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Archivos de etiqueta: Hombres

Afterwork

01 Domingo Sep 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 32 comentarios

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Afterwork, amigos, Anglicismo, ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?, Bar, Burning, Hombres, ligar, ligón, Música, modernidad, Mujeres, Pelirroja, pijerío, pijos

Tonto y Peliroja- Danioska

Observaba desde mi mesa con mi cerveza a medio terminar la fauna de aquel local. Aunque suene un poco feo ese término y parezca degradante, es lo que mejor describe el conjunto habido en aquel lugar. Variopinta gente con un comportamiento común, el de desconectar del trabajo y ligar. Era un bar “estiloso”, de esos con decoración moderna y que ahora se denominan “Afterwork”, vamos, el lugar donde se queda uno a tomar algo después del trabajo, lo que antes siempre decíamos cañear en cualquier “bareto”, ahora tiene ese anglicismo, que me parece horroroso, presuntuoso y pedante.

Había quedado allí con unos amigos que se estaban retrasando, hacía tiempo que no quedábamos y nos conminamos a intentar recuperar las quedadas de antaño y éste era el primero de los intentos. El lugar elegido por uno de ellos por proximidad a su trabajo, era desconocido por el resto, incluido yo. Quedé un poco desconcertado, no era el estilo de locales que nos gustaba frecuentar hace años, pensé que habíamos cambiado y nuestros gustos también, al menos, sin duda, del que nos citó en ese bar.

Al llegar pedí de beber, no era cuestión de estar esperando  sin tomar nada,  se pasa mejor el rato con una cerveza en la mano y oteando el panorama, eso siempre me gustó, observar el comportamiento de los demás y claro, deleitarme la vista si hubiese alguna chica guapa o varias, entonces el tiempo pasa volado, puesto que uno incluso empieza a vagar con la imaginación sobre posibles conquistas con alguna de ellas, pensando que me miraba o yo esbozaba una leve sonrisa y ella se aproximaba sin ninguna duda, una chica lanzada. Otra fantasía era que nos mirábamos de soslayo durante bastante rato hasta que ya al final me decidía a buscar un encuentro fortuito, como pasar cerca al ir al baño y buscar cualquier excusa peregrina para entablar conversación, vamos las fantasías de cualquiera que quiera ligar en plan fácil sin mucho que rogar y que nunca se dan. Seguía en ello, en el bar, echando un vistazo. El lugar no era feo. Entonces fue cuando reparé en ellos. Ella era una pelirroja llamativa, de las que les gusta serlo, quiero decir,  llamar la atención y concentrar las miradas de ellos e incluso de ellas, las mujeres son así, no les basta con acaparar la atención de los hombres, necesitan sentirse envidiadas por otra mujeres, en su lucha, ellas siempre están compitiendo. Su vestido “palabra de honor”, dejaba a la vista sus hombros y brazos, con la piel muy blanca, de porcelana, típica de las mujeres con ese color de pelo. No se puede negar que era muy guapa, era la más atractiva del local. Ciertamente esa piel atraía como un imán, daban ganas de ir a acariciarla, seguramente desprendía un olor igualmente de atrayente. Todo en ella estaba cuidado para hacer caer a sus pies a cualquiera. Su peinado perfecto. Sus manos, con uñas largas, las uñas largas siempre me atrajeron, estaban pintadas del mismo tono de su lápiz de labios. Labios no exagerados que se dibujaban perfectos en su rostro, unos labios invitadores para el beso. Sujetaba el vaso de su combinado con una mano mientras miraba coqueta colocándose la melena tras la oreja de vez en cuando como acto reflejo, en un gesto de seducción hacia el hombre que hace unos minutos se le había aproximado. Toda ella era seducción. El hombre que estaba con ella se atusaba el nudo de la corbata, con aire ufano y petulante, con ese aire de seguridad que llevan los tipos que se creen irresistibles. Con su traje negro y camisa del mismo color, sobre la que destacaba una corbata roja. Llevaba una vestimenta un poco pasada de moda, hace años se llevó mucho ese estilo, traje y camisa del mismo color, a veces la corbata era del mismo tono también, quedando el conjunto con aspecto monocromático, la mayoría de las veces siendo el negro ese color. En la actualidad algunos siguen anclados en esa vestimenta, como algún entrenador de fútbol de cuyo equipo no soy seguidor, más bien lo soy del equipo de la acera de enfrente, pero ya pasó de moda como antes, no es tan “chic” – que palabra también poco en boga, ahora se habla más de “cool”-, los extranjerismos nos abordan a cada momento y más si es para dar nombres y etiquetas, que quedan más elegantes dichas en otro idioma. Seguía observando el aspecto de aquel individuo y pensaba que hay gente que cuando se siente cómoda con una forma de vestir le cuesta salirse de esa indumentaria, así pasen cien años y cien modas. Está bien no ser víctima de la moda, pero tampoco hay que agarrarse a una como si en ello fuese la vida. El pelo engominado hacia atrás denotaba más aún ese aire trasnochado de “yuppie”. Con una sonrisa de oreja a oreja, se le veía que era fanfarrón y bromista, lo despedía por todos su poros, claramente no podía ocultarlo, pero también claramente no lo quería ocultar, intentaba ser arrollador en su expresión corporal, transmitir la seguridad de su seguridad. El típico tío que ves, y no piensas nada bueno de él, salvo que es un poco “gilipollas”. Me imaginé que le estaba diciendo esas frase que transitamos todos, lugares comunes en el acercamiento, incluso pensé que sería capaz de decir una frase en el que fuese incluida la palabra “nena”, o más todavía, le veía capaz de esa frase tan antigua; “¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?”, entre la gracieta por anticuada y el intento de sorpresa por utilizar la misma anacrónica expresión. Ella le seguía el “rollo”, nunca entendí que esos tipos gustasen a las mujeres, pero claro, supongo que para gustos los colores, y mi color también habrá a muchas que no les guste, a la mayoría diría yo, y recapacitaba sobre esto, mientras observaba a la extraña pareja, aunque en el fondo no era nada extraña, los dos típicos habitantes de esos lugares de copas y pavoneo como animales que lucirse, él siendo gracioso y divertido, ella mostrándose como “Mujer fatal”. Pensándolo bien el extraño era yo en aquel bar. Me miré, y vi que la gente estaría diciéndose lo mismo sobre mí; ¿Qué hace ese tipejo aquí?  Me di cuenta que mi vestimenta, tan “casual” – que se dice ahora – se daba de “hostias” con la del resto de seres que por allí pululaban.  Miré alrededor, y en ese momento fui consciente de que no era el lugar al que me gustaría volver, es más, estaba deseando que llegasen mis colegas para poder salir de ese antro de pijerío.

 

 

.

.     *Hay frases que vienen de lejos, casi son atemporales y hasta se convierten en canciones como la mítica de los Burning. Frases pasadas de moda que ya casi no se usan literales, se nos revelan anacrónicas, pero con otros modos, con otras modernidades, se busca decir lo mismo.

.     **NA: Este es el resultado de mi propuesta ante el reto lanzado por agniezka, en el que había que escribir un texto inspirado en la imagen de “el tonto y la pelirroja” que ella adjuntaba y que aparece arriba…

¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?

Burning-Qu_hac_euna_chica

.     **NA: Publicado originalmente el 9 de Junio de 2013. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Carácter de mujer

19 Lunes Ago 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 32 comentarios

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amor, carácter, decisión, deseo, Educación, escote, Exquisita, familia, Hombres, individualidad, libertad, machismo, madre, Marlango, Música, miradas, mujer, padre, padres, sexismo, sexo, transparencia, Un día extraordinario, vestimenta

Tengo buen cuerpo, soy guapa y tengo carácter. Esto queda fatal decirlo de una misma, pero si no me lo digo yo quién me lo dirá. Bueno…, mis padres. Siempre o casi siempre para los padres, los hijos son lo mejor y ganan por goleada al resto de hijos. Aunque hay excepciones en las que los padres son monstruos que asustan  y empequeñecen, que no dejan desarrollarse como persona, que todas las decisiones son puestas en duda, son matizadas. Hay padres que con su autoritarismo no dejan que se sea libre de decidir, y si son hijas con más fuerza y decisión, padres que dicen: -“Qué van a pensar de ti, que van a pensar de nosotros”.

Que dicen: – “¡Qué educación van a creer que te he dado!”,

Que dicen: – “¡Dónde vas así vestida, pareces una puta!”.

Y entonces anulan a sus hijas, siempre o casi siempre a las hijas, no a los hijos, los hijos son otra cosa.

Hay padres que ensombrecen todo. Y cuando digo padres, digo padres y madres. La madre muchas veces es peor aún que el padre. La madre como mujer desaprueba los actos de las hijas, la madre por su educación poco liberal intenta inculcar esos mismo valores encorsetados y opresivos a las niñas, que se le muestran desvalidas y a merced de cualquier desaprensivo, e intentan salvarlas de su inconsciencia, de ellas mismas, de  ser mujer.

La misma madre que hace que el hijo no haga nada en casa es la que despotrica porque la hija toma ejemplo del hermano, y comienza el enfrentamiento entre ambas mujeres por el agravio comparativo. Y para salir el hermano tiene el beneplácito de la madre y la hija tiene mil obstáculos para el mismo fin. Y ante la disputa surge la figura pacificadora y arbitraria del padre que termina por asestar el rejón o estocada final para dar la razón a la madre. Y la hija se cerciora por completo del trato injusto y diferente por ser ella mujer y no hombre y por no tener los mismos beneficios que el hermano que campa a sus anchas por la casa y fuera de ella. Y el padre emerge como figura castigadora, auspiciada aún más por la madre, ungiéndole como padre talibán en el refuerzo y descargo de ella, de la madre.

“Talibán”, palabra muy de moda, pero no hay que irse en busca de otros vocablos en otras religiones u otras culturas para encontrar una palabra que conlleva un comportamiento similar a aquél que nos suena mejor por ser lejano y parecernos que nosotros no somos participes de ello, ese comportamiento que siempre hemos tenido muy cerca y que, quizás por ello, el significado pierde fuerza y se entiende y acepta como normal. Decir: “padre machista”, nos parece menos fuerte que lo otro, cuando es lo mismo. Coartar la libertad de la mujer, la esposa y la hija, como estado natural de existencia, como un ser inferior a él, que domina la casa y la sociedad por ser hombre.

La madre que muchas veces esconde su verdadero pensar, diciendo a la hija que si por ella fuera no sería así, que es mejor no llevar la contraria al padre, pero miente y hace que el odio de la hija sólo crezca hacia el padre y no hacia ambos, puesto que ve a la madre como víctima igual que ella, y aunque hay ocasiones en que esto es así, otras tantas es falso y simulado y la madre está más que de acuerdo con el padre, e incluso con mayor insistencia conmina al padre para que se muestre duro con la niña, que según su pensamiento se le descarría.

Por suerte no tuve esos padres, y mi forma de ser no obedece a una postura contestataria, sino a una certeza de que todos somos iguales, hombres y mujeres, y que estamos aquí para disfrutar y vivir lo más intensamente posible. La vida es corta y es una pena echarla a perder, no dar rienda suelta y aprovechar cada minuto es un delito, es un momento y un tiempo que no se recupera.

Por eso no tengo tapujos, y me gusta hacer lo que me gusta. Tomar mis decisiones con sus aciertos y sus errores. A veces puedo parecer frívola, pero los que me conocen bien, cierto que no son muchos, saben que no lo soy, que debajo de mis vaqueros ajustados, de mis vestidos y mis tacones, de mi máscara de ojos y mis labios pintados, hay mucho más. Que detrás de mis manos perfectas con uñas esmaltadas, hay unas manos fuertes capaces del trabajo manual, del golpe en la cara y de la caricia más sensual. Que me apetezca salir arreglada y bien pintada según la ocasión, no quiere decir que sea tonta, que me miren con recelo ellas y con descaro ellos, no me incomoda. Yo decido en cada momento cómo y cuándo quiero. Y si voy muy escotada y alguno se fija en ello, lo decidí al salir, y es lógico que sus ojos no puedan evitar mirar lo que muestro y dejo a la imaginación, que eso es lo peor para ellos, con eso los tendrás rendidos e hipnotizados. En algunos casos sus miradas son ordinarias y burdas, pero no en todos los casos.

No soy del tipo de mujeres que se pone escote y luego va todo el rato recolocándolo para evitar enseñar lo que ya en casa es evidente que iba a estar al albur de los demás, o esas otras mujeres que se ponen blusas transparentes y después van por la calle o el metro molestas  con las miradas de hombres o mujeres e intentan tapar algo con los brazos esa visión, y ven impúdicas esas miradas y ese interés con descaro de ellos por cierta parte de su cuerpo, como si aquella blusa que deja ver su ropa interior no fuese invitadora a los ojos y miradas de los demás. Tampoco soy de esas mujeres que me pongo minifalda de infarto y luego todo el tiempo pierdo la compostura y elegancia tirando de ella hacia abajo, en esos caso es mejor optar por no ponerla, es mejor una falta corta pero que no se mueva de sus sitio esas que trepan por el cuerpo son incomodas y horrorosas, la dejan a una en una situación ridícula de movimientos y aspavientos de recato cuando vas con una prenda que se da de bofetadas con el recato.

No siempre el mirar de una transparencia o un escote o la falda corta es algo baboso, a veces, muchas veces, es de admiración y placer contemplativo, sobre todo si lo mostrado es mostrado a propósito, y siempre que no sea un mirar agresivo ni irrespetuoso o insidioso, a mí me halaga, para eso lo llevo, incluso si al pasar por el lado de un hombre yo arreglada hasta el tuétano no me mirase pensaría que algo va mal. Si una mujer empezando la madurez no hace girarse a un hombre, o al menos, hace que este mire recatadamente mi presencia, me tendría que replantear si ya entré en ese mundo del estar sin ser vista como un fantasma en un castillo que sólo es presentida por los animales que acompañan a los habitantes de la casa.

La vida está llena de escotes por los que asomarse y unos dejan huella y marcan, y otros solo deleitan la vista, no es lo que se ve si no lo que uno compone dentro de sí mismo para vestir ese escote con nuestra percepción y nuestros sentimientos, y hay hombres que ponen mucho sentimiento en ese mirar y recrearse, y a mí me gusta cuando veo que se hace sin chabacanería, sin ser zafio, con estilo. Hay hombres que saben mirar. Sí que es cierto que la mayoría no, se desbordan en grosería cuando lo que se luce deja ver o intuir o levemente descubrir ciertos encantos, es ahí donde se sabe si un hombre merece la pena, el que observa con delicadeza sin abrumar ni agobiar, el que mira con el deseo contenido y que se lleva tu imagen con él, el que sabes que más que mirar entra en trance, porque no ve solo una parte de carne, ve más allá, ve lo que le gustaría hacerte, ve lo suave que sería estar y entrar en contacto con la piel que ve, y eso se lo veo en la cara, sé diferenciar al tipo que te violaría y al que te trataría con todo el cuidado del mundo, aquél que se preocuparía primero de darte placer, porque él disfruta viendo cómo consigue darte ese goce para luego desbocarse y tocar el cielo juntos, o un poquito después, para asegurase de que tú has llegado plenamente. Veo sus manos, para mí son importantes, y sé si serán delicadas en el roce y el trato, aunque reconozco que algunas veces me confundí y no atisbé, no supe ver a primera vista lo fenomenal que podía ser un amante hasta haber sentido sus dedos buscar donde a muchos ni se les ocurriría, y seducirme con sus besos y con esas manos deleitosas, tanto que solo con ellas, como si de un instrumento musical se tratase han sabido sacar toda la música y gemido contenido en mí.

No tengo pareja, de momento no encontré nadie con el que quiera compartir mi día a día, pero es mi decisión, estoy a gusto en mi situación, solitaria, que no sola. Quizás algunas de mis conocidas hablen a mis espaldas, de mi forma de ser, de mi elección libertaria, de sexo cuando quiero y con quién me gusta. Ellas quizás como esas madres sexistas no lo entiendan, y me vean como una “puta” por hacer lo que a los hombres se les tiene en pleitesía, o quizás es envidia por mi osadía que ellas nunca tuvieron, no ya ahora que encontraron pareja “definitiva” y es más lógica su fidelidad, sino antes cuando a locas se salía en busca de diversión y nunca se atrevieron a llevarla al sexo.

Puede que haya gente  que piense que en la vejez me encontraré sola y me acordaré de los años de locura en los que algunos me ofrecieron la estabilidad emocional que ellos decían ver que necesitaba, pero vivo el aquí y el ahora, no quiero pensar en ser una anciana venerable con su venerable maridito anciano, quizás no llegue a esa edad en la que perdonamos todas las cosas a la gente solo por ser viejos, aunque hayan sido lo peor de lo peor, la peor calaña habida en el mundo. No sé si llegaré a ese momento vital, probablemente sí, pero hasta entonces quiero vivir cada instante plenamente y si un día me enamoro hasta los huesos bienvenido sea, no nos engañemos, cuando eso llega no hay quién lo pare sin sucumbir a la infelicidad en el intento. Y si no llega nadie, seguiré viviendo.

 

 

 

 

.     *La Protagonista del relato no pierde su rumbo como en la canción de Marlango. Se siente exquisita.

“Exquisita“

Marlango - un día extraordinario

.     **NA: Publicado originalmente el 26 de Julio de 2013. Hoy recibe una segunda oportunidad.

 

Desorden emocional

29 Miércoles Ene 2014

Posted by albertodieguez in Música, Relato

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alegría, Confesiones de un artista de mierda, Convivencia, Depresión postparto, desequilibrio, Desorden, dudas, El equilibrio es Imposible, embarazo, Emociones, Hombres, Hormonas, Ivan Ferreiro, Love of lesbian, Música, Mujeres, pareja, Santi Balmes, sentiminetos, tristeza

Ella me decía que tenía que comprenderla, que sus hormonas estaban revolucionadas y que si estaba algo irascible o malhumorada o inestable no se lo tuviese en cuenta, todo era debido al proceso químico que estaba suponiendo el embarazo. Yo la comprendía o al menos intentaba hacerlo, algo había leído y había visto en documentales sobre toda esa trasformación interna del cuerpo de la mujer, un torrente de cambios desde el mismo momento en que el óvulo es fecundado. El cuerpo primero se altera ante elementos exógenos a los propios de la mujer y después cuando finalmente no lo rechaza, se prepara para acoger lo que vendrá, lo que crecerá en el vientre.

Cuando en conversaciones entre amigos con sus parejas que habían tenido hijos, salía el tema de la complicada convivencia durante el embarazo, siempre ellas decían que nosotros no podíamos entenderlas porque no sufríamos esos cambios celulares que desencadenaban esos desequilibrios en el estado afectivo y de comportamiento. Un comportamiento que hacía de la convivencia una montaña rusa. La maternidad o futura maternidad las diferenciaba de la paternidad o futura paternidad porque ellas sentían esos cambios corporales. Antes de vivirlo como sujeto activo (aunque pasivo en el proceso realmente) lo asumía desde el desconocimiento como algo que debía ser cierto, al fin y al cabo, a veces en los días de menstruación se vivía algo similar en nuestra relación, a aquello que contaban. Después, cuando todo llegó pude constatar que sin duda algo pasaba en su interior que la hacía darme contestaciones inesperadas y que mis actos la molestasen sobremanera, lo de “la regla” no era nada comparado con esto nuevo. Era una de cal y otra de arena por parte de ella, tras un comentario poco dulce venían las disculpas, bajo aquel mantra de; “Son las hormonas, discúlpame, no me lo tengas en cuenta”. Y así pasaron los primeros meses, luego la cosa se estabilizó y se producían esporádicamente los episodios de malhumor. Aquello queda ya casi en el olvido, como una curiosidad, algo anecdótico que sucedió pero que en el fondo es ajeno a uno, más figurante que actor principal, sólo el esparrin en el cuadrilátero encajando sin dar respuesta para no dañar al púgil para su lucimiento en el combate final. Y tras ese combate, el púgil queda dañado, y entonces lo que aparece es un desorden emocional. Ya no son malos humores o enfados o discusiones tontas y por lo más nimio, ahora es llanto y tristeza lo que le acompaña a ella en los primeros días tras el alumbramiento.

Se supone que yo debo estar a su lado sin resquicios, para darle orden emocional y estabilidad a ese desenfreno de sentimientos. Te dicen; Ahora tienes que cuidarla, la depresión post-parto es mucho peor que los desvaríos hormonales durante el embarazo. Y entonces te dices que igual que hasta ahora le has apoyado en todo momento y has ido amoldando tus palabras y tu comportamiento para que tus actos no sean motivo de disputa o pequeña bronca, lo seguirás haciendo. Pero de pronto te das cuenta que no te va a ser fácil, cuando eres tú el que siente ese desorden emocional, y necesitarías un hombro en el que apoyarte y unos brazos que te sujeten, y un fuerte abrazo que te consuele. Pensabas que eras el fuerte, el sustento para los dos, y que podrías llevar todo ese peso de los momento difíciles, estos en los que afrontar lo que nos es nuevo. De repente te sientes confuso, la angustia aflora, las dudas se apoderan de todo y te aborda la tristeza, no sabes porque estás así, cuando es alegría lo que deberías derrochar, y es la felicidad lo que debería dominar estos instantes.

Nunca me hablaron de que podía ser yo el que sufriese aquello que solo se cuenta que sienten las mujeres. Nunca se habla de que los hombres sufran los mismos síntomas que ellas. Parece que los hombres no sienten ni padecen durante este proceso de llegada del hijo.

Todo esto me pilló desprevenido. Yo, que había interiorizado que mi comportamiento debía ser, aún más que antes, sin aristas que pudiesen dañar y me había esmerado en pulirlas, yo, que había suavizado mi verbo directo y punzante, para que todo fluyese lo mejor para ella y para mí mismo, -verla mal me desarma-, sabiendo que lo que otras veces hubiese pasado por una simple conversación y cruce de comentarios, ahora podía suponer una afrenta que nos llevara a un desencuentro que nos haría mal. No me había preparado, no había tomado la precaución de ponerme una coraza, y esas palabras duras que yo evitaba decir las recibía como lanza y puya, como hiriente filo que sajase mi piel libre de defensa y no preparada para recibir la ignominia del otro, para recibir su desahogo.

Tengo un volcán de emociones que brotan aquí y allá, que se agolpan unas encima de otras, pero no de manera ordenada, ni de una forma lógica, surge la alegría y seguidamente la tristeza, que es apartada por la euforia, que a su vez es retirada por la angustia. Intento comprender esta hipersensibilidad, pero no lo logro, me confunde esta mezcla de sensaciones. Lo normal sería que  aflorasen seguidas las que son del mismo carácter; las felices juntas o las que entristecen y agobian apiñadas, pero no intercaladas y haciendo que me sienta como en un columpio, arriba y abajo, otra vez arriba, y de nuevo en lo más bajo, en un vaivén desquiciante que me hace vacilar sobre mi equilibrio mental. Tengo los sentimientos a flor de piel, y un gesto o una palabra o un pensamiento eriza mi vello y humedece mis pestañas. En la soledad, las emociones se descabalgan, y mil dudas me abordan. Temo no haber acertado trayendo a un ser a este mundo que se me vuelve y muestra ingrato, sin un motivo que lo cambie y lo haga diferente de ayer o de hace un año cuando tomamos la decisión. El egoísmo se muestra y dice; con lo bien que estabas. Intento sosegarme y me digo; no tiene sentido este malestar, este ahogo que tienes. Pero no puedo evitar irme a un aparte y llorar y respirar hondo y rehacerme para volver y que me vea ella fuerte, sin que vislumbre la última herida producto de su último comentario. Encajando como puedo todo este desorden emocional.

 

 

*Ivan Ferreiro y Santi Balmes de LOL, completan y ponen banda sonora al relato de hoy, hablándonos de esos días en que el equilibrio es imposible, y nos vemos y nos decimos: “Qué felices, qué caras más tristes”.

“El equlibrio es imposible“

Ivan ferreiro - confesiones

 

 

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