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Archivos de etiqueta: Ella Baila Sola

Mística lactante, mística maternal

12 Martes Ene 2021

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 36 comentarios

Etiquetas

afecto, amor, Bebe, Cuídame, desafecto, desamor, dolor, dudas, EBS, Ella Baila Sola, Grietas, hijo, Jorge Drexler, Lactancia, leche, madre, Maternidad, Mística, Música, Parto, pechos, Pedro Guerra, Por ti, Reencuentros

I

Ayer se me cayó una lágrima. Estaba dando el pecho al niño, sentada en el butacón elegido y comprado para ello, para mi comodidad y su comodidad. Lo sostenía entre mis brazos, bien sujeto y colocado para que llegase cómodamente a la mama, llevaba un rato pidiendo comer, y mientras le cambiaba el pañal se empezó a impacientar, y cuando está con esa ansia, es de temer, succiona con toda su fuerza.

Una lágrima grande, muy grande, como esas primeras gotas de tormenta de verano que levantan polvo al contacto con la arena seca y dejan un círculo amplio. Casi ni rozó la mejilla, pero arrastró con ella algunas otras; éstas sí que se deslizaron por el rostro bajando con menos fuerza, despacio, las percibí húmedas y con pesada abundancia, sintiendo como avanzaban por toda la cara, hacia el abismo unas, y continuando por el mentón para seguir su camino por el cuello otras. Esa primera enorme, cayó rápida y se precipitó hacia la almohada en donde tenía apoyado al bebé. No fue una lágrima lánguida y lenta bajando por la mejilla como las siguientes, supongo que fue mi posición, inclinada un poco la cabeza hacia adelante para llevar mi pecho hacia el niño lo que hizo que abriéndose paso entre las pestañas que no fueron capaces de contenerla, y encontrado el vacío enseguida cayese rauda desde el ojo hasta encontrarse con la tela que la recibió como gota de lluvia, dejando marcado un amplio redondel de agua y sal. No era de ternura ni de alegría ni de miedo ni de duda, no era una lágrima de felicidad, era una lágrima de dolor, de dolor inmenso, dolor de grieta profunda. No es la primera vez que me pasa, ya son varias tomas, varios días en los que ha sucedido, en los que dar de comer al pequeño se me convierte en un suplicio. Un dolor que hace que tense mis piernas, que las estire y levante a la vez que mi cuerpo se dobla levemente sobre el bebé, a la vez que un apretar de dientes acalla ese grito que quisiera lanzar al aire, pero que no evita ese brillo en mi mirada que se transforma en agua salada. Un dolor que no quiero que se transforme en rechazo hacia el muchacho, que no es su intención aún hacer daño, ahora es sólo supervivencia e instinto natural, ya le llegará el tiempo en que sus decisiones si sean meditadas y el daño lo haga a propósito y con conciencia de molestar o hacer mal. Nadie nos libramos de hacerlo, de procurar el perjuicio de otros en alguna ocasión o al menos el deseo de que suceda algún padecimiento por envidia o desacuerdo en pensamiento o por una trifulca que nos enfrenta, y que nos lleva a la irracionalidad de querer la amargura y sufrimiento de esos otros. Yo querré que esto no suceda, que sea una persona de bien, pero quién sabe si lo conseguiré, y menos ahora que los inicios duros nublan mi entendimiento.

Me siento como un animal, como una vaca. Cuando me descuido tengo dos grandes marcas en la camiseta que llevo puesta, sin motivo aparente mis pechos comienzan a segregar la leche, me miro y me veo como en esas imágenes de fiestas de camisetas mojadas, pero no me veo atractiva ni seductora como en ellas se ve y se muestran esas chicas.

Siento que huelo a leche todo el día. Ya sea por la leche desbordada que lo empapa todo o por la proximidad de una toma a otra que hace que sienta que todo el día tengo leche cayendo y calándolo todo, como cuando el bebé se aparta y el chorro sigue saliendo – igual que en aquella imagen de la película “La teta y la luna”- y mojo la cara del pobre pequeño o mi ropa o la almohada en la que le apoyo o incluso en ocasiones llega a manchar el suelo. Hay veces que me pongo a dar uno de los pechos y es el otro el que empieza a exudar leche como si fuese un conducto roto, incontenible, como si una fuente tuviese dos caños y al abrir el grifo ambos soltasen el agua, haya o no balde para recogerla, en este caso haya o no niño que pueda aprovechar esa preciada leche. Y empapo todo el sujetador y maldigo mi estupidez y mi falta de cuidado y mi olvido de ponerme los protectores. Los discos absorbentes son mis fieles compañeros para que esto no suceda, pero con las prisas a veces se me olvida ponérmelos; por indicación de la matrona es mejor no abusar de ellos, no llevándolos constantemente para que los pezones se sequen y no queden mucho tiempo húmedos, es por ello, por no secarse bien lo que hace que las heridas y grietas no se cierren, al igual que no debo abusar de las cremas protectoras para los pezones, por el mismo motivo. Y en estas me veo por la casa con las “lolas” al aire durante un buen rato, para que se sequen los pezones y la aureola de forma natural después de cada toma.

Me esfuerzo y persevero pese al dolor que me produce el momento de dar el pecho, entiendo a tantas mujeres que desisten y lo dejan, y deciden no pasar por el calvario cuando este se vuelve insoportable. Incluso algunas ni se ponen a ello, buscan cualquier excusa para no amantar, -nada criticable-. Es fácil convencerse de que no vale la pena ese sufrimiento, ese esclavismo. Las leches de hoy son tan buenas como la materna, y aunque son muchos los que abogan por la natural en detrimento de la manufacturada porque mejora el sistema inmunológico y de defensas del bebé, es entendible que algunas mujeres al primer revés en el proceso de la lactancia tomen la determinación de dar el biberón. Soy algo testaruda y pensando que es mejor mi leche que la tratada químicamente -“en polvo”-, me digo que debo aguantar un poco, si al primer traspié ya doy un paso atrás cómo me mantendré fuerte y firme para una educación correcta, aunque en el fondo una cosa no tiene nada que ver con la otra, no sé si pierdo la lucidez a ratos y me vuelvo paranoica. Quizás esté haciéndolo mal y antes de tirar la toalla voy a buscar el cambio de postura; en el manual para la lactancia aparecen diferentes formas de dar el pecho, para que se elija el que mejor se ajuste a las necesidades de cada mujer según el tamaño del niño y de los pechos de ella.

No sé. No sé si hago bien las cosas. Me encuentro mal, muy mal, no me da tiempo a nada, no puedo salir de casa, estoy en una mazmorra aunque sin llave echada ni barrotes en las ventanas. Pero es una cárcel. Con un carcelero al que empiezo a querer, en un estado de síndrome de Estocolmo que me idiotiza. Me siento como una esclava atada a una “demanda” sin horarios y sin un minuto para mí.

Me intento convencer de que todo va bien. Pero no lo siento así. Lloro. Tengo los sentimientos a flor de piel. Me siento triste en un momento que debería sentir con completa felicidad, es irracional y absurdo que no pueda estar disfrutando de estos momentos únicos e irrepetibles, como tantas veces me han repetido los que ya han pasado por ello; – Disfrútalo, que se pasa rápido-. Quizá por ello mismo me agobio, por no sentir ese placer y disfrute, por notar que pasan los días y se escapan esos momentos irrepetibles y que no soy capaz de aprovecharlos y vivirlos con plena alegría. Contrariamente quiero que pasen rápidos, que pasen estos primeros meses que se me hacen insoportables y largos, demasiado largos. Dicen que después ya es mejor, y quiero que llegue ese mejor cuanto antes, lo de ahora no es mi idea de felicidad.

Sé que debe ser por las hormonas que las tengo alteradas por el embarazo y el parto y todo el proceso químico que sucede en mí interior, pero que lo sepa no quiere decir que consiga evitar sentirme fatal y que me entren ganas de llorar en muchos momentos del día. Día que me paso prácticamente sola con el hijo, sin relacionarme con nadie más. Intento decirme que no soy mala madre por no sentir el misticismo de la maternidad ni de la lactancia. Ese momento que cuentan algunas mujeres en la que hay una simbiosis perfecta entre madre e hijo, un momento que los hombres nunca podrán entender y que las mujeres que no lo han pasado tampoco, un momento en el que una siente que está dándole el maná de vida a aquella criatura que se ve pequeña y desamparada, y que tú como madre vas a proteger sobre todas las cosas, por encima de cualquier eventualidad. Pero yo eso no lo llego a sentir, no llego a percibir ese estado transcendental y mágico, aunque sí lo otro; que daría cualquier cosa por el hijo, por protegerle, por evitarle males y apartarle a los malvados. No he sentido esa plenitud al dar el pecho nunca ni antes de que comenzasen estos dolores infernales, ni por supuesto ahora con las grietas que hacen que no pueda ni levemente rozarme el pezón con nada, hasta la tela del camisón me daña, y que hacen que cada vez que el niño me pide comer sepa que las lágrimas volverán a brotar durante unos instantes.

……..

II

Han pasado días desde las últimas lágrimas. Con los consejos de la matrona y el cambio de postura las grietas se han ido cerrando y aunque en el inicio de la toma sigue molestando un poco, ya no se puede llamar dolor. Estoy más contenta, aunque sigo sin sentir el universo sobre mí cuando doy el pecho, pero sí que noto que cada día quiero más y más al pequeño. Ya han pasado un par de meses desde el parto, difícil parto el que sufrí, y que todo el mundo se empeña en decirme que olvidaré y que no recordaré lo mal que lo pasé, pero yo sé que no será así, hay que ser estúpida para olvidarlo o relativizarlo con el paso de los años, para decir; -bien sufrido fue con el fin de tener lo que se tiene ahora-.

El afecto ha ido creciendo en mí hacia él y cada día le quiero más, un sentimiento que reconozco que no me llegó por el mero hecho de darle a luz, el amor se ha ido cimentando día a día. Quizás por ello he aguantado el dolor en esos días pasados. Con este sentimiento vuelvo a pensar que no soy una buena madre, y que quizás no lo llegue a ser nunca, cómo no sentir inmediatamente un amor desaforado por aquel que llegó al mundo por ti. Incluso me pregunto sobre mi forma de relacionarme con lo que me rodea, no sé si albergo cierta insensibilidad o falta de empatía o si los afectos y desafectos que invoco se me muestran esquivos a la inmediatez, y están purgados del impulso descontrolado e irracional y solo surgen con el trato más largo y cercano, más racional se podría decir, aunque a veces sea lo contrario y el compromiso duradero sea el que lleva a un sentir irracional por la cercanía y proximidad que aturden y ciegan. Se supone que el cariño y el amor deben desvincularse del pensamiento racional y que deben salir de adentro sin entender a que son debidos y sin ponerles dudas o pegas o reparos a esos sentimientos y menos aún trabas. Dicho fríamente, si lo hubiese perdido a las horas de nacer o a los pocos días cuando parecía complicarse su existir o gravitaba sobre él un existir incompleto y nada pleno, me hubiese dolido mucho, muchísimo sin duda, pero si pasase ahora, sentiría que se me desgarra el corazón.

No se puede negar que un lazo existe y amor inicial lo hay, sería también estúpido negarlo. Cómo negar ese dolor y pena por no poder ver al hijo tras el parto, cuando se lo llevaron rápido, y casi ni sabes cómo es, separados, él en la sala de neonatología por sus complicaciones durante la expulsión y yo en la habitación reposando las horas aconsejadas por los médicos, y cuando pasado ese tiempo quieres ir a verlo pero no puedes andar tanto trecho y sentarte en la silla de ruedas es un suplicio por las almorranas enormes que te han salido, y lo intentas y no aguantas el dolor y lloras y dices; -No puedo-, el mundo se te viene encima. Entonces pides al marido que te traiga una foto, que lo quieres ver. No sé si sientes en realidad un deber, o un deseo de comprobar que está bien, o es una imposición tuya de empezar a quererle ya mismo, y solo puedes quererle si lo ves, y realmente no le has visto. Ya cuando al día siguiente por fin los calmantes hacen efecto y puedes ir, y estas frente a la entrada de esa sala en la que se hallan los que han llegado prematuros o con problemas, respiras hondo, y cuando las puertas se abren al contacto del interruptor, entras y no sabes a donde ir, y una voz a tu lado te dice; -Allí, al fondo, en la esquina. Te aproximas con cierto temor de lo que te vas a encontrar, y le ves tan indefenso, con tubitos por la nariz, protegido y al calor de una incubadora, encerrado entre paredes de metacrilato que le aíslan del aire y del mundo al que ha llegado. Las lágrimas te abordan y te emocionas, y lloras, y no puedes evitarlo y quieres mantenerte fuerte pero no lo consigues todo es desconsuelo y llanto y abrazo del marido que te apoya, y escuchas de las enfermeras los ánimos que te dan y dicen que todo va a ir bien. Pero tú tienes miedo de perderle, ya le has visto ya le estás queriendo, ya te está pidiendo tus cuidados aún sin llorar y sin quejido alguno, sólo con su presencia.

Luego avanzan los días y pasan las semanas y ya sólo sientes que te debes a él, ya sólo él, ya no eres tú la prioridad ni para ti misma, y notas que te está robando algo de ti, que te succiona el alma, tienes la sensación de estar en aquella película de “La invasión de los ladrones de cuerpos”, ya no eres tú misma. Los sentimientos han variado de tal manera que siento que no llevo el timón de ellos. Sigo sin sentir la mística de la maternidad pero aprecio que no soy la misma. Quizás sea esa la mística, la perdida de la conciencia del yo.

Esa mística de la que tanto me hablan las que pasaron por ella y la sintieron y la sienten, y no se les va, diría que incluso cada día más se les refuerza, como una ideología o una fe que echa raíces fuertes después de una primera aproximación y ya no se puede arrancar lo que ha brotado.

Me siento mal a ratos por no percibirla, por no hacerme fanática y fiel seguidora de ella, de esa religión en la que se convierte la maternidad, por tener y experimentar sentimientos contradictorios por amar al hijo tanto y por desear a la vez que pase el tiempo rápido, por desear que como en algunos deportes cuando vas ganando el reloj avance más aprisa para llegar antes al pitido final, a la victoria y a la celebración, que sin duda seguro tendré, y pronto me llegará con el hijo. Todos me lo dicen, que antes o después veré la luz y me convertiré. No digo que no, puede que dentro de unos meses o unos años sea la defensora a ultranza de esta fe, y sea la militante más fervorosa, nunca digas de esta agua no beberé, me enseñaron. Mientras tanto intentaré no martirizarme por sentirme una mala madre, y seguiré dedicándome con todo mi esfuerzo y todo mi amor a proteger su fragilidad.

 

 

.     *Cómo nos canta EBS, la protagonista siente su vida empeñada por verle sonreír… y sabe que ese niño le está demandando ya todos los cuidados para mañana, como cantan Pedro Guerra y Jorge Drexler.

“Por ti”                                                      “Cuídame“

Ella Baila Sola     reencuentros

.     **NA: Publicado originalmente el 18 de Marzo de 2014. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Viejos tiempos (2ª parte)

26 Martes Mar 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 4 comentarios

Etiquetas

amigas, Amistad, celos, dudas, E.B.S., El tiempo de mi felicidad, Ella Baila Sola, Felicidad, Infelicidad, llanto, Música, Pasado, Presente, Recuerdos, tristeza

Se repone, se lava la cara, se la seca con el papel para tal efecto, y respira hondo, muy profundo, no sabe porqué pero tiene ganas de llorar. Por un momento aguanta el tipo, traga saliva, sigue con la cabeza baja, mirando el lavabo, no se atreve a alzar la vista hacia el espejo, no quiere ver, no quiere encontrarse con lo que puede reflejar, ni tampoco lo que pudiese encontrar al otro lado del mismo. Pero el llanto le vence y hace pucheros, callados sonidos, ahogando ese deseo de que las lágrimas se derramen y sean acompañadas de sonidos lastimeros. Llora brevemente, lo suficiente para echar fuera de sí, momentáneamente, la tristeza que le tiene poseído.  Vuelve a refrescarse la cara para eliminar las señales del dolor que le ha atacado de manera sorpresiva, y que le ha dejado maltrecho emocionalmente. Aprieta la mandíbula para desentumecer la sonrisa y poder salir con cara resplandeciente, falsamente alegre, fingiendo normalidad, vestido de hipocresía.

Lo que no entiende es este arrebato que le ha venido, porqué esta situación tan trivial en un principio, tan habitual en reencuentros de viejos amigos, puede haberle llevado a este estado, a esta ansiedad por lo no vivido. El nuevo presente que ahora tiene enfrente le ha dejado trastornado. Quizás esta situación solo ha sido el desencadenante de algo que ya tenía dentro. Esta simple conversación sirvió de espoleta para el estallido en su interior. Lo bueno y agradable se le ha vuelto malo y desagradable. Sentarse allí con ellas y sobrellevar la tarde dignamente va a ser complicado. Se acerca con intranquilidad, no quiere que se le note la desazón que azogado le mantiene algo irritado, no quisiera que ellas tan felices lo noten. Y pareciera que lo consigue, no le han hecho demasiado caso cuando ha llegado de vuelta. Ya se siente fuera del presente de ellas y mucho más fuera del futuro de su pareja. Aparecen más nombres y situaciones lejanas en el tiempo pero que están ahora allí tan vivas y presentes que casi desprenden los aromas de aquellos aires viciados y viciosos que él no aspiró y que en este preciso instante, inhala y llena todos los pulmones de esa brisa salina y de salitre, de pueblo de costa, de playa donde sucedió, y que hoy se hizo presente. Lo ve todo tan próximo, tan cercano a su piel, que cree sentir en este instante el roce de alguna mano, paseándose por la espalda de ella, ve las lentes oscuras de alguien apartarse para ver mejor y dejar ver su ojos y su mirada obscena, invitadora y lo peor es  la sonrisa cómplice que se dibuja en el rostro de ella. Ver esta imagen tan presente le rasga, y no puede por menos apartar la vista a un lado, lejos de la conversación, de las eternas amigas.

Ellas continúan con sus comentarios en tiempo presente, aunque vayan acompañados de un “recuerdas” momentáneo y efímero como parte de un sicalíptico retruécano que ellas conocen y del que a él le dejan ignorante de su origen y finalidad. Un fin de felicidad para ellas y no compartida con él. Nunca pensó que pudiese tener celos del pasado de ella, y ahora, como ese pasado no es pasado sino presente, él se escuda en ello para excusarse de esta flaqueza que jamás pensó tendría. Él siempre fue muy liberal para los sentimientos y al final se siente mal por resultar ser igual que todos o casi todos, posesivo hasta para los pensamientos, más allá de los propios actos del otro. Tener recelo de una amiga de su pareja  es lo que menos hubiese imaginado, quizás de un amigo sí, pero de una mujer, impensable hace tiempo, y sin embargo, aquí está odiándola, sintiendo que le está robando el tiempo de su felicidad.

 

 

 

.     *El protagonista del texto siente que le roban el tiempo de su felicidad, ese tiempo que espera que le llegue algún día a Ella Baila Sola en su canción.

“El tiempo de mi felicidad“

.     **NA: Publicado originalmente el 10 de Julio de 2012. Hoy recibe una segunda oportunidad.

                                                      …Continúa “Viejos tiempos (3ª parte)“

Doliente instante

27 Viernes Jul 2018

Posted by albertodieguez in Música, Poesía

≈ 5 comentarios

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desilusión, dolor, E.B.S., Ella Baila Sola, Música, Se me va de las manos, tristeza, vacío

Del instante en el que me muevo

surgen mil historias sin remedio,

dilatadas agonías que surgen en mí,

desquiciados encuentros que son desencuentros,

retablos de colores que llegan,

colecciones de humores que afligen,

dentelladas de una vida sin destino,

dolorido destino que no encuentro.

Busco con obsesión, con desesperación,

como si el tiempo se me fuera.

¿Se me va? Sí, se va entre mis dedos,

manos que no logran detenerlo,

ni siquiera ralentizarlo, para

con calma disfrutar de algo.

Todo fluye y mi mente me empuja

en busca del disfrute, por las sorpresas

del futuro, que no llega.

Tampoco llega tu llamada,

que me rescate de este instante

de locura de vida perdida,

que se resquebraja, diluye y borra,

sin aliciente de lucha y avance,

sin tu aliento que me calme,

del deseo de cese inminente

de esta triste vida doliente.

 

 

 

.     *Para este instante vacío de ilusión de vida, le ponemos música de Ella Baila Sola, que también sienten como se les va el tiempo y la vida.

“Se me va de las manos“

.     **NA: Publicado originalmente el 11 de Junio de 2012. Hoy recibe una segunda oportunidad

No siento

06 Lunes Nov 2017

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 20 comentarios

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amanecer, café, Desafectos, desamor, despertar, ducha, Ella Baila Sola, Lo echamos a suertes, Música, rutina

Hoy como todos los días me llamaste desde el cuarto de baño, desde la ducha, me despertaste desde allí, como siempre, diciendo mi nombre. Eres mi despertador, despertador suave, más suave que el sonido insistente y violento de un reloj-despertador, ese que sobresalta cuando suena y que yo no oigo y tú sí, y que rápido apagas para evitarme madrugar. Y te levantas a preparar el café en silencio, respetando mi dormir, procurando que yo aproveche y apure al máximo el descanso y las horas de sueño. Con mucho sigilo, de vuelta de la cocina, entras en el baño a darte la ducha diaria, reparadora y estimulante, y cuando estás finalizando me llamas para que acuda y entre sin cesar el flujo de agua. Y es curioso que oiga esa llamada mucho más leve y moderada que la estridente alarma de un reloj. Me acostumbré a esa modulación, ese grito apagado que llega en cambio, nítido a mí, y me hace dejar de dormir. Esa fonación entra en mí, buscándome allá lejos donde me encuentre, sumido en una tranquilidad eterna, sin conciencia, y de allí me saca y me trae de nuevo a esta existencia.

Pero ya ese reclamo me altera e irrita tanto como un despertar ruidoso y rechinante, despabilar con la voz que antes me era amorosa me disgusta y enoja, me enfada y hace que mi nuevo día aparezca nublado desde el primer segundo. Esa ruptura del silencio que me acunaba, me fastidia y desagrada, esa invocación tuya me resulta desapacible, esa invitación sedosa a ir contigo, a tu encuentro, se me vuelve áspera y exasperante, me crispa y enerva, y si tardo, tú insistes con dulce elevación del tono y yo lo encuentro destemplado y ruidoso, y lo intuyo como insidioso, y sé que no es así que es una percepción mía, que tú solo me das amor y afecto, que casi me idolatras, y la ternura es tu bandera para conmigo, siempre sonriente cuando entro en el baño en respuesta a tu llamada, y me haces comentarios alegres e invitadores a comenzar el día con gozo y jovialidad, esa que dices no ver en mi despertar, y que yo te digo no ser cierto, te desmiento y digo que mi amanecer no es mohíno, pero sé que no muestro la verdad, desde niño ya me pasó, y tú no le das importancia a mí negación, sabes de esa realidad, me conoces como nadie. Y me siento pérfido y tramposo, por mi falta de sinceridad, por no afrontar lo que me pasa, lo que me apaga el día cada mañana, lo que me hunde en cada mirada que cruzamos en el alba, cuando tú me llamas. Y me pregunto qué me ha pasado, qué ha cambiado, qué sucedió en mi vida, en nuestra vida, qué rutinas me asfixiaron.

Tú, siempre tan delicada y cuidadosa conmigo, tan amorosa, que me duele más si cabe sentir esto que siento, sentir que no siento, no siento ese amor que me arrebató por tanto tiempo.

 

 

 

.     *Ella Baila Sola nos pone música a este texto de desafección, doloroso reconocimiento de que ya no se siente lo que se sentía y que no se afronta ni encara con sinceridad.

“Lo echamos a suertes“

.

     **NA: Publicado originalmente el 13 de Abril 2012. Hoy recibe una segunda oportunidad.

La vida está llena de afectos y desafectos.

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