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afecto, amor, Bebe, Cuídame, desafecto, desamor, dolor, dudas, EBS, Ella Baila Sola, Grietas, hijo, Jorge Drexler, Lactancia, leche, madre, Maternidad, Mística, Música, Parto, pechos, Pedro Guerra, Por ti, Reencuentros
I
Ayer se me cayó una lágrima. Estaba dando el pecho al niño, sentada en el butacón elegido y comprado para ello, para mi comodidad y su comodidad. Lo sostenía entre mis brazos, bien sujeto y colocado para que llegase cómodamente a la mama, llevaba un rato pidiendo comer, y mientras le cambiaba el pañal se empezó a impacientar, y cuando está con esa ansia, es de temer, succiona con toda su fuerza.
Una lágrima grande, muy grande, como esas primeras gotas de tormenta de verano que levantan polvo al contacto con la arena seca y dejan un círculo amplio. Casi ni rozó la mejilla, pero arrastró con ella algunas otras; éstas sí que se deslizaron por el rostro bajando con menos fuerza, despacio, las percibí húmedas y con pesada abundancia, sintiendo como avanzaban por toda la cara, hacia el abismo unas, y continuando por el mentón para seguir su camino por el cuello otras. Esa primera enorme, cayó rápida y se precipitó hacia la almohada en donde tenía apoyado al bebé. No fue una lágrima lánguida y lenta bajando por la mejilla como las siguientes, supongo que fue mi posición, inclinada un poco la cabeza hacia adelante para llevar mi pecho hacia el niño lo que hizo que abriéndose paso entre las pestañas que no fueron capaces de contenerla, y encontrado el vacío enseguida cayese rauda desde el ojo hasta encontrarse con la tela que la recibió como gota de lluvia, dejando marcado un amplio redondel de agua y sal. No era de ternura ni de alegría ni de miedo ni de duda, no era una lágrima de felicidad, era una lágrima de dolor, de dolor inmenso, dolor de grieta profunda. No es la primera vez que me pasa, ya son varias tomas, varios días en los que ha sucedido, en los que dar de comer al pequeño se me convierte en un suplicio. Un dolor que hace que tense mis piernas, que las estire y levante a la vez que mi cuerpo se dobla levemente sobre el bebé, a la vez que un apretar de dientes acalla ese grito que quisiera lanzar al aire, pero que no evita ese brillo en mi mirada que se transforma en agua salada. Un dolor que no quiero que se transforme en rechazo hacia el muchacho, que no es su intención aún hacer daño, ahora es sólo supervivencia e instinto natural, ya le llegará el tiempo en que sus decisiones si sean meditadas y el daño lo haga a propósito y con conciencia de molestar o hacer mal. Nadie nos libramos de hacerlo, de procurar el perjuicio de otros en alguna ocasión o al menos el deseo de que suceda algún padecimiento por envidia o desacuerdo en pensamiento o por una trifulca que nos enfrenta, y que nos lleva a la irracionalidad de querer la amargura y sufrimiento de esos otros. Yo querré que esto no suceda, que sea una persona de bien, pero quién sabe si lo conseguiré, y menos ahora que los inicios duros nublan mi entendimiento.
Me siento como un animal, como una vaca. Cuando me descuido tengo dos grandes marcas en la camiseta que llevo puesta, sin motivo aparente mis pechos comienzan a segregar la leche, me miro y me veo como en esas imágenes de fiestas de camisetas mojadas, pero no me veo atractiva ni seductora como en ellas se ve y se muestran esas chicas.
Siento que huelo a leche todo el día. Ya sea por la leche desbordada que lo empapa todo o por la proximidad de una toma a otra que hace que sienta que todo el día tengo leche cayendo y calándolo todo, como cuando el bebé se aparta y el chorro sigue saliendo – igual que en aquella imagen de la película “La teta y la luna”- y mojo la cara del pobre pequeño o mi ropa o la almohada en la que le apoyo o incluso en ocasiones llega a manchar el suelo. Hay veces que me pongo a dar uno de los pechos y es el otro el que empieza a exudar leche como si fuese un conducto roto, incontenible, como si una fuente tuviese dos caños y al abrir el grifo ambos soltasen el agua, haya o no balde para recogerla, en este caso haya o no niño que pueda aprovechar esa preciada leche. Y empapo todo el sujetador y maldigo mi estupidez y mi falta de cuidado y mi olvido de ponerme los protectores. Los discos absorbentes son mis fieles compañeros para que esto no suceda, pero con las prisas a veces se me olvida ponérmelos; por indicación de la matrona es mejor no abusar de ellos, no llevándolos constantemente para que los pezones se sequen y no queden mucho tiempo húmedos, es por ello, por no secarse bien lo que hace que las heridas y grietas no se cierren, al igual que no debo abusar de las cremas protectoras para los pezones, por el mismo motivo. Y en estas me veo por la casa con las “lolas” al aire durante un buen rato, para que se sequen los pezones y la aureola de forma natural después de cada toma.
Me esfuerzo y persevero pese al dolor que me produce el momento de dar el pecho, entiendo a tantas mujeres que desisten y lo dejan, y deciden no pasar por el calvario cuando este se vuelve insoportable. Incluso algunas ni se ponen a ello, buscan cualquier excusa para no amantar, -nada criticable-. Es fácil convencerse de que no vale la pena ese sufrimiento, ese esclavismo. Las leches de hoy son tan buenas como la materna, y aunque son muchos los que abogan por la natural en detrimento de la manufacturada porque mejora el sistema inmunológico y de defensas del bebé, es entendible que algunas mujeres al primer revés en el proceso de la lactancia tomen la determinación de dar el biberón. Soy algo testaruda y pensando que es mejor mi leche que la tratada químicamente -“en polvo”-, me digo que debo aguantar un poco, si al primer traspié ya doy un paso atrás cómo me mantendré fuerte y firme para una educación correcta, aunque en el fondo una cosa no tiene nada que ver con la otra, no sé si pierdo la lucidez a ratos y me vuelvo paranoica. Quizás esté haciéndolo mal y antes de tirar la toalla voy a buscar el cambio de postura; en el manual para la lactancia aparecen diferentes formas de dar el pecho, para que se elija el que mejor se ajuste a las necesidades de cada mujer según el tamaño del niño y de los pechos de ella.
No sé. No sé si hago bien las cosas. Me encuentro mal, muy mal, no me da tiempo a nada, no puedo salir de casa, estoy en una mazmorra aunque sin llave echada ni barrotes en las ventanas. Pero es una cárcel. Con un carcelero al que empiezo a querer, en un estado de síndrome de Estocolmo que me idiotiza. Me siento como una esclava atada a una “demanda” sin horarios y sin un minuto para mí.
Me intento convencer de que todo va bien. Pero no lo siento así. Lloro. Tengo los sentimientos a flor de piel. Me siento triste en un momento que debería sentir con completa felicidad, es irracional y absurdo que no pueda estar disfrutando de estos momentos únicos e irrepetibles, como tantas veces me han repetido los que ya han pasado por ello; – Disfrútalo, que se pasa rápido-. Quizá por ello mismo me agobio, por no sentir ese placer y disfrute, por notar que pasan los días y se escapan esos momentos irrepetibles y que no soy capaz de aprovecharlos y vivirlos con plena alegría. Contrariamente quiero que pasen rápidos, que pasen estos primeros meses que se me hacen insoportables y largos, demasiado largos. Dicen que después ya es mejor, y quiero que llegue ese mejor cuanto antes, lo de ahora no es mi idea de felicidad.
Sé que debe ser por las hormonas que las tengo alteradas por el embarazo y el parto y todo el proceso químico que sucede en mí interior, pero que lo sepa no quiere decir que consiga evitar sentirme fatal y que me entren ganas de llorar en muchos momentos del día. Día que me paso prácticamente sola con el hijo, sin relacionarme con nadie más. Intento decirme que no soy mala madre por no sentir el misticismo de la maternidad ni de la lactancia. Ese momento que cuentan algunas mujeres en la que hay una simbiosis perfecta entre madre e hijo, un momento que los hombres nunca podrán entender y que las mujeres que no lo han pasado tampoco, un momento en el que una siente que está dándole el maná de vida a aquella criatura que se ve pequeña y desamparada, y que tú como madre vas a proteger sobre todas las cosas, por encima de cualquier eventualidad. Pero yo eso no lo llego a sentir, no llego a percibir ese estado transcendental y mágico, aunque sí lo otro; que daría cualquier cosa por el hijo, por protegerle, por evitarle males y apartarle a los malvados. No he sentido esa plenitud al dar el pecho nunca ni antes de que comenzasen estos dolores infernales, ni por supuesto ahora con las grietas que hacen que no pueda ni levemente rozarme el pezón con nada, hasta la tela del camisón me daña, y que hacen que cada vez que el niño me pide comer sepa que las lágrimas volverán a brotar durante unos instantes.
……..
II
Han pasado días desde las últimas lágrimas. Con los consejos de la matrona y el cambio de postura las grietas se han ido cerrando y aunque en el inicio de la toma sigue molestando un poco, ya no se puede llamar dolor. Estoy más contenta, aunque sigo sin sentir el universo sobre mí cuando doy el pecho, pero sí que noto que cada día quiero más y más al pequeño. Ya han pasado un par de meses desde el parto, difícil parto el que sufrí, y que todo el mundo se empeña en decirme que olvidaré y que no recordaré lo mal que lo pasé, pero yo sé que no será así, hay que ser estúpida para olvidarlo o relativizarlo con el paso de los años, para decir; -bien sufrido fue con el fin de tener lo que se tiene ahora-.
El afecto ha ido creciendo en mí hacia él y cada día le quiero más, un sentimiento que reconozco que no me llegó por el mero hecho de darle a luz, el amor se ha ido cimentando día a día. Quizás por ello he aguantado el dolor en esos días pasados. Con este sentimiento vuelvo a pensar que no soy una buena madre, y que quizás no lo llegue a ser nunca, cómo no sentir inmediatamente un amor desaforado por aquel que llegó al mundo por ti. Incluso me pregunto sobre mi forma de relacionarme con lo que me rodea, no sé si albergo cierta insensibilidad o falta de empatía o si los afectos y desafectos que invoco se me muestran esquivos a la inmediatez, y están purgados del impulso descontrolado e irracional y solo surgen con el trato más largo y cercano, más racional se podría decir, aunque a veces sea lo contrario y el compromiso duradero sea el que lleva a un sentir irracional por la cercanía y proximidad que aturden y ciegan. Se supone que el cariño y el amor deben desvincularse del pensamiento racional y que deben salir de adentro sin entender a que son debidos y sin ponerles dudas o pegas o reparos a esos sentimientos y menos aún trabas. Dicho fríamente, si lo hubiese perdido a las horas de nacer o a los pocos días cuando parecía complicarse su existir o gravitaba sobre él un existir incompleto y nada pleno, me hubiese dolido mucho, muchísimo sin duda, pero si pasase ahora, sentiría que se me desgarra el corazón.
No se puede negar que un lazo existe y amor inicial lo hay, sería también estúpido negarlo. Cómo negar ese dolor y pena por no poder ver al hijo tras el parto, cuando se lo llevaron rápido, y casi ni sabes cómo es, separados, él en la sala de neonatología por sus complicaciones durante la expulsión y yo en la habitación reposando las horas aconsejadas por los médicos, y cuando pasado ese tiempo quieres ir a verlo pero no puedes andar tanto trecho y sentarte en la silla de ruedas es un suplicio por las almorranas enormes que te han salido, y lo intentas y no aguantas el dolor y lloras y dices; -No puedo-, el mundo se te viene encima. Entonces pides al marido que te traiga una foto, que lo quieres ver. No sé si sientes en realidad un deber, o un deseo de comprobar que está bien, o es una imposición tuya de empezar a quererle ya mismo, y solo puedes quererle si lo ves, y realmente no le has visto. Ya cuando al día siguiente por fin los calmantes hacen efecto y puedes ir, y estas frente a la entrada de esa sala en la que se hallan los que han llegado prematuros o con problemas, respiras hondo, y cuando las puertas se abren al contacto del interruptor, entras y no sabes a donde ir, y una voz a tu lado te dice; -Allí, al fondo, en la esquina. Te aproximas con cierto temor de lo que te vas a encontrar, y le ves tan indefenso, con tubitos por la nariz, protegido y al calor de una incubadora, encerrado entre paredes de metacrilato que le aíslan del aire y del mundo al que ha llegado. Las lágrimas te abordan y te emocionas, y lloras, y no puedes evitarlo y quieres mantenerte fuerte pero no lo consigues todo es desconsuelo y llanto y abrazo del marido que te apoya, y escuchas de las enfermeras los ánimos que te dan y dicen que todo va a ir bien. Pero tú tienes miedo de perderle, ya le has visto ya le estás queriendo, ya te está pidiendo tus cuidados aún sin llorar y sin quejido alguno, sólo con su presencia.
Luego avanzan los días y pasan las semanas y ya sólo sientes que te debes a él, ya sólo él, ya no eres tú la prioridad ni para ti misma, y notas que te está robando algo de ti, que te succiona el alma, tienes la sensación de estar en aquella película de “La invasión de los ladrones de cuerpos”, ya no eres tú misma. Los sentimientos han variado de tal manera que siento que no llevo el timón de ellos. Sigo sin sentir la mística de la maternidad pero aprecio que no soy la misma. Quizás sea esa la mística, la perdida de la conciencia del yo.
Esa mística de la que tanto me hablan las que pasaron por ella y la sintieron y la sienten, y no se les va, diría que incluso cada día más se les refuerza, como una ideología o una fe que echa raíces fuertes después de una primera aproximación y ya no se puede arrancar lo que ha brotado.
Me siento mal a ratos por no percibirla, por no hacerme fanática y fiel seguidora de ella, de esa religión en la que se convierte la maternidad, por tener y experimentar sentimientos contradictorios por amar al hijo tanto y por desear a la vez que pase el tiempo rápido, por desear que como en algunos deportes cuando vas ganando el reloj avance más aprisa para llegar antes al pitido final, a la victoria y a la celebración, que sin duda seguro tendré, y pronto me llegará con el hijo. Todos me lo dicen, que antes o después veré la luz y me convertiré. No digo que no, puede que dentro de unos meses o unos años sea la defensora a ultranza de esta fe, y sea la militante más fervorosa, nunca digas de esta agua no beberé, me enseñaron. Mientras tanto intentaré no martirizarme por sentirme una mala madre, y seguiré dedicándome con todo mi esfuerzo y todo mi amor a proteger su fragilidad.
. *Cómo nos canta EBS, la protagonista siente su vida empeñada por verle sonreír… y sabe que ese niño le está demandando ya todos los cuidados para mañana, como cantan Pedro Guerra y Jorge Drexler.
. **NA: Publicado originalmente el 18 de Marzo de 2014. Hoy recibe una segunda oportunidad.
Me has hecho recordar tantos momentos… y … ese momento de unión plena con el bebe.. su dulce olor.. sus chupetones, el quedarse dormido mientras lo amamantes, esa manita que coloca en tu pecho.. o .. cuando es más grande… y juega contigo, se sonrié,te mira…. creo que esos momentos son de felicidad… uhmm los añoro…. besos
Son dulces momentos… esos que cuentas.
NA: Eres joven, puedes retomarlos, :-).
Besos.
No puedo sentirme identificada porque creo que sólo una madre puede saber lo que se siente pero sí creo que casi todas las madres se han sentido malas madres en algún momento. Esa ansia por querer darlo todo a un hijo hace que se pongan el listón tal vez demasiado alto. Un besote!!
Sin duda, es muy subjetivo este tema y cada una lo vive y afronta de forma diferente… pero si que hay cierto halo místico alrededor de ello… algo de lo que se puede discutir. 🙂
Un beso.
Alberto me recordaste a mis hijos cuando eran pequeños, no ay nada mejor, que esas experiencias.
Gracias Chari.
Es una muy buena experiencia, diferente diría yo más que «nada mejor».
Estupendo post que nos introduce en el mundo íntimo de la madre y el bebe con sus dificultades y sus afectos.
Me ha gustado mucho.
Un Abrazo Alberto 🙂 .
Gracias Joaquin. 🙂
Un abrazo.
Es tan hermoso Alberto y me has hecho recordar momentos tan bonitos ese olor tan agradable del bebe y el pecho de mama …gracias de verdad.
En cuanto al premio felicidades la bruja es estupenda mañana pondré el mio.
Muchos besos
Gracias Carmen.
Un beso.
Gracias a ti por hacernos sentir, desde que eres papá estás que te sales!!
Muchos besos y feliz día del padre mañana
Sólo puedo decir, Gracias. 🙂
Besos.
Sí que te has metido en el papel de madre reciente, Alberto, lo has descrito tal cual, con distintos matices.
Es cierto que puede ser que a veces todas nos sintamos en algún instante malas madres, pero eso sólo dura….¡nada!, porque cada una somos madres a nuestra manera, nos entregamos a nuestra manera y queremos y nos dejamos querer sólo a la manera de cómo somos y eso no quiere decir que se haga mejor o peor que el resto de madres….no hay un modelo standar….. tan sólo tenemos en común, lo que significa un hijo para la madre.
Bonito texto.
Besos apretaos
Gracias Yeste.
Es verdad que ese sentimiento de no cumplir como madre dura poquito…
Un beso.
Coincido, sí que te has metido en la piel de una madre, pero en su parte dura y tremendamente intensa con baby-blues y complicación incluída.Las expectativas matan, si buscas una mística en concreto de algo de afuera sólo tendrás decepción.
Yo siempre digo que a mí mi primera hija me abrió el corazón. No sé explicarlo de otra manera. Y dar el pecho ha sido y es (ahora con mi segundo) un placer, aunque te supedites al bebé y seas su menú, dicho burdamente.
Un beso
Es un relato, es una visión…. es una parte, la dura, que también existe y de la que se habla menos… La bonita también está ahí, y se asoma un poquito…
Si la vida es subjetiva, en este caso todo se acentúa…
Besos. 🙂
Hermoso texto. Me ha encantado.
Un besote y fuerte abrazo.
Gracias Rotze. 🙂
Besos.
Como autor, texto magistral… Una lectura femenina , total. El más difícil todavía…
Y, además, precioso.
Enhorabuena!!!
Besos.
Gracias By.
Qué va a decir mi representada!! ja, ja.
Besos.
Pues mira, no te hubiese dado la enhorabuena si no lo creyera;-)
Es sincero, total.De sacarse el sombrero.
Besos.
Más Gracias!! 🙂
Un abrazo muy sentido.
Impresionante cómo te has puesto en el papel de la madre, porque esos mismos pensamientos los he escuchado alguna vez.
Pienso como han dicho más arriba, las expectativas son malas. es mejor dejar que la cosa fluya sin ideas preconcebidas.
Besazo
Gracias Dolega.
A veces las expectativas nos las marcamos como reflejo de lo que nos cuentan que ha sido para otros esa experiencia y entonces nos creemos que debe ser la norma… y lo que nos fluye nos confunde por no asemejarse a aquello que nos han transmitido.
Besos.
Pues me sumo a los parabienes, mas entrando en el fondo del asunto, mi hija mayor se crió a pecho, sin compartir con su padre encima, la pequeña a biberones, ambas sanas y sin problema, allá cada madre con su elección incluso si la cambia, para el padre evidentemente es mejor lo segundo, biberones desde el primer día, puedes ayudar mucho más asi, pero tampoco lo elegí yo 🙂
Gracias Dess.
Las leches preparadas están muy conseguidas, no es como cuando nosotros eramos pequeños y antes mucho más, que no aliementaban tanto como la materna.
Cierto que con los biberones el padre está más integrado, aunque a veces da gusto por las noches no estarlo. 🙂
Un abrazo!.
Me asombras con esa capacidad tuya para expresar lo que jamás has podido vivir. En otras ocasiones en las que te has convertido en «narradora» de afectos y desafectos femeninos también has dado en el clavo pero el mérito (aparte del de escritor) podía estribar en trasaladar tus sentimientos feminizados (conquistas, lucha generacional, rivalidades, abandonos, situaciones eróticas,… las vivimos, afortunadamente, ambos) pero esta vez…¡lo has bordado, Alberto! Además tan gráficamente, tan cinematográficamente, que la lectura ha sido un vijae sensorial además de emocional y, sin haber vivido esa experiencia, me he visto y he oído esa lágrima caer, me he sentido empapada en leche, oliendo ácido, he sentido la suavidad y el cosquilleo de la piel del bebé, he percibido sus deseos y miedos, he sentido mi propiocpeción en esa habitación, en el espacio íntimo que crea la madre con el niño dentro del hogar, esa burbuja tan privada,…
Además, has sido muy valiente al plantear la evolución del personaje. Pocas mujeres se atreven a decir que hay momentos en los que no sienten afecto por su bebé, que no sintieron el amor por él o ella desde el primer instante que se lo pusieron encima tras el parto, que le instinto maternal se les generó después ¡o nunca!… Y callarlo les hace sentir como las peores personas del Universo y a aprtir de ahí todo su mundo puede cambiar, tirando la toalla o esfrozándose tanto proque no se note que ahogan al nuevo ser con atenciones exageradas, dejan de ser las qeu eran, de creer en ellas, etc. porque lo políticamente correcto es decir que es la experiencia mejor de sus vidas y que del dolor ni se acuerdan, que la violencia sufrida sobre su cuerpo (desde los cambios en el embarazo, a veces, insoportablemente duros, el trato en el parto también generador de mucha sensación negativa, la lactancia agrietadora, la recolocación de sus vísceras que tarda meses, las complicaciones en ella, el cansancio,…) mereció la pena. Eso es lo que siempre nos empeñamos en declarar. Y no siempre es así. Lo natural es amar pero también es legítimo sentir angustia y dolor y rechazarlo. Y desear no haber pasado por eso. Aún recuerdo la impresión que me produjo leer lo que había escrito una mamá, al devolverme la ficha de matrícula del bebé en la Escuela Infantil en la que trabajé, en el apartado sobre el embarazo. Con toda sinceridad y bien mayúsculo dejo un lacónico: UN INFIERNO. Gracias por traernos a Drexler también.
Gracias, gracias y gracias, Cecilia.
Me quedo sin palabras cuando me escribes cosas así.
Un besazo.
¡Alberto, ¿te referirás a tan mal escritas, no? Siento las inchorencias y faltas…¡he cometido el error de no releerlo antes de enviarlo y está claro que mis dedos (o lo que es peor mi cabeza) están dormidos aún!Y, como dice la manida cancioncilla: «¡te lo mereces, te lo mereces!»
Líos hechos besos para ti
Ja, ja, nada de mal escrito. Está claro que cuando se escribe deprisa y dejando manar rápido hacia los dedos lo que sale de la cabeza, suele suceder que aparezca el trastabilleo de letras y alguna errata. pero todo bien legible, y más cuando suena a música para el que lo lee…
Besos. 🙂
«Ese momento que cuentan algunas mujeres en la que hay una simbiosis perfecta entre madre e hijo, un momento que los hombres nunca podrán entender y que las mujeres que no lo han pasado tampoco: ¿la mística de la maternidad?» Seguro que todo esto lo han inventado hombres que se las dan de intelectuales y me atrevería a decir con olor a incienso.
Las mujeres que lo creen y que sienten su vivencia materna normal: cansadas a veces, emocionadas, contentas, tristes, … por ideas como esas llegan a tener sentimientos de culpa por no sentir esa mística.
Me avergüenza que esas ideas abstractas de un misticismo espiritual sigan circulando.
La maternidad es algo grande, sí; la experiencia más fuerte que una mujer puede llegar a sentir; pero queda bastante bien reflejada la realidad, el día a día de una madre en los sentimientos que nos trasmite este relato. Y bastante valor tiene una mujer para afrontar esta experiencia de la mejor manera que ella sabe hacerlo, como para que le tengan que añadir un plus de no sé que mística que le cargue un peso de culpabilidad por añadidura.
Un saludo
Hola María Pilar.
Estoy de acuerdo en que es una carga absurda la de vivir la maternidad con una halo de que todo es genial y fantástico. Pero no creo que esto venga exclusivamente por una invención másculina de intelectuales o curas, y si es así o fué así en un inicio, en la actualidad aparece mucho más calado ese pensamiento en las mujeres que en los hombres.
Un abrazo.
Te nominé para un premio de bloggers, en el link puedes encontrar el dato.
http://ahorabrilla.wordpress.com/2014/03/23/the-cracking-chrispmouse-bloggywog-award/
He alucinado, Alberto, leyendo cómo te has metido completamente en la piel de una madre. Aunque ya hace más de 13 años que terminé de dar el pecho al último de mis hijos, me has hecho recordar esos momentos y lo que disfrutaba con ellos, a pesar de las grietas los primeros días!!!
Me ha encantado.
Besicos.
Muchas Gracias!!.
Me alegra que fuese un momento gratificante, debe serlo cuando no hay dolor, o este ha pasado, supongo! 🙂
Besos.
Fantástica descripción de esos momentos, de esos pensamientos que hemos sentido todas las madres.
Felicidades!!
Cristina