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Hoy como todos los días me llamaste desde el cuarto de baño, desde la ducha, me despertaste desde allí, como siempre, diciendo mi nombre. Eres mi despertador, despertador suave, más suave que el sonido insistente y violento de un reloj-despertador, ese que sobresalta cuando suena y que yo no oigo y tú sí, y que rápido apagas para evitarme madrugar. Y te levantas a preparar el café en silencio, respetando mi dormir, procurando que yo aproveche y apure al máximo el descanso y las horas de sueño. Con mucho sigilo, de vuelta de la cocina, entras en el baño a darte la ducha diaria, reparadora y estimulante, y cuando estás finalizando me llamas para que acuda y entre sin cesar el flujo de agua. Y es curioso que oiga esa llamada mucho más leve y moderada que la estridente alarma de un reloj. Me acostumbré a esa modulación, ese grito apagado que llega en cambio, nítido a mí, y me hace dejar de dormir. Esa fonación entra en mí, buscándome allá lejos donde me encuentre, sumido en una tranquilidad eterna, sin conciencia, y de allí me saca y me trae de nuevo a esta existencia.

Pero ya ese reclamo me altera e irrita tanto como un despertar ruidoso y rechinante, despabilar con la voz que antes me era amorosa me disgusta y enoja, me enfada y hace que mi nuevo día aparezca nublado desde el primer segundo. Esa ruptura del silencio que me acunaba, me fastidia y desagrada, esa invocación tuya me resulta desapacible, esa invitación sedosa a ir contigo, a tu encuentro, se me vuelve áspera y exasperante, me crispa y enerva, y si tardo, tú insistes con dulce elevación del tono y yo lo encuentro destemplado y ruidoso, y lo intuyo como insidioso, y sé que no es así que es una percepción mía, que tú solo me das amor y afecto, que casi me idolatras, y la ternura es tu bandera para conmigo, siempre sonriente cuando entro en el baño en respuesta a tu llamada, y me haces comentarios alegres e invitadores a comenzar el día con gozo y jovialidad, esa que dices no ver en mi despertar, y que yo te digo no ser cierto, te desmiento y digo que mi amanecer no es mohíno, pero sé que no muestro la verdad, desde niño ya me pasó, y tú no le das importancia a mí negación, sabes de esa realidad, me conoces como nadie. Y me siento pérfido y tramposo, por mi falta de sinceridad, por no afrontar lo que me pasa, lo que me apaga el día cada mañana, lo que me hunde en cada mirada que cruzamos en el alba, cuando tú me llamas. Y me pregunto qué me ha pasado, qué ha cambiado, qué sucedió en mi vida, en nuestra vida, qué rutinas me asfixiaron.

Tú, siempre tan delicada y cuidadosa conmigo, tan amorosa, que me duele más si cabe sentir esto que siento, sentir que no siento, no siento ese amor que me arrebató por tanto tiempo.

 

 

 

.     *Ella Baila Sola nos pone música a este texto de desafección, doloroso reconocimiento de que ya no se siente lo que se sentía y que no se afronta ni encara con sinceridad.

«Lo echamos a suertes«

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     **NA: Publicado originalmente el 13 de Abril 2012. Hoy recibe una segunda oportunidad.