poco en correrse fuerte, muy fuerte.

Para repetir esa sensación, ese descubrimiento, decidió que ya era hora de tener juguetes eróticos para sus momentos de intima búsqueda de autosatisfacción, nunca se había comprado un consolador, y había llegado el momento, y ya que se lanzaba pensó que un pack completo sería lo ideal para también ampliar a su recién estrenado juego y nuevo hallazgo. Su soledad elegida, a veces triste, al menos sería lo más placentera que pudiera, y desde entonces sus baños son aún mejores.

 

 

 

.     *La protagonista del relato con sus manos, como en la canción de Bebe, busca satisfacer las ausencias elegidas.

“Con mis manos“

Bebe Pa fuera telarañas

.     **NA: Publicado originalmente el 17 de Diciembre de 2012. Hoy recibe una segunda oportunidad

Tu prima

24 Miércoles Abr 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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A fuego lento, Adiós, Adiós al verano, época, envidia, espera, frustración, hastío, Los elegantes, Música, portal, prima, Recuerdos, Verano

Ese verano, no recuerdo exactamente qué año era, tu prima llegó desde Sevilla, vino a pasarlo en casa de tus tíos, en el portal al lado del nuestro. Por aquel entonces tú trabajabas y estudiabas, o solo trabajabas, o solo estudiabas y ya habías dejado la peluquería, no recuerdo muy bien. El caso es que tan ocupada andabas que de un tiempo a esa aparte era difícil verte, y por las tardes muchas veces estabas con Ana en su casa. En cambio, yo estaba sin trabajar y había acabado las clases, con todo un verano para aburrirme. La llegada de tu prima era un cambio a lo que había en el barrio, un soplo de aire fresco a lo rancio que se me tornaba todo, al hastío que el horizonte veraniego cernía sobre los meses próximos y quizás más allá, en esos instantes la vida se me hacía difícil, no sabía hacia dónde iría, qué sería de mi futuro. Los estudios no los llevé al ritmo que hubiese debido, habiendo suspendido algún curso por estúpido, por no presentarme a los exámenes de septiembre de una asignatura sin importancia lectiva.

Ella era, si no recuerdo mal, algún año mayor que nosotros, quizás un par de ellos. Sigo sin tener muy claro esos detalles. Cierto que me atraía, y tonteaba con ella. En esa época a un chico le atraen casi todas las chicas, y más si es atractiva, y ella lo era, o así lo recuerdo, y sobre todo tenía un buen cuerpo y unos pechos grandes, esto último a los chicos en esa edad nos atrapa mucho, (será el instinto animal). Contigo era complicado coincidir, y cada vez te me antojabas más lejana, como si estuvieses intentando escapar del barrio, de los que estábamos allí, como si no tuvieses mucho que ver con nosotros, con nuestras inquietudes que no eran las mismas las de unos y otros pero que podrían parecer las mismas, y tú sí que las veías todas ellas lejanas de las tuyas. Siempre te imaginaba lejos de aquel barrio de gente pobre sin demasiados recursos económicos, buscando una mejora, buscando un mejor futuro apartado de aquel lugar. Yo también añoraba esa posibilidad, pero ciertamente sin mucha creencia en conseguirlo, era como algo utópico e idealizado.

Cuando salíamos los fines de semana a la discoteca, no hacía mucho que éramos admitidos en ellas, tú casi nunca te venías con nosotros, preferías hacer otras cosas y te ibas con Ana, por otros lugares, en busca de otros amigos, o ya con otros amigos, que os daban otras conversaciones, otras compañías diferentes a las ya conocidas con nosotros, probablemente más interesantes para vosotras por ser novedosas, nunca lo supe. Era evidente que no rechazabas nuestra compañía, pero sí que iniciaste otro camino para ir alejándote. Te me hiciste inalcanzable y tu prima era algo nuevo. En las horas matinales, cercanas al medio día, con el calor del verano en plena efervescencia, o en la caída de la tarde, cuando el sol se ponía, me bajaba al portal para intentar coincidir con ella, unas veces solo, otras con el resto de amigos que éramos en el barrio. Ella con ese acento sevillano que me parecía tan gracioso, y dándome coba. Cómo no pensar en que podía enrollarme con ella, pasando tantos ratos juntos. Aunque por otra parte era consciente de que solo sería un ligue de verano, un ligue con fecha de caducidad, cuando al final del estío ella regresase a su ciudad, además ella allí tenía pareja, aunque estaban en crisis y por eso ella se había venido a Madrid, para distanciarse de él un tiempo, creo.

Hoy me recuerdas que yo tonteaba con ella, y que quizás ello abundó en que dieras por cerrada una perspectiva futura entre ambos, entre dos que nos gustábamos desde hacía años, desde nuestros juegos de chavales y en la primera pubertad, dos que nunca supimos como decirnos “me gustas”. Recuerdo aquella noche de la que me hablas, en la que tu prima y una vecina nuestra se fueron a casa de la hermana de ésta para hacer de canguros, y nos hicieron la propuesta de ir allí a mí y a otro amigo mayor que nosotros. La cosa no salió como me esperaba, y no fui yo el agraciado en pasar con tu prima la noche o, mejor dicho, la media noche, pues nos marchamos de madrugada. Fue una media encerrona que me habían hecho a mí, puesto que los dos, tanto tu prima como el amigo, ya tenían en vista culminar aquella noche juntos, lo que por otra parte ya iba intuyendo, y yo debía ser la pareja de nuestra vecina, a la cual gustaba, pero que hasta ese momento, yo no había sido partícipe de ello. La noche se me presentaba fácil para liarme con ella, pero teniendo en cuenta que era de la edad de mi hermana, y por esta diferencia de edad, que ahora con el tiempo es absurda, pero en ese momento no lo era, nunca me había planteado ni fijado como una posibilidad tener relaciones con ella, generando ese día la frustración de nuestra vecina, que sintió que era rechazada. Por lo que la noche fue una noche de frustraciones compartidas,  la de ella y la mía, puesto que mi objetivo real se había ido a una habitación con otra persona, y la noche pasó sin que yo hiciese nada, con nadie.

Ahora, tras largos años me entero de que alguien te informó de esa noche, y que fue el detonante final para borrarme de tu imaginario futuro. Si al inicio del verano casi no te veía, al final del mismo, ya nunca más nos vimos. Nunca se me pasó por la cabeza que este acontecimiento fuese conocido por ti, es más,  por nadie. Creía yo que en aquellos días no lo supo prácticamente nadie, y me sorprende. Entiendo que ese tonteo con tu prima te molestase, pero nos traicionamos por el deseo que nos ciega, y más en épocas en las que todo es un torrente y todo avanza como en una riera que se lleva por delante lo que está varado en los lados. Mirando aquel verano, lo recuerdo como el último de una época. Y ahora sé por qué fue nuestro último verano, aunque realmente ya venía diluyéndose como te contaba, con la ausencia de salidas en común los fines de semana. En cierta manera envidiaba a Fernando, que estaba más próximo a vosotras, y se llevaba tan bien con Ana, y subía a su casa, y mientras tanto yo sin saberlo, estaba fuera, en la calle, solo en espera de ser rescatado de la soledad que tanto me acompañaba. Y me dolía muchísimo veros salir por el portal, después de haber pasado la tarde los tres en casa de ella, y yo no había sido convidado, no habíais contado conmigo para estar. Y solo quería eso, estar, para permanecer cerca de ti, para seguir soñando y disfrutando de tu compañía, y oír que dijeses ese Guau!!, de sorpresa y admiración por cualquier cosa. Pero ya acechaba en mi cabeza la imposibilidad de que yo estuviese en tu órbita, me veía lanzado al espacio como satélite que debiera buscar otro planeta en el que orbitar. Y me quedé tanto tiempo esperando un gesto, una palabra que nunca llegó. Y quise hacer un gesto, y decir alguna palabra que tampoco brotó jamás. Y se fue, y se terminó, aquel verano en el que tu prima acabó por separarnos.

 

 

 

.     *Los Elegantes dicen adiós al verano como cierre de una época, igual que el protagonista que tuvo un verano en el que cerró una etapa. Un final de verano aunque sin ese adiós que le avisase que aquello acaba por completo.

“Adiós al verano“

.     **NA: Publicado originalmente el 30 de Julio de 2012. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Mal verano

13 Miércoles Feb 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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amor, calor, Christina Rosenvinge, desengaño, deseo, Música, Nacho Vegas, reencuentro, Verano, Verano fatal

Te vi al llegar y ya no pude evitar la sensación de que mi elección no iba a ser lo mejor ni lo más normal, el verano caluroso me hizo mal, trastornó sin duda mi identidad, si no, cómo se me fue a ocurrir pensar en ti, soñar despierto que tú bajando por aquella calle serías mi futuro angelical. Y al final como después intuí eres futuro infernal. La piel morena recién estrenada me impactó en la mirada, la piel dorada reflejaba la vitalidad que tu cuerpo destilaba, y cómo no me iba a prendar de esos andares que giraban la vista de todos y todas que se cruzaban en tu caminar. Bajabas por el empedrado que parecía alisarse a tu paso, tu esbeltez se cimbreaba en cada zancada. Segura, y con la sonrisa resplandeciente ibas encandilando a la gente, el vestido sedoso y vaporoso, aumentaba ese aire de anuncio que enmudecía al mundo que no podía apartar la vista en tu transitar. Pero, casualidades de la vida, resultaste ser amiga de mi amiga, ésa que en mi pensamiento inicial sería la que compartiría este verano ideal, que entonces no era fatal. Ella era mi objetivo, hacía tiempo que nuestros gustos eran los mismos y entre esos gustos estaban nuestros físicos. Allí, sentado en la terraza del bar, todo esto se esfumó cuando te vi avanzar hacia nosotros y mi amiga se levantó para recibirte con gran algarabía y alegría de reencuentro esperado en ese lugar en el que habíais quedado y que lo cambió todo. Volvíais a veros después de largo tiempo, cruzasteis piropos y flores, besos y abrazos cargados de recuerdos pasados. Y yo observando como un bobo. Ya fascinado. Pasé la tarde escuchando vuestras aventuras en las que yo no participé, pero en cada una de ellas a tu lado yo me imaginé, con cierta envidia y celo por haberme perdido todas esas correrías y divertimentos que con tan buen recuerdo celebrabais en ese momento. El día era cálido, y tu mirada tras las gafas de sol, me daban más calor, no podía apreciar tus ojos pero intuía que me descifraban tras los cristales. Recibía tus ademanes de cierta coquetería, señales de humo me llegaban con sonrisas de grana, labios coloreados de intenso carmín, que turbaban mi imaginación pensando en besos con fuerte pasión.

Cuando uno está casi al margen de una conversación aunque esté allí presente, y le hagan participe a ratos, tiene la oportunidad de vagar con la mente, por otros lugares que no son los de allí, puedes fantasear e inventar, con lo que rodea, y en ese estado yo me dejé llevar lejos, con el espejismo de estar contigo, en otros sitios en otras playas, en otros caminos, y sin moverme de mi silla estuve esa tarde en una puesta de sol, dándonos besos, caricias y mimos. Me dejé llevar por ese delirio, ya estaba perdido. Tras varios días de preguntarme si lo que sentía por mi amiga era menos fuerte que lo que ahora me embriagaba por la suya, su amiga, que ahora eras ya mía, y era con quién intercambiaba insinuaciones y flirteos, sustituyéndole a ella como centro. Todo parecía tan evidente y rápido, tú sentías lo mismo que yo, un irrefrenable deseo de juntar nuestras manos, nuestros labios y sentir próximos los cuerpos, que el tacto se abriese paso antes que otros sentidos y sentimientos. Días de tonteo infinitos, hasta que una noche se cumplió mi utópico pensamiento de aquella tarde de inesperado encuentro. Mi amiga me miró con cierto resentimiento, todas mis palabras, antes para ella, dejaron de serlo. Aunque sentía que me equivocaba en la elección, no tenía otra opción, me habías obnubilado y todo mi verano planeado con antelación se me resquebrajó con tu llegada. Esa noche, me sentía eufórico pensando en lo afortunado que era, pero poco duró aquella felicidad. Enseguida me di cuenta que no todo sería genial, que yo estaba enamorado, pero para ti iba a ser solo un rollo de verano. En cuanto pasaron varios días, tu interés por mi quedó en la orilla y ya me veías con desinterés, quizás te atrajo quitarle el pretendiente a tu amiga, por lo que contabais cuando más niñas, competíais con ese fin, pero era tarde para mí, el verano se había chafado, y lejos de ser lo esperado, se convirtió en desengaño para el corazón. Y no poder estar a tu lado compartiendo no solo el espacio, me mataba y cada noche me hundía en el alcohol, enmascarando mi dolor, y si algo podía ir peor, sucedió, descubrí a mi amiga ligando por ahí. Pero qué esperaba, ¿que estuviese preparada para recogerme y perdonarme lo ruin que fui? Y el verano ha tocado a su fin y aún estoy aquí, destrozado y recordando el peor verano que viví. Vengo de un verano fatal, me enamoré nada más empezar y terminó con funesto final.

 

 

 

.     *Esto es lo que nos puede suceder en verano a cualquiera, cambiar lo que tenemos por una novedad que nos ciega. Christina Rosenvinge y Nacho Vegas ponen música a mi mal verano, con su verano fatal.

“Verano fatal“

.     **NA: Publicado originalmente el 3 de Julio de 2012. Hoy recibe una segunda oportunidad

 

Un roce liviano

06 Miércoles Jun 2018

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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amor, daño, deseo, dolor, Música, roce, Solo me has rozado, Tulsa, Verano

Calculé mal la distancia… y solo me has rozado, no has llegado a tocarme como hubiese deseado, solo me has rozado. Y hundido bajo la desilusión estoy un poco desubicado, no sé si acercarme e intentarlo de nuevo o alejarme para otro lado, no sé qué debo hacer. Confuso me muevo, después de todo, estoy sorprendido de que solo me hayas rozado. Puse todo mi empeño en lanzarte señales, me mostré como soy solo para ti, y ahora no sé si pliego y salgo o sigo aquí con este juego de tiras y aflojas donde expongo mis sentimientos y estoy al albur del dolor primero, del primer amor. Se me va el verano, se me va de las manos la calma, esperando tu llegada, tu llamada que intuyo que no va a llegar, te noto a mil kilómetros de mí. Esto se acaba, y dudo de todo lo pasado, de lo que siento y recreo en mi mente que se turba y atolondra, en un pesar desesperante de lo que quisiera hubiese sido y tu evitaste, queriendo o sin querer, y esa es la duda que me persigue y ensombrece. Tu ignominia me desnuda y me deja vulnerable en una intemperie sentimental, y me siento ignorado, que es peor aún que rechazado. Me pregunto interiormente, para aclararme, para encontrar un error, para entender, para comprender si te molesté, si fui demasiado agresivo o por el contrario demasiado poco, si en el fondo fui muy “naif” en mi manera de proponerte y sugerir. Eso es, quizás fue la forma poco frontal de mostrarme, tan dubitativo, que ni siquiera te dabas cuenta de mis palabras, de mis deseos y de mis miradas, cargadas de futuro y de imágenes imaginadas, de nostalgias de lo que sería aquella melancolía retrasada, cuando queriéndonos los dos el destino nos separara.

Pienso en soledad, en esta espera, si fui esquivado a propósito, y si esa expresión de ausencia que adoptabas a veces en nuestros encuentros, era tu manera de no querer captar lo que yo te decía y hacía para engatusarte, o simplemente era inocuo a ti mi veneno y tu no advertías ni sentías, lo que yo creía mostrarte evidente, sin dudas, con claridad, queriendo hacerte ver que tu pelo irisado y tu piel dorada por un sol abrasador me desarmaban y perdía mi equilibrio emotivo, yo, tan calmado aparentemente, y tú sin enterarte. Con los latidos rompiéndome el pecho, descontrolado me derrumbaba, pero escondía todos los escombros en los que me convertía, y puede que ese fuese el error, no dejar ver en lo que me mudaba por ti, un  amasijo de sentimientos gigantes, caídos y esparcidos por la playa testigo de nuestros paseos.

Imagino y me invento sin certeza verdadera que huías cuando te lanzaba mis débiles dardos y tú mirabas hacia otro lado. Y ya no veía esos ojos que me abrasaban como ascuas, y ese girar tu rostro a un lado, escondía tu sonrisa, que ocultaba ese mundo de deseo que se me mostraba un momento antes, cuando me perdía en tus labios, que ya percibía no serían para mi, puesto que nada de lo que yo te revelaba lo sentía correspondido. Me aproximé, pero no lo suficiente, temía quemarme y herirme, y al final lo que ha pasado es que se me acaba el verano y siento que solo me has rozado por no haberme entregado, y sobre todo siento que yo solo te he rozado y tú ni te has enterado de que te quería tocar. Y hoy, no sé qué hacer, si insistir o cerrar los ojos y dormir. Hoy, como nunca, descubro como un roce tan liviano puede hacer tanto daño.

 

 

.     

.     *Tulsa con guitarras que rasgan la piel, pone música al leve roce que tanto daño hace…

“Solo me has rozado“

.     **NA: Publicado originalmente el 21 de Mayo de 2012. Hoy recibe una segunda oportunidad

 

La distancia hace el olvido

16 Lunes Oct 2017

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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amor, distancia, Efecto Mariposa, estío, Javier Ojeda, juventud, Música, No me crees, Olvido, Verano, Vivo en vivo

Mi juventud era menor que su juventud, pero los dos éramos muy jóvenes. El lugar de encuentro fue un cruce de caminos, alejado de donde residíamos ambos, el verano hizo el resto. En un pueblo pequeño, muy pequeño, donde todo era paz y sosiego, y el ser que yo era se reconfortaba de la existencia. Las noches eran largas, y corto el amanecer. El sol, el alcohol, la conversación y la amistad se entrecruzaban cada día para compartir la vida que se nos ofrecía nueva y amplia cada mañana, y se hacía vieja y angosta cada atardecer cuando el paso de cada jornada se extinguía y el crepúsculo traía la oscuridad, y la diversión nocturna se alargaba incesante. Unos y otros queríamos aprovechar y saborear cada instante; el verano es esa estación del desenfreno de los sentidos, de la inhibición interna superada, estamos eufóricos, las ganas de vivir se nos agolpan dentro del cuerpo y necesitamos sacarlas, nos hace daño tanta efervescencia contenida, el estómago se nos encoge, nos vuelan mariposas por él, en la garganta la congoja por la dicha nos ahoga, y en los ojos nos aparece un brillo de lágrimas contenidas, que sin querer nos afloran y nos empujan a buscar acomodo distanciado de los demás para calmar tantas sensaciones incontroladas e incontrolables. La vida nos supura por todas partes, somos felices o creemos que lo somos, y todo lo bello nos parece más bello, el campo, el cielo, las puestas de sol, todo nos transmite deseos de compartir y querer que otros disfruten lo que nosotros percibimos, y la necesidad de amar se nos antoja misión principal. En este estado de excitación mental y de todo el cuerpo, podríamos llegar a decir del alma, la conocí. Quizás fuese este el motivo del enamoramiento, esa predisposición física y espiritual unida sin duda a la juventud. Cuando somos jóvenes sólo nos importa el ahora y queremos abordar el día a día como si ya no importase el mañana, como si lo que deba venir no interese, puesto que no está aquí, y lo que está es lo que interesa y debemos aprovechar. Y estando en ese estado, su belleza me pareció más atractiva, su dulzura y timidez me fueron ganando poco a poco, y las noches de verano mirando el cielo, tumbados, viendo las estrellas en la más absoluta oscuridad, disfrutando la lluvia sideral, ese espectáculo natural bellísimo, hizo que se consumase esa atracción mutua. Alguna de esas estrellas nos cayó encima como meteorito, incendiando nuestros cuerpos, y las bocas se buscaron en lo oscuro, y se encontraron ansiosas una de la otra y los besos se hicieron largos y pausados a veces y voraces otras, y nuestras manos lujuriosas en busca de los cuerpos incandescentes no se cansaban de explorar y acariciar y sentir la piel que se erizaba por el escalofrío del placer y por el frío de la noche que ya era madrugada, y así una y otra vez, alargando ese verano que no queríamos cesase, que hubiésemos detenido como única estación, pero el tiempo nos quitó la razón y avanzó y avanzó hasta que Septiembre se nos presentó inquisidor despertándonos de aquel ensueño, de un estío de placeres y delirios, de despedidas aplazadas apurando cada instante juntos, sabiendo que nos quedaba poco tiempo y que cada minuto era ganado a un futuro incierto.

Luego vinieron las cartas en la lejanía, primero muy seguidas, contando las andanzas nuevas y la añoranza de lo pasado, del verano, de los besos y las manos, de los ojos y las sonrisas, de las palabras dichas y guardadas en la memoria para saborearlas en el silencio y la ausencia. Después las cartas cada vez en intervalos más amplios y espaciados, fueron enfriándose y quedando en descripciones simples y áridas, sin la floración del recuerdo. Y la distancia iba asesinando lo que tuvimos, y el día que me trasladé para visitarla, – en aquella ciudad que ya conocía y que era una de mis favoritas -, ella no apareció, había salido en otra dirección aún sabiendo que probablemente iría, y se consumó lo que intuía, el dolor que me afligía en la lejanía, lo que yo no quería saber pero sabía se me presentó con crudeza, y me marché de la ciudad sin poder verla aquel día. Siguieron llegando las cartas, pero ya no las sentía y las mías se fueron haciendo más frías. Sus fotos enviadas no despertaban la pasión que me trasmitían aquellos ojos brillantes en la oscuridad, bajo las estrellas, esos ojos que me parecían como aquellas. Y pasó lo inexorable, como pacto tácito, sin decirlo. El recuerdo se quedó en eso, sólo recuerdo querido y mimado durante un tiempo y luego guardado aunque nunca olvidado, pese a que la distancia hizo el olvido.

 

 

 

.     *Efecto Mariposa acompañados de Javier Ojeda, nos cantan que aunque la persona amada nos despierte todo nuestro amor, la distancia hará perecer ese amor…

“No me crees“

.     **NA: Publicado originalmente el 16 Marzo de 2012. Hoy recibe una segunda oportunidad, con leves cambios.

Aquel verano

29 Viernes Abr 2016

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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Amaral, Días de verano, El lobo estepario, enamoramientos, La insoportable levedad del ser, Pájaros en la cabeza, Verano

Aquel verano me lo pasé leyendo, todas las mañanas cogía un libro y cruzaba mi calle, luego cuesta abajo descendía unos metros para sentarme en el escalón del portal de Pedrito, el único piso del barrio, lo demás eran casas bajas, tipo pueblo. Ese verano leí “El lobo estepario” y “La insoportable levedad del ser”, todo su existencialismo me acompañó durante esos días, y creo que para el resto de mis días. En aquel verano creía estar enamorado de mi vecina, había pasado todo el invierno junto a ella bajo el frío de las tardes sentados en mi puerta y al anochecer ella hacía que metiese mis manos en sus bolsillos traseros para evitar el frío en ellas, mis manos, y supongo por su placer de sentir unas manos en esas partes prohibidas  en esa época, aquello para mí era el mayor síntoma que había algo más entre los dos, aunque yo realmente me alejase de esa idea porque ella no me terminaba de gustar, siempre hay otras antes que las que nos muestran su interés, además yo era quizás muy infantil todavía, y de repente al finalizar ese invierno el que a mí me parecía patito feo, se había convertido en un cisne, de una niña con incipiente cuerpo de mujer pasó a ser una mujer rotunda, y yo seguía con mi cuerpo de niño que no acababa de crecer. Acabó el invierno y empezó la primavera y dejó de venir a pasar las tardes conmigo y empecé a echarla en falta y llegó el verano y comencé a hacer guardia sentado en un escalón, cerca de su puerta, que ya nunca se abrió para mí, y yo seguí leyendo.

 

 

.     *Amaral nos trae ese verano que ya no volverá…

“Días de verano“

.     **NA: Publicado originalmente el 18 de Enero de 2012. Hoy recibe una segunda oportunidad.

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