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Archivos de etiqueta: pasear

Removidos posos

14 Martes Abr 2020

Posted by albertodieguez in Música, Poesía

≈ 33 comentarios

Etiquetas

amargor, Bosé, Hojas secas, Los chicos no lloran, Música, Miguel Bosé, otoño, pasear, posos, Recuerdos, Soledad

Ciertos recuerdos, son esos posos

que al removerlos salen a flote y dejan un sabor amargo,

son esa hojarasca que al pisarla rasga por dentro,

esa hojarasca que pisábamos en otoño,

y ahora, no pasa esa estación sin rasgar el corazón,

no hay otoño en el que el sonido de sus hojas caídas

no dejen cierto sabor amargo.

 

.

.

.     *Inevitable caer por la alameda y pasear de tu mano cada otoño… para recordar mi soledad, como canta Bosé.

“Hojas secas“

Bose - los chicos no lloran

.     ** Publicado originalmente 16 de Septiembre de 2015. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Una visión coral

24 Sábado Ago 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 20 comentarios

Etiquetas

amigos, areola, autobús, bronceado, Conocerte, coral, desatino, deseo, destino, encuentro, erótico, escote, flechazo, Fracciones de un segundo, lúbrico, lectura, libros, Lujuria, Música, obsesión, parada, pasear, pechos, pezón, piel, Second, sexo, tetas, transporte público, vestido, voyeur

Al encontrármelo por la calle me alegró verlo, hacía bastante que no hablábamos y que no coincidíamos para charlar y tomar algo, ni siquiera el teléfono nos había servido para saber uno del otro, quizás cada uno ocupado en demasía con lo nuestro como para parar un segundo y preguntarnos por el otro, por el buen amigo que siempre fuimos. Él caminaba algo distraído como siempre, y yo tampoco es que fuese muy atento, no lo suelo estar cuando deambulo por las aceras, siempre con la mente en otras cosas. Casi pasamos uno junto al otro sin darnos ni cuenta. Además era raro encontrarlo por allí y más teniendo en cuenta que no era habitual que ejerciese de peatón últimamente, salvo por el centro de la ciudad, por lo que yo recordaba.

Cuando se lo hice saber me contó que no suele viajar en transporte público en los últimos tiempos, como antes siempre hacía. Aunque salvo en hora punta nunca le ha disgustado, pero por ir a trabajar en coche, esa asiduidad ha quedado reducida mucho puesto que por la proximidad de su casa al centro, si no es al trabajo suele moverse andando para el resto de gestiones, ya sea comprar, pasear, ir a alguna exposición o quedar con amigos y hacer vida social. Pero de un tiempo a esta parte lo tiene que hacer varias tardes a la semana para regresar a su casa. Lo hace en autobús, un trayecto no demasiado largo, lo que le permite leer un poco. Es la única pega que le pone al autobús, -aparte de la de tardar más-, frente al metro, que en el autobús dependiendo del recorrido no puede leer puesto que se marea; con los frenazos, y los arranques constantes, las curvas bruscas y ese entrar y salir de su carril reservado, pero en este caso la distancia es poca y además casi todo muy recto. Me comentaba, cuánto estaba disfrutando de nuevo este desplazarse en trasporte público, mucho más distraído y ameno que el coche privado, además siente el pulso de la calle, que en otro caso queda desvirtuado y distante. Cada día entiende más porqué los políticos no están al tanto de la ciudadanía y es debido a ello, a su aislamiento en sus coches oficiales u oficiosos. Nos pusimos al día de lo divino y de lo humano y dentro de todo ello, como no podía ser de otra manera, salió el tema de las mujeres, un tema que siempre solía salir en nuestras conversaciones, con anécdotas pasadas y alguna deseada. Y fue cuando me habló del suceso que le tenía trastornado desde hacía unos días.

Una de esas veces que hizo el trayecto en autobús, tuvo que ir a situarse a la zona del pasillo final, justo antes de donde están los asientos enfrentados, se dispuso a seguir la lectura del libro que estaba leyendo ya en la parada mientras esperaba. Y fue ahí cuando sucedió todo, cuando su lectura se hizo difícil y complicada de seguir. Un vistazo lo desconcertó. Un giro leve de cabeza y mirada de soslayo más invitadora y cómplice que dura y desaprobadora, le hizo buscar el cuerpo que acompañaba a ese rostro que por su leve movimiento le hizo fijarse en él. Encontrando una mirada profunda de ojos verdes. Viajaba sentada de espalda a la dirección en la que se desplazaban, con lo que veía de perfil su rostro.

El color coral le sentaba bien a aquella piel que comenzaba ya tiznándose de verano y sol.

Enseguida descubrió el sendero hacía sus pechos sutilmente bronceados, quizás aún no con la fuerza que marcaron en su retina otras pieles con ese color bello en otros veranos. El vestido era ligero y escotado, su mirada no podía dejar de transitar por el margen que se desbocaba hacía adentro de aquella tela, que liviana y vaporosa se posaba sobre su cuerpo, dibujando sencillos movimientos en cada suspiro. Los pechos rozaban dulcemente esa gasa, que hacía ciertos pliegues deliciosos para la imaginación. Desbordante fantasía aquélla que pululaba en su cabeza, pero que esta vez no era necesario ejercitarla demasiado. Bajo aquel manto no había ropa interior, y la tela dejaba entrever un encrespamiento de los pezones. El aire acondicionado y la tela suave rozando con ellos los endurecía por el tacto entre sedoso y algo áspero a la vez que a ella seguramente le gustaba sentir. Él desde su posición podía ver aquel pecho liberarse de la tela al inclinarse hacia adelante dejándole una visión turbadora y a la vez reveladora de un cuerpo deseado eternamente. Tragó saliva y se mojó los labios, sintiendo la boca seca, daría cualquier cosa por lanzarse a beber de aquella fuente de placer, e imagina poder saciar su sed. Y ya la boca se le hacía agua. Y más aún al descubrir, según avanza su vista por aquellos senos, la oscuridad de la areola y del pezón que dejó de ser rosado por lo contraído en que está y se yergue desafiante. Él piensa que ella está excitada, tiene los pezones bien duros, y él no puede alejar la vista de ellos. Está convencido de que ella sabe que lo está viendo, ella no se reclina hacia atrás para evitar esa visión, es más, claramente adquiere una postura que ahueca el vestido hacía adelante.

No era de las mujeres que van muy escotadas y luego reprimen las miradas de los demás haciéndoles parecer sucios por mirar y observar aquello que ellas van mostrando por su propia decisión, ya sea un profundo canalillo o una trasparencia que deja ver más de lo que tapa, y hacen movimientos y aspavientos para colocar un escote desbocado que ya en casa se veía que iba a traerle ese tipo de “problemas”, y miran instigadoras a aquellos que se dejan llevar por la mirada hacia el lugar prohibido. Y él siente como su verga comienza a llenarse de sangre, siente como poco a poco, la excitación se está concentrando más allá de su mente. No puede evitar dejar llevarse por un impulso y desliza su mano por aquel escote invitador a la vista y ahora al tacto. Lo hace suave, lento y delicadamente, ella no se mueve, deja hacer al extraño. Él llega a la zona del pezón y pasa sus dedos por ellos, sintiéndolos duros, inhiestos, yertos, y desearía poder chuparlos, metérselos en la boca y mordisquearlos y succionarlos, y ve como ella se muerde el labio inferior.

De repente oyó una voz que le hizo salir de este último ensueño, era ella que le hablaba y le decía si le permitía el paso.

Él disculpándose por su torpeza, le dijo que sí.

– Sí, cómo no, no bajo todavía.

Y es entonces cuando recibe esa frase que lo martillea desde ese momento.

– !Qué pena!

Él, pasmado, no sabe qué decir ni qué hacer, salvo mirarla con deleite y estupefacción, y con más cara de tonto aun cuando pasa muy cerca de él, por la estrechez del pasillo, no evitando acercarse a él, más si cabe, forzando la situación, y rozando sus pechos al de él, y con voz queda y susurrante, sin mirarle, diciendo.

–Siempre vengo a la misma hora.

Él se gira y ve como su melena y toda ella se aleja por el pasillo y se baja en la parada.

Desde ese día va un poco como lo encontré, con la mente vagando y despistado, con un solo objetivo en el día, coger el autobús a la misma hora que aquel día. Sube a él y revisa visualmente a cada pasajero en busca de su pasajera. Cree que se está volviendo algo loco. Llegando a pensar que no fue real, que ella nunca dijo aquellas palabras, esas frases, y que nunca jamás ella cogerá ese autobús de nuevo y que ya no podrá encontrarla. A veces se dice por qué no se bajó en ese preciso momento, en esa parada como ha hecho después algún día para quedarse allí a la espera de varios autobuses, por ver si ella aparecía, pero todo ha sido infructuoso. Aunque él insiste.

Y me habló un tanto dolido y triste, de que ya ese día no la podría ver por haberse entretenido conmigo, pero que no importaba, que valió la pena poder contar a alguien este desatino, dejar salir la angustia de este destino.

 

 

 

 

.     *Me pregunto si él habrá encontrado a esa mujer que por azar, con su lúbrica visión y tan breves palabras, le dejaron ido, obsesionado, y con tantas ganas de conocerla como Second nos cuenta en su canción.

“Conocerte“

second-Fracciones de un segundo

.     **NA: Publicado originalmente el 12 de Julio de 2013. Hoy recibe una segunda oportunidad.

 

Con la mirada de Hopper (8ª parte)

18 Martes Jun 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 9 comentarios

Etiquetas

árboles, cocina, colores, cuadros, edificios, El viaje de copperpot, Hopper, La Oreja de Van Gogh, Louvre, Música, mirada, Notre Dame, ocre, otoño, Paris, pasear, Pintura, Recuerdos, Sena, tejados, ventana

A veces la cocina le salva de un día depresivo, sin expectativas, de un gris oscuro tirando a plomizo; por ello, quizás con ese matiz del color, le parezca más pesado aún ese horizonte que se le cae encima en esos días. Días en los que la lágrima quiere ser protagonista, húmeda y silente, casi furtiva, tomando con sigilo el mando de la situación. Y para luchar contra ello ocupa su mente en guisar platos con los que deleitarse en la mesa. Mira por la ventana de la cocina mientras prepara los ingredientes y ve la arboleda del pequeño parque que queda a su vista, con los colores ocres otoñales de la foresta, amarillos y naranjas predominantes sobre verdes que pierden su vigor y su brillo, y el marrón gana terreno en ramajes que son abandonados por sus hojas y quedan desnudos en espera de los fríos. Y estos colores la llevan a pensar en sus paseos por París, aquel otro otoño de un pasado que le parece remoto, por donde recorrió esos lugares que Hopper plasmó con esas mismas tonalidades, y visualizar esos cuadros del pintor es llevarla otra vez por esas calles que ella pisó, es revivir aquellos momentos. Paseos por la ribera del Sena, sentarse en las terrazas de los Bistrós, entrar en los cafés, acercarse a Notre Damme desde el barrio Latino, cruzar todos los puentes sobre el río, y pararse delante de “Pont Royal” con el Louvre allá al fondo, para tener la misma perspectiva que tuvo Hopper en su pintura y sentir que el tiempo no ha pasado desde aquel año en el que él lo pintó.

Mira desde la ventana los edificios cercanos tan diferentes de aquellos parisinos coronados por esos tejados negros abuhardillados tan típicos y que son seña de identidad de la ciudad, y recuerda la pensión o pseudo-hotel, donde se alojó, con aquella escalera decrépita, igualita a la trazada por Hopper en “Escalera en el 48 rue de Lille, Paris”. Suspira y sigue con la mirada perdida, mirando sin mirar, viendo sin ver, pero sintiendo el frío del Paris otoñal que se le introduce en el cuerpo, percibe la humedad del río que se mete dentro de los huesos y destempla, siente esa sensación allí vivida, pero que en este instante no debiera, donde está ahora no hay río, y menos aún el abrazo que entonces la calmó y dio calidez, con ese arrullo de brazos estrechando su cuerpo camino de un restaurante en busca de una sopa de cebolla que templase los cuerpos. Y piensa en la gastronomía disfrutada en ese viaje compartido con alguien que ya no está y que prefiere intentar alejar de su mente, y da la espalda a la ventana para borrar su imagen y para terminar de ordenar los utensilios  que va a usar en la preparación del guiso del que quiere hoy servirse como tabla de salvación contra la tristeza. Tenía pensado hacerse una ensalada templada de pasta y pollo, pero este frío de espíritu le pide cambiar y se presta a la sopa que antes recordó del Paris vivido como una fiesta, como diría Hemingway , así cuando corte la cebolla podrá llorar tranquilamente con la excusa de que ese lagrimeo viene dado por la hortaliza y no por su estado de ánimo, o mejor dicho, de desánimo que la acecha, y que con el delantal puesto quiere capear y olvidar la soledad, y solo pensar en la delicia de un plato tan sencillo.

 

 

 

 

.     *Cuando París era una fiesta, lo recuerda nuestra protagonista aunque intentando distanciarse de esa imagen, pero como en la canción de La oreja de Van Gogh es difícil y quisiera en el fondo volver a pasar una tarde más con él.

“Paris“

.     **NA: Publicado originalmente el 12 de Noviembre de 2012. Hoy recibe una segunda oportunidad.

                                                                                     …Fin

 

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