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Archivos de etiqueta: paseo

Suave amarillo pastel (o una locura veraniega)

24 martes Mar 2020

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 17 comentarios

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ascensor, Buena Suerte, calor, casualidad, ciudad, deseo, encuentro animal, escalera, lectura, locura, Los Limones, Música, paseo, Persecución, placer, sexo, Sube la marea, Te voy siguiendo, Verano

Hacía mucho calor. Uno de esos días tórridos de verano. Iba leyendo por la calle cuando al alzar por un momento la vista del libro me topé con aquella visión. No sé si fue el calor o ese contoneo suyo al andar, o esa falda amarilla ajustadísima que no dejaba ninguna duda de que su trasero era perfecto, y que las curvas de sus caderas y su cintura que lo enmarcaban eran un tobogán por el que deslizarse que daba vértigo y por eso imposible no sentirse atraído y desear caer por él, lo que hizo que ya no me pudiese concentrar en la lectura, miraba el libro, las páginas, los enunciados, las letra, pero ya no asimilaba el sentido de lo escrito. No pude evitar mirar, incluso mirar con descaro, no me importó que la gente con la que me cruzaba, -nos cruzábamos ambos-, viese que miraba su culo. No pude evitar seguir andando detrás de ella a cierta distancia para tener una buena visión, acomodé mi paso a su paso, y me dispuse a deleitarme con sus andares, un bamboleo suave y etéreo, hasta el momento en que nuestros caminos se tuviesen que separar. Rezaba porque el trayecto coincidente fuese largo. Iba hipnotizado, como si un péndulo se moviese delante de mí haciéndome estar en trance, desposeyéndome del  control de mis actos. Cómo explicar aquello, cómo explicar esa cadencia en el andar, ese movimiento parsimonioso y lento, sutil y vaporoso. Una diosa se me mostraba delante de mí. Varias manzanas pude deleitarme con ese caramelo que iba saboreando mentalmente, hasta que ella giró inesperadamente, cambiando la dirección en la que nos dirigíamos ambos. Esto hacía que fuese a perderla de vista, mi diversión acababa pronto, sólo habían sido tres o cuatro minutos, los que había ido tras ese amarillo suave, nada chillón, nada estrambótico en su tonalidad. Un amarillo pastel que lucía elegante con la blusa blanca en la parte alta, bien ceñida dentro de aquella falda, rematada esa unión de ambas prendas por un cinturón blanco acharolado que iba a juego con los zapatos de tacón alto, pero no exagerado, permitiéndole andar con porte elegante, sin esos andares dubitativos y feos de las que se mueven con calzados difíciles de acomodar en un paso firme y seguro. Yo seguía con el libro abierto como si leyese, pero ya no leía, era una simple pose, una manera de parecer que iba lentamente en un paseo distraído, emulando otras ocasiones en las que sí era cierto ese transitar por las calles.

Andaba a pocos metros de ella, y ese cambio de rumbo me iba a dejar huérfano de esa visión tan exuberante, ya la estaba perdiendo de vista antes de poder ver ni siquiera su rostro, que aún no me había parado a pensar cómo sería, puesto que había sido demasiado corto el espacio de tiempo de la visión como para comenzar a elucubrar sobre su posible belleza, eso siempre viene más tarde. El cabello pelirrojo en media melena, dejaba las puertas abiertas a que pudiese ser una guapa mujer, pero también podría no serlo. Ya me había pasado muchas veces que al ir detrás de una mujer que prometía belleza por su figura y su peinado, -indistinto el color de pelo-, al sobrepasarla, un leve giro por mi parte para alimentar mi “voyeurismo” me llevaba a la decepción de ver que sus facciones no acompañaban grácilmente al resto del cuerpo. Al llegar a la bocacalle por la que ella viró, sin pensarlo yo también lo hice, ella seguía diez o doce pasos por delante, respiré con alivio al ver que no entraba en ningún portal. Me dije a mi mismo que estaba un poco tarado, ese no era mi camino, esa dirección se alejaba de mi destino. Además, qué conseguía con ir detrás de una mujer desconocida, a qué juego estaba jugando, a qué había sido debido ese impulso absurdo de seguir persiguiendo “un culo”.

En el cruce con la siguiente calle el semáforo estaba en rojo para los peatones, ella se había detenido allí, y yo no tuve otra alternativa que aproximarme y quedarme cerca de ella a un lado pero un paso por detrás. Seguía con mi libro abierto, dando ese aire distraído que me convenía. En la breve espera ella miró hacia mi lado y me vio, intuí que algo le había interesado o al menos llamado la atención en mí dirección puesto que volteo de nuevo la cabeza instintivamente antes de terminar de mirar al frente. Yo a ella por fin le vi el rostro, por el que ya sí que me empezaba a preguntar cómo sería. No era de una belleza arrolladora, de esas mujeres que incluso asustan a los hombres por sentirlas inalcanzables, pero era guapa o mejor dicho tenía mucho atractivo, diría que era poseedora de ese halo que tienen algunas mujeres que las hacen irresistibles aun no teniendo las facciones más refinadas o sutiles que suelen gustar más. Iba maquillada tenuemente.

El semáforo dio vía libre a los peatones, comenzó su marcha y tras ella, dos viandantes más, yo también lo hice aunque lo demoré un poco haciéndome el despistado para poder avanzar como hasta el momento, a cierta distancia.

Tenía unas bonitas piernas, tensas y duras a cada paso. El muslo era amplio, no con la delgadez casi enfermiza que no me gusta, pero tampoco llegando a esas piernas próximas a la obesidad que hacen que una minifalda deje en mal lugar a quién la porta por no saber elegir el atuendo para su cuerpo. El exceso de volumen no me desagrada ni me es negativo para apreciar la belleza de una mujer, pero para lucirlo hay que elegir las prendas más adecuadas para atraer y no por el contrario que surja el rechazo por parecernos una imagen esperpéntica. Sus gemelos eran perfectos, y tanto ellos como los muslos y cómo no, sus glúteos, quedaban realzados, sin duda, por ese tacón de siete centímetros que calculé desde la distancia. Aunque íbamos despacio, yo andaba bastante acalorado, no sé si era ese calor bochornoso del día o los nervios de la boba situación que estaba protagonizando. El caso es que había comenzado a tener bastante sed, sentía la boca seca, y me fastidió pensar que si pudiese besar a aquella mujer no sería un beso fresco y de líquida humedad, y sí en cambio de fluido pastoso.

En mi afán de que no se notase demasiado que iba tras ella, en el escaparate de una óptica me detuve a mirar unos modelos de gafas de sol. Cuando me quise dar cuenta la distancia había aumentado mucho, ella aun no yendo más deprisa que antes se había alejado demasiado, me dispuse a acelerar el paso, pero desistí, me di cuenta que no tenía ningún sentido lo que estaba haciendo. Solo me quedaba aprovechar en la distancia los últimos momentos de aquel iluso deseo visual antes de volver a enfilar el camino más recto hacia mi casa, no me quedaba otra que seguir por esa calle hasta el siguiente cruce  abandonado,  cuando ella volvió la cabeza un poco, con un movimiento lento para ver quién iba a su espalda. Este mismo movimiento lo repitió varias veces en un corto espacio de tiempo. Supongo que al no verme pensó que ya había desparecido de la calle, y para cerciorarse por completo giró del todo la cabeza, perdiendo todo el disimulo. Yo ya miraba con descaro en la lejanía que me permitía no parecer que el objeto de mi mirada era ella, llevaba el libro semi-cerrado portándolo en la mano con el brazo caído a un lado de mí cuerpo, utilizando mi dedo índice como marca-páginas para continuar la lectura en algún momento cuando la distracción desaparecida me lo permitiese, cuando ya aquella vista quedase lejana o perdida si llegaba a su destino.

Al percibir que ella oteaba tras su espalda e inferir que me buscaba con la vista, un mayor calor me recorrió por todo el cuerpo, a la vez que me hizo esbozar una pequeña sonrisa de satisfacción para mis adentros. Esto ya era mucho para mí, ya iba a estar contento el resto del camino a casa con esa satisfacción de saber que le has interesado a una mujer desconocida, este suceso iba a alimentar mi ego durante unas cuantas horas, quién sabe si incluso esa satisfacción la llevase hasta las últimas consecuencias en soledad. Tras verme, ella aminoró el paso. Lo noté puesto que yo no había acelerado el mío y en pocos metros ya me estaba aproximando. Ella giro de nuevo su cabeza, yo ya no podía remolonear más y no tenía otra alternativa que seguir andando al ritmo que iba y no ralentizar mí marcha, si lo hubiese hecho habría podido asustarla pareciendo que la perseguía; algo que no era del todo falso. Cuando me hallaba a unos tres o cuatro metros de alcanzarla, ella estaba pasando por delante de un portal, y aprovechando que una persona salía de allí, se detuvo de pronto y antes que se cerrase la puerta, la sujetó y se quedó con ella abierta y en el momento de llegar yo a su altura, a la vez que me miraba oí su voz que decía: ¿Entras?

De nuevo, me dejé llevar instintivamente, y no dudé un segundo. De forma natural franqueé la puerta, que ella sostenía para permitirme el paso, como si aquel fuese mi destino, como si fuese la entrada de mi propio portal o de un lugar habitual para mí.

Todo sucedió muy rápido. Yo avancé por aquel “hall” hasta situarme frente al ascensor, y seguidamente pulsé el botón de llamada. Me giré esperando su llegada. No sabía dónde debería ir, no sabía a qué piso subir. Temí que ella hubiese desaparecido. Pero no, allí estaba avanzando hacía mi posición. Llegó a mi lado justo cuando se abrieron las puertas del ascensor, yo le cedí el paso caballeroso, aunque realmente fue un gesto movido por el miedo de que ella no entrase, de que se arrepintiese y aprovechase ese momento para huir de una situación un tanto rara. Sentía como si el corazón se me fuese a salir por la garganta. No podía creerme lo que estaba pasando.  Al entrar y casi sin darse tiempo de cerrarse las puertas nos miramos y ella me dijo; -¿Y ahora qué?-.

– Subamos a tu casa -, le dije.

Ella contestó que no vivía allí. Me quedé sorprendido, pero entendí que si era esto locura, subirse a un extraño a su casa sería mayor aún. No sé de donde saqué el valor, pero di un paso al frente y le besé. Ella acepto mis labios y me ofreció los suyos. Pese a mi sed y mi boca seca por los nervios, no fue un mal beso como temí durante el paseo, cuando imaginaba un beso que nunca pensé que sucedería. Enseguida nuestras bocas se mostraron bien jugosas. El edificio tenía doce plantas, pulsé el botón de la novena, como podría haber pulsado cualquier otro. Ascendimos hasta esa planta, y al llegar le cogí de la mano, y nos dirigimos hacia las escaleras. Abrimos la puerta que separa y protege las viviendas del tiro de escalera en caso de incendio, salimos a esa zona y volvimos a cerrar la puerta. Si todas estaban cerradas como esta, tendríamos intimidad suficiente para no ser sorprendidos allí. Subimos un tramo de escalera y nos quedamos entre dos plantas, nos quedamos un momento escuchando para ver si todo estaba en silencio. Así lo era. Nos miramos y nos sonreímos con complicidad. Nos volvimos a besar, yo esta vez no pude evitar bajar mis manos por su espalda y acariciar y apretar ese culo que me había atraído como un imán hasta ese lugar. Deslicé su falda hacia arriba, para poder tocar sus nalgas libres de tela, sin nada que impidiese sentir su piel. Ella se dejó hacer. Me desasí de ella y me senté en la escalera, le hice que subiese unos peldaños quedando yo por debajo de su cintura entre sus piernas. Lo que veía desde ahí me gustaba, la falda toda subida y ajustada a sus caderas dejaban a mí vista sus muslos pétreos que admiré a distancia, y su tanga de encaje qué deslicé enseguida hacia abajo, dejándome ver su pubis pelirrojo recortado. Besé el interior de sus muslos y enseguida sentí como se tensaba su cuerpo, fui subiendo en dirección a su sexo, y con mi nariz roce su vello y levemente su vulva. Hasta allí podía olerse su perfume, pareciera que también lo hubiese perfumado. Separé mi rosto unos centímetros de aquel tentador lugar. Chupé mi pulgar, y lo deslice suavemente por sus labios internos, volví a humedecerlo con mi saliva y continué, enseguida noté que no necesitaría hacerlo más, ya su humedad se abría camino y al introducir un poco más mi dedo sentí mojarse bien todo él.  Aproveché su lubricante natural para deslizar mi dedo con suavidad e introduciéndolo más hondo sutilmente, presioné levemente y subí por esa carnosidad bien mojada en busca del clítoris, que rápido encontré para presionarlo y masajearlo, con fuerza y delicadeza a la vez. Cuando noté que todo allí empezaba a desbocarse; su respiración cada vez más acelerada me lo indicaba, a la vez que su lubricidad aumentaba escurriendo por mi pulgar hasta la mano, y ella agarraba con mayor presión mí cabeza. Me levante, y le di la vuelta para sentir su culo apoyarse en mi sexo que seguía guardado dentro del pantalón. Ella se apretó hacía atrás. Mi mano derecha buscó su coño, está vez con la yema del dedo corazón busqué sus labios que seguían bien mojados, y tras deslizarlo arriba y abajo varias veces lentamente, lo introduje muy hondo hasta sentir que la palma de la mano y el resto de dedos hacían tope. Moví mi dedo allí dentro masajeando todo el interior a la vez que por momentos deslizaba la mano hacia arriba para que la parte del dedo que se une a la palma, rozara y apretara el clítoris con cierta dureza. Después introduje un segundo dedo y después un tercero. Ella ya no aguantó mucho más. Se dejó ir, hasta que sujetó mi mano para que no siguiese, ya se estaba corriendo y no soportaba que la tocase más, cerrando y apretando las piernas medio encogidas y un poco flexionadas, con mi mano aún allí para qué parase, pero  que con travesura, yo aún movía de vez en cuando y veía como ella sufría a cada leve movimiento un espasmo a la vez que sus labios decían muy suavemente y casi sin aliento; -“quieetooo”-.  Los jadeos habían resonado por el hueco de la escalera y su fuerte respiración aun lo hacía.

Mientras la mantenía aún entre mis brazos, con un abrazo que la envolvía, y mis labios posados en su cuello, ella recuperaba el resuello, a la vez que buscaba con su mano mi entrepierna, palpando lo abultado que estaba, la solté para poder desabrocharme el pantalón  y así poder sentir su mano en mi miembro que ya no aguantaba más aquel encierro. Posé mi pene y mis testículos en aquella piel blanca que recubría su perfecto culo, piel suave que aún me excitó más.  Ella acaricio mi escroto y agarró mi pene empezando a masturbarlo. En mi posición sería difícil poder penetrarla, por lo que como en una danza, la hice girar, a la vez que yo acompañaba ese movimiento, haciéndola subir un peldaño y así yo quedaba lo suficientemente bajo para poder obrar con mayor facilidad. Tan excitado estaba que no pensaba con claridad sólo actuaba, sólo me dejaba llevar por el deseo y las ganas de correrme, sentía los testículo a reventar y la sangre circulaba por unas venas que ya no soportaban más presión en aquel lugar. Me dispuse a introducirme en ella, cuando me dijo; -ponte algo- Maldita sea, pensé.

-No tengo nada, no llevo preservativos-, le dije. A la vez que notaba que mi pene por ese revés iba a desinflarse en breve.

Pero visto y no visto, ella, medio agachada como estaba esperando mi embestida, alargó la mano a su bolso posado en el suelo y sacó un condón y me lo dio. Lo cogí, no era mi marca preferida, pero rápido sin perder un segundo lo abrí y me lo puse, antes de que la flacidez empezase a evidenciarse. Ella seguía inclinada, apoyándose en la barandilla de la escalera, lo que hacía que la redondez de su figura se me mostrase en todo su esplendor. Un blanco inmaculado el de su piel. Deslice mi mano desde detrás hasta su vulva buscando el camino de su clítoris para masajeárselo a la vez que introducía mi verga suavemente. Ya no estaba tan dura, pero lo suficiente para entrar sin demasiados problemas. Ella gimió, esta vez el sonido se propago por la escalera en un tono más elevado, en las siguientes embestidas ella comenzó a gritar con fuertes alaridos que podían atraer la atención de los vecinos y ponernos en un aprieto, y no pude por menos que poner mi mano libre sobre su boca, al menos conseguí amortiguar algo esos gritos de placer, dejé de masajear su coño, se hacía difícil hacerlo todo a la vez, y aunque no conseguí un gran ritmo, por la fogosidad acumulada enseguida noté que me correría, y así fue, no duré casi nada, entre los nervios y la excitación fue un abrir y cerrar de ojos, pero intenso. Sin desinflarme rápido aguanté lo suficiente para continuar. Por suerte ella también estaba incontenible y poquísimo después terminó, diría que casi simultáneamente. Nos quedamos así un rato, yo abrazándole con todo mi cuerpo, rodeándole con todo mi ser,  y ella dejándose abrazar, con el tiempo detenido, recobrando el aliento, como acurrucados, como si nada importase en el mundo, unos instantes de serenidad, de paz. Tan a gusto que pareciese que siempre habíamos estado juntos, compartiendo esta intimidad. Ella se desembarazó de mí, se giró y me beso, un beso suave en los labios, y después un beso prolongado con su lengua paseándose por toda mi boca. Me miró sería, fijamente y apretó los labios hacia adentro con ese gesto que da un aire de pensamiento y duda. Suspiró. Yo le miraba a los ojos, era la primera vez que era consciente del color de sus ojos. Un bello color verde. Sería ese color de ojos con su pelo cobrizo lo que le daba ese toque especial, un atractivo superior, que el conjunto de sus facciones no daban a primera vista como una mujer bella. Yo no hablaba, no sabía que decir, seguro que si hablaba rompería el hechizo en el que estaba sumido. Al final fue ella la que dijo; -¿Nos vamos?-. Yo asentí, no sabía si pedirle el teléfono, si decirle si le acompañaba. Ahora me entraban las dudas y los miedos que antes, con el no pensar y la osadía y el arrojo o la inconsciencia y el instinto sexual, no se produjeron o al menos se mantuvieron al margen, quizás porque la adrenalina y la testosterona obnubilan y ciegan el pensamiento racional y nos hacen actuar sin reflexionar.

Bajamos en el ascensor, casi en silencio. Yo musite; -ha estado bien esta locura, ¿no?-. Ella sonrió, y dijo; – muy bien-. Aunque lacónica, me pareció sincera su respuesta.

Me disponía a decir si nos podríamos ver de nuevo, cuando ella se me adelantó; -bueno, quizás nos encontremos otra vez, este camino lo suelo recorrer-. Era lo más parecido a una cita de esas que surgen en bares de copas, cita sin cita, como evitando el compromiso serio pero dando pie a emplazarse allí, tipo; -“yo suelo venir por el local, ya nos veremos”–,  y tú vas el fin de semana siguiente como si hubieses quedado, pero allí no aparece la persona esperada, y sientes la noche arruinarse por toda la ilusión que habías puesto en ella, y en muchas ocasiones no vuelves a verla nunca, por más que repites noches y noches con la esperanza como bandera. Por eso sabía que a veces esa frase era sincera, pero las más de las veces, esa misma frase es la manera de escabullirse. Aquellas palabras de ella eran algo similar, una posibilidad lejana dejada en el aire; -si nos vemos quizás podamos repetir-. Pero a la vez era un; -adiós, hasta nunca-. Y seguidamente me dijo que preferiría que nos despidiésemos aquí, que le diese cinco minutos y que después saliese yo. Sólo adiviné a decir; -Ok-.Me dio un beso en los labios, que me pareció dulcísimo, y salió del portal. Me quedé allí, primero mirando como salía por esa puerta, deleitándome de nuevo con su figura, su elegante contoneo seguía hipnotizándome, cuando desapareció de mi vista me quedé con la mirada perdida entre los buzones dándole vueltas a lo sucedido, viendo los titulares de esos cajetines me di cuenta que no nos habíamos dicho los nombres ni siquiera. Un encuentro de lo más animal. Salí de allí a los cinco minutos y ni rastro de ella, ni una pista de por donde habría emprendido el camino.

Cada día hago el mismo camino de regreso a casa tras el trabajo aunque supone no hacer el recorrido más corto, es más, supone dar un rodeo absurdo. Al pasó por aquel portal me estremezco, lo transito con gran devoción como si fuese un santuario. No he vuelto a verla. Me digo que quizás ella haya cambiado de casa, y ya no viva por aquella zona o que su horario de rutina diaria se haya visto afectada por cualquier motivo, todo ello por no querer pensar que el motivo de que no aparezca es por mí, que  lo que ha hecho es cambiar su camino para evitarme. Ese pensamiento me corroe, eso significa claramente que prefiere no toparse conmigo, prefiere que no haya ningún contacto ni siquiera casual, ¿tan mal lo hice, tan mal lo pasó?, mi ego de machito se resiente con este pensamiento. O quizás está avergonzada por lo sucedido y no sabría cómo actuar si nos encontrásemos. Dentro de mi estupidez eso reconforta más. Aunque no sé de qué me sorprendo, en mi afán de soltería, yo he actuado de la misma manera alguna vez, he estado con una mujer y luego, si te he visto no me acuerdo, poniendo todos los medios para ese olvido. Pero ni siquiera esto hace que no me sienta como un gilipollas, herido, abandonado, como utilizado y rechazado. No puedo decir que la amo, o que estoy enamorado, sería necio por mi parte, pero hay un deseo atroz por encontrarme con ella otra vez que se ha convertido en una obsesión, la tengo metida en la cabeza todo el día y toda la noche, no dejo de tenerla en mis pensamientos y en mis sueños, sueños tintados en un suave amarillo pastel, que claro, son bastante húmedos. Supongo que por haber sido algo diferente, fuera de lo normal, lo tengo idealizado y quisiera repetirlo como fuese, pero tendré que superarlo, tendré que pasar página, tendré que olvidarla, quizás deba empezar desde hoy mismo, hay tantos tonos ahí afuera, quizás deba comenzar a perseguir otros colores, quizás la suerte me vuelva a sonreír.

 

 

 

.     *Los Limones nos prestan la música de su persecución obsesiva de un poético admirador secreto, para esta otra persecución del relato, más carnal; algo increíble, fantasiosa, obsesiva y cínica.

«Te voy siguiendo«

Los Limones - sube la marea

 

.     ** Publicado originalmente 24 de Julio de 2014. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Un paseo de gustos cambiantes

23 lunes Sep 2019

Posted by albertodieguez in Música, Reflexiones, Relato

≈ 33 comentarios

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aroma, bondad, buenas acciones, cambios, deporte, escribir, fútbol, igualdad, Leer, Música, Me gusta, Mediterráneo, Mujeres, No me gusta, paseo, Serrat, Tío Alberto, viajar

Me doy cuenta que he cambiado o mejor dicho, que estoy en constante cambio, las verdades que antes eran un sólido pilar, ya no me lo parecen, o incluso han sido derribadas por mí o por otros. Me doy cuenta que hay cosas que antes me gustaban, que ya no me gustan, o al menos, no me gustan con tanta fuerza e insistencia  y cosas que antes no me gustaban, que las he cogido gusto y cariño. Hay cosas que recuerdo de antes y siguen estando, hay cosas tangibles y otras intangibles que se apartaron de mis deseos y placeres, cambiándose por otras nuevas y diferentes. Hay algunas que siguen con fuerza desde siempre como algunos olores. Como hoy mismo que acaba de caer una pequeña tormenta y huele a lluvia, me gusta el olor después de la lluvia, a la tierra mojada y la atmosfera con ese aroma, pero no me gusta el olor a humedad reconcentrada que queda en algunos lugares por causa del agua estancada o por filtraciones. Aprovechando que ya ha escampado y que no va a llover más, bajo a pasear, me gusta pasear, andar sin ningún motivo, sin ningún lugar al que tener que ir, dejarme llevar por calles o bulevares o por parques. Cerca de casa hay uno por el que me dejo caer de vez en cuando, sobre todo cuando acaban de pasar los jardineros arreglándolo y cortando el césped y estando próximo a él me llega ese olor, entonces no puedo evitar dirigirme hacía allí, me gusta el olor a hierba recién cortada, y me gusta andar por la hierba con los pies descalzos, hoy no lo haré, empapada por la lluvia, pero con ese buen olor de hierba mojada en el ambiente no puedo dejar de inspirar con fuerza para llenarme de bienestar. No me gusta que la gente deteriore y ensucie el césped de los parques dejándolo lleno de papeles y botellas, como veo hoy allí cerca de unos setos, y pienso: «cuánto nos queda por avanzar como sociedad en el respeto de unos con los otros».  Hay gente muy cochina, y me desespera que se tiren papeles al suelo y que los fumadores tiren las colillas por la calle y que cuando están en la playa apaguen el cigarro en la arena y lo entierren como para hacerlo desaparecer.

Salgo del parque y avanzo por la calle, observo a la gente, me gusta imaginarme donde irán y que será de sus vidas, no me gusta lo que veo de algunas de esas vidas, con futuros oscuros, me gusta la igualdad de oportunidades, y no me gusta que los que tienen mucho no repartan algo con los más necesitados. Paso por delante de una boca de metro y veo a una pareja cargada de maletas, sin duda comienzan sus vacaciones, les envidio un poco, a mi aún me quedan días para poder disfrutarlas, van con muchos bultos y maletas pesadas, temo que se pueda caer escaleras abajo el chico que es el que traslada más peso y me presto a ayudarle, al principio me dice que no, pero insisto y accede, le ayudo a bajar las maletas, me gusta ayudar a la gente dentro de mis posibilidades, no me gusta el que puede y no ayuda. Últimamente lo hago mucho, echar una mano, parece una tontería, son pequeños gestos, como el de las maletas, o ayudar a una mujer con el carrito del niño, o indicar una calle a alguien que se ve perdido, nimios gestos seguramente, pero que me reconfortan. Tras acarrear esas maletas escaleras abajo, rehago el camino hacia la calle para continuar mi paseo. Paso por delante del escaparate de la pequeña librería del barrio, que cada día me pregunto cómo consigue seguir abierta, miro un momento los libros expuestos, y pienso en un par de títulos que me gustaría leer, me gusta leer, pero no me gusta leer cualquier libro, hay historias que no me interesan, aunque entiendo que hay gustos para todos, y esos libros que a mí no me gustan tendrán su público, a mí me gusta escribir y me gusta que me lean y supongo que pasará lo mismo, a muchos no les interesarán mis historias nada de nada.

Veo un poco más adelante que han abierto una vinoteca, me gusta el vino, no me gusta que crean que voy de entendidillo por encontrar matices organolépticos cuando lo bebo, pero sobre todo me gusta beberlo y compartirlo con los amigos, pero no me gusta hacerlo tan de tarde en tarde como suele pasar.

Con los años hubo gustos que dejaron de serlo no se ya si porque me hice viejo o por que descubrí que no me compensaba ese gusto si hace que no disfrute de otros. Además, me pasa como a mucha gente, que en las cosas positivas siempre veo una «cara b» que nos matiza eso que nos gusta, la lucha es que esa negatividad no vele lo bueno de lo que disfrutamos, y pienso esto al pasar delante del quiosco de prensa y ver las portadas de los periódicos deportivos, me gusta el fútbol, pero no soporto y no me gusta en muchos casos el maniqueísmo de los periodistas que lo cubren, pero procuro que esto no interfiera en mi disfrute cuando me informo de este deporte. Observo en la portada a Rafa Nadal que vuelve a ganar después de varios meses en el “dique seco”, es un portento de deportista, también veo una reseña a Mireia Belmonte que ha batido dos record mundiales en piscina corta. Realmente me doy cuenta que me gusta prácticamente todo el deporte, y además de verlo, practicarlo, lo que no me gusta es no poder hacerlo como antes, desde la operación de ligamentos de la rodilla queda vedado el disfrute sin luego resentirme y decir ya no vuelvo.

Sigo mi paseo, pasaré al supermercado a comprarme chocolate, ya no me queda, me gusta el chocolate del 85% de cacao, pero no me gusta que me moleste el riñón si me paso en su consumo. Después tengo que ir a buscar la documentación para mi viaje de vacaciones, me gusta viajar, una pasión tardía pero que ahora es una de las grandes de mi vida, y no me gusta no poder viajar todo lo que quisiera. Según entro en el supermercado una chica me echa una buena mirada, se me forma una sonrisa interior, me gusta gustar, es un engorde de ego que no lleva a ninguna parte, pero me gusta, supongo que cuando sea viejito muchas tonterías se me pasarán y sobre todo esta última de gustar. Me gusta pensar que tendré una vida plena y que final de mis días, como resumen, cantaré la canción de Serrat que contiene mi nombre.

 

 

 

.     *Miguel lanza una propuesta sobre lo que Gusta y No gusta, y aunque no me gusta hacer listas vitales ni suelo jugar con los estereotipos de contraposiciones, puesto que vivo en la duda constante y no tengo tantas certezas convalidadas en la vida, me decido a escribirlo y ficcionarlo un poquito, dando pinceladas de gustos y no gustos, pero que no quiere decir que mañana todo lo dicho no sea una gran falacia, incluso que hoy sea una falsa realidad del ciudadano modelo que quisiera ser.

«Tío Alberto«

Serrat - Mediterráneo

.     **NA: Publicado originalmente el 12 de Agosto de 2013). Hoy recibe una segunda oportunidad.

 

Un reflejo en el azogue

13 viernes Sep 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 37 comentarios

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añoranza, abandono, calles, casco viejo, comercio, Cristina Lliso, deseo, Esclarecidos, espejo, Música, paseo, Por amor al comercio, probadores, Recuerdos, ropa, Ruptura, sexo, Tiendas, tristeza

Ahora ya no puedo entrar en uno de ellos sin estremecerme un poco, sin cierta nostalgia, sin cierta tristeza, sin ese recuerdo asolador que me hace mirar el espejo y ver mi rostro tenso y algo ensimismado, retrotraído a otro lugar, a otros lugares que no son ese, pero que pudieron serlo, incluso dudo si ese mismo alguna vez no lo fue, aunque no es seguro, quizás fue otro de la misma “cadena”. Cuando así sucede, cuando son de una misma cadena,- ya casi no hay que no lo sean-, no se sabe si se está en una u otra, la de una calle o la de otra, todas son casi exactas por completo, hasta las perfuman con el mismo aroma para que sepas que estás en una de ellas, dando igual, incluso la situación geográfica. Cuando aparto la cortina y luego la corro o cierro la puerta, cuando la hay, y me giro, y frente a mi  queda el espejo, ya no me veo en ese momento, el espejo me devuelve la imagen de otro tiempo, cuando el deseo chisporroteaba en mis ojos y en sus ojos, y veía en él los nervios de la situación, del sexo furtivo, del orgasmo ahogado para no ser descubiertos. Veo en ese espejo su rostro tensarse, su mandíbula apretarse, y sus ojos cerrarse. Veo una figura detrás de mí, veo mis pechos libres del sujetador que me liberó, para acariciar mis senos, para sentir mis pezones endurecerse, como me suele pasar ahora cada vez que entro en uno de nuevo. Las prendas elegidas quedaban colgadas a la espera, mientras la ropa traída y desvestida era arrinconada, para vestirme con sus besos y sus caricias que abrigaban con un calor desmedido, y un rubor que quemaba tomaba mi piel blanca, y se licuaba mi entrepierna aun antes de tocarla, como ahora cada vez que lo pienso, cuando su mano descendía por mi vientre buscando mi vello, suave y recortado, acicalado para un dulce encuentro. Y yo, entre noes apagados y mentirosos, desmentidos por el deseo exacerbado, me apartaba y me giraba para no continuar con aquello, que era locura y peligro y miedo de ser descubiertos. Le pedía que me dejase probarme la ropa, que no era el momento, y él siempre decía; -No te preocupes, hay tiempo-. Entonces él, ante mi desnudez para probarme los ropajes, me cogía desde atrás y me abrazaba con todo su cuerpo. Yo no sentía su piel si no su ropa, menos allá abajo, en dónde ya percibía fuera su falo inhiesto, tan caliente como todo mi cuerpo. A veces caían sus los pantalones al suelo, otras solo su miembro quedaba del pantalón saliendo. Ya no le podía ver de frente ya solo le miraba a través del espejo, sus besos por mi cuello, sus manos acariciando mi sexo, mi húmedo sexo, que ya manchaba hace rato el tanga, con los flujos de mi deseo. No podía negarme a nada, el temblor recorría todo mi cuerpo, trémulo por las ansias de sentirle más pronto que tarde dentro. Veía como mi cuerpo se doblaba hacia adelante, en busca de esa imagen proyectada en el azogue, y mis nalgas buscaban impávidas su movimiento pélvico, cerraba los ojos y ya dejaba de ver su imagen para imaginármela embistiendo, con bravos movimientos, sin pausa ni mucho alarde técnico, deseando que durase hasta el último momento, que no se derramase antes de tiempo, que su sexo siguiese duro, bien entrando y saliendo. Acelerados por el riesgo, en vez de bloquearnos, lo que hacía es que esa excitación nos llevaba a culminar desaforadamente en un breve espacio de tiempo, pero ampliamente satisfactorio, llegando a un orgasmo simultáneo, terminando con las respiraciones sin resuello, acalladas para no delatarnos del acto clandestino. Reconozco que muchas veces en su compañía busqué ir de tiendas sin necesidad, o dando un paseo, decidía entrar en algún comercio, sólo para buscar ese encuentro, siempre deseosa de que él se lanzase a ello, o si no lo hacía yo le provocaba el deseo. Ahora ya no está, desapareció de mi lado. A veces creo que hace una eternidad de su marcha, otras veces creo que fue ayer mismo, cuando sus recuerdos son tan presentes que es impensable que fuesen de hace muchos días o semanas o meses. Pasado este tiempo y sin quererlo, correr la cortina y mirar al espejo es estremecerme por dentro, y en algunas ocasiones con la cabeza en ese otro tiempo, fluye mi pensamiento y miro por encima del hombro esperando ver su cuerpo, y creo que lo veo y no puedo evitar llevar mi mano a mi sexo, y acariciarlo y sentir mis dedos como sus dedos, buscando mi clítoris como en aquellos silencios de labios mordidos, de turbación por lo furtivo, y avanzo y sigo hasta llegar al último suspiro, y me vuelvo a mirar en el espejo que he evitado para creer que era aquello, aunque no me engaño y sé que era ficticio y falso ese momento. Le echo de menos, como en casa, como en el parque o en el paseo de domingo después del largo aperitivo que nos llevaba algo beodos y aturdidos por el alcohol a vagar por el casco viejo. Calles, que me pregunto si recorrerá con otra. Me pregunto si se habrá olvidado ya de que existo, o al contrario, también él, al ir de tiendas recordará esos instantes de manos ávidas y besos lúbricos, de excéntrico y algo demente comportamiento, más propio de jóvenes, que ya no lo éramos. Anhelo sus delicadas manos, de suaves caricias y su forma de tocarme; nadie lo ha hecho como él. Añoro su mirada limpia y directa tan chispeante siempre sin necesidad del reflejo, y algún domingo tras un largo aperitivo, algo tomada, recorro las calles del centro, y casi sin darme cuenta busco sentir y encontrar de nuevo todo ello al descorrer la cortina y ponerme frente al espejo.

 

 

 

 

.     *Hay lugares con espejos traicioneros que nos devuelven la imagen y el recuerdo de un comercio de caricias que desaparecieron, como nos cantan Esclarecidos.

«Por amor al comercio«

esclarecidos - poramoralcomercio87

.     **NA: Publicado originalmente el 25 de Febrero de 2014. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Paseando

25 viernes May 2012

Posted by albertodieguez in Música, Poesía

≈ 12 comentarios

Etiquetas

anhelo, ciudad, Copenhague, Música, Melancolía, nostalgia, paseo, Un día en el mundo, Vetusta Morla

Paseo,

deambulo,

apartado de la realidad

aún yendo por su arteria principal,

que hoy gris

invita a la melancolía.

Melancolía que eriza la piel,

que llena de humedad

los ojos que no te ven.

Sigo calle arriba,

me deleito con sus edificios.

Aún en este centro

solo me encuentro,

soledad que traspasa mis poros

y agua salada deja en mi rostro.

Nostalgia no sé de qué

no sé porqué.

Lluvia que moja mi ser.

Solo siento dolor en el alma

que a los lejos oye la calma.

Grito callado

por no conseguir lo anhelado.

.

.     *Vetusta Morla quisiera dejarse llevar a otro lugar, como el protagonista del poema que deambula solitario por la ciudad gris, y se deja llevar anhelante por la melancolía y la nostalgia…

«Vetusta Morla«

La vida está llena de afectos y desafectos.

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