Tiene tantos celos que hasta quiere que deje de ser su amado y amigo, y él no lo entiende, y recrea y piensa lo brevemente hablado, e imagina qué decirle, qué argumentar, busca palabras que puedan calmar y sosegar su ánimo, el de ella. Y lleva toda la noche desvelado, es incipiente madrugada y solo ha dado vueltas y vueltas en la cama sin poder descansar, proyectando como afrontar lo que vendrá. Le hubiese gustado dejarlo zanjado, pero no pudo ser, no hubo manera, no quiso responder.
- No ha sido necesario eliminar el mensaje, debiste conseguir recuperarlo antes de que me fuese entregado, piensa decirle. No sé lo que pusiste ni a qué hora fue, dices que unas horas antes de ese otro, como alerta recibido, encomendándome a destruir el anterior. Tampoco sé lo que desató la necesidad de escribirme, según tú, con algo que me podía hacer daño si lo leía. Como no lo he podido leer no sé si me produciría dolor o no tus palabras, y esta es la peor situación, que te digan que hubo un mensaje cargado de sentimientos y ¿reproches? y no te llegue nunca. Ahora tengo un desasosiego interior por saber qué es eso que tanto mal podía hacerme. Y tú te niegas a decirme, y hacerme saber, y aunque yo te repito que me hace daño la ignorancia, tú te enrocas y callas, y cierras la puerta y das la espalda a lo dicho, para que así no me llegue de ninguna manera, aliviada de que el mensaje con la crítica y censura no cumpliese su cometido de echar en cara y reconvenir alguna actitud que no fuese del agrado tuyo, de quién lo manda y lanza como lanza en busca del pecho y corazón de alguien que dejó de ser amado y amigo, convertido en odiado y enemigo, al menos en ese momento de fiebre y de nublado pensamiento. Queda claro el camino y no hay flecos ni vericuetos que abran puertas por las que me pueda enredar, que sean diferentes a lo ya transitado, descorriendo esa blanca puerta, apertura al paraíso. Buscando la flor deseada, desflorando el prado y el paisaje florido, ya cerraste esa puerta con el mensaje envenenado, desaprobador, que si bien no llegó, sí que hizo su efecto, y ya sin quererlo me retuerzo de dolor intenso. La bilis insinuada y decidida en tu pensamiento, dicha y verbalizada para tus adentros, escrita y dirigida a mis sentimientos, pueblan ahora mi mente, sin saber ni siquiera si era fundado o infundado tu desvarío de celo doliente, y envidia de lisonjas ficticias, imaginadas por suspicacias inertes.
- Quiero recordar el inicio, o lo que encontraste como inicio para el enfado y el delirio. No lo hallo, doy vueltas, y llego al día anterior y no veo ni detecto indicio de error o disensión en el comportamiento o en lo dicho. – Piensa quizás escribirle.
Y medita para sí. Las palabras que uno dice, si las mide otro y les busca vuelta y enredo seguro que lo encuentra y lo que pareció vago y sin criterio, se alza como duna que avanza por el viento, arrasando y tapando sin remedio. Lo vacuo se llena de inquina si se cree que el eco reverbera en el dañino hueco que queda por las palabras que no son dichas para los oídos que quieren ser únicos y sin contrincante al que disputar esos sonidos.
Y recuerda como si fuera hace un instante, cuando suena una llamada telefónica y tras descolgar se oye al otro lado una voz desesperada. Que dice que no lo abra, que no mire el correo y si lo mira y encuentra mensaje de su parte, que lo borre y destruya sin tentación de saber su contenido, sin ambages que supongan atracción por la misiva y evite la orden que recibe, y que oye con voz trémula. Avanzan desde el otro lado del auricular, que ya no quiere seguir, que no quiere el daño que siente, y presiente provocar o provocarse más, hacer o hacerse, sobre todo teme tomar iniciativa y hostigar sin miramientos al dolor que cause, que el suyo ya lo sufre y quiere evitarlo, y ante todo quiere evitar hacer el mal al otro, el mal que ella en sí advierte.
La voz angustiada, y angustiosa genera un pulular de mariposas en él, y suben a la cabeza, y no entiende lo que sucede, la nublada mente lo empuja al silencio un instante, y luego las palabras emergen y las justificaciones por lo que no entiende ni comprende. Justificaciones que suenan falsas pues lo son, por no ser ciertas, porque no hubo acción primera que pudiese llevar a la necesidad de rectificarse, y cuando se inventa un pretexto para excusar algo inexistente, una acción que no fue, genera la certidumbre en el otro de que sí la hubo y que se es culpable por escudarse en la mentira. Y ese minuto de conversación abruptamente se interrumpe.
Y el silencio queda de nuevo en el aire, pues no hay respuesta, y ya al otro lado del auricular no hay nadie que siga oyendo las palabras que brotan para tranquilizar una inquietud imaginada, y la rabia se hace cargo de la situación, y marca el número, y no hay contestación, nadie descuelga, y la ira se apodera del ser que no comprende lo sucedido, e indefenso de la acusación queda maltrecho en su calabozo, confinado con sus pensamientos que deberá ordenar para salir cuerdo de este acoso, del que no le permiten defensa, pues cortaron la comunicación. La noche se le hace eterna, quisiera que el alba despuntase ya, quiere el nuevo día para poder hablarle y decirle que todo es una equivocación, que no hubo lo que elucubra, pero que con ello, con su recelo, lo suyo, lo que había entre ellos queda herido y sin duda algo de lo sucedido no tendrá reparación.
Le hubiese gustado dejarlo zanjado, pero no pudo ser, no hubo manera, no quiso responder.
. *En el texto, como en la canción de La habitación roja, el protagonista es consciente de que algo les pasa, y que lo dicho o escrito pero no escuchado o leído es la puerta que cierra el paso definitivo del uno al otro.
«Algo nos pasa«

. **NA: Publicado originalmente el 29 de Abril de 2013). Hoy recibe una segunda oportunidad.