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Archivos de etiqueta: viajes

La habitación

14 Martes Jul 2020

Posted by albertodieguez in Música, Microrrelato, Relato

≈ 22 comentarios

Etiquetas

amor, amor efímero, desafecto, falsedad, habitación, Música, proyectos, Seguramente me lo merezco, Solo me has rozado, Tulsa, viajes

En el blog “el bic naranja”, su autor Fernando Vicente, los viernes propone un ejercicio de creatividad, mostrando un vídeo o una foto para que cada uno desarrolle y cuente la historia que le sugiera ese elemento; catalizador y detonante. Me traigo aquí mi aportación que hice allí a vuela pluma, para la foto de abajo sobre la que él decía:

Esta semana, os planteo un reto: ¿seremos capaces de introducir conflicto y cambio a una imagen de amor tan idílica como esta que os traigo de Puuung?”

La habitación

.

La habitación.

Otro día que se nos va a pasar aquí encerrados, tumbados, perdiéndonos un magnifico día de sol primaveral, enclaustrados en esta asfixiante habitación. Cierro los ojos y me dejo llevar a otros lugares, me fugo con otras compañías, con otras amantes. Acariciando a este gato, haciendo que me place pero que lanzaría por la ventana si pudiera, no soporto a este animal siempre encima de nosotros, se supone que los gatos son independientes y van a su aire y este no hace más que quitarnos el aire de lo pesado e insistente que está siempre. Ella aún no sabe que detesto a los animales. Sigue en su nube desde hace días, ilusionada y empeñada en decidir ya la ruta que quiere que hagamos, planificando con la guía de viajes las vacaciones que por un descuido imprudentemente le propuse.

.14

.

.     *Cuando ella se sacuda esa felicidad “nubladora” quizás cante y sienta suya esta canción de Tulsa.

“Seguramente me lo merezco“

Tulsa - Sólo me has rozado

.     **NA: Publicado originalmente el 25 de Junio de 2015. Hoy recibe una segunda oportunidad.

 

Palabras incómodamente complejas

05 Jueves Sep 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 50 comentarios

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Alegría de vivir, amor, Felicidad, feliz, Música, palabras, Quién no corre vuela, Ray Heredia, Recuerdos, viajar, viajes

Hay palabras que tontamente les he dado un significado, quizás mayor y más etéreo de lo que en realidad tienen en sus acepciones del diccionario. Quiero decir que las palabras son sólo eso, palabras, pero cada uno las viste con unas solemnidades diferentes, y en mi caso hay palabras que están rodeadas de un halo especial que me obliga a usarlas con mucho cuidado y mimo, a tenerlas apartadas de mis labios, ya lo sabes tú, y de tan evitadas, en algún caso incluso, cuando hube de vocalizarlas salieron trastabilladas de mi boca, casi tartamudeadas por el pudor que me da o daba decirlas en esos momentos, por sentirlas falsas o incompletas o no acertadas para designar lo que de verdad sentía. Esas palabras como; amor, te quiero, querer, felicidad, feliz, amigo. Dar tanta importancia a la palabra dicha, seguramente es una obstinación absurda por mi parte, un intento de decir con la mejor palabra de manera certera lo que se quiere expresar y lo que se siente. Se gasta el lenguaje y pierde valor cuando se usa de manera vacua, sin el sentir, sin llenarla de verdad y utilizándolas meramente para decirlas sin ser sentidas. Por ejemplo feliz, es una palabra que podría ser muy fácil de usar, el diccionario dice: “Estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien. Satisfacción, gusto, contento”. Por tanto, si estoy a gusto y contento, podría decir que soy feliz, al aparecer cómo sinónimos, pero para mí feliz tiene un escalón superior, feliz es una agrupación de cosas mucho más complejas que ese estar a gusto, estar a gusto es eso “estar a gusto”, disfrutando y contento. Sin embargo, yo lo siento más como un estado idealizado y casi místico, es decir casi imposible de conseguir, sería un compendio de muchas cosas unidas. Diferentes sentimientos y sensaciones que juntas se transformarían en esa palabra; -FELICIDAD. Como ves sería una acepción más compleja que la habitual y que la gente usa (como es normal) a la ligera. Y claro, con esa utopía metida en mi cabeza, me lleva a pensar que la felicidad no existe. Por eso no te contesté en ese momento.

Me hiciste mirar atrás, muy muy atrás con aquellas preguntas sobre los momentos de felicidad en la infancia y más tarde de adulto. Tuve que estar bastante tiempo escrutando por esos años que se me muestran muy poco nítidos, más partes son las borrosas que las que puedo reconocer con facilidad. Incluso hay algunas que creo que las reconozco no por mi recuerdo si no por lo que me han contado, contaminado ese recuerdo por lo que otros han dicho que sucedió o he visto en una fotografía y me han contado sobre ella, y en la que me distingo a duras penas. Y también tuve que pensar en cada uno de los días del hoy, a los que casi ni presto atención, y que suceden rápidos aún en su lenta rutina; la rutina siempre se me antoja lenta y aburrida, como lo triste, frente a lo alegre que parece pasar deprisa, mientras los momentos menos gratos se nos ralentizan una eternidad.

–  ¿Qué te hace feliz en el día a día?-, preguntabas.

–  ¿Cuál ha sido el momento o momentos más felices de la infancia y de adulto?-, continuabas, pidiendo algo más concreto por lo ya vivido, y no lo venidero o futurible o deseado, o lo inmediatamente pasado del día a día, como era la primera interpelación.

Ante tus preguntas, pensé en ese día a día de ahora y del pasado. Busqué en el ayer y en la actualidad algún estado de ánimo de; satisfacción, gusto, contento, para poder responder. Y no encontraba uno que sobresaliese más por encima de los otros. Pero me apliqué para cuando volviésemos a vernos y conversar sobre ello, y ser capaz de darte respuesta. Aunque tú insististe en que no era necesario darle muchas vueltas al asunto e incluso que podía olvidarlo, que era una pavada. Pero sabes de lo tremendo que soy y no pude tomármelo como juego infructuoso para pasar el rato.

Me estuve preguntando durante algunos días, -¿Qué me hace feliz en el día a día?-, y me costaba responder, no encontraba nada en el paso de los días cotidianos que me suponga una satisfacción para así destacarla sobre nada de lo que me depara la vida desde el despertar hasta el acostarme. Hace años, desde mi juventud o desde siempre podría decir, este mismo pensamiento, -ahora casi apartado-, me abrumaba y me rondaba la cabeza con la desazón y sentimiento de desventura por estar perdiéndome algo, por no encontrar en cada uno de los días algo que diese sentido a esa palabra; “Feliz”. Con los años relativicé todo y ya no siento ese peso, esa necesidad de buscar alrededor constantemente momentos de aventura o acción o sexo que sacudan el tedio y el aburrimiento de lo corriente. Por eso, después de cerciorarme que verdaderamente ya no estaba idiotizado por ese afán de juventud, me llegó la respuesta, que es algo sosa, muy prosaica, incluso quizá decepcionante para ti:

–No tener contratiempos; siempre me alteran-.

Esa fue mi conclusión final, como ves nada atractiva. Nada de lo que alardear y hacer público a bombo y platillo, ni gritar a los cuatro vientos, no un objetivo inalcanzable, sino algo muy fácil de conseguir, a primera vista.

Luego rastreé en el pasado como me pedías; -¿Cuál ha sido el momento o momentos más felices en la infancia y de adulto?-, e igual que antes, no acertaba con ello, por ese hecho de que no existieron tal cual, por mi concepto particular de la felicidad. Después de insistir en los vericuetos de mi memoria, hallé uno que podría servir como ejemplo de un momento que resalta de entre los demás; son sobrados los que se ajustan a esas acepciones de contento y satisfacción. Siendo bastante pequeño recuerdo bien un gol que metí, y tengo grabado en la cabeza ese instante de mi infancia, en la que tanto me gustaba jugar a fútbol. Y si todavía lo veo nítido es porque quizás en ese momento fui feliz. Que absurdo puede sonar esto, ¿verdad?

Respecto a adulto, no sabría decir uno solo, he tenido muchos compartiendo con la familia, con amigos, contigo mismo más que con nadie, pero bueno por ceñirme a algunos más concretos; siempre que he viajado, que viajo, y quizás podría acotarlo un poco más al primer viaje que hicimos juntos, fue un momento, el de viajar para conocer mundo, que de niño jamás imaginé que pudiese cumplir. Luego he sentido gran satisfacción y contento en otros muchos viajes, en casi todos diría, como al alcanzar Machu Pichu, o durante los paseos por la Habana Vieja, o al llegar a Lhasa y ver el Potala y transitar por él, y cómo no, al viajar por la India. Tendría que enumerar muchos momentos y lugares para dar cuenta de esos “instantes felices”, pero tan efímeros e imperfectos que no llenan mí concepto idealizado. Quizás puedes pensar por esto que te digo, que me falta y no encuentro la alegría de vivir, y no te lo puedo reprochar, a veces yo mismo reflexiono sobre ello. Sé que no te gusta cuando me pongo así.

 

Por fin me quedo callado, algo sombrío. Tú me dejas hablar y hablar y hablar, como tantas veces que estamos juntos y conversamos. Mientras yo divago, tú escuchas. En ese momento no me doy cuenta de que quizás te aburro con mi perorata, que muchas veces se hace repetitiva y  redundante, y es largo rato después cuando tu silencio resuena, y me hace caer en la cuenta, de que de nuevo estoy con el verbo suelto y fácil, y que quizás hace rato que sobre lo que elucubro dejó de interesante y aunque fuiste tú quién hizo la pregunta, a veces no ya hoy sino en otra ocasión y yo me la llevé como tarea para la siguiente vez, soy yo el que no mide la respuesta y va dando rodeos y hago elipses argumentales que me acercan y me alejan del tema central de la conversación que deja de ser conversación para convertirse en monólogo. Me doy cuenta que soy incorregible, y te lo hago saber y tu sonrisa, -que me desarma-,  ya me da el perdón a mis pecados y tu mano acercándose a la mía me dice que no hay nada que perdonar que te gusta oírme divagar. Y es cuando me doy cuenta que eso es la felicidad, ver y sentir tu mano sobre mi mano, ver esa sonrisa y saber que me escuchas y me miras, y yo estoy bien, “estoy a gusto” así, mirando esa sonrisa y esos ojos que me sonríen a la vez.

 

 

 

.     *Yo lo busco y no lo encuentro, mi manera de sentir… nos canta Ray Heredia, como a veces el protagonista del relato.

“Alegría de vivir”

Ray Heredia - quien-no-corre-vuela

**NA: A Bypils, que me provocó el relato que iba postergando.

.     **NA: Publicado originalmente el 11 de Marzo de 2014. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Viejos tiempos (10ª parte)

10 Miércoles Abr 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 5 comentarios

Etiquetas

amigas, amor, cambio, compromiso, decisión, dudas, elegir, iniciático, pareja, Pasado, pensar, Presente, Presuntos Implicados, Siete, Todas las flores, vértigo, viajes

Pensar. Eso es lo malo, pensar, se dice a sí mismo. Hasta hace unas horas, su vida era su presente sin fisuras, su día a día, su ensueño. Él y ella, juntos, como estaban ahora sentados, y en mil facetas más, comprando, leyendo, escuchando música, saboreando comidas y viajando, sobre todo viajando. Divagar sobre otra cosa no se le pasaba por la cabeza, o no al menos con tal fuerza, con esa potencia que hoy le mantiene tenso. Alguna vez le cruzó una visión de un presente futuro diferente, pero tan rápido como ese reflejo aparecía, desaparecía. Se decía que cómo por un deslumbramiento iba a apartarse de lo bueno, de lo mejor que tenía en la vida, de todo lo que había recibido, y abandonar también todo lo dado. Él había dejado parte de sí en esta relación, se había volcado en ella y ahora dudaba de todo lo puesto y de lo expuesto. De esa exposición que lo deja vulnerable y desprotegido. De lo que estaba seguro es que tenía que dejar de pensar, se tenía que dejar llevar, fluir por la vida, estar, simplemente estar. Disfrutar de lo bueno, de lo común y desterrar lo egoísta.

Pero eso,  ¿no sería, no “Ser”?

Simplemente existir, sería lo suficiente para no sufrir, no darle vueltas a lo que estamos haciendo aquí, pensar en disfrutarlo sin padecer, ¿sería suficiente?

Solo buscar la ausencia de dolor, no físico sino mental, con una auto-lobotomía, borrar de la conciencia  lo que nos perdemos, no pensar en otras posibilidades, conformarse con lo hallado, no buscar más allá, no explorar otros horizontes.

Renunciar es la determinación que toma fuerza, renunciar a una vida de dolor. Un dolor impuesto por él mismo, con sus devaneos. Y piensa, que  si está en su mano evitar esa angustia vital porqué no decidir eludirla. Comienza a ver luz en este día tan tenebroso que está padeciendo. No sabe si está temeroso o es un temerario con estos pensamientos de ruptura con su propio pensamiento. Él, surcador siempre de nuevas experiencias y sensaciones, siente que está a punto de cambiar su vida, de tomar una decisión que marcará su presente futuro, y lo va a decidir en un lugar tan extraño como es un bar, a raíz de unos viejos tiempos que se le presentaron hoy, y que le acompañarán ya para siempre. Nunca pensó que lo esencial aparece cuando menos te lo esperas, las determinaciones importantes siempre las imaginó tomadas en lugares más místicos, menos prosaicos. En sus lecturas, los cambios en la vida de algunos, los virajes que la gente contaba haber tenido en su existencia, iban ligados a viajes iniciáticos, y aparecían tras viajar al Tíbet, a la India, a África u otros lugares exóticos, barnizando todo con tintes de introspección personal, por la religiones encontradas y basadas en la meditación o incluso simplemente por ver a otras gentes que no tienen las mismas oportunidades que ellos. Encontraron la luz que les hizo cambiar su destino, cambiar su presente. Pero él, habiendo estado ya en esos lugares nunca tuvo esa necesidad de elección, no se le presentó en aquellos días vividos lo que hoy, en un lugar como este, en un día casi como otro cualquiera, salvo por esos nuevos recuerdos que no conocía y ya son suyos, ya forman parte de su vida. En este lugar, en esta espera, mirando de soslayo a su pareja, intentando averiguar lo que ella podría estar pensando, si ha intuido sus locuras y dudas, si es mejor hablar ya o callar para hacerlo luego más tarde, en soledad, cuando su amiga haya sido despedida de nuestro lado. Tiene decidido que hacer, pero el vértigo le mantiene en un estado ido, con cierta sensación de mareo, la visión no llega a ser borrosa pero sí poco nítida, como en el inicio de una borrachera, en el que empezase a perder facultades, pero sin perder todavía el control, esa sensación de aturdimiento que precede al descontrol y el malestar. Lleva así varias horas, como en un vahído constante. No sabe si su decisión en el fondo es de un paso al frente o de cobardía, de un mayor compromiso consigo mismo o de dejarse vencer por las circunstancias habidas en el día de hoy, de miedo o de coraje.

Está deseando que regrese la amiga de su pareja, desea decir que mejor no van a otro lugar, desea irse a casa. Piensa en los viejos tiempos con su pareja, en aquel presente pasado, los inicios, las primeras citas, las llamadas interminables en las noches de invierno, las citas deseadas, las separaciones retrasadas al máximo por no ser queridas. La belleza de ella cuando bajaba del tren, con el corazón palpitante por el deseo del encuentro. Piensa en los viejos tiempos en los que él no estaba, en lo sabido hoy, en lo descubierto y que le hizo daño injustificado por su pensamiento egoísta, por enterarse de lo oculto. Compara esos tiempos pretéritos. Ambos forman parte de su presente, y añade sus viejos tiempos sin ella, y que a ella no ha hecho partícipe de muchos de ellos. Y piensa en lo injusto que ha sido con ella y con él mismo, cuánto oculto tiene él. Y le pregunta, que si se marchan, y ella contesta que falta su amiga, y él sonríe, y ella le sonríe.

 

 

                                                                                           .FIN

 

.     *Como en la canción de Presunto Implicados el protagonista decide que si ese es el camino que trazaron juntos es mejor no mirar atrás… En sus ojos se ha encontrado siempre que se ha perdido, por ello sabe que es el lugar donde mejor estar.

“Todas las flores“

.     **NA: Publicado originalmente el 26 de Julio de 2012. Hoy recibe una segunda oportunidad.

La vida está llena de afectos y desafectos.

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