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Archivos de etiqueta: Convivencia

Desorden emocional

03 Miércoles Feb 2021

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 45 comentarios

Etiquetas

alegría, Confesiones de un artista de mierda, Convivencia, Depresión postparto, desequilibrio, Desorden, dudas, El equilibrio es Imposible, embarazo, Emociones, Hombres, Hormonas, Ivan Ferreiro, Love of lesbian, Música, Mujeres, pareja, Santi Balmes, sentiminetos, tristeza

Ella me decía que tenía que comprenderla, que sus hormonas estaban revolucionadas y que si estaba algo irascible o malhumorada o inestable no se lo tuviese en cuenta, todo era debido al proceso químico que estaba suponiendo el embarazo. Yo la comprendía o al menos intentaba hacerlo, algo había leído y había visto en documentales sobre toda esa trasformación interna del cuerpo de la mujer, un torrente de cambios desde el mismo momento en que el óvulo es fecundado. El cuerpo primero se altera ante elementos exógenos a los propios de la mujer y después cuando finalmente no lo rechaza, se prepara para acoger lo que vendrá, lo que crecerá en el vientre.

Cuando en conversaciones entre amigos con sus parejas que habían tenido hijos, salía el tema de la complicada convivencia durante el embarazo, siempre ellas decían que nosotros no podíamos entenderlas porque no sufríamos esos cambios celulares que desencadenaban esos desequilibrios en el estado afectivo y de comportamiento. Un comportamiento que hacía de la convivencia una montaña rusa. La maternidad o futura maternidad las diferenciaba de la paternidad o futura paternidad porque ellas sentían esos cambios corporales. Antes de vivirlo como sujeto activo (aunque pasivo en el proceso realmente) lo asumía desde el desconocimiento como algo que debía ser cierto, al fin y al cabo, a veces en los días de menstruación se vivía algo similar en nuestra relación a aquello que contaban. Después, cuando todo llegó pude constatar que sin duda algo pasaba en su interior que la hacía darme contestaciones inesperadas y que mis actos la molestasen sobremanera, lo de “la regla” no era nada comparado con esto nuevo. Era una de cal y otra de arena por parte de ella, tras un comentario poco dulce venían las disculpas, bajo aquel mantra de; “Son las hormonas, discúlpame, no me lo tengas en cuenta”. Y así pasaron los primeros meses, luego la cosa se estabilizó y se producían esporádicamente los episodios de malhumor. Aquello queda ya casi en el olvido, como una curiosidad, algo anecdótico que sucedió pero que en el fondo es ajeno a uno, más figurante que actor principal, sólo el esparrin en el cuadrilátero encajando sin dar respuesta para no dañar al púgil para su lucimiento en el combate final. Y tras ese combate, el púgil queda dañado, y entonces lo que aparece es un desorden emocional. Ya no son malos humores o enfados o discusiones tontas y por lo más nimio, ahora es llanto y tristeza lo que le acompaña a ella en los primeros días tras el alumbramiento.

Se supone que yo debo estar a su lado sin resquicios, para darle orden emocional y estabilidad a ese desenfreno de sentimientos. Te dicen; Ahora tienes que cuidarla, la depresión post-parto es mucho peor que los desvaríos hormonales durante el embarazo. Y entonces te dices que igual que hasta ahora le has apoyado en todo momento y has ido amoldando tus palabras y tu comportamiento para que tus actos no sean motivo de disputa o pequeña bronca, lo seguirás haciendo. Pero de pronto te das cuenta que no te va a ser fácil, cuando eres tú el que siente ese desorden emocional, y necesitarías un hombro en el que apoyarte y unos brazos que te sujeten, y un fuerte abrazo que te consuele. Pensabas que eras el fuerte, el sustento para los dos, y que podrías llevar todo ese peso de los momento difíciles, estos en los que afrontar lo que nos es nuevo. De repente te sientes confuso, la angustia aflora, las dudas se apoderan de todo y te aborda la tristeza, no sabes porque estás así, cuando es alegría lo que deberías derrochar, y es la felicidad lo que debería dominar estos instantes.

Nunca me hablaron que podía ser yo el que sufriese aquello que solo se cuenta que sienten las mujeres. Nunca se habla de que los hombres sufran los mismos síntomas que ellas. Parece que los hombres no sienten ni padecen durante este proceso de llegada del hijo.

Todo esto me pilló desprevenido. Yo, que había interiorizado que mi comportamiento debía ser, aún más que antes, sin aristas que pudiesen dañar y me había esmerado en pulirlas, yo, que había suavizado mi verbo directo y punzante, para que todo fluyese lo mejor para ella y para mí mismo, -verla mal me desarma-, sabiendo que lo que otras veces hubiese pasado por una simple conversación y cruce de comentarios, ahora podía suponer una afrenta que nos llevara a un desencuentro que nos haría mal. No me había preparado, no había tomado la precaución de ponerme una coraza, y esas palabras duras que yo evitaba decir las recibía como lanza y puya, como hiriente filo que sajase mi piel libre de defensa y no preparada para recibir la ignominia del otro, para recibir su desahogo.

Tengo un volcán de emociones que brotan aquí y allá, que se agolpan unas encima de otras, pero no de manera ordenada, ni de una forma lógica, surge la alegría y seguidamente la tristeza, que es apartada por la euforia, que a su vez es retirada por la angustia. Intento comprender esta hipersensibilidad, pero no lo logro, me confunde esta mezcla de sensaciones. Lo normal sería que  aflorasen seguidas las que son del mismo carácter; las felices juntas o las que entristecen y agobian apiñadas, pero no intercaladas y haciendo que me sienta como en un columpio, arriba y abajo, otra vez arriba, y de nuevo en lo más bajo, en un vaivén desquiciante que me hace vacilar sobre mi equilibrio mental. Tengo los sentimientos a flor de piel, y un gesto o una palabra o un pensamiento eriza mi vello y humedece mis pestañas. En la soledad, las emociones se descabalgan, y mil dudas me abordan. Temo no haber acertado trayendo a un ser a este mundo que se me vuelve y muestra ingrato, sin un motivo que lo cambie y lo haga diferente de ayer o de hace un año cuando tomamos la decisión. El egoísmo se muestra y dice; con lo bien que estabas. Intento sosegarme y me digo; no tiene sentido este malestar, este ahogo que tienes. Pero no puedo evitar irme a un aparte y llorar y respirar hondo y rehacerme para volver y que me vea ella fuerte, sin que vislumbre la última herida producto de su último comentario. Encajando como puedo todo este desorden emocional.

.

.

.     *Ivan Ferreiro y Santi Balmes de LOL completan y ponen banda sonora al relato de hoy, hablándonos de esos días en que el equilibrio es imposible, y nos vemos y nos decimos: “Qué felices, qué caras más tristes”.

“El equilibrio es imposible“

Ivan ferreiro - confesiones

.     **NA: Ficción

.     ***NA: Publicado originalmente el 29 de Enero de 2014. Hoy recibe una segunda oportunidad.

Mi marido no me folla

09 Miércoles Oct 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 54 comentarios

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amor, Arañas mi piel, atracción, Convivencia, deseo, desinterés, inapetencia, Los Romeos, Música, necesidad, pareja, Sangre caliente, sexo

Mi marido ya no me folla, ya sé que es una frase malsonante, y en boca de una mujer quizás suena aún más chabacana la palabra “folla”; -la sociedad tan machista nos encorseta hasta en la forma de expresarnos y se ve feo y sucio en labios de una mujer lo que en el hombre se atribuye como directo o sin matices o sin pelos en la lengua-, pero es lo que mejor describe mis deseos, mis necesidades; -sí coño, mis necesidades, una tiene necesidades-. Podría haber dicho que ya no me hace el amor, pero follar describe mejor lo que anhelo. El amor me lo hace de otras maneras, en el día a día, compartiendo y dándome todo el cariño, comprensión y apoyo que siempre me ha dado, y últimamente la parte más afectiva se está quedando sólo en eso, en cariño. Pero yo no quiero solo eso, yo quiero que me folle, que me deje agotada y sin resuello, totalmente sudorosa como antes pasaba, cuando en los inicios hacíamos maratones sexuales y nos pasábamos el domingo entero encamados follando y durmiendo a ratos, y salíamos al llegar la tarde-noche a comer algo, hambrientos y sin fuerzas de tanto desgaste. O cuando tiempo después a la hora de la siestas después de un breve sueño mío, -no de él que quedaba leyendo allí en la cama junto a mí esperando mi despertar-, nos enlazábamos fundiéndonos en uno. Comenzando con pequeños besos, íbamos avanzando en las caricias, él con su manos exploradoras en busca de mis pechos y después bajando por mi vientre en un viaje hacía mi sexo, que lo esperaba ansioso, pero que él demoraba con caricias suaves entre los muslos, en una ida y venida de sus dedos rozando aquí y allá, que me excitaba más y más, acelerando mi deseo e impaciente de que dejase allí su mano y tensase todos mis músculos internos, con sus fantásticos dedos. Yo ya tenía mi mano acariciando y palpando con suavidad sus testículos, que se contraían, y percibía como su piel se volvía más dura y gruesa, y entonces deslizaba la mano hacía esa virilidad que se erguía, sintiendo como se ensangrentaba por dentro y sin remedio iba creciendo venosamente. En ese momento no podía evitar desasirme de sus manos para ir deslizándome al encuentro de su miembro, mis labios primero con dulces besos y mi lengua después recorriendo esa verga que cada vez más inhiesta se ofrecía y a cada roce de mi boca más dura se ponía, y las venas remarcaban su tensión. Subía hacia su vientre besándolo y besando su pecho para más arriba encontrarme con su rostro y sus labios que me esperaban ávidos de besos, pero paraba a medio camino para con mis pechos abrigar su polla… y sentir su lubricidad en mí pecho y sobre mis pezones que juguetones rozaban su glande ya con pegajosa humedad. Esa que yo también le dejaba sobre su rodilla y su muslo con mi coño que en ese transitar había aprovechado para ir masturbándome con su pierna en un roce estimulante. Me llegaba hasta su boca con mi boca y las lenguas se enredaban y nos besábamos con procacidad y cierta violencia largo rato mientras mi cuerpo desnudo sentía toda su piel bajo mi piel y su falo se abría paso entre mis piernas que se vencían y se entregaban con facilidad apartándose y dejando el camino más libre para que el ariete no encontrase resistencia, deslizándose con suave violencia por mi vulva que tan húmeda venía. Allí dentro, él, quieto se deja hacer, y con mis vaivenes gozaba yo y gozaba él, y yo buscaba los movimientos y rincones más placenteros para mí, hasta que él sentía que yo estaba cerca del orgasmo y que él no aguantaría más, entonces paraba mi bamboleo para envestirme con fuerza y rapidez, una, dos tres, cuatro, cinco veces, no más, que él se corría y yo después que él, aprovechando su última dureza, quedándonos exhaustos y  agónicos de placer. Esa pequeña muerte que dicen los franceses, la echo tanto de menos, qué no puedo evitar excitarme al recordar los buenos momentos añorando sus caricias, sus besos, y su sexo, y dejó que mi mano se convierta en su mano y me consuelo cada vez más a menudo en la ducha, en el sofá o como ahora en la cama, y aunque disfruto, no es lo mismo. No sé si ya no le atraigo y no le excito, podría pensar que estamos en una mala racha, que estamos cansados por la vida tan veloz que llevamos sin tiempo para nada, con unos trabajos que nos absorben toda la energía y que la poca que queda se diluye en las labores hogareñas de las que nos ocupamos. Ciertamente no veo rechazo, pero si apatía y desinterés. Podría pensar que tiene un lío por ahí, pero sé que no, y eso es peor; no saber quién es tu enemiga o ni siquiera tener enemiga me genera más angustia y rabia, esa rabia que podría descargar hacía esa otra persona. Nunca pensé en serle infiel, pero últimamente se me van los ojos detrás de alguno que otro con la fantasía de desfogarme, sólo para eso, apagar este fuego, de manera casual y algo brusca y sin miramientos, algo visceral y poco racional. Pero me preocupa haber llegado a pensar en ello, yo lo quiero y aun lo deseo; si me hubiese preguntado si sería capaz de hacerlo, hace unos años habría salido un rotundo no, bueno y si me lo pregunta alguien también saldría un no, pero interiormente ya ese no se resquebraja cada día más. Lo que más me enfada es que follar con mi marido es buen sexo, incluso diría que muy bueno, al menos cuando lo hacíamos. Si hubiese dejado de serlo entendería porque no lo repetimos más a menudo, por qué mi marido ya no me folla, por qué no araña mí piel.

 

 

 

.     *Todo lo daría nuestra protagonista porque su amor le volviese arañar la piel, como nos cantan Los Romeos.

“Arañas mi piel“

Los Romeos - Sangre caliente

.     **NA: Publicado originalmente el 20 de Octubre de 2014. Hoy recibe una segunda oportunidad.

 

Un hedor de bosque

06 Martes Ago 2019

Posted by albertodieguez in Música, Relato

≈ 41 comentarios

Etiquetas

aromas, Bolsas de Basura, Convivencia, desamor, El canto del loco, Estados de ánimo, Insoportable, La Tertulia, Lavanda, Música, olores, Pino, Ruptura

No podía creerlo, el olor le llegaba perfectamente, le producía nauseas, desde el cubo de basura llegaba aquel olor insoportable. Se lo había dicho desde un inicio, desde que se conocieron e intimaron, y esto era una provocación, sin duda. Ese aroma a falso monte, a simulacro de pino dentro de la cocina. La cosa no iba bien en los últimos meses, pero este acto era directamente una declaración de guerra, la declaración de sus intenciones de molestar y “joderle la vida”. No podía esperar una acción tan ruin por parte de ella. Ahora ya no había vuelta atrás, ni perdón posible. Ahí estaba él, tapándose la boca y la nariz para poder pasar este mal trago. Le repugnaba la idea de acercarse al cubo, pero lo tenía que hacer, tenía que cogerlo y tirarlo antes de que fuese a enfermar. El cuerpo le pedía salir corriendo de la casa, pero la mente le decía que tendría que volver a ella en algún momento y el hedor seguiría allí a su vuelta, con lo que lo mejor era deshacerse de ello cuanto antes. Los últimos días todo estaba degradado, ya casi ni se miraban a la cara, aún compartían cama, pero desde hace bastante no compartían sexo, ni caricias, ni afectos, ni miradas cómplices, contrariamente lo que había era huida en ellas, intento de no cruzarse sus pupilas.

Últimamente, él demoraba su regreso a casa cuando terminaba su jornada laboral que alargaba lo más que podía, y cuando ya no había más remedio, cerraba y apagaba el ordenador. Se quedaba allí sentado, mirando la pantalla en negro, con la mente perdida. Vacío de ganas de seguir con la rutina. Rutina del retorno a la ínsula compartida que cada vez se le hacía más pequeña y asfixiante. Mirando el monitor esos minutos, lo que veía negro, en un pasado no demasiado lejano era todo de colores alegres. Lo que hizo que cambiara ese colorido a la ausencia de color no lo sabe bien, no alcanza a encontrar aquel punto de inflexión en donde decir: “ahí la cosa se marchitó”. Mirando atrás ve que la relación fue perdiendo fuerza y el ímpetu inicial se transformó en desidia y desánimo. El respeto sobre las diferencias entre ambos pasó de ser limado a afilado y utilizado como punta de lanza para dañar al otro, y hoy ella lo ha llevado a su mayor cota.

Cuando se fueron conociendo les parecía que eran el complemento perfecto uno con el otro, compartían aficiones, y formas de ver las cosas, y eso hizo que no demasiado tiempo después decidiesen ir a vivir juntos. En sus conversaciones pasaban de lo profundo a lo más ordinario con facilidad, contándose lo que estimaban y lo que detestaban. Poniéndose al tanto de sus costumbres y manías del día a día, y ahí salió a relucir algo que parecía de lo más corriente y sin mayor importancia y que él asimiló no sin cierta obligación. Ella era amante de los ambientadores por la costumbre arraigada en casa de sus padres, siempre los habían utilizado, y él en cambio los odiaba, no podía aguantar en su nariz lo fuerte y molesto de esos efluvios químicos, que hasta a veces sentía que le hacían daño al inhalarlos y siempre le ponían dolor de cabeza. Ella quería que todo estuviese con aromas artificiales que decía eran naturales, hablaba de tener un ambiente fresco y limpio, del salón al baño, pasando por el resto de habitaciones y llegando a la cocina donde le gustaban las bolsas de basura con fragancias, y él que hacía un esfuerzo en aguantar ese reparto de olores por la casa, no soportaba en ese aspecto el de las bolsas, prefería que allí no hubiese ninguno efluvio que se mezclase con el tufo a basura, generando una mezcla aún peor que el malo proveniente de los desechos. Él decía que si empezaba a oler la basura, pues se tiraba y resuelto el tema, pero ella no estaba de acuerdo. Como en esos orígenes él estaba por el amor, esto hizo que en ese punto cediese a lo que ella quería, llegando a un acuerdo, al menos sería con olor a lavanda. Acuerdo que hoy había saltado por los aires, acuerdo que hoy ella quebró a sabiendas que lo encabronaría. Esa emanación del cubo de basura a lavanda había sido cambiado por el insoportable a pino. Habían quedado en que nunca pondrían bolsas con olor a pino, ese olor lo inunda todo en la cocina, y si al menos hubiesen conseguido el aroma del pino, pero la mayoría de las veces es un olor a eucalipto que tira para atrás. Cuando uno se pone a cocinar se cree que está haciendo barbacoa en mitad de una arboleda que mata todos los aromas de alrededor, es un olor tan intenso que uno no sabe ni lo que está guisando, en vez de ser una esencia agradable se convierte en fastidiosa y revuelve el estómago; pruebas a ver cómo está el guiso de sabor y crees que te estás comiendo el monte. Al menos con las bolsas de lavanda, ese olor se convierte en un vaho tenue y floral, poco persistente que no hace querer salir corriendo de la cocina.

Además con las de lavanda, al menos te imaginas al mirar hacia el cubo que hay una plantita, y no un pedazo de árbol allí, en mitad de la minúscula cocina, creyendo que en cualquier momento te caerá una piña en la cabeza y una ardilla bajará y te quitará el pedazo de queso que tienes en la mano mientras tomas el tentempié antes de acabar el guiso, que no son unas chuletas y no estás con la bota de vino amarrada y bebiendo para no añusgarse, en plan campestre.

Llegado a este punto, y como ya no lo movía el amor sino más bien el odio, se le pasa por la cabeza coger una bolsa de basura con olor a lavanda, con su suave aroma a campiña que les había acompañado hasta el día de hoy en el que ella le jodió con alevosía, y piensa en meter todos sus vestidos preferidos para tirarlos al contenedor de “Humana”.  Nunca se planteó porqué prefería un olor u otro, simplemente era que uno le gustaba y otro no, pero sin duda ya sabe porqué eran mejor las bolsas con olor a lavanda y no a pino, las primeras dejan salir lo mejor de uno, no es un olor agresivo, por ello se vuelve suave y delicado el que lo percibe, sin embargo el pino saca de nosotros al lobo que llevamos dentro y nos arrastra a esos bosques lúgubres, de donde proviene ese olor, y que no dejan pasar el sol y muestran todo sombrío y frío, como él siente el corazón, con irremediable deseo de deshacerse de ella.

 

 

.                                               Madrid 12/12/12 a las 12 del medio día.

 

.     *Para el proyecto de “La Tertulia”, me tocó el apasionante tema: “Cuáles son las mejores bolsas para la basura, bolsas con olor a pino o a lavanda”. Claramente las segundas ganan, y como en la canción de El canto del loco, no estar de acuerdo en esto colma el vaso y convierte a la pareja en alguien insoportable.

“Insoportable“

elcantodelloco- estadosdeanimo

.     **NA: Publicado originalmente el 12 de Diciembre de 2012. Hoy recibe una segunda oportunidad.

 

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