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Archivos de etiqueta: Supersubmarina

Entrando y saliendo del averno

24 miércoles Mar 2021

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 16 comentarios

Etiquetas

adicción, alcoholismo, Amistad, barrio, Ciento cero, Cocaína, Copas, culturismo, drogas, Electroviral, familia, locura, ludopatía, Muerte, pareja, Psiquiátrico, Ruptura, suicidio, Supersubmarina

Hubo un tiempo en el que decides evitar a alguien y después te sientes mal por un instante, pero enseguida te argumentas los motivos para convencerte y creer que no haces mal, que tu decisión es lógica y normal, y así poder sentirte mejor. Más tarde pasa el tiempo y no quieres ni siquiera pensar en ello, los sucesos sobrepasan a las acciones y los hechos se hacen irreversibles.

Haber pasado por todo aquello era sorprendente, entrar y salir indemne de ello, a priori era llamativo, aunque después pudimos  ver y comprobar que no era todo así de fácil como lo veíamos o mejor como lo interpretábamos. No se pasea por el infierno sin quedar algo chamuscado, o  se deambula bajo la lluvia sin paraguas y se regresa seco al hogar.

Después de compartir bastante, uno empieza a evitar coincidir y se da cuenta de que no está a gusto en su compañía, y esquiva y procura no pasar por donde pudiese ser encontrado por aquél que durante un tiempo fue compañero y compadre de salidas y desmadres. Se escuda el que lo hace en que ha cambiado de hábitos de ocio y diversión, e incluso que encontró pareja y ya los amigos de años pasados tienen que entender que es ley de vida el emparejamiento, y el alejamiento por tanto, de lo que antes fue rutina compartida.

No era amigo al principio, casi no lo era ni de los mismos del barrio, de mis amigos nuevos, aunque yo no era nuevo del todo en el barrio sí que había estrenado amistad con ellos no hacía demasiado, no estuve allí en la infancia que había pasado en otro barrio no muy lejos de éste. Él, de ellos era más que amigo de niñez conocido de la infancia, quiere decir esto que aunque cohabitaban en el barrio, siendo vecinos, incluso con algunos de ellos compartiendo portal y edificio, no jugaron juntos, no eran del mismo grupo, no formaban parte de la misma pandilla, nunca fueron realmente amigos en aquella época. Según contaban, ya algo más crecidos, allá avanzando por la adolescencia, la separación fue más evidente. Es en esa época, en la que unos abandonan el barrio más que otros, y se buscan y se encuentran otros lugares donde se está más a gusto, con gente más afín a uno. Estas amistades que alejan del origen suelen ser con quién compartes horas de estudio o al menos lugar de estudio, el colegio y el instituto y luego la universidad forman ese hábitat novedoso que nos separa de nuestros primeros amigos de la infancia, aunque a él en este caso no le separaba de nadie, puesto que según me dijeron no había nadie de quién apartarse, no tenía amigos en el barrio, su madre siempre le mantuvo apartado de los demás chicos.

Cuando le empecé a ver por allí, por el bar, no mucho después de mi llegada a ese lugar como punto de encuentro, fue formando parte de una pandilla, de chicas la mayoría, amigas de la hermana de uno de mis amigos, él era novio de una de las muchachas desde no hacía mucho tiempo. Por aquel entonces él estaba musculoso, iba al gimnasio y se le veía muy en forma. Meses después lo dejó con aquella chica y es cuando empezó a aparecer más habitualmente por el bar, ya sin la excusa de la pareja, y más como asiduo al local, nosotros lo éramos por amistad con el hijo del dueño. Quizás fue esa ruptura, o no sabría muy bien porqué fue, cuando pasó de estar musculoso a aumentar su masa muscular espectacularmente. Había entrado en la dinámica del “Culturismo”, con todo lo que conllevaba. Todos los días al gimnasio a “machacar” al menos un par de horas y cómo no, la ingesta de anabolizantes y esteroides que se suelen tomar para potenciar el aumento de la musculatura de forma poco sana y poco natural. Estaba hecho un “toro”, al principio fuertemente definido, pero pronto pasó a estar deformado de tanto volumen, con ese andar de la gente con la musculatura excesivamente desarrollada que le impide una postura natural, teniendo que llevar los brazos algo arqueados y dando un aire un tanto cómico a esos tipos. Quizás fuese su escapatoria, su forma de enlutar aquella ruptura sentimental y descargar con las pesas esa frustrante situación, por lo que supe, después no lo pasó nada bien con la ruptura. No podría decir exactamente cuánto duró este estado de flagelación física, lo que sí es seguro, es que por ese entonces yo no le trataba demasiado, pero algunos de mis buenos amigos coincidían con él en el gimnasio, por esa época algunos de ellos también iban a mantenerse en forma allí, y esto hizo que poco a poco se fuese aproximando al grupo.

Por esa temporada yo pasé casi todo el verano fuera de la ciudad, y al regreso de las vacaciones, en el inicio de septiembre le volví a ver, esta vez estaba ya menos musculado, como si se hubiese desinflado, como si el sol del verano lo hubiese derretido. Quizás si hubiese visto el proceso día a día no lo hubiese notado tanto, o no me hubiese llamado la atención de esa manera, el caso es que me impactó ver que ya no era esa figura vigorizada si no un cuerpo más normal, menos hinchado. Me pareció poca cosa, él no era alto y sin esa masa muscular no abultaba demasiado. Con el paso de las semanas cada vez se acentuó este cambio, parecía como si hubiese enfermado. Pero me explicaron que era un proceso normal cuando se deja el “Culturismo” y se relaja la fuerte rutina de pesas y ejercicios musculares y por su puesto se abandonan las pastillas potenciadoras, el cuerpo enseguida pierde todo aquel volumen desorbitado que había adquirido. Él había estado enganchado a este deporte y durante un tiempo estuvo obsesionado con él, esclavizado con la dieta y el ejercicio, pero un día se levantó y se dijo que ya estaba bien, – esto lo supe después-, que quería dejar de comer siempre lo mismo, que quería dejar de pensar en las grasas e hidratos ingeridos, y no quería medir los logros de su vida por los kilos que había conseguido alzar en “sentadillas”.

Fue entonces cuando empecé a tratarlo más, sobre todo porque se pasaba bastante tiempo en el bar, yo me dejaba caer por allí algunas tardes de la semana, él, todos los días o bien por las mañanas o bien por las tardes, se pasaba las horas muertas allí. Tenía turno rotativo en el trabajo y lo mismo hacía con su presencia en el bar, cuando estaba de tarde en el tajo pasaba las mañanas en el bar y a la inversa cuando el turno cambiaba a la semana siguiente. Cada tres semanas tenía turno de noche, entonces esa semana podía vérsele a veces por la mañana y otras por la tarde. En definitiva era raro el día que no se presentaba en el bar a pasar el rato antes del trabajo o después del trabajo, estaba más tiempo allí que en su casa.

Y quizás fuese ese estar sin mucho que hacer, lo que le llevó a lo que le llevó. Estar por estar, jugar a los dados, y al dominó, charlar con el tabernero y los parroquianos jubilados y parados que en el barrio abundaban, era su forma de pasar las horas. Pero no siempre había gente con la que compartir conversación o juegos de mesa, y poco a poco su divertimento y forma de pasar el tiempo se fue hacía el juego de azar, echando monedas en las máquinas tragaperras con aquel soniquete que era insoportable.

Era una persona inteligente, bien formada en un colegio de curas, uno de los mejores de la ciudad y con un buen trabajo en artes gráficas, lo que hacía para mí más llamativo el asunto del juego de azar. Saliendo de la adolescencia algún amigo tuve con cierta fijación por estas máquinas que parecen lanzar cantos de sirena, incluso desde la infancia había visto gente totalmente embaucada por esas lucecitas y sonidos, con el más ferviente de ellos el de las monedas golpeando el metal al caer el premio obtenido. Desde pequeño, acompañando al mercado a mi madre, veía mujeres en los bares de los alrededores gastándose el dinero de la compra, tentando a la suerte, que les era adversa la mayoría de las veces y se tenían que volver a sus casas sin el dinero y sin la comida con la que poder alimentar a su familia.

En aquel bar de barrio, punto de encuentro, había visto a vecinos pedir al camarero que apagase la máquina, -“La tengo calentita”, decían-,  para que nadie pudiese seguir jugando y que le arrebatase lo que ya consideraba suyo, y se iban casa a por más dinero para continuar con el juego. En otras muchas ocasiones vi pedir fiado al dueño del bar, para terminar la partida en busca de saltar la banca de la máquina, que la más de las veces no servía para cubrir la inversión realizada en busca del premio. Pero todo esto lo veía un poco distanciado, entre el estupor y la sorpresa de ver a la gente enajenada por este juego perverso. Nadie cercano en el afecto a mí, cayó en este vicio del juego, a nadie vi caer de manera tan próxima en la ludopatía como a él, llegar al extremo de gastar más de quince mil pesetas* al día en el juego era alucinante, ver como las palabras que le decían para evitarlo caían en saco roto. Ser testigo de ello pero sin la confianza de la amistad, -aún no la había entre ambos-, para intentar inmiscuirme e intervenir en el asunto, era como ver una función o una película en la que ves que el camino que están tomando las cosas no van traer nada bueno, pero que no podrás cambiar nada del guion para evitarlo y todo sucederá sin remedio. Incluso, en parte, te da un poco igual como acabe la cosa, ese que no te es cercano, te es solo alguien que ves y aunque poco a poco se acerca, bajo ese halo de luces y sonidos le tienes algo denostado.

Un día, quedamos los colegas para salir de copas, y no sé muy bien cómo pasó, el caso es que se incorporó a la salida. Luego, más adelante, coincidíamos en algunos locales y poco después se unía de vez en cuando a algunas salidas, aunque fue mucho más tarde – o no tanto, el recuerdo se diluye y confunde- cuando fue integrándose con frecuencia, como uno más del grupo.

Antes de ese momento ya se vio un cambio en él. Ya no era ese individuo plantado delante de una máquina “tragaperras” desangrando su cartera. Sorprendentemente, por si solo había dejado y apartado ese vicio, esa enfermedad que es la ludopatía, incluso podía echar en la máquina las monedas que le sobraba del pago de un café, y no continuar jugando. Para mí era asombroso ese cambio, de estar totalmente abducido por el juego a dominar ese impulso irrefrenable que lleva a los enfermos por esta patología. Su control era tal, hasta el punto de no tener que evitar su contacto, como sería lo más lógico para no caer en la tentación de nuevo. Pero como no todo puede ser perfecto, sustituyó aquello por algo nuevo. Con el tiempo lo veo con más claridad, veo como si el juego hubiese sido una evasión, como antes lo fue el deporte, y al abandonarla era sustituida por otra, y esa otra esta vez era el alcohol.

Todos bebíamos bastante por aquellos años, el disfrute del alcohol era algo que en parte hacíamos todos sin excepción, pero básicamente los fines de semana y como momento de ocio y diversión. Él en un inicio no era muy bebedor, es más, cuando estaba en esa fase deportista, casi ni lo probaba. Pero supongo que con tantas horas allí en el bar y no siendo ya incompatible beber con su mantenimiento deportivo, pasó tras las comidas de los cafés y licores sin alcohol a los cafés acompañados con copa de pacharán y de las cervezas sin alcohol a las cervezas con alcohol. Una tras otra cerveza hacían que al cabo de las horas el alcohol se hiciese dueño de su comportamiento. Así paso una buena temporada en la que cuando te lo encontrabas por la tarde-noche, sus ojos vidriosos y algo inyectados en sangre delataban su estado ebrio, y su conversación se hacía pastosa y pesada. Era en esos momentos en los que quisieras haberte dado cuenta antes, viéndole de lejos su estado para poder evitarle, y como fuese el caso ya inevitable, buscaba uno la manera de desembarazarse de él.

Por esa época es cuando empecé a saber algo más sobre su familia. Él era hijo único, sus padres le tuvieron cuando eran algo mayores, sobre todo para aquella época, por lo que en esos momentos tenían una edad avanzada, pasando de la jubilación ya de largo. Su padre era alcohólico y su madre había perdido algo la cabeza, y de vez en cuando tenía que salir a buscarla por las calles porque se había ido y no volvía. En urgencias del hospital ya la conocían por su nombre puesto que se presentaba allí cada dos por tres, diciendo que se encontraba enferma, y entonces le avisaban a él para que fuese a recogerla. Fue saber de esta situación lo que me hizo entender un poco esta caída una tras otra en diferentes en obsesiones y hábitos que bien podrían ser debidos a trastornos de la personalidad producidos por una situación familiar estresante y dura. Incluso el hábito de fumar adquirido tras dejar el gimnasio, lo cogió con gran entusiasmo pasando de no ser fumador, a en poco tiempo consumir casi dos paquetes diarios.

Además, el trabajo tampoco le iba bien y se empezaban a complicar las cosas, ya había pasado la edad dorada del sector en el que trabajaba, ganando hasta esos años un muy bien sueldo. La irrupción cada vez más de nuevas tecnologías, ya había empujado fuera del sector a alguno de mis amigos que trabajaban en el mismo sector, pero él algo más cualificado sobrevivía a estos recortes de personal en las empresas, pero no se libraba del recorte de sueldo y con la amenaza del despido constante, que poco después se precipitó, cerrando su jefe la empresa y dando suspensión de pagos, por lo que no obtendría indemnización hasta que un año después obtuviese una pequeña compensación de unos tres millones de pesetas por resolución judicial, muy lejos de lo que le correspondía por sus años en aquel empleo. No estuvo demasiado tiempo en paro, enseguida ese mismo jefe que había cerrado la empresa le contacto para trabajar en una nueva empresa creada por él, pero esta vez le ofertaba el trabajo a cambio de trabajar sin contrato.

Ya por entonces el coqueteo inicial con la cocaína había ido tomando mayor protagonismo, a la vez que drásticamente y sorpresivamente había vuelto a las cervezas sin alcohol y dejar de beber con fruición, salvo algunas noches que tomaba algunas copas, ya no era ese estado de embriaguez constante antes de llegar la oscuridad y que saliésemos a tomar algo por los locales del barrio. Había vuelto a hacerlo, a salir él solo de una adicción, esta vez del alcoholismo que se había hecho más que patente para todos durante muchos meses, pero a cambio estaba entrando en un terreno peligroso de papelinas y menudeo, de visitas a bares y casas donde se traficaba.

Yo era testigo de cómo bajaba al infierno, incluso le acompañé durante algunos escalones, testigo de cada una de las adicciones y como reflotaba sin ninguna explicación al igual que había caído en ella. Era llamativo como podía hacerlo y parecer que quedaba inmune y sin ninguna secuela. Ahora había pasado de “pillar” los fines de semana entre todos y no todas las semana, a no salir ninguna noche de copas sin medio gramo en el bolsillo, que enseguida paso a ser un gramo, y de ahí a tener unas rayas a mano a diario, todo esto se desbocó durante el verano. Lo supe después, a la vuelta de mis vacaciones y de mi ausencia del barrio de casi tres meses y de no salir con la gente de allí por diversas razones.

A principios de ese año, había metido a su padre en una residencia, al que visitaba los fines de semana, y él se había quedado en su casa con la madre que no quería ser encerrada. Lo hizo, puesto que ya no aguantaba la situación en el hogar con los dos, uno borracho, otra loca. El padre accedió de buen grado el trasladarse a la residencia pero la madre se negó armándole una buena bronca y no hubo más remedio que continuar con ella en la casa, minándole la moral y dejándole los nervios de punta constantemente. Quería a la madre, pero sentía un fuerte deseo de que todo acabase, que desapareciese el problema, que ella muriese sería una liberación. No sé si sería esta la causa, ese peso encima de sus hombros de la madre y el padre y su soledad para enfrentarse a ello, lo que le hizo caer en el polvo blanco en barrena.

Cuando volví a verle tras ese verano, es cuando me enteré del desboque de la situación con la cocaína, en tres meses se había pulido los tres millones de pesetas de la indemnización y otro más de lo que tenía ahorrado. Alucinado se queda uno al ser consciente del ritmo de consumo de la droga para dilapidar tanto dinero en tan poco tiempo. Debía haber sido bestial, a todas luces, evidente por el aspecto físico que tenía, bastante más delgado y demacrado y un constante sorber las narices como cuando uno está acatarrado o alérgico o tiene algún problema nasal que no le permite una respiración correcta. Cuando hablabas con él no pasaban ni breves segundos sin ese sorber rápido como si alguna mucosidad estuviese a punto de escaparse por sus fosas nasales. Fosas que a veces por descuido tras el regreso del baño, venían tiznadas de blanco y había que hacerle algún gesto para que eliminase aquella prueba de polvo estimulante. Las visitas al servicio eran constantes y muy seguidas, evidenciando que cada vez necesitaba más y más sustancia para encontrarse a gusto y pletórico y locuaz.

Yo me fui alejando, poco a poco, mis relaciones con los del barrio fueron enfriándose conforme aumentaban mis relaciones en otros lugares, conforme buscaba mi propia tabla de salvación. Al igual que había llegado a tratarlo, fui desprendiéndome de su compañía y de la de mi compadre, cada uno de nosotros buscaba su manera de seguir la vida sin que esta nos fracturase el futuro antes de tiempo,  nosotros dos habíamos encontrado pareja, alguien con quien compartir pero él no, el seguía en el camino en soledad.

Nunca había estado en un lugar como aquel, siempre que había pasado por delante de la puerta miraba con cierta duda lo que podría acontecer allí,  cómo sería por dentro, pero casi con la certeza de que nunca lo vería ni lo sabría por mí mismo, qué equivocado estaba. Fui allí un tanto azorado y nervioso, acompañado de mi pareja, en el horario que mi compadre me había dicho que podría acceder. Pensé que era más difícil conseguir entrar a un lugar como ese pero no lo fue, sin casi trámites tuvimos el paso franco a la visita, cierto que tampoco vi demasiado del lugar, solo algunos pasillos de la segunda planta y una sala como de espera o de reunión que me dio la sensación de incómoda y deprimente. Al vernos, él se sorprendió. Había pasado una semana, y apenas tiempo desde la muerte de la madre.

No recuerdo muy bien quién me dio la noticia, si alguno de mis hermanos o mi compadre con el que yo más compartía con él. De éste sí que recuerdo informarme del horario de visita, cuando le preguntaba el cómo y el porqué. La noticia fue como un bofetón, no lo podía creer, se había pretendido suicidar intentando clavarse un cuchillo en el pecho.

Se elucubra mucho sobre los suicidas, sobre si realmente se quieren quitar la vida o solo pretenden llamara la atención, o si se produce un desequilibrio momentáneo que en un punto se revierte y se toma conciencia de lo que está realizando y no lo lleva a término o quizás a veces lo demora para que alguien lo libere y rescate de eso que está intentando finalizar.

-No es fácil suicidarse-, me dijo; -Pensé que sería sencillo clavarse el cuchillo pero estaba muy duro, no penetró-. Lo había intentado en medio del pecho y el cuchillo chocó con el esternón y eso impidió que entrase profundamente. La herida quedó en algo superficial, no con la hondura necesaria. Nos quiso enseñar la herida pero yo le negué la posibilidad, él quería destaparla y mostrar aquella marca de su envite a la vida, pero preferimos quitarle la idea, no era agradable la situación y menos allí, en un bar tomando un café, en frente del hospital. Hablaba lento, se movía lento, sin duda el efecto de los tranquilizantes que le suministraban daban ese resultado. Él parecía asumir con más normalidad que nosotros lo sucedido, nuestro pudor evitaba las preguntas morbosas de cómo fue la secuencia, de si llevaba mucho tiempo pensándolo o fue un arrebato, de como hizo para clavárselo, si se apuñaló directamente o si lo apoyó en algún lugar y luego empujo su cuerpo, su tórax contra el metal, contra la punta del cuchillo, ni preguntamos si era un cuchillo grande o pequeño y por este motivo no consiguió su cometido. Tampoco preguntamos cuáles eran los motivos para llevarle a ese extremo, a esa solución final, a esa determinación de acabar con todo, ahora que ya no tenía las trabas y la carga de la madre. Nada de ello preguntamos, quizás en el fondo no queríamos saberlo, quizás ni siquiera quisiéramos estar allí. No estábamos a gusto. Estábamos violentos, intentando acompañarle en su dolor pero sin inmiscuirnos en él, queríamos ayudarle pero ser asépticos y no salir manchados de aquello.

Con el tiempo me he preguntado si fui para que se sintiese bien y arropado y querido o para sentirme yo bien, para que mi conciencia quedase en paz y tranquila, diciéndome a mí mismo no le he abandonado, sé que no tiene a casi nadie y yo he ido, he estado con él, animándole, diciéndole saldrás de esta, el camino elegido no ha sido el correcto, pero que sepas que hay gente que te aprecia y que está junto a ti para lo que necesites, para seguir viviendo, no te abandones que nosotros no te abandonamos.

Si ya me había llamado la atención la facilidad para acceder, me dejó más perplejo la facilidad de los enfermos para salir de allí. Al fondo del pasillo le encontramos en aquella sala en la que él estaba viendo la televisión y sin esperanza de una visita, al menos una visita anunciada o ya sabida de antemano de algún familiar o amigo. Nos divisó a través de la cristalera, y su cara denotó un leve asombro, y una sonrisa algo bobalicona. Se levantó y vino a nuestro encuentro, nos abrazamos y cruzamos palabras de saludo e interés de cómo se encontraba. Le dijimos de sentarnos allí en la sala, pero él enseguida dijo que no, que mejor salíamos a dar un paseo. Esto nos dejó descolocados, -pasear, ¿a dónde?- nos preguntamos sin preguntar, quizás interrogándole con la mirada. Nos pidió un minuto para irse a la habitación a por tabaco, y enseguida volvió para dirigirnos y guiarnos el camino tras sus pasos deshaciendo los que habíamos realizado nosotros y yendo en dirección a la calle. En el mostrador de información nadie nos evitó la salida y el guardia de seguridad tampoco nos exigió ningún documento para franquear la puerta, cierto que él vestía de calle, con lo que podría pasar por visita en vez de enfermo. No entendíamos que de un Psiquiátrico se entrase y saliese con esa facilidad. Uno siempre piensa que los que están allí ingresados lo están por que no son dueños de sus actos y podría dañarse o dañar a los demás. Le preguntamos sobre este régimen de salidas libres, y nos contó que el pabellón en donde estaba él eran gente con diagnostico leve y podían salir con la visita a la calle hasta las ocho de la noche, y que los graves estaban en otra parte del edificio con la imposibilidad de salir.

Esto nos dejó más tranquilos sobre su estado mental, significaba que los médicos no le veían demasiado desequilibrado como para tenerlo encerrado. Tras un paseo por el bulevar que era aquella calle, decidimos tomar un café en un bar para estar sentados y hablar tranquilamente. La conversación transitó por lugares comunes, sin entrar a fondo en el problema que había degenerado aquella situación, aquel estar en un bar frente a un hospital con pabellones para enfermos mentales o de conducta o de cualquier otro nombre que le queramos dar para evitar la palabra que da tanto miedo. Todo transcurrió muy pulcro en nuestro hablar y comentar, más que por nuestras preguntas, supimos por su decir lento pero constante, que no sabía muy bien porqué lo hizo, que quizás todo lo vivido en los últimos tiempos en su vida y con sus padres le llevaron a hacer esa “gilipollez”, que hubo algo en su cabeza que le decía que lo mejor era acabar con todo, pero que tras esa semana en el hospital ya se sentía mejor y que creía que saldría en cuatro o cinco días. La hora de visita se estaba acabando, ya eran casi las ocho cuando le acompañamos hasta la puerta del sanatorio y nos despedimos hasta la semana siguiente, pero no hubo semana siguiente ni otra posterior, pasaron esas semanas y no regresamos, la excusa era buena; por exceso de trabajo no tuvimos tiempo de ir. Y después ya le dieron el alta. No habían pasado solo cuatro o cinco días más como él nos pronosticaba. Había pasado un mes más en el hospital.

Lo que aconteció después lo tengo más vago en mi cabeza, yo ya no paraba casi por el barrio. La relación con mi pareja y con amigos de otros lugares, fueron dando por finiquitada aquella fase de mi vida, y mi transitar por el barrio se hizo cada vez más esporádico hasta desaparecer al cambiarme de domicilio. Sé que le ayudaron a adecentar su casa, estaba hecha una pocilga, y hubo gente que le apoyó mucho en esos días, pero poco más sé, salvo que incluso estos que le ayudaron se fueron apartando poco a poco de él o él mismo los apartó.

Las pocas veces que le vi después de su salida del hospital, estaba hinchado por la medicación y seguía con esa lentitud en todo su ser que conlleva estar semi-sedado todo el tiempo, su discurrir en el pensamiento se resentía y parecía que sus reflejos mentales estaban atrofiados, ahora sí que lo veía como un enfermo mental, más, mucho más que el enfermo que me encontré en aquel hospital cuando salimos a tomar el aire y pasear por ese bulevar una tarde de otoño. A veces, si le veía de lejos, evitaba pasar por donde estaba, su conversación se me hacía pesada y latosa.

De vez en cuando, si pasaba por el barrio a visitar a mis padres preguntaba por él, pero ciertamente sin demasiado ímpetu e interés real por saber a fondo. Quizás sólo empujado por la curiosidad de saber si esta vez también saldría del infierno como otras tantas veces lo bordeo, y cómo no, creía que con algo de afecto por los años de noches de alterne compartidas. Las noticias eran siempre las mismas seguía de baja médica. No sé cuánto tiempo pasó con certeza desde el incidente del intento de suicidio y la visita al hospital, los encuentros posteriores a su salida y los no encuentros, por ser evitados, y ese momento en el que pregunté a mi hermano si sabía algo de él, y que como un jarro de agua fría me cayó cuando me dijo; “Pero tío, si murió hace tres meses, pensé que lo sabías”. Mudo me quedé, noté mi cara palidecer, no lo podía creer, no me había enterado del devenir final, nada me hacía presagiar este desenlace. Pregunté si se suicidó, pero me dijo que no. A que era debida la muerte no me supo decir, me dijo que una versión era que fue un fallo hepático, que aún con los medicamentos seguía bebiendo alcohol y eso le pudo producir la muerte. Otra vez pudoroso no pregunté, no quise interrogar a unos y otros qué le hizo morir, me aparté del morbo de saber quién le encontró, y como le encontró. Procuré no indagar más, pensar en ello era pensar que yo en más de tres meses no me preocupé por saber de su estado, era darme cuenta de que en el fondo me daba un poco igual su futuro, su existir cuando aún estaba. Era ser consciente de que mi afecto hacía él nunca fue muy fuerte, y eso cuando te lo encuentras de frente sin paños calientes, no es grato verlo y reconocerlo. Ya no tenía que evitarle, ya no estaría más.

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  .     *Peseta: Fue la unidad monetaria en España desde su aprobación el 19 de octubre de 1868 hasta el 1 de enero de 1999, cuando se introdujo el euro. (1 euro = 166,386 pesetas)

.     **En esta historia uno no sabe si fue la “puta cocaína”, como nos canta Supersubmarina, y pasar de ciento a cero lo que llevó hasta ese final de locura y demencia o fue sólo un estadio más en el recorrer y avanzar de un desvarío mental que acompañó toda su vida al protagonista.

«Ciento cero«

Electroviral supersubmarina

.     *** NA: Publicado originalmente el 14 de Noviembre de 2014. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Obediencia

06 viernes Dic 2019

Posted by albertodieguez in Música, Reflexiones, Relato

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Etiquetas

Ética, Conformismo, desafecto, Desafecto Social, El baile de los muertos, El juego de la muerte, La noche temática, Moral, Obediencia, Orden, Ordenes, pareja, Rebeldia, Ruptura, Santacruz, Supersubmarina, voluntad

Saber que era uno de esos pocos rebeldes me hizo verle con cierto punto de admiración, por no aceptar el incumplimiento sobre algo acordado y no aceptar la orden de callar y seguir como si no pasase nada. Contestatario de lo que no era asumible por ser gravoso para él y los que le rodean. Su acción de rebeldía posible, significaba enfrentarse al poder fáctico, y le puso en el punto de mira, le etiquetaron como un ser peligroso por oponerse y no plegarse, por no someterse al dictamen de los que ordenaban. Le tacharon de peligro social, de incitador a la ruptura en la convivencia, y responsabilizaron de provocar enfrentamiento entre unos y otros por su postura de insubordinación.

No creo en la anarquía, creo en las normas y que éstas se deben seguir para poder vertebrar los derechos y deberes en la ciudadanía, y la insumisión sin un argumento que razone la negativa o la protesta no entra dentro de mi ideario, pero cuando las decisiones se tornan injustas, o pueden dañar a otros, incluso llevarles a la muerte, o en detrimento del respeto y protección de minorías, o cuando esas decisiones incluso son contrarías a los derechos de las personas, estos argumentos se hacen tan evidentes que no cabe otra posibilidad que alzar la voz y decir: “no estoy de acuerdo”, “lo que se quiere hacer no es justo”, o “no puedo hacer eso”, cuando se nos conmina a ser los actores en ello.

Con su acto, me hizo pensar que yo también debería hacerlo, que debería salir de la cueva y luchar por lo justo, que no debemos ser cómplices del verdugo, que no debemos ser partícipes y mucho menos la herramienta con la que golpear a otros bajo la idea que nos inculcan de que no hay para todos, y así ser nosotros los que hagamos el trabajo sucio pisando a los demás insolidariamente, creando la coartada perfecta para reforzar la insidia de quién nos ordena.

Y su acción me hizo pensar que no ya solo contra las instituciones viciadas debería tener desobediencia, también cuando lo pactado y contratado me sea cambiado y variado, y no aceptar esas modificaciones con conformidad cuando las reglas han sido transformadas y el juego ya no termina según las condiciones iniciales, siendo alteradas unilateralmente y sin pacto alguno.

Pienso en mi actitud y en la de la mayoría de los que me rodean y veo disciplina extrema sin analizar si es correcto o incorrecto lo que se nos inculca y transmite, o a veces sabiendo que no es bueno, nos decimos: “no podemos hacer nada”, “es lo que hay” o “ellos tienen la sartén por el mango”, incluso a veces les respaldamos diciendo: “cierta razón tienen”; y todas estas respuestas que percibo no me gustan, pero dar el paso al frente angustia, y genera temor e incertidumbre. La pasividad contemplativa de muchos se convierte en el motor de transmisión para sentirse a salvo y que ellos lo entiendan como un acto activo de confirmación de sus acciones. Y ese dócil pasivo queda convertido en sumiso activo que da pavor.

La obediencia debida; asusta, da miedo cuando es llevada al fin último. No hay más que mirar al pasado. No alzar la voz, sumisión sin pensamiento. Nos auguran y anuncian el paso a seguir y en una carrera ciega nos lanzamos por la senda aprendida, silentes no dudamos la orden a cumplir cómplices del poder. Olvidamos la lucha y la trasgresión para estar confortables con nosotros mismos. Nos decimos: yo no he decidido, fueron de otros las órdenes, los castigos, los dolores infligidos, los desmanes sociales por otros fueron debidos, no yo, que no decidí, no yo, que sólo actué como me mandaron, como me dijeron que debía de hacer, ellos dijeron que era por su bien, por nuestro bien. Traicionamos lo conseguido, con voluntad rendida, nos refugiamos en obediencia debida. Callamos, asumimos y otorgamos la verdad por otros decidida, bajo el manto de la sumisión nos amparamos para no decir no, cerramos o nos vendamos los ojos para no sentir, y con un balido nos vale para asentir.

Nos quedamos quietos, sin decir ni hacer, acurrucados en el seno del hogar, y las protestas las miramos lejanas, como si ellos, los que las hacen y se oponen, fueran de otro lugar, de otro país, de otro planeta, no vecinos y amigos, ni compañeros ni familia, y los miramos como a niños que tienen pataleta, puesto que los que mandan así nos lo cuentan: “que no te influya”, dicen,  y procuran el desprestigio argumentando el capricho insolidario de aquellos que se manifiestan y se rebelan. Nos plegamos a su envite de sosegada incumbencia, y nos piden transigencia por nuestro bien. Disciplinados aceptamos el mandato de fiel siervo que a su amo debe respeto, si el daño es a otros y a nosotros no nos va en ello, que luchen los demás por conseguir lo que todos perdemos. Perdida nuestra dignidad y nuestra moral, y nuestros principios añicos hechos, que podemos esperar de una sociedad que se esconde bajo el halo del mandato satisfecho.

Cuando con gran excitación le conté a ella lo que había hecho él, y todo lo que había provocado en mí, cómo había revuelto todo mí interior, me miró raro. Llevábamos cuatro años conviviendo y nos sabíamos diferentes uno del otro pero nunca había visto esa mirada. No coincidíamos en muchas cosas, pero sí en la atracción y el amor que nos teníamos desde que nos conocimos, todo bien sazonado con buen sexo, eso nunca nos faltó. Pero esa mirada me puso en alerta, y tanto me movió como la acción de él.

Me había dejado llevar por el conformismo, casi siempre siguiendo las decisiones de ella, y no poniendo nunca en duda que era lo mejor para ambos, siempre evitando la confrontación y guardando en un cajón los temas en los que divergíamos. Ella pensaba en nosotros como un todo, y quería estar en una burbuja, que no nos influyeran las cosas que nos rodeaban, decía que nuestra felicidad estaría asegurada si nos manteníamos al margen de lo que podría perturbarnos. Pero,  ¿cómo se vive al margen de la sociedad que nos rodea?, ¿cómo podemos evitar que no nos afecten los actos de los demás? Esa mirada me descubrió que aunque la quiera no puedo ni quiero dejar de alterarme con las acciones de los otros, pero quiero tener a alguien que me acompañe en ese camino, no quiero la obediencia ciega que estaba teniendo con ella y hacía ella, y supe que por ese camino no me seguiría. Descubrí que la primera rebeldía la tenía que afrontar en casa, decidirme, y no resignarme, ¿cómo convivir con esa mirada? Y fue ver sus ojos en mí y brotar las palabras calladas sin saber que las callaba, fue ver su asombro y su displicencia a lo que le contaba, y surgir con brillo de tristeza en mis ojos la frase que lo precipitó todo: tenemos que hablar.

 

 

 

.     *Para el texto de hoy la banda sonora nos la pone Supersubmarina con su llamada a despertar del letargo, un mensaje muy próximo al del relato.

«El baile de los muertos«

Supersubmarina-Santacruz-Frontal

    **Os dejo el enlace a la noche temática «El juego de la muerte» un buen documental (que recomiendo) sobre la obediencia y la influencia del medio televisivo, y que tuvo mucho que ver en que surgiera este texto.

«El juego de la muerte«

.     *** Publicado originalmente 1 de Octubre de 2013. Hoy recibe una segunda oportunidad.

No me quieras cambiar

23 jueves May 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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cambios, guía, Gurú, identidad, Música, pareja, renuncia, reproches, Santacruz, Supersubmarina, Tecnicolor, vida, vivir

Siempre con reproches, quieres que cambie, pero no lo entiendo, me conociste así, con mis despistes y mis dislates. Desde niño me viene esta forma de ser, toda la vida estuve un poco ensimismado. Fui algo etéreo, con mis pensamientos y ensueños, mi soledad, mis lecturas y juegos en solitario. Me pides que me centre, que así no voy a ninguna parte, pero tú no comprendes que es esencia de mí, que si extirpas algo ya no seré yo, lobotomizado me convertiría en un vegetal, sería cesar antes de tiempo, y eso lo tenía previsto con más de 70, pero no por debajo de los 30. Y no estoy dispuesto a renunciar por ti, si insistes deberé partir, no hay elección no puedo subsistir, si me vetas me puedo morir y no quiero vivir como zombi sin sentir.  La vida con renuncias deja de ser vida plena, frustrar a sabiendas vivencias es renunciar a la existencia.

No puedes pedir que abandone una parte de mí por estar junto a ti. Me estás intentando domar como a un animal, y tienes que concebir que soy adulto para elegir, para tomar mis decisiones, y cuando me dices lo que debo hacer, decir, y como estar, me ahogas y me anulas, y no lo voy a aguantar. Lo intenté, procuré no ser inflexible, y por un momento llegué a pensar que era culpable de que lo nuestro se enquistase, que la relación se fuese bacheando como un camino destartalado y sin destino, que lo que hace es sobresaltarnos a cada paso, en cada salida, haciendo del viaje un martirio en vez de una delicia.

Quieres que deje a mis amigos de antes, que traicione de donde vengo y que comience desde cero, como un androide, sin recuerdos y sin sentimientos. Me dices que si sigo por mi senda me equivocaré y no elegiré el mejor destino, que tú me guiarás y que sabrás llevarme por el buen camino, y me sonrío, pensando que me hablas como un Gurú que intentase dominar mi discernimiento, y casi lo consigues, pero desperté a tiempo para darme cuenta de que ese no era yo. No sería el yo que conocí desde pequeño.

Tus desplantes a mis esfuerzos por amoldarme me dejan perplejo, no te sirven, siempre quieres más y te lo avisé, ya no puedo más, seguramente exploraré en otra parte una nueva opción que me aleje de tu sinrazón. Si no te gusta como soy, deja de enjuiciarme y mira a otro lado para buscar, quizás encuentres una persona que puedas malear. Te doy una oportunidad  para que entiendas que eres tú quién debe cambiar, que no puedes a todos manejar y a tu antojo modificar. Déjate llevar, tanto control te va hacer mal. Vive y disfruta, si no al final te vas a asfixiar. No vives la vida con la alegría debida, siempre pensando en lo que digan. Despójate de todos tus corsés, sino te prometo que la próxima vez que vengas ya no estaré.

 

 

 

 

.     *Supersubmarina nos trae su potente grito contra la pareja que intenta cambiar al otro, al igual que en el texto el protagonista busca respirar y poder mantener su identidad.

«Tecnicolor«

.     **NA: Publicado originalmente el 14 de Junio de 2012. Hoy recibe una segunda oportunidad

 

Una sonrisa amplia y limpia

21 lunes Nov 2016

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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alcohol, Ana, Música, Niebla, Sonrisa, Supersubmarina

Ellos eran parte del local, no tenían que esperar la “cola” y si había mucha gente entraban por la puerta de atrás, el jefe de la sala les invitaba, los camareros les conocían y en cuanto les veían les servían, no era necesario decir lo que querían ellos ya sabían cual trago era el que escanciar, la fuerza de la costumbre les había unido y conocían sus gustos, iban al menos un par de veces por semana, cuando no alguna más, después de varias rondas siempre eran invitados a unos chupitos de whisky y a la tercera o cuarta ronda eran premiados con una gratuita, como es normal esta ingesta de alcohol hacía sus efectos, estimulando todos los sentidos y dejando la mente en un estado de ebriedad soñolienta que hacía que todas las chicas flotasen como bellezas inalcanzables, pero que de vez en cuando se hacían alcanzables, y hubo un periodo de tiempo que las vacas gordas pulularon a su alrededor, la suerte sobre las conquistas se hizo creciente y eran muchas las que entablaban conversación con él. Curioso que cuanto más ligaba, más chicas se le acercaban, saludaba a unas y otras de días anteriores, y quizás fuese esto lo que hacía que otras nuevas se interesasen por él.  Un día besaba apasionadamente a una chica y otro a una diferente, sin esconderse de la primera, la audacia le llevaba a un descaro sin miramientos, la seguridad en sí mismo le conducía a tal atrevimiento que en una misma noche llegaba a estar besándose con varias en diferentes momentos, bailando con unas y otras, pero llegada la madrugada allí donde roza con el alba, se solía ir solo, sin compañía, seguido solamente por el séquito del alcohol, y beodo, comenzaba el regreso a casa. Él creía que esta bonanza nunca se acabaría, que esa soledad de regreso era elegida y que cuando quisiera podría cambiarla y quedarse con alguna de las chicas en vez de con el alcohol, pero se equivocaba, llegó el instante en el que empezaron a desaparecer las devotas mujeres que le miraban con deseo y esas miradas pasaron a ser de desdén, y ya no hubo más bailes ni besos ni ojos invitadores, todo se truncó, y entonces recapacitó sobre los últimos meses, sobre su comportamiento con algunas de aquellas mujeres, pasando por su cabeza muchas situaciones vividas, y entonces, supo que la chica de ojos saltones, boca amplia y sonrisa limpia, con cierto aire a Susan Sarandon, a la que él no encontraba del todo bella, es con quién más a gusto se descubría, él intuía que a ella le gustaba mucho, pero ella no se dejaba atrapar cuando, algo bebido, él se le insinuaba más sexual. Le decía que a él realmente la que le gustaba era su amiga y que ella “pasaba”, que era “un cara”. Pero poco tiempo después consiguió traspasar esa barrera que ella le imponía y una noche ambos se dejaron seducir mutuamente, y su boca se le entregó y él entregó la suya, y surgieron como un soplo placeres contenidos de un tiempo detenido, allá en esos días iniciales en los que sus destinos sólo eran paralelos en base a terceros. Y desde ese momento, cuando iba al local, sin darse cuenta siempre la buscaba oteando desde la barra hasta localizarla para más tarde, ya avanzada la noche, procurar dejarse caer por sus proximidades y saludarla y hablar e intentar volver a besar su amplia y limpia sonrisa, y empezó a echarla de menos cuando ella no iba o no la localizaba desde su atalaya, pero seguía intentando nuevas conquistas estuviese o no estuviese ella, aunque si aparecía terminaba a su lado charlando; su grata conversación lo envolvía en un estado de deleite acrecentado por la bebida consumida, y sucedió, casi como presagio de lo que vendría después, que desapareció, dejó de ir por el local y la ausencia lo dejó algo vacío, sintiéndolo como anticipo de la soledad que vendría después al desaparecer el resto, y aunque tenía su teléfono nunca lo marcó para saber de su ausencia, al fin y al cabo quién era él para decirle porqué me has abandonado, por qué no nos vemos, cuando le había dado tantos motivos al no dejar de coquetear con tantas otras.

El destino quiso juntarles una vez más, por azar, se encontraron una noche en otro lugar, ella llegó por la espalda y le tapó los ojos, tras la alegre sorpresa, se pusieron al día de todos estos meses sin verse, y llegó por fin lo deseado, la larga noche terminó en su portal que estaba cerca de este nuevo lugar de copas que fue testigo de su reencuentro, ya era de día y se alargaba la despedida, tras insistencias de él accedió a que subiese, y tras un breve titubeo se enlazaron con desenfreno; ella tenía unos pechos turgentes, redondos y duros y su boca estaba más lasciva que nunca, sus besos siempre fueron suaves y lentos, pero esa noche fueron duros y violentos, sus bocas se partieron una y mil veces, terminaron dejando sus ropas esparcidas por toda la casa según avanzaban hasta el dormitorio, y allí, en la cama, hicieron el amor descubriéndose todo el deseo acumulado durante tanto tiempo, el sexo lo inundó todo, con fiebre de amor, con intemperancia y sin medida, recorriendo todos los rincones de sus cuerpos con manos ávidas uno del otro, con las bocas carnívoras y deseosas de la piel y la carne, y con el orgasmo supurando por todo el cuerpo quedaron exhaustos de placer inmenso, y agotados, durmieron largo tiempo.

Ella trabajaba al día siguiente en turno de tarde, y él le acompañó al trabajo, después no se volvieron a ver nunca, y de vez en cuando la echa de menos y no sabe todavía porqué no la llamó, porqué cuando hubo alguna llamada de ella no respondió, porqué desertó, qué miedo le dio aquel sentimiento que sufrió aquella noche, qué negra espalda se cernió sobre su mente para salir corriendo, quizás fue porque estúpidamente no le parecía lo bastante bella, y a veces se le aparece su sonrisa amplia y limpia, tan carnosa y seductora que se pregunta por qué huyó de ella.

 

 

.     *Supersubmarina nos trae su música potente para completar el texto de hoy.

«Niebla»                                                       «Ana«

.     **NA: Publicado originalmente el 14 de Febrero de 2012. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Corporeizando la relación virtual

02 martes Feb 2016

Posted by albertodieguez in Música, Reflexiones

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amor, deseo, El encuentro, Futuro, Música, Realimentación, sexo, Soledad, Supersubmarina

marckostabi

 

Ellos haciendo el amor físicamente y cada uno de ellos conectado a otro haciéndole el amor virtualmente…

Vio el negocio de futuro rápidamente y no tardó en ponerlo en marcha. Eso que nos parecía tan lejano e imposible, percibir la piel y la caricia del amado en la distancia ya no sería utopía, eso prometió. Los servicios que su empresa facilitaba tuvieron enseguida una buena acogida por la mayor parte de la gente. No había fronteras laborales, hoy aquí mañana allí, en la Tierra o en las colonias espaciales de la Luna o Marte, con tanta movilidad las parejas quedaban separadas por periodos de tiempo bastante amplios quedando su relación postergada al entorno virtual; envío de fotografías holográficas y vídeos, mensajes escritos y video-llamadas para saber uno del otro, para compartirse el día a día y las experiencias que estaban teniendo por separado en esos meses de alejamiento no totalmente voluntario, y cómo no, para contarse cuánto se echaban de menos, terminando muchas veces con situaciones de sexo virtual descerrajado en un onanismo compartido a distancia. Todo esto hizo que fuese bienvenida una oferta que diese calidez y corporeizase esos momentos en los que la añoranza física se hace demasiado pesada, el cuerpo necesita de otro cuerpo, la piel necesita piel y no solo la propia. Cuando las palabras y las imágenes no son suficientes y la mente añora algo más tangible, más físico, más primario, más animal, ahí están ellos para dar un servicio de gran beneficio social. Sin ellos, los datos de rupturas de parejas se desbocarían, había llegado a decir; – Es la manera de conseguir sentir realmente durante un contacto sexual virtual, está enfocado principalmente a parejas que no pueden estar juntas por diversos motivos, y sin este servicio terminarían en infidelidades. La empresa ofrece a cada uno un partenaire que pone su cuerpo a disposición del cliente. Cada miembro de la pareja está en un lugar pero por medio de la tecnología más avanzada se estarán viendo y oyendo, estarán juntos, haciendo el amor en la distancia con los cuerpos prestados. Pero también esto sirve para gente que idealiza hacer el amor con otras personas y que nunca será posible llevarlo a cabo, tendrán un cuerpo a su disposición y las imágenes de su ser deseado allí en su momento de mayor disfrute, compartiendo esos momentos de pasión con ese ser inalcanzable.

 

 

.     *Y somos solo el elemento que se funde en el contacto de los cuerpos, como canta Supersubmarina.

«El Encuentro«

Supersubmarina-Realimentacion_Ep-Frontal

 

.     **NA: Este texto surge como un ¡¡zas!! al ver el dibujo de arriba en la entrada de By dándome pie instantáneamente a esta fantasía. Desconozco el autor del dibujo, la foto es de Marckostabi cogida del blog de Bypils.

***By, te puse el ¡zas! en los comentarios pero luego lo borré para pulirlo un poco y publicarlo aquí, por eso sólo te puse lo de la idea… 🙂

 

El accidente

28 lunes Sep 2015

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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Accidente, cerebro, daño cerebral, Ictus, locura, Música, Supersubmarina, Trastorno mental, Trastornos oculares, Tráfico

En el blog “el bic naranja”, su autor Fernando Vicente, los viernes propone un ejercicio de creatividad, mostrando un vídeo o una foto para que cada uno desarrolle y cuente la historia que le sugiera ese elemento; catalizador y detonante. Esta vez su propuesta fue diferente y en vez de una provocación visual fue textual. Traigo aquí mi aportación que hice empujado por lo que proponía, llevándolo al extremo.

.

El accidente.

Todo cambió en aquel accidente de tráfico, aunque quizás pudo ser un año antes cuando tuvo el ictus que durante un tiempo le dejó temporalmente con negligencia hemisférica. Sintió que la vida se le truncaba y ponía muy cuesta arriba en ese momento, luchó por superarlo y superarse de aquel revés, fue duro para él y para los de su alrededor, sobre todo en esos momento en los que tuvo brotes del síndrome de Charles Bonnety, en los que parecía haber perdido la cabeza con sus visiones, angustiando a todos los que le querían. Por suerte aquello fue remitiendo, y aunque tuvo durante un tiempo visión ciega no viendo todos los objetos que estaban a su vista, poco a poco fue recuperando todo el campo de visión, y así empezó a dejar de sentirse un inválido tan joven, poco había pasado desde sus cuarenta. A los ocho meses del infarto cerebral ya casi estaba recuperado del todo y con ánimo para volver a trabajar, necesitaba salir de ese encierro rutinario del enfermo sin demasiado horizonte. El médico le dijo que podía volver a conducir por la mejoría de su vista, y esto fue otro empujón hacía la normalidad.

Volvía a ser octubre un año después y por fin regresaba a su puesto de trabajo, el siempre odiado trabajo se convertía en una bendición. Con pareja, tras un tiempo de oscurantismo anímico tras su divorcio y un año negro por la enfermedad parecía que la vida se le mostraba desde cero, una oportunidad nueva para la felicidad.

Tres días disfrutando la euforia, y al cuarto, volvía el desastre. Fue visto y no visto. El impacto brutal dejó el coche para desguace, el vehículo que lo embistió a gran velocidad se saltó el semáforo justo en el fatídico momento en el que él pasaba por ese cruce. De ese instante realmente no recuerda nada, sabe lo que le contaron, que tuvieron que sacarle los bomberos al quedar atrapado dentro del coche y cómo los presentes pensaban que estaría muerto; había mucha sangre y él estaba entre un amasijo de metal y plástico. Los creyentes hablarían de un milagro, los que creen en el destino pensarían que no le había llegado su hora, y otros, que simplemente tuvo buena suerte.

Cuando recuperó la conciencia varios días después en el hospital, estaba bastante sedado por los múltiples traumatismos resultantes de la colisión; Los órganos internos no sufrieron daños preocupantes, y a nivel sicomotriz no tenía problemas con sus extremidades, al menos no había quedado paralítico; aunque no le permitían moverse por las costillas rotas y por las cervicales que sí habían sufrido con el impacto y un collarín las inmovilizaba. Las primeras horas al despertar, algo desorientado sufría de akinetopsia, al principio no lo percibió pero al momento que entró una enfermera y se dirigió hacia él pensó que algo andaba mal, la veía desplazarse como fotograma a fotograma, además veía el mobiliario de su entorno como encogido, mucho más pequeño de lo que debería ser, le vino a la mente Alicia. Él no sabía que estaba sufriendo micropsia. Las pruebas oculares que le habían realizado habían dado como resultado que el ojo debería ver con normalidad, pero no estaban seguros de que el cerebro no hubiese sufrido daños irreversibles, con la recuperación de la conciencia podrían empezar a evaluar si esos daños que en las pruebas diagnósticas se perfilaban como posibles se hacían realidad y mostraban su cara más amarga. Esos primeros problemas visuales fueron desapareciendo a los pocos días, los médicos en ese momento pensaron que quizás fuera como una especie de reajuste, como cuando una máquina ha sido desconectada y necesita unos minutos para volver a sincronizar los diferentes periféricos. Esos mismos días en algunos test visuales detectaron que tenía problemas para interpretar objetos de su entorno, los veía pero no podía saber que eran, como si fuese la primera vez que lo veía o se le hubiese borrado la palabra para designarlo; pronto se dieron cuenta que el problema no era visual, los ojos ya trabajaban correctamente pero era el cerebro el que no interpretaba lo visualizado el diagnostico no podía ser otro, estaba padeciendo agnosia visual, y aunque había mejorado y superado otros problemas visuales, eran pesimistas ante este diagnóstico que constataba el mal presagio de que el cerebro había quedado dañado.

Fue tomando conciencia de lo sucedido según le fueron contando el accidente. Durante su estancia en el hospital no dejó ni un día de maldecir su mala suerte en la vida, se lamentaba de su destino, llegando a pensar hasta en la superstición del mal de ojo; -¿Quién me quiere mal? ¿Quién me ha echado el cenizo?

Tardó cinco largos meses en salir del hospital, el estado físico había tenido una recuperación relativamente rápida, pero la parte neurológica llevó más tiempo, hasta que los doctores decidieron permitirle la salida del hospital y que acudiese periódicamente a las consultas. Ahora hace vida casi normal en la residencia en la que está internado desde que por el síndrome de Capgras se hizo insostenible la convivencia con él por los brotes tan continuados. No se fía de nadie, piensa que todos lo quieren engañar y que suplantan a sus familiares para conseguir su fin, piensa que todo el mundo le quiere joder la vida; – ¿Qué he hecho yo para que la gente me quiera mal? Hoy cumple cuarenta y ocho años, hoy otra vez no entenderá porqué algunos extraños vienen a verlo con su chica y una tarta.

.

.

.     *El protagonista termina moviéndose entre lo visionario y la realidad… como nos canta Supersubmarina.

«Supersubmarina«

Supersubmarina - Supersubmarina Ep

.

****NA: Vicente en su propuesta nos decía:

La semana pasada leí este artículo sobre trastornos visuales que me hizo pensar acerca de lo mucho que dependemos de que nuestros ojos no nos engañen. Y se me ocurrió que tal vez podríais escribir historias relacionadas con alguno de estos trastornos:

negligencia hemisférica: incapacidad para ver nada lo que sucede en la mitad izquierda de tu campo de visión.

síndrome de Charles Bonnet: los que lo sufren, ciegos o personas con visión mermada, experimentan alucinaciones visuales que les hacen “ver” con todo detalle imágenes lógicas (gente, lugares…) o totalmente disparatadas.

visión ciega: el cerebro no es capaz de interpretar parte de las imágenes que los ojos le transmiten por lo que el paciente no ve algunos objetos de su campo visual. Sin embargo, si debe esquivar esos mismos objetos, el cerebro los “verá” y ordenará al cuerpo que los sortee.

akinetopsia o incapacidad para ver el movimiento: las personas que la sufren perciben el movimiento como una sucesión de imágenes fijas.

micropsia: percepción de lo que te rodea como más pequeño de lo que en realidad es.

agnosia visual: la persona es incapaz de reconocer o comprender estímulos visuales. Puede ver con normalidad,  pero es incapaz de interpretar25 lo que está viendo.

síndrome de Capgras o de los dobles: quien lo padece es incapaz de asociar el rostro de un ser querido con dicha persona y lo considera un impostor.

Reconozco que esta semana os lo he puesto difícil, pero, si lo pensáis, un protagonista con alguno de estos trastornos os dará mucho juego.

.

** Como puse al inicio, yo lo llevé al extremo y mi personaje sufrió todo, y no sólo uno de los trastornos.

Arrasando

22 viernes Nov 2013

Posted by albertodieguez in Música, Micropoesía

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amargura, amor, Canción de guerra, desamor, dolor, incendio, Ruptura, Santacruz, Supersubmarina

Micropoema 4-Arrasando

    * Antes de quedar arrasado, llegará el amargo fin que nos canta Supersubmarina. 

«Canción de guerra«

Supersubmarina-Santacruz-Frontal

NA: La tarjeta realizada con Notegraphy.

Abrasado sueño

06 viernes Jul 2012

Posted by albertodieguez in Música, Poesía

≈ 12 comentarios

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abrasar, cuerpo, locura, Música, Para dormir cuando no estés, Santacruz, sentidos, sueños, Supersubmarina, tentación, tristeza, volcan

En la penumbra más lacerante,

te he encontrado acurrucada,

sintiendo la desdicha.

 

Temo acabar loco,

por el tiempo que pienso.

Pienso en lo que no llegó a ser,

en lo que pudo y no fue.

En la simple tristeza

que acongoja mi ser.

.

El viento ondea tu dulce cabello

de luna resplandeciente.

Ardores crecientes.

La luz ilumina tu ser.

Incandescente, abrasador.

Turbio deseo de ser convertido

en cenizas por tocarte.

 

Al menos unos segundos de complacencia,

de efímero placer,

que queda abortado

por ese fuego,

que todo lo arrasa.

Tu cuerpo se convierte en volcán.

Tentación irremediable,

que al abismo de los sentidos

deja huérfano por tus brasas,

devoradoras de sueños,

sueños cercenados,

que serán culminados,

cuando tú no estés.

 

 

.     *Supersubmarina también está aprendiendo a dormir y soñar cuando tú no estés, como en el poema.

«Para dormir cuando no estés«

Perdiéndote

05 jueves Jul 2012

Posted by albertodieguez in Música, Poesía, Relato

≈ 5 comentarios

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Amistad, amor, De las dudas infinitas, espera, Música, mirada, perdida, Santacruz, Supersubmarina

Fundido

por la apatía,

sigo la silueta

de tu mirada,

ella me enseña,

me muestra,

lo simple

del alma,

retazos de

un ser

desvalido,

sin casa,

ocupa de

la Nada,

que todo lo llena

y todo lo abraza.

 

La luz trémula

alumbra tu mirada,

tristes ojos,

¿qué te pasa?

deseo acunarte,

te siento desvalida.

Tranquila,

allá donde vayas contigo estaré.

Aunque a mil kilómetros estés,

si me necesitas, yo estaré.

Aún mil años después,

si suspiras, yo estaré.

Si necesitas llorar, yo estaré.

Porque soy tu amigo,

porque no te olvido,

porque te quisiera aquí conmigo,

aunque hayas elegido otro camino.

Si me necesitas, avisa,

llámame con tu risa,

yo te daré la bienvenida

para correr juntos nuevas avenidas.

 

 

 

.     *Muchas veces por las dudas infinitas como las de Supersubmarina, se diluyen afectos, que al final se pierden y nos separan, y solo nos queda esperar que algún día vuelvan a nosotros.

«De las dudas infinitas«

La vida está llena de afectos y desafectos.

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