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Archivos de etiqueta: nervios

Regalando palabras (6ª parte)

13 Martes Ago 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 21 comentarios

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afecto, Amistad, amor, angustia, aprecio, Arena en los bolsillos, compañera, compañerismo, compañeros, desafecto, desvelo, duda, dudas, En el oscuro abismo en que te meces, Fiesta, frase, Manolo García, Música, miedos, nervios, noche, nota, notas, palabras, Post-it, sentimientos, Trabajo, tristeza

De dadivoso adulador ha pasado a adulado y eso lo tiene descolocado, lo que nunca pensó que le pasaría en su vida, siempre afrontada como mero espectador, sin ánimo de explorar ni pretender nada, en ningún caso como agente activo, más como un elemento vegetativo, quieto, esperando ese final marchito que nos espera a todos dando igual como hayamos pasado la vida. Él se había decantado por un transitar sin sobresaltos, dejando pasar los días, con una existencia anodina y tranquila; buscar y desear, ahora lo atenaza y lo angustia. Como a todos cuando deseamos que algo llegue y nos precipita a la inseguridad e impaciencia y a la duda. Más que nunca la duda se apodera de sus días. Duda de si ha estado equivocándose toda su vida, con esa actitud suya. Duda de si esto es real o se está volviendo algo paranoico. Duda de si ir a esa fiesta. Dudas y más dudas. Siente que se está acobardando; – ¿Y si allí encuentra lo que lleva días deseando encontrar? ¿Qué pasará? ¿Cómo debe actuar? Aunque ahora con estas manos trémulas que sostienen el Post-it duda si realmente quiere que suceda. Mira las palabras escritas en ese cuadradito de papel amarillo, con tinta azul; tinta quizás de alguno de sus dos bolígrafos que tiene encima de la mesa, que no son los que la compañía reparte a los empleados, a él le gusta utilizar los suyos propios. Tiene la tentación de escribir con ellos para comprobar si el color y el grosor del trazo son exactamente iguales, a primera vista sí que se lo parecen. Esto querría decir que a la persona que lo escribió no le importó que alguien, incluso él mismo, le pudiese ver en el acto de escribir y dejar el mensaje. Eso querría decir que no lo hacía a hurtadillas y con el afán de que nadie pudiese saber o averiguar sus intenciones; si no fuese así, hubiese llevado la nota ya escrita para no tardar en dejarla buscando por la mesa, y no encontrando a priori el taco de Post-it puesto que lo guarda en el cajón, y por tanto rebuscando en su intimidad, tardando más y poniendo más aún en peligro esa decisión de moverse en la sombra y la clandestinidad, redactando allí en la misma mesa, el manuscrito a la vista de cualquiera. Quiere pensar que quien le deslizó la nota en su bolsillo y ahora el mensaje pegado en su pantalla del ordenador son la misma persona, de otra forma no ve la manera de poder alcanzar a saber quién era la precursora de su incertidumbre, quien hizo de detonante haciendo estallar delante de sus ojos su planteamiento de subsistencia, y que ha puesto en los últimos días sus convicciones de vida patas arriba, y que lo mantiene en vilo. Quiere pensar que al fin va descubrir a su admiradora o admirador, nunca se puede saber si se despierta ese afán amoroso a los del mismo sexo aunque uno no lo pretenda, pero esto último lo quiere descartar. Si no fuese la misma persona, si no logra acabar con esta situación va a perder la cabeza. Ahora, por este mismo estado de excitación que le hace temblar, se arrepiente un poco, como días atrás, de haber estado repartiendo notas durante estos últimos años sin darse cuenta del daño que puede haber provocado cuando su intención era la contraria. Desde que despegó el mensaje del monitor estaba algo confuso, pensó en lo descabellado que le parecía hace unos días que fuese alguien del entorno laboral su admirador, pero todo se le ha trasmutado con este papelito amarillo que ha hecho volver a pensar en sus compañeras y sin darse cuenta se ha visto imaginando y ensoñando con Helena, con la que más intimó, si se le puede llamar así, por contarse pareceres sobre la vida y los sentimientos y la forma de afrontarlos, y que la empieza a ver con otros ojos, quizás se está forzando él mismo a mirarla con otros ojos, con una mirada que antes ni se le pasó por la cabeza, ni siquiera después de aquella conversación. Él en su mundo, evitando quizás por miedo, otras posibilidades, otros universos. Cómo no se ha fijado en ella antes con este parecer de hoy, que se le ha vuelto ardiente y doloroso, como una llama en el pecho, que le produce quemazón y aprensión y ahogo.

Encaja tanto con él. Nunca se le ocurrió poder dar con alguien con los pies tan en la tierra, sin pájaros en la cabeza sobre los afectos pero que a la vez no renuncia al amor, al compartir, al acompañarse sin grandes pretensiones, sin grandes horizontes que conquistar; solo con el fin de encontrar a alguien con el que estar a gusto durante el camino hacia ese horizonte. Con su ceguera y su sentirse diferente, siempre dudó que hubiese alguna persona que pensase como él. Pero tan llanamente lo expuso ella aquella vez, en la que le compartió ese pensamiento sobre el acompañarse las parejas hasta los últimos días, cuando ya no queda la fogosidad inicial, sustentados sólo en el aprecio mutuo, que es ese rescoldo que queda tras el amor marchito, que no tuvo dudas de que ella era especial, distinta a los demás, que ella era muy similar a él, y quizás por eso mismo no siguió pensando en ella tras aquellos días con ojos amorosos ni románticos; alguien como él, no pensaría en buscarse pareja, en buscarse un apoyo, alguien como él se bastaría sola. Pero ahora todo ha cambiado, todo su planteamiento de vida sufrió un revolcón, y aun sin ese impacto luminoso de partida que reciben dos desconocidos que se encuentran o son presentados por terceros y se atraen de pronto sin remisión alguna, con un palpitar de corazones y brillo en la mirada y deseo desbordado en el sexo; quizás aún sin eso, sea este el momento que el destino les ha deparado para su encuentro y unión. Puede que ellos llegasen directamente a ese momento de acompañarse y del aprecio mutuo por un atajo, sin pasar por la inicial fogosidad, saltándose esos preámbulos. Seguramente haya pasado muchas veces en la vida de otras muchas personas, la historia está llena de casos así, en los que el tiempo cansa el vivir y llega un día en el que se necesita de un sostén, un bastón, y a su vez otros necesitan de nosotros para sostenerse y seguir avanzando, y surge el deseo y la necesidad de acompañarse el uno al otro.

Aunque ese era de siempre su parecer, pasados estos días, está empezando a pensar que quizás nunca pueda ser así, que no hay salto ni atajo posible, que siempre se parte de un ardor catalizador que desboca las llamas y avanzan y arrasan los sentimientos que teníamos pulcramente custodiados, todos bien aislados con un aséptico pensamiento racional, pues él ahora en su pecho percibe esa fogosidad. Mira las dos notas, y se siente tan vulnerable, que le da miedo. Lo intenta analizar fríamente; ¿cómo se ha transmutado en un ser tan endeble y guiñapo de lo que era? Sólo por la hipótesis de que sea y suceda algo que en nada tiene fundamento real, basado sólo en elucubraciones de lo que pudiera ser. Remira las dos notas, y se siente tán ridículo.

 

 

. 

. 

.     *El protagonista que se mecía y complacía mirando y escribiendo a los talles y rostros de bellas y tristes mujeres,  ahora se mece sobre un oscuro abismo como nos canta Manolo García.

“En el oscuro abismo en que te meces“

manolo garcia-arena en los bolsillos

.     **NA: Publicado originalmente el 10 de Abril de 2014. Hoy recibe una segunda oportunidad.

 

Regalando palabras (5ª parte)

12 Lunes Ago 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 30 comentarios

Etiquetas

afecto, Alguien que cuide de mí, Amistad, amor, angustia, aprecio, cena, Christina Rosenvinge, compañerismo, desafecto, desvelo, dudas, Fiesta, frase, Música, miedos, nervios, noche, nota, notas, palabras, pena, Que me parta un rayo, sentimientos, tristeza

Ya no ha vuelto a dejar la nota en el cajón, ya la lleva siempre consigo, metida en la cartera cerca del corazón. Después de aquel primer impulso de dejarla y olvidarla, ha pasado a no desprenderse de ella. Al releerla días después de sacarla del cajón, contempló también la idea de tirarla, pero no se atrevió. No era supersticioso, pero deshacerse de ella le creó desazón y miedo al “mal fario”, lo vio como un desplante, un mal gesto ante un piropo hecho con delicadeza. Pensó que por respeto a quién se ha molestado en decirle y hacerle llegar unas palabras tan deliciosas no debería destruirlo, al menos hasta saber de quién provenía y que intenciones había tras esa misiva.

Ha pasado una semana desde el día del descubrimiento, y no ha vuelto a recibir nada. Un poco infantil se deja llevar por la fantasía y el deseo de que fuese ella, su vecina del tercero, la que sonríe tan luminosa. Es absurdo ese pensamiento, ella está casada, pero en su imaginar sucede que en el ascensor no puede evitar decirle a la cara lo que en la nota pone. Se lo quita enseguida de la cabeza. Cada día se siente más estúpido, quizás no debería darle más importancia al asunto, dejarlo estar. De buscar una razón para esta situación está agotado. Desde que la lleva encima, la saca en el transporte público y la lleva en la mano durante el trayecto para que se vea bien, como un señuelo, intentando atraer al depredador culpable de este estado de incertidumbre, observa los gestos para ver si alguien se delata al ver la nota. Pero en estos días no ha pasado nada reseñable. Vuelve a pensar que igual que él nunca dejaba dos notas a la misma persona, puede que su “regalador de palabras” sea igual. Y tras la primera él ya haya pasado a segundo plano, y ni siquiera reparará en él otra vez.

Durante esta semana los compañeros de trabajo, han ido organizando una cena, él ha sido invitado, pero con la desazón de estos días había mostrado su intención de no ir a algunas de las personas que le preguntaron si se apuntaba. Lo sorprendente ha sido encontrarse el Post-it en la pantalla del ordenador que le decía; “No te olvides de la fiesta, no vayas a faltar”. Está escrita a mano y con letra de imprenta, y sin firmar. Le ha sorprendido esa anotación, puesto que se le hace raro esa insistencia en que vaya, nunca se le había mostrado tanto interés en su asistencia cuando en alguna otra ocasión se ha borrado de una celebración por parte de sus compañeros, ya fuese un cumpleaños, la despedida de alguno de los miembros de la plantilla por marcharse a otra empresa o la jubilación de algún otro o últimamente más por despidos. La ha analizado, para averiguar si la grafía era similar a aquella otra que lleva en la cartera, pero al no estar escrita de la misma manera no adivina si puede ser la misma mano la que plasmó en uno y otro papel aquellos mensajes.

Le da vueltas sobre quién podría ser en este caso la persona que dejó la nota que lo conminaba a no dejar de ir a la cena que se estaba programando para dentro de una semana, como primera fecha más posible, pero no consigue hacerse una idea clara, sigue habiendo pocas candidatas, cuatro.

Quizás fuese Helena, la chica de administración, puede que de las cuatro la más guapa, aquélla que le dijo una frase que le gustó durante una conversación que le resultó muy amena e interesante en una fiesta, animados ya por las copas, y divagando sobre sentimientos, amistad, compañerismo, relaciones y el aprecio.

Ella dijo: “El aprecio son los despojos del amor marchito”. Y recapacitando sobre ello le dijo que tenía razón, que solo vivimos y nos alimentamos de despojos… esencialmente no queda otra cosa, pero nos alimenta para poder seguir.

¡Cómo no había pensado firmemente antes que podría ser ella la de la nota!, no ya la de la nota en el ordenador, si no la amorosa. Aunque quizás esta otra en la pantalla también lo sea, puesto que esa insistencia puede dejar ver el miedo a que un amor escape, que un plan preparado para ese día se frustre por la no asistencia, y se haya decidido a jugársela poniendo en peligro su proyecto, arriesgándose a ser descubierta al adelantar y mostrar las cartas por miedo a un posible fracaso. Si alguien es capaz de hacer esa reflexión tan bella y dolorosa a la vez, podría ser capaz de aquella frase que llevaba pegada al corazón.

En aquella conversación recuerda que ella hablaba de la necesidad que tenemos de sentir a otros, que cuiden de nosotros de cerca, que nos acunen cuando no podemos dormir, que nos arrullen y nos hablen susurrantes en el desvelo, y que eso lo creemos encontrar en el amor, pero ese amor o estado de enamoramiento dura poco o muchas de las veces enseguida queda marchito y sobrevive solo ese otro sentimiento que es el aprecio, y a él le vino a la cabeza, sin mucho sentido, ese dicho que decía su madre “No hay mayor desprecio, que no hacer aprecio”. El aprecio al final es el sustento de las relaciones, siguió contando ella. Siempre queremos que alguien nos aprecie, y nos refuerce y cuando estamos flojos nos levante el ánimo y nos diga cuanto valemos y que a su vez nos necesite y nos pida caricia, mimo y consuelo en sus momentos bajos. Él en ese momento estuvo de acuerdo, pero hasta ahora no lo pensó con tanta fuerza, sintiendo que era una gran verdad. Esa nota le había abierto una herida que necesitaba que alguien cuidase y curase. Siempre quiso la soledad, siempre apostó por la independencia, y ahora sentía el frío de esa elección. Puede que no necesitase un gran amor, puede que necesitase sólo a alguien que le apreciase y quisiera estar junto a él.

Pero claro, recordando todo esto también le entran dudas, mirándolo fríamente, alguien que piensa tan desabridamente del amor, y lo carga de tanta lógica y “terrenabilidad”, cómo iba a estar involucrada en este juego, que más parece de alguien romántico y enamoradizo.

 

 

 

.      *Todos queremos que alguien cuide de nosotros como nos canta Christina Rosenvinge, y como también desearía nuestro protagonista.

** NA: A Elena, por su frase reveladora en aquel comentario.

“Alguien que cuide de mí“

Cheristina Rosenvinge - que me parta un rayo

.     **NA: Publicado originalmente el 16 de Julio de 2013. Hoy recibe una segunda oportunidad.

 

Regalando palabras (3ª parte)

10 Sábado Ago 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 7 comentarios

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afecto, amor, angustia, Autobiografía, desafecto, desvelo, dudas, Duncan Dhu, error, frase, Música, miedos, nervios, noche, nota, palabras, Palabras sin nombre, pena, sorpresa, tristeza

Llevaba varios días sin leerlo, lo dejó allí guardado en un cajón, y no lo había vuelto a leer, casi como reliquia lo mantenía en ese lugar, venerado pero sin visitarlo, como en un santuario que el creyente sabe cercano pero al que nunca va.

Después de leerlo y releerlo aquel día, muchas veces, muy seguido, una y otra vez, cada vez más despacio, cada repaso más lento, aturdido, con la mente volando, buscando, sin encontrar dónde o cuándo, cómo o quién. Era una frase, solo una frase, ni muy larga, ni muy corta, pero turbadora, él que siempre era sosegado y no expresaba sus nervios, no podía evitar esta vez estar agitado, si alguien le viese se sorprendería, su rostro estaba tenso, como nunca se lo habrían visto. Desde el preciso momento de sacarlo del bolsillo y distraídamente leerlo, su corazón pasó de un tranquilo latir a un bombeo cada vez más trepidante, como si estuviese creciendo en su pecho, hasta casi sentirlo en la garganta. Llevaba allí un rato, paralizado, quieto, no sabía cuantos minutos, pero sentía las piernas cargadas y pesadas y la boca seca, muy seca. Se desplazó a la cocina en busca de agua, andaba sin mirar al frente, sin mirar hacia donde se dirigía, su mirada no se despegaba de ese pedazo de papel, de esas letras escritas. Tras beber agua e intentar calmarse, se quedó mirando por la ventana, mirando sin ver, simplemente dejándose estar, frente a él, los árboles del parque se le mostraban frondosos, y el césped con alguna que otra persona sentada en él. Pero no reparaba en ello, ni en la gente ni en la arboleda, ni en el césped que era habitado por ellos. Miraba pero no veía, seguía buscando en su mente, en su interior, quería saber que sucedía, estaba en shock, atónito. Sentía algo pero no sabía que era, no sabía si era sorpresa, dolor, rabia, esperanza. No conseguía pensar con lucidez, iba de un pensamiento a otro  y no lograba centrarse.  Llegó a pensar, en un momento dado, que se estaba volviendo algo loco, o desmemoriado, y que esa nota fue escrita de su puño y letra, y que él mismo la hubiese metido en el bolsillo a la espera de ser entregada, y ya olvidada por no encontrar momento o receptora, y ahora, casualmente, la hubiese recuperado por un azar no buscado.

Finalmente después de un rato, desechó esta posibilidad, el texto encontrado estaba escrito con destinatario masculino, y eso él nunca lo hizo, siempre sus “victimas” eran mujeres, eran del sexo femenino. Nunca se supo atraído por hombres, ni siquiera le interesó darles ánimos si los vio alicaídos, al contrario que con las mujeres, que despertaban en él tantos sentimientos; de amor, ternura, pena, desamparo y desconsuelo. Y cómo no, le provocaban también lujuria y deseo, y todo esto le empujaba a darles mensajes de ánimo, piropo, amparo y consuelo. Estaba claro que tampoco era su letra, quiso ver en ella la letra de mujer, diferente dicen a la del hombre, aunque la suya no era la estándar de ellos, menos redondeada y más pequeña, la suya era bonita y algo afeminada, le llegaron a decir de joven. Cosa que en aquella época le turbó, por lo que pudiesen pensar de él. Ya más fríamente, tras una cena frugal, tenía el estómago cerrado y desaparecido el apetito, en la cama siguió  sin entender nada, seguía repasando su día, su último día, esa chaqueta hacía tiempo que no se la ponía. Pero entonces podía estar equivocado y no ser en el transcurso del último día cuando llegó la nota a su bolsillo, bien podría ser aquella otra vez anterior que llevó esa indumentaria.

Intentó distraerse con otra cosa y puso el televisor, y no conseguía centrarse en la tertulia del canal elegido, pasó por toda la franja de canales varias veces y volvió a parar en la tertulia, y aunque escuchaba, no seguía la conversación de los tertulianos ni de la moderadora y presentadora, es más, ésta por ser guapa le llevaba con más fuerza a pensar en la nota, en la frase declaratoria. Y aunque dudaba si quiera que él fuese el verdadero destinatario de ella, pensaba más, como defensa y distanciamiento, en una confusión, del que él como convidado de piedra estaba involucrado por error, incluso le dio pena esa mujer o chica, (no sabe muy bien como denominarla sin saber su edad), que pudo darle la nota por equivocación. Le entristecía esa posibilidad, el posible pensamiento de ella, al ver que el sujeto no respondía a su interés por él, y entendiendo que él sí que estaba al tanto de la inclinación de ella. Y esa imagen le desordenó aún más el pensamiento, creyendo ver la aflicción de la chica y la culpabilidad en sí mismo, por el desaire que achacaría la mujer al hombre, por el desdén sufrido, y que ese hombre no sabe de ello. Y quizás, peor aún, él también atraído por ella jamás sabrá de su afecto, puesto que la nota nunca le llegó. Y se siente fatal por verse culpable indirecto de esta tribulación y desafecto.

 

 

 

.     *El regalador de palabras se ve sumido en el desvelo, y la noche se le hace larga por esas palabras sin nombre que no le dejan descansar, como nos canta Duncan Dhu.

“Palabras sin nombre“

Duncan dhu - Autobiografia

.     **NA: Publicado originalmente el 11 de Mayo de 2013. Hoy recibe una segunda oportunidad.

La vida está llena de afectos y desafectos.

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