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Archivos de etiqueta: conversación

Lucidez etílica en los alrededores del “si hubiera”

08 Viernes Nov 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 21 comentarios

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alcohol, Amistad, charla, conversación, encuentro, Fito y fitipaldis, Música, Me equivocaría otra vez, Pasado, Por la boca vive el pez, posibilidades, Recuerdoos

Llevábamos varias horas bebiendo y recordando viejos tiempos, y viejas situaciones, hablando de antiguos amigos de los que habíamos perdido la pista, y nos preguntábamos qué habría sido de ellos, y venían a nuestra cabeza momentos compartidos con esos de los que ya no sabemos, situaciones hilarantes en muchos casos. Grandes y largas borracheras, en cortos viajes. Caímos en el recuerdo de mujeres que fueron algo, -pocas-, y de otras que fueron nada, -muchas-, y de la gran mayoría que se quedaron sólo en miradas y espejismo, y como siempre pasa, nos centramos en las que no llegaron a buen puerto y en los espejismo; en lo que nos hubiese gustado que muchas del nada estuviesen en el algo incluso que hubiesen entrado a formar parte del mucho y que los espejismos se hubiesen transmutado en realidades palpables. Nos recreamos en imaginar qué hubiese pasado si tal o cual vez hubiésemos aceptado la invitación o insinuación, o si no nos hubiésemos dedicado al alcohol tan denodadamente en aquellas ocasiones en las que decidimos posponer el encuentro para después, llegando a ese después con pocas posibilidades de victoria manejados por la ebriedad, o ya demasiado tarde, como en esas veces en las que tardamos en decidirnos y cuando lo hicimos, empujados por el punto de alcohol, ya era hora de cierre y recogimiento. Tendimos como siempre a fantasear más con lo que podía haber sido que con lo que fue.

Yo le conté mi reciente encuentro con alguien de mi pasado que me dejó algo tocado, y que a veces me daba por pensar en qué hubiese sucedido si hubiese actuado de una u otra forma ante ciertas situaciones, qué hubiese pasado si con esa persona las cosas hubiesen sucedido de otra manera, pero que pensar en ello me parecía pensar en algo muy volátil, puesto que cada vez que lo pienso los sentimientos varían, pasando del deseo a un cambio en aquel momento que hubiese hecho no estar en donde estoy, hasta un rechazo frontal a esa posibilidad, puesto que lo que he vivido me ha dado momentos felices, y en donde estoy, es un buen lugar, -no sé si el mejor-, pero si un lugar agradable y confortable. Y así me muevo constantemente, desorientado por los sentimientos contradictorios que generan esos momentos intangibles del “si hubiera”.

– Cierto, se puede decir que “el si hubiera” es la forma verbal más etérea… tras esa expresión gran parte de la vida queda en el limbo. Y por ello, pensarlo, quizás no valga la pena, y seguramente que no lo vale, pero no se puede evitar dejarse llevar por esa pregunta; ¿Qué hubiese pasado?, ya sea formulada a nosotros mismos o a otros involucrados, para imaginar otros pasados, otros caminos, otros futuros. Esos quizás son la otra vida, esa que se queda en el camino a cada decisión, o a cada casualidad; hay veces que el ir o estar no es decisión propia y sí más el resultado de circunstancias no controladas del todo por nosotros. Regodearse en ello, puede que no sea lo mejor, es vivir en un eterno: Porqué sucedió de aquella manera y no de otra. Es nocivo y tóxico para nuestra salud mental.

Además ese estado melancólico del “hubiera” o “hubiéramos” se cierne una y otra vez sobre nosotros a cada paso que ya es pasado, y en cada decisión que nos deja un único pasado lineal, real y muchos posibles, y ya imposibles, sólo imaginados, desparramados a nuestra espalda… cientos de vidas que podemos volver a vivir falsamente… aunque es verdad,  que cuando caemos en esa nostalgia de la posibilidad no vivida, llegamos a tener sensaciones imaginadas, incluso a veces podemos sentir como pasa de nuestra mente a nuestro cuerpo, lo somatizamos, sentimos acelerarse el corazón, se nos hace un nudo en la garganta, las lágrimas pugnan por salir, y hasta cerramos los ojos para aspirar los aromas de un entorno que no es veraz…

Pero todo es una mentira, no podemos escapar de un lugar, una fotografía, una imagen en nuestra mente, queremos avanzar y no lo conseguimos, estamos encerrados en un mundo finito, y cuando hemos avanzado, acercándonos a los bordes y ya no hay nada conocido y hemos agotado nuestras referencias, como en esos mapas de los primeros navegantes. Somos incapaces de alargar lo que sucedería mucho más allá de ese preciso instante, que sí es muy nítido pero que en el avanzar el horizonte se va difuminando hasta que una niebla nos empaña toda la visión y todo se acaba, dejándonos en un vacío insoportable, entonces despertamos en otro plano astral, éste de realidad a veces complaciente y otras, desplaciente. Toda esa amplitud de posibilidades del pasado, al final se queda en dos únicos planos; lo que ha sido y lo que no ha sido, lo que fue y lo que podría haber sido, no siempre tintado del deseo de que hubiese sido de otra manera,  muchas veces sólo movidos por la curiosidad, y que se repetirá en todos nuestros presentes, incesantemente.

Es verdad que quizás nos queramos engañar pensando que hay algo interesante en los resquicios de lo no vivido, sobre todo, suele pasar cuando añoramos a alguien que ya no es presente, o se nos hace presente alguien del pasado, o lo vivido no nos parece interesante y fantaseamos de cómo sería nuestra vida actual; “Si hubiéramos..”. Pero luego, casi siempre nos rajamos, y nos conformamos con lo que somos y hemos sido y nos quedamos quietecitos no vaya a saltar por los aires lo que tenemos. Con los años nos volvemos conservadores y menos críticos.

Siempre peroraba con insolente profundidad cuando derramaba en su discurso sus pensamientos, como si fuese sentando cátedra, como si estuviese en un aula Magna, y más aún cuando el alcohol inundaba sus venas y le soltaba la lengua, amontonando argumentos a veces inconexos. El estado etílico de ambos era lo suficientemente elevado como para dar vueltas y vueltas sobre una misma cuestión como muchas veces nos había pasado, como otras nos volvería a pasar.

 

 

.     *Tras caer brevemente en la flaqueza del “si hubiera”, la mayoría de las veces la gente, sin verdadera profunda reflexión, suele decir que está contenta con el camino elegido, con el derrotero que llevó su vida, y ante la pregunta de si cambiarían algo, responden que no cambiarían las cosas, incluidas sus erradas decisiones, y al igual que Fito y fitipaldis, se equivocarían otra vez.

 “Me equivocaría otra vez“

Fito y fitipaldid - por la boca vive el pez cover, portada por la boca vive el pez

.     **NA: Este texto surge de las respuestas a los comentarios al poema “Y si hubiésemos estado”.

.     ***Publicado originalmente 26 de Marzo de 2015. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Deseo suicida (2ª parte)

25 Miércoles Sep 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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conversación, Ejercito, Guardia, La puerta de al lado, Los Rodríguez, Música, Mili, morir, Muerte, Palabras mas palabras menos, Recuerdo, suicidio

Gira su cabeza, y mira de nuevo por la ventana, parece que mira en lontananza, como si el edificio que se nos aparece frente a nuestro ventanal, próximo, muy próximo en esta calle estrecha y peatonal del barrio viejo, no estuviese y pudiese mirar a lo lejos. Cómo hace un rato yo me sentí transparente ante su mirada, esta vez intuyo que ese viejo edificio no está allí para él, esta vez es el edificio el que ha desaparecido de su vista. Él allí ve, quizás cerca o quizás alejado, ese mar en el que acaba de contar que se sumerge y que no es un mar, ya es su mar. El silencio nos envuelve. No digo nada, no dice nada. Yo acompaño su mirada y veo también ese edificio, que me evoca otro edificio, un edificio transitado en mi juventud. Traspaso sus paredes y lo que me encuentro no es el interior de este si no de aquel rememorado. De pronto ya no estoy en este lugar, sino en otro, horas antes de llegar a este edificio que tengo en frente pero que es otro. Veo el patio empedrado, patio amplio como corresponde a esos lugares, rodeado por los diferentes edificios de oficinas y dormitorios. Es un día señalado.

Aquel día, en mitad del patio, todo sucede como siempre que debemos desplazarnos fuera de nuestro emplazamiento; se forma, se pasa lista, hay lectura de efemérides y seguidamente se sube a los camiones. Son dos vehículos en los que nos trasladamos todo el grupo en dirección al Cuartel General para hacer el cambio de guardia, y estar allí durante veinticuatro horas hasta el relevo siguiente. Salvo los suboficiales que van en cabina, el resto de la soldadesca, van sentados en la parte posterior. Hace frío, está despuntando el día, ya no hay oscuridad, pero aún el sol tímidamente alumbra y calienta poco. Los camiones arrancan, pero todavía no se mueven. Nos apretamos unos junto a otros según hemos ido subiendo, yo de los últimos, hasta completar todos los lugares disponibles. Cierran la trampilla y enseguida se oyen voces desde el final de la caja del camión, desde la parte más cercana a la cabina, conminando con rudeza a que se baje la lona y dé la intimidad necesaria, alejada de la posible vista de los mandos, para los negocios que se van a llevar a cabo. Rápido empieza el trasiego de sustancias y de dinero de unas manos a otras. El hachís y las pastillas anfetaminas, van de las manos de los vendedores a las manos de los compradores, el mercado está muy activo, un tercio de los que allí nos encontramos mercadean raudos, incluso algunos de los que no creía que entrasen en ese juego hacen buen acopio para que las próximas horas se les pase lo mejor y lo antes posible. Todo tiene que hacerse muy deprisa, puede que algún suboficial tenga que subir a la caja por falta de espacio en la cabina, y para ese momento todo tiene que estar en orden y parecer normal. En mayor o menor medida conozco a todos los que están en el asunto, comprando y vendiendo, a unos más por ser de mi compañía, a otros menos por no serlo y solo coincidir en servicios, y a unos pocos únicamente de vista, es la primera vez que voy con ellos de retén. Con algunos de los que no son de mi compañía he coincidido bastante, pareciera que estamos en la misma página del furriel y nos hacen coincidir en las mismas labores; cocina, limpieza, guardias. Sentimos como el camión se pone en marcha, ya cada uno vuelve a su lugar después de las compras, es más seguro sentarse por los vaivenes. Durante el trayecto, empieza la labor de liar los “porros”, es más cómodo tener varios liados que tener que hacerlo en “el cuerpo de guardia”. Incluso alguno se atreve a encender uno yéndose a fumarlo al final del camión, abriendo la lona para que el olor no delate. Hay voces tímidas que piden que lo apague, protestas por el miedo a que el suboficial al mando advierta que se ha fumado “chocolate” en el camión y nos veamos arrestados todos. Pero el que fuma tiene fama de pendenciero y nadie insiste demasiado cuando el tipo hace oídos sordos a las protestas, ni siquiera hace caso a sus amigos que se lo piden.

 

Más tarde, horas más tarde, terminada mi guardia, tumbado en la cama baja de la litera, en aquella habitación mal ventilada y poco iluminada, con ese olor a manta polvorienta y “a cerrado” que lo envuelve todo y hace el ambiente algo pesado e irrespirable, repaso lo sucedido en el camión, -aún hoy, ahora, dentro de ese edificio que no es el edificio que mis ojos ven, lo hago- y si ha tenido algo que ver con lo sucedido después. Pienso qué puede llevar a un individuo a ese acto, cuando horas antes se comportaba con normalidad dentro del camión, como uno más, qué pasaría por su cabeza en su puesto de guardia en esos minutos previos. Sería premeditado o un impulso descontrolado, lo que le llevo a ese fin. También me pregunto, si será que se ha pasado con las “anfetas” y los porros y sufrió un delirio que le llevó a un final fatal. Él era de ese grupo que sin ser de mi compañía coincidía a menudo en los servicios asignados, ya fuese en cocina o de guardia, y aunque era algo raro, no se le veía especialmente depresivo, digo lo de especialmente puesto que aquel lugar sí que invitaba a la depresión y había bastante gente que de una u otra forma lo estaba; por la excesiva juventud o por la lejanía a su hogar, o por la dureza de los ejercicios físicos y del orden cerrado, o el trato de los mandos o con los demás quintos, -no siempre de trato amable, en muchos casos todo lo contrario, amenazante y belicoso-, pero nada delataba que en el caso de él algo así estuviese sucediendo, es más, él no estaba lejos de su casa, puesto que era de esta misma ciudad, todas las tardes aprovechando su pase “Pernocta” volvía con su familia o quizás no, eso no lo sé con certeza. Quién sabe si el problema estaba ahí, en el seno familiar. La noticia fue como una sacudida. Yo me había pasado el día, desde la mañana hasta entrada la tarde, en mi posición a las puertas de las oficinas del JEME. Al llegar al cuerpo de guardia algún compañero me lo dijo: -¿Sabes lo de “M”?-. Y no, no sabía lo de “M”. Aunque no daba crédito, me lo aseguraron con tal insistencia que terminé por creerlo; había sucedido pasadas las cinco de la tarde, cuando fueron a relevarle de su puesto en el acuartelamiento, se lo encontraron tirado en el suelo con un disparo en la “barriga”, realizado por el mismo con su “subfusil ametrallador” y que cuando se lo llevaron en la ambulancia ya iba muerto. Como  la noticia de su muerte no estaba confirmada, yo quería pensar que había sido un accidente o que aun intencionadamente sólo habría quedado herido, una herida superficial, no excesivamente grave. No pensaba que alguien tuviese el valor de quitarse de en medio tan joven, -yo al menos no lo tenía-, sí que pensé que podría haber intentado herirse para salir antes libre del “Servicio Militar”, diagnosticado con problemas psiquiátricos, ya algún caso de ese tipo había llegado a mis oídos. Ante mi pregunta de si nadie oyó el disparo, ninguno de los preguntados me supo responder. Parecía que la gente no quería hablar demasiado de lo sucedido, probablemente incluso por orden de los mandos. Era un tema tabú o como de mal fario. Pronto cayó la noche, y tras una frugal cena, me fui a dormir, algo que creí me sería difícil, pero no lo fue tanto. Aunque antes de poder conciliar el sueño me vinieron a la cabeza los últimos momentos que le vi en el camión, su ir y venir “trapicheando”, y vi con nitidez su palidez, era muy pálido, y delgado, bastante delgado, y pensé que en la muerte, esa palidez y delgadez suya harían que ya desde un inicio pareciese antes cadáver que otros cadáveres. Esas ojeras marcadas también se me mostraron claras, esas que delataban su consumo, aun para cualquiera que no supiese de éste. Con esa imagen de fondo aparecieron las preguntas, y las sombras que hay detrás de las preguntas que no tienen respuesta. Y me cuestionaba si sería finalmente alguna vez capaz de ese acto. Yo que no hacía mucho, en la nocturnidad y el frío invernal, con la vergüenza y el miedo de no tener un horizonte claro, ni siquiera un camino elegido, pasó por mi mente la posibilidad de acabar con todo allí en una garita alejada, por el mero desfallecimiento de vivir, por la falta de ganas de seguir antes de iniciar ningún camino, y no tuve el aplomo de hacerlo en esa deprimente y triste noche, en la que las lágrimas cayeron sobre la braga que cubría todo mi rostro salvo los ojos, convenciéndome de que eran producto del gélido invierno. Y me dormí, la muerte cercana no me quitó el sueño, contrariamente a lo que siempre pensé. Dormí bien, y de ese sueño voy despertando y como de una nebulosa voy saliendo de ese edificio que no es aquel edificio y desando mis pasos dados antes hacia esa fachada, y vuelvo a mi café, y busco su rostro; no sé cuánto tiempo llevamos así callados mirando sin ver afuera, viendo otra realidad más allá de la mirada. Él aún sigue en otro lugar. Tenía escondido o puede que dormido desde aquella noche ese suicida pensamiento. Quizás por ello este día ni siquiera al inicio de la conversación caí en ello, quizás no he querido volver a pensar nunca en ese deseo de cese que él me ha vuelto a poner hoy junto al café, para no saberme incapaz de ese acto. Veo su perfil, bien marcado con los surcos del tiempo, sus ojos cada vez más pequeños, e intento mentalmente unirme a su causa. Aunque me aclaró que no me pedía nada. Quisiera ayudarle a dar el paso y estar con él en esos últimos momentos deseados, pero creo que no tengo valor tampoco para ello, me faltan las fuerzas para decir esas palabras que quizás a él le gustarían oír; – No te preocupes, yo te acompaño-. Y poner un cartel que diga no molestar. Me siento algo angustiado y confuso. Le quiero, y por ello quisiera tenerlo el máximo de tiempo conmigo pero también quisiera que él no sufriese, que no fuese infeliz en el final de su vida y me da la sensación que si no con un gran trauma sí con el dolor de la apatía ha perdido la felicidad. Bajo la vista. Muevo la taza y tomo un último sorbo de café, no me sabe bien. Miró en su interior y veo posos. Hay momentos en que la vida son esos posos que al removerlos salen a flote y dejan un sabor amargo. Hoy es un día de posos.

 

 

 

.     *Ante la falta de valor esperaré a que el tiempo me venga a buscar… como nos cantan Los Rodriguez.

“La puerta de al lado“

Los Rodriguez - palabras-mas-palabras-menos

 

.     **NA: Publicado originalmente el 4 de Noviembre de 2014). Hoy recibe una segunda oportunidad.

.        ***NA: Si quieres conocer como hemos llegado hasta aquí, te invito a que vayas a leer la primera parte; “Deseo suicida“.

 

Deseo suicida

24 Martes Sep 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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Alfonsina y el mar, conversación, enfermedad, final, Lágrimas, llanto, mar, Música, Mercedes Sosa, miedo, Muerte, Mujeres Argentinas, puenting, suicidio, vejez

Se puede elucubrar mucho sobre los suicidas, sobre si realmente se quieren quitar la vida o solo pretenden llamar la atención, o si se produce en él un desequilibrio momentáneo que en un punto se revierte y toma conciencia de lo que está realizando y no lo quiere llevar a término, y quizás a veces lo demora para que alguien lo libre y rescate de eso que está intentando finalizar. Pero eso sería pensarles como niños que quieren que se fijen en ellos, y que es una manera de alertar a los otros, de decir con un grito desesperado que necesitan que les hagan caso, que necesitan ayuda.

-No es fácil suicidarse-, me dijo; -Pensé que sería sencillo, pensé que tendría valor-.

Esto me recordó cuando fui a hacer Puenting y piensas que será sencillo, que te dejarás caer con facilidad, pero cuando estás al otro lado de la barandilla, cuando ya todo está listo, el arnés y las cuerdas en su sitio, cuando ya solo depende de tu decisión, de un pequeño impulso hacia el vacío o ni siquiera impulso, un dejarse caer hacia la nada que nos sujete. Es ahí cuando el cuerpo no responde a la mente, o es la misma mente la que piensa una cosa y ordena al cuerpo otra. El caso es que tú dices;  Allá voy. Cuentas, uno, dos y tres, y dices; Ya! Y te das cuenta que no, que no has podido hacerlo, que aun sigues encaramado y bien agarrado a la barandilla metálica, sientes que las manos aprisionan el metal, y que casi te estás haciendo daño, que tu cuerpo hizo el movimiento de separación de la vertical, tus brazos dejaron de estar encogidos y se alargaron estirándose por completo, alejándote de lugar de agarre y sujeción, pero tus manos no hicieron lo que debían hacer acompasando el movimiento de cuerpo y brazos, es decir, dejar de agarrar. Ellas siguen allí haciendo lo que no debían de seguir haciendo, sujetándote para evitar la posible caída. Velando por tu vida. Vuelves a ponerte a salvo verticalmente, y te das cuenta que no has conseguido saltar, y lo vuelves a intentar, esta vez tomas la precaución de abrir las manos antes de iniciar el alejamiento del cuerpo de la barandilla, y ya sí, ya nada te retiene y sin vuelta atrás caes con la subida bestial de adrenalina, y la cara se te desencaja por el miedo que tú nunca dejas de tener, aunque hayas decidido por voluntad propia hacer aquello.

Pienso que el suicidarse o la decisión de suicidarse, debe ser algo así. Decides hacerlo pero nunca dejas de temer el resultado. Quieres hacerlo pero algo en ti te frena. Esos casos son los que la gente luego dice que lo intentó quizás para llamar la atención, que en el fondo no se quería suicidar, pero eso es simplificar demasiado cuando el acto no se lleva a término sin retorno.

-Hay días en los que quisiera morirme-, me dice.

Sentado frente a mí, mirándome a los ojos, pero con la vista perdida, como si no me viese, como si estuviese viendo a través de mí, -igual le soy transparente en ese instante-, pienso. Callo y le observo. Le miro. Su rostro hierático no me deja vislumbrar que pasa por su mente, su cara solo me muestra una persona que parece que no está allí. Sigo en silencio para que continúe, para que me diga más, para que me cuente el motivo de esa reflexión, de ese deseo que me ha dejado helado. El silencio se dilata y avanzan los minutos, sin que crucemos palabra. No hay frases, ni preguntas, ni respuestas por tanto. No le exijo argumentos que me expliquen los motivos. Entre él y yo hay una pequeña distancia, no más de setenta centímetros, la longitud de la mesa que nos separa, pero realmente hay una distancia abismal, le siento lejísimos, él no está allí, en aquel lugar. No digo nada, espero para saber cuándo él decida que debo saber. Aunque en realidad, me doy cuenta que no espero ni he dejado de hablarle ni musito nada, no por respeto a sus motivaciones que me mostrará seguramente o eso espero, no guardo silencio por darle tiempo a que organice su pensamiento y me cuente, si no, que lo que hace que calle es que no sé qué decir, no sé qué decirle. Noqueado por esa confesión la mente ha sufrido cierta parálisis y me va lenta, muy lenta. Busco en mí, argumentos, preguntas, ánimos, para articular lo que debo decirle y como decirle; que eso es una barbaridad que no tiene motivos para esas locas ideas, para ese fin de acabar antes de que la naturaleza dé por finalizado su existir. Pasa por mi cabeza, que quizás esté enfermo y yo no lo sepa y que me dirá que se cansó de luchar, de bregar con el mal que lo aqueja, y que aunque la batalla no ha sido aún ganada por la enfermedad, él se rinde, pues no estima que alargar temporalmente la lucha sirva para algo. Está cansado de la inutilidad de cada amanecer en el que calzarse la armadura de medicamentos para una pelea interna que le va mermando sus ganas de vivir, aunque nadie lo veamos. Sus ilusiones ya no existen, ya no tiene proyectos que cimenten cada despertar.

Miro la taza de café que hace rato dejó de humear, pienso que se ha quedado frío, tanto como yo cuando escuché ese anuncio de muerte deseada.

Mira por la ventana.

-¿Estás enfermo?

Sin girar la cabeza, contesta; -No-, y veo una leve sonrisa de circunstancias, como si supiese que esa sería una de mis preguntas, o al menos como si supiese que eso pasaría por mi cabeza.

-No, no es nada de eso, no tiene nada que ver con enfermedades o que haya perdido la cabeza o la esté perdiendo.

-Entonces se me escapa-, le digo, a la vez que intento que la voz no me suene angustiada.

-No tiene nada de misterio, es sólo que ya me gustaría cesar mi existir, pero como te decía no es fácil ser elemento activo, aunque lo desees. Hay que ser valeroso para llevarlo a cabo. Para mí sería una bendición no despertarme una mañana, o contraer esa enfermedad que tú me suponías, pero claro que fuese una enfermedad rápida y no dolorosa.

Aturdido, no sé por dónde continuar, si insistir en que es un desvarío, o callar. Su edad avanzada, aunque no tanto, me hace comprenderle un poco en esa terrible aspiración. El fin de las ilusiones, pensar que ya todo está hecho y que el camino que queda no sirve nada más que para seguir avanzando sin objetivo, solo por la inercia de avanzar, con todas o casi todas las experiencias cumplidas. Lo llego a entender. Siempre es una decisión respetable, pero no siempre es soportada por la racionalidad, y menos cuando esa decisión viene dada antes de la vejez. ¿Puede alguien no desear vivir sin estar con sus funciones mentales trastornadas? He conocido varios casos cercanos, gente que he tratado y siendo jóvenes han decidido acabar su existencia física. No sé lo que ha pasado en sus cabezas, y por tanto no sabría decir si estaban trastornados o no.

Empiezo a temer, que siga hablando. Por egoísmo y por miedo a la vez, por querer evitarme algo que se me vuelve desagradable de pensarlo y me comienza a agobiar sólo por intuirlo. Algo a lo que no sabría cómo enfrentarme, si tendría valor o si la cobardía se apoderaría de mí, empezando a buscar escusas con las que argumentar la petición de desistir de su empeño, no para salvarle si no para salvarme.

-He pensado cómo podría hacerlo, realmente hay muchas posibilidades, muchas maneras; empezando por el salto al vacío desde un viaducto, fíjate que el de Madrid lo acristalaron para que la gente no saltase desde él. Cortarse las venas y dejarse llevar en una bañera dándose un baño. Utilizar pastillas o algún veneno. Incluso uno puede intentar hacerse con heroína e inyectarse una sobredosis. Pero todas las opciones requieren tener gran osadía, no ya en los preámbulos de preparación, eso hasta resultaría fácil y entretenido como cuando preparas un viaje, si no en el momento de llevarlo a cabo uno mismo. Sería más sencillo que otro te ayudase, que otro fuese el que te empujase desde el borde del viaducto, que fuese otro el que te acompañase en tu último baño y te hiciese los cortes definitivos, que fuese otro el que te hiciese ese cóctel de pastillas nocivas o te suministrase el tósigo mortal, o que fuese otro el que diluyese el polvo en la cucharilla calentada y después con la jeringa hincase ese fuego letal. No, no te asustes, no te voy a pedir que seas ese otro, tu cara delata ese pensamiento ayudado por mis palabras. Sólo digo que seguramente sería más fácil llegar a ello. En mi ensueño, pienso que alguien que conoce éste mi deseo, se apiada, y sin yo saberlo un día obra y cumple lo que yo quiero. Eso, como un accidente que provoca la muerte repentina, sería algo con lo que sueño.

Hay organizaciones que ayudan morir, pero creo que sólo a gente que está con enfermedades terminales. Organizaciones para la Eutanasia, para conseguir una muerte digna, antes de que la enfermedad denigre. Es una pena que no hagan esa misma labor para gente que no está enferma y que quisiera morir.

Escucho, sólo escucho, no soy capaz de interrumpirlo. Habla sosegadamente sin ningún atropello, sin ninguna excitación que me parezca que lo hace sin reflexión, por el contrario lo hace con calma, fluyendo todas sus frases de manera lenta, y suavemente vuelan a mi alrededor hipnóticas, generando cierto vértigo, haciendo que no me parezca real todo aquello, me siento algo mareado, como drogado. Le oigo continuar.

-También he elucubrado con tener un fin más poético, al estilo de lo que relata la canción sobre el final decidido por la poetisa Storni; internarme en el mar lentamente, en un mar cálido, un mar que me arrope y que me dé el calor que necesito y que seguramente necesite más en ese momento, pues estaré con miedo, mucho miedo, y frío, mucho frío, por más que sea lo que más deseo, en ese instante estaré helado, tiritando y con lágrimas. Lágrimas de despedida. Lágrimas saladas uniéndose a un mar salado, y así, dejaría algo de mí en ese mar, que será para siempre mi mar.

 

 

 

.     *Por lo que nos encoge el alma, siempre quisiéramos creer que suicidarse es un alarde tan poético como en la canción; “Alfonsina y el mar”, entonada por Mercedes Sosa

“Alfonsina y el mar“

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.     **NA: Publicado originalmente el 14 de Febrero de 2014). Hoy recibe una segunda oportunidad.

                                                       .Continúa: “Deseo Suicida” (2ª parte)

Viejos tiempos (5ª parte)

03 Miércoles Abr 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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amigas, conversación, convidado de piedra, despistado, dudar, Entre dos tierras, evasivas, Héroes del Silencio, Música, pareja, preguntas, Recuerdos, risa, rubor, Senderos de traición, silencio, Timidez, trío, vergüenza

Ellas no entendieron su respuesta, se miraron sorprendidas, y se rieron como si hubiese sido una ocurrencia graciosa que a ellas se les escapaba, y le pidieron que aclarase lo que quería decir. Él rectificó, pidiendo perdón, excusándose de que estaba pensando en otra cosa. Reculó, se acobardó, no se atrevió a descifrarles el sentido de lo dicho, y pidió que le repitiesen la pregunta, diciendo que no la había asimilado, y esbozó una sonrisa para hacer más agradable y simpático el despiste con el que quiso vestir su respuesta insólita. A su pareja no le sorprendió la situación, él era despistado de por sí, ella se lo comentó a su amiga, le contó que esto era habitual, que se despistaba con facilidad, se le olvidaban cosas. Salían a veces a la calle y él tomaba el camino equivocado, puesto que se le había difuminado el objeto y objetivo de su salida. Cuando iban a la compra al mercado, al salir del portal, él se disponía a elegir el camino del supermercado, que era el lugar al que se debían acercar más tarde a comprar el resto de cosas, y ella le conminaba con una risa cómplice, diciéndole “¿pero dónde vas?”. Y él, sonreía, proponiendo cualquier excusa falsa muy evidente, para carcajearse los dos juntos. Entonces ella le decía que le alucinaba su capacidad para extraviar la mente por caminos que ella no adivinaba. Al oír estas palabras de ella, él se removía en su asiento, esto que contaba era real, tan real que era doloroso para él, al sentir como lo narraba, con sonrisa abierta, y feliz de contárselo a su amiga, no intuyendo ella el pensamiento despegado de él en este momento, este presente que ya no era ese presente que ella contaba como presente habitual. Se dio cuenta de que ella no parecía en ese instante querer dejar de ser su presente, o quizás disimulaba muy bien, se sintió por un instante un traicionero hacia ella, hacia la causa común de ambos. Esa traición que vio en las palabras de ella compartidas para con su amiga, esas que a él le habían estado haciendo daño, pareciera que para ella no fueran flechas lanzadas contra él. ¿Será verdad que ella no se haya percatado del daño que estaba haciéndole con su perorata, con su presente pasado, con lo no compartido? Y duda. Duda de que estuviese en lo cierto en su pensamiento, duda de que el ensimismamiento en el que se había encontrado toda la tarde le hubiese llevado a tomar conciencia de una falsa realidad, una realidad que quizás no era como él la veía, y que tamizada por su cerebro, después la decantaba convertida en hiel.

Con la explicación de su pareja a la amiga, puede tomarse un par de minutos para pensarse qué poder decir, ante la nueva pregunta, olvidando sus interrogadoras, la anterior, que de momento no le vuelven a espetar. Ahora le demandan que les diga en qué estaba pensando, que pensamiento podía llevar a una frase como la que había salido por su boca. La amiga de su pareja, encontraba muy divertida la situación, no dejaba de reír abiertamente y su mirada fulguraba. Él evita explicar aquellos pensamientos feroces, de lobos en jauría, acorralando y destrozando lo que tuvieron, con dentelladas a este presente que se le convierte en presente incierto, de pesares por lo que cree haber descubierto. Él insiste en que estaba abstraído por completo, que no tiene importancia lo dicho, que estaba recordando algo de la casa y estaba pensando donde colocarlo. Algo que en el fondo no es mentira. Aunque no es un enser, y a ellas no les dirá que es algo intangible, y que no está en el hogar, si no allí, muy presente. Y que, a lo que se le ha revelado hoy, tiene que buscársele un lugar donde ubicarlo, sobre todo para que no haga rozadura y no se enganchen con ello cuando pasen cerca.

El rubor ha subido a su rostro, siempre le pasa cuando algo le azora, o es pillado en falta, o es sorprendido no ya en falta, pero sí en una acción de la que no esperaba ser descubierto por otros, aunque sea algo sin importancia. Es vergonzoso, aunque actúe con arrojo muchas veces para afrontar esa timidez. Y en este caso, se dice así mismo que necesitará mucho coraje para ser directo y franco. Las miradas de ellas insistentes, coactivas, en espera de respuestas menos peregrinas de las dadas hasta el momento, le ponen nervioso.  El cuerpo le pide mirarles a las dos y preguntarles,  si añoran aquella vida, aquel presente, que hoy se hizo para los tres y del que él se siente convidado de piedra. Se siente como si estuviese en un trío y le hubiese tocado ser sólo observador mientras ellas disfrutan y se deleitan con mil placeres, que a él le duelen más por no poder practicarlos, ni sentirlos, que él no quiere ser un simple voyeur. Desea dar y recibir esa plenitud que ve en ellas, en sus intercambios de palabras, de frases, de risas, de miradas dolorosamente cómplices, de silencios de los que desapareció por completo la incomodidad; Es más, ahora son buscados para acallar comentarios que deben ser silenciados por pulcritud para con los oyentes no implicados en lo presenciado, que en este caso es solo él. Pero le falta la valentía para gritarles: ¡Porqué! Con qué derecho le han mostrado este presente inesperado, cómo encaja todo lo nuevo con lo ya existente en su vida, en su memoria, en sus proyectos. Porqué de repente nos encontramos entre dos tierras.

 

 

.     *El protagonista se siente entre dos tierras; la suya, su presente pasado y la de ellas, su nuevo presente. Ambas se le vuelven movedizas, y al igual que Héroes del Silencio, quisiera gritar. Y si se echa atrás tendrá muchas huellas que borrar.

“Entre dos tierras“

.     **NA: Publicado originalmente el 16 de Julio de 2012. Hoy recibe una segunda oportunidad.

                                                         …Continúa “Viejos tiempos (6ª parte)“

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