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Archivos de etiqueta: abrazos

Juegos de deseo sin vera atracción

13 Viernes Mar 2020

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 31 comentarios

Etiquetas

abrazos, Adolescencia, Besos, deseo, deseo sexual, Diego Vasallo, Donde cruza la frontera, falsa atracción, juegos del deseo, Las huellas borradas, Música, Quique González

Los abrazos del deseo son esos expeditivos surgidos del impulso por una atracción corporal, muchos de ellos rápidamente cercenados por la fría razón o por la boca traicionera, quizá porque nunca fueron verdaderos o porque en el mismo momento de ser conseguidos dejaron de ser deseo.

Hubo algún abrazo de rellano de escalera, allí en donde cacé y cometí el atropello de buscar sus pechos bajo su blusa, con la torpeza de la adolescencia. Aunque realmente ni yo le gustaba ni ella me gustaba, sólo era manoseo y deseo, descubrimiento y procacidad. Aquellos años exploratorios en los que todo era válido para dar salida al ansia sexual, daba igual si sólo era un juego de provocación para experimentar y llegado el momento y el lugar todo era desbaratado por esa pregunta atronando por encima de las respiraciones agitadas por la huida y la persecución y la captura o la entrega, y todo junto, todo real y todo falso; – ¿y ahora qué?-. -Y ahora-, era nada, era falsa lucha y breve beso con abrazo mal resuelto, y algo de vergüenza cuando el juego caía en la realidad de un acto no acompañado de la atracción y sí de un falso y equivoco deseo, barnizado de desenfreno, y todo quedaba en regreso con los otros, algo azorados, ellos pensando que ha pasado más de lo pasado, nosotros tristes por sabernos equivocados, sabiendo que si hubiese sido otro y otra los acompañantes, el juego hubiese sido verdaderamente placentero y entonces sí se habría alargado, y sí que hubiese existido un verdadero abrazo, un verdadero juego del deseo.

Hubo abrazos fajadores, de cuerpo a cuerpo, de ficticia pelea para dar salida a un ávido deseo sexual, con manos que recorren un cuerpo que finge displicencia buscando desasirse de una lucha vacua. Estamos allí forcejeando los dos equivocados, yo intentando rescatar algo mío que ellas me hurtaron en busca de mi reacción de acoso con atropello y jaleo y revolcón corporal buscando recuperar lo arrebatado, ella insistiendo en esconderlo y ponerlo alejado de mis manos que ya no buscan el objeto y si unos pechos que quedaron casi por completo descubiertos fuera de la blusa por la pugna y se me muestran muy grandes, descomunales, y el juego invita a que las manos se olviden del objeto y se pierdan en busca del encaje que cubre los senos, y ella se queda quieta con mi mano en su pecho, que aunque deseado la deja algo sorprendida por cumplirse lo perseguido pero quizás la mojigatería de la edad le hace pararse por la audacia cometida sobre ella, y entonces me paro, ya no hay pugna, ya no hay embrollo ni juego, estoy enredado con su cuerpo y quieto, mirando sus ojos azules, su blanca piel, su pelo rubio, todo en un segundo, y resuena la fatídica pregunta, esta vez mentalmente; -¿y ahora qué?. -Y ahora-, es nada, cuando caemos en que realmente los deseados están afuera, tras la puerta que han cerrado para no dejarme marchar, y un pensamiento de cierta rabia y de falsa fidelidad pasa por mí al no estar con la persona realmente deseada en ese momento y que está tan próxima que quizás un acto imprudente desbarataría el plan futuro, y desenredamos el abrazo y recomponemos las ropas y salimos de la habitación algo aturdidos, con semblante de fracasados.

Hubo abrazo de reencuentro, rememoración y beso en un ascensor que prometía renovar y traer de nuevo la complicidad antigua, aun sabiendo que ella no es libre y que no hay del todo verdad ni futuro pero eso ya importa poco en esos momentos, y se hace inevitable conseguir la ausencia de los otros para rodear su cuerpo con mis brazos nada más cerrarse la puerta para acercar mis labios a sus labios y conseguir ese beso deseado, olvidado desde aquel alejamiento por su parte hace años, y aunque el tiempo rebajó el interés por ella incluso quedando desterrada del anhelo, al coincidir hoy, todo lo apartado y asumido se desmoronó y resurgió el viejo deseo. Ella, oponiendo medida resistencia, desiste rápido y  se deja besar, nos damos un largo beso que trae recuerdos de besos invernales, y de los primeros cálidos días en los que nos conocimos. El beso acaba y nos deja la respiración agitada y el palpitar del corazón algo desbocado, nos miramos con la duda en la mirada, duda sobre si ha sido un error. Reflejados nuestros cuerpos en el espejo me veo triunfante, henchido por la gesta; de nuevo tuve sus labios y ella los míos, de nuevo conquistado lo que dejó de estar a mi alcance cuando optó por el compromiso que yo no daba y veía innecesario, y entonces se percibe en el ambiente del ascensor como flotando una pregunta; -¿y ahora qué?-. La satisfacción y la soberbia por haberlo conseguido, por haberle sacado ese beso y ese abrazo infiel, lo pudo todo, y la boca traicionera musitó a su oído; -lo estabas deseando-.

De golpe; – Y ahora -, se convierte en nada. Esas palabras, voltearon todo, deshicieron el abrazo, separaron los cuerpos, y mis disculpas y mis frases intentando arreglar el descalabro no fueron atendidas, ni decir que yo también lo estaba deseando sirvió para atemperar su enfado. El ascensor bajó volado tras ser pulsado el botón con rabia y enojo, y con aire destemplado me dejó atrás en el portal. Allí plantado tenía un sentimiento contradictorio, por un lado me sentía estúpido por lo dicho y la oportunidad perdida de pasar una tarde aplacando el deseo carnal con este bien merecido desplante, y por otro, me embargaba un ufano desdén por lo sucedido, reviviendo el efímero momento del abrazo y el beso que quizás por ser dado había dejado de ser en el fondo deseado y puede que por ello mismo ese instante de pérdida se tornaba menos traumático, en verdad no me importaba mucho, la antigua atracción ya no existía, y quizás todo lo había forzado para demostrar que aún era capaz de la conquista como un petulante Valmont; somos tan arrogantes y vacuos que sentimos como victoria personal y triunfo nuestras veleidades en los abrazos, un triunfo absurdo que cuando lo creemos conseguido ya deja de interesarnos, y aquella espalda que caminaba alejándose nunca más sería abrazada por mí y nunca más se desplazaría el enfado de aquella cara cuando conmigo se cruzó.

.

.

.     *Los abrazos del deseo se convierten en una inútil ilusión traicionera que nos llevan a vivir en la frontera hasta que unas manos frías recomponen nuestra vida entera, como cantan Diego Vasallo y Quique González.

“Donde cruza la frontera“

Diego Vasallo - Las huellas borradas

.     ** Publicado originalmente 4 de Diciembre de 2015. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Destemplado cuerpo

22 Miércoles May 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 9 comentarios

Etiquetas

abrazar, abrazos, Adiós, amanecer, aroma, calor, casa, Christina Rosenvinge, destemplado, Frío, invernal, jersey, Lágrimas, llanto, Música, Nadie como tú, nostalgia, olor, Ruptura, Traición, Tu labio superior

Ya son muchas las mañanas en las que se repite ese estado anímico, desde aquella primera vez en la que lo sentí así. Cada mañana aparece el recuerdo de su calor, y la cama se hace fría. Las mañanas son gélidas sin un cuerpo que te temple. Ese cuerpo, que furtivo se escabulló de entre las sábanas, dejando un aroma que no se evapora en el aire, que ha quedado impregnado, no ya en las sábanas si no en todo el cuarto, las paredes no consiguen librarse de él. Y cada amanecer ese olor me arrebata los sentidos y caigo otra vez, en el no olvido, aunque lucho cada día por librarme de él y olvidar.

La casa, es pequeña pero se me hace gigante, de pasillos infinitos y estancias enormes. Y no quiero salir de la cama para no perderme por el piso en busca del ser que ya no está, en busca del que dijo sentirse desertor cuando propuso un adiós. Y giro el cuerpo y la cabeza y pongo la cara apretada contra la almohada. La nariz y la boca oprimidas por el peso, sienten la ausencia de aire que respirar y quisiera sentir esa asfixia hasta el final, pero no me atrevo a seguir. Y creo percibir su perfume aún en ella, como si no hubiese pasado ya mucho tiempo sin recibir su cabeza para darle descanso, como si en todo este tiempo ese cabezal no hubiese sido cambiado y lavado, aunque hubo tentaciones de no hacerlo para salvaguardar esa esencia que hoy se vuelve dañina al fantasear que aún está y se aspira. Me doy media vuelta y miro la pared, la silla, el armario. Quizás ahí dentro esté la solución momentánea a esta sensación de tristeza azul, de frescor de auroras invernales que dejan el cuerpo yerto, esperando entrar en calor con el abrazo del amado.

Allí tengo su jersey, ese jersey que le cogí para sentir los abrazos que ya casi no me daba e intuía que no me daría más, y que hace que me acurruque por aquí y por allá de vez en cuando, en los momentos que ya no puedo más con la soledad y la ausencia, los días en los que deambular por la casa que ya no pisará, y por la que paseo y paseo como si de un palacio se tratase, dando pasos y más pasos, recorriendo una y otra vez las mismas habitaciones y el mismo salón, una y otra vez, como si en algún momento fuese a encontrar a quién bien sé que no hallaré. Volvió con su familia, que es lo normal, – me repito-,  que supiese que no iba a prosperar no hace que me deje de odiar, por estúpida, por creer que lo podía cambiar. Y en esas ocasiones en las que me pongo el jersey y me abrazo para sentirle, y cierro los ojos, y su perfume, el que su cuerpo dejó en el tejido que aproximo a mi cara y rozo con suavidad, y son mi nariz y mi olfato los que quieren recuperar para mis adentros aquel resto de él tan leve y efímero y falso. Y acurrucada en un rincón, la angustia y las lágrimas caen y se deslizan lentamente por la mejilla para precipitarse sobre su jersey, ese que ahora le sustituye, y me rasga el alma. Y cada mañana tengo el deseo de sentir sus abrazos y hundir mi cabeza en su jersey y dejarme llevar al tiempo pretérito, al de las promesas, sabedores de la imposibilidad de cumplirlas pero aún así dichas y lanzadas y refrendadas con actos que las hiciesen creíbles y venideras en un futuro, que hoy ya no existe. Solo existe el frío de la soledad no querida, no buscada. Y la mañana se vuelve el peor momento del día y el deseo de acabar por siempre lo empaña todo, y cuesta levantarse sin esa necesidad del llanto, de la triste mueca frente al espejo, y bajo la ducha las lágrimas que me bañan un mañana sí y otro también. Y debería partir y cambiar y huir y empezar, y sé lo que tendría que hacer pero el cuerpo destemplado no ayuda a viajar.

Miro el armario, la distancia hasta la cama se me hace tan larga que me da miedo levantarme, y congelarme por el camino antes de encontrar allá adentro, la fibra que me traiga su calor. Quisiera despedirme de él, tirar su jersey y dejarle atrás, pero no puedo, me cuesta tanto que cuando lo intento me puede la imagen de los buenos ratos y los buenos tiempos, me olvido de la afrenta por la renuncia a seguir, a avanzar juntos. Olvido que la ausencia es para siempre, y su regreso al hogar del que me dijo que escapó para conmigo encontrarse está consumado. Con este frío interior, busco calor, y solo encuentro dentro de mí su abrazo, para hacerme creer que con ese recuerdo no me hielo. Y no añoro sus ojos, ni sus besos, ni sus palabras, sino sus brazos que abrigaban mi desasosiego, que me daban el cariño que hoy ya no siento. La nostalgia de los días anteriores al abandono, cuando no había traición ni engaño, me acomoda cada amanecer un estado de embriaguez, que me tumba y aplasta, que evita la posibilidad de iniciar el día con ánimo renovado de vida, y aunque ya ha pasado tiempo, es ayer siempre para mí y me deja destemplado el cuerpo.

 

 

 

 

.     *Las mañanas de Christina Rosenvinge se convierten en duros amaneceres por el recuerdo de una dolorosa ruptura, igual que la protagonista del texto, con ese frío que no se puede sacar de adentro.

“Nadie como tú“

.     **NA: Publicado originalmente el 17 de Agosto de 2012. Hoy recibe una segunda oportunidad.

 

El Abrazo

16 Miércoles Jul 2014

Posted by albertodieguez in Música, Poesía

≈ 29 comentarios

Etiquetas

abrazo, abrazos, amor, Aute, El niño que miraba el mar, hijo, Música, Señales de vida

El abrazo.

Lo había vivido ya,

de varias maneras de las muchas concebidas.

Abrazo de amada y amado,

en parques y bancos o encamados.

A escondidas o bien a la vista.

Para el sexo compartido

o después para el descanso ganado.

Abrazo cálido, de pecho con pecho

o de pecho con espalda

rodeando por completo a la persona abrazada.

Un abrazo de calma, de sosiego,

un abrazo de amor, de cariño.

Dado y recibido.

Un abrazo fraternal o de dolor compartido,

un abrazo fuerte, apretado,

de los que te hacen sentir que el otro te corresponde

y te dice; estoy aquí a tu lado.

Un abrazo entregado con el cuerpo y con el alma,

con las lágrimas a punto de brotar o brotando.

Pero nunca pensé en un abrazo suave pero tenso,

un abrazo tan largo que duele el cuerpo después de darlo y recibirlo.

Un abrazo que une las pieles por el cuello,

esa suave que me ha desarmado.

Hoy he descubierto y he sentido ese otro abrazo

que ya ninguno habrá de superarlo.

Muchos minutos de abrazo,

calmado, silente.

Mi abrazo; protector, completo y arrullador,

el suyo que no abarca; liviano, tierno y entregado,

casi imperceptible por su pequeñez,

pero más sentido que ninguno.

Una pluma posada que ya no la percibes fuera

si no que penetra y llega hasta el fondo

y la sientes rozarte y acariciarte el corazón.

Un abrazo nacido de la inconsciencia, del instinto.

Esperando que se prolongue o se repita infinitamente,

aunque inmediatamente sabes que ya no volverá,

ese, ya no volverá,

vendrán otros quizás más conscientes,

seguro que más fuertes y decididos,

no serán ni peores ni mejores,

sólo serán diferentes,

aunque siempre quedará aquel que fue el primero,

que fue único e irrepetible.

Hay sensaciones que se sienten sólo una vez en la vida

y ese momento insólito te llena de felicidad, efímera.

Penumbra. Ojos cerrados. Piel erizada.

Nada fuera de ese abrazo,

sólo nudo en la garganta e inmenso amor.

 

 

A Martín, por este abrazo.

 

 

.     *Aute me ayuda con su canción a completar todo lo que sentí con ese abrazo del poema. Ahora yo también siento muy dentro de mí, señales de vida.

“Señales de vida“

Aute - El niño que miraba al mar

La vida está llena de afectos y desafectos.

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