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Archivos diarios: octubre 16, 2012

Versión Editor (continuación de Una mujer decidida)

16 Martes Oct 2012

Posted by albertodieguez in Relato

≈ 2 comentarios

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Ella es un volcán, Empleada de hogar, enfermo, La unión, pensamientos, Recuerdos, sexo, Soledad, tentación

Se deja llevar por el ensueño, de pronto siente a alguien en la habitación abre los ojos y ve que ella se acerca hacia la cama, le mira y le sonríe. Se despoja de esa camiseta dejándole ver aquel sujetador visto antes, simple, liso, sin encajes, de esos funcionales sin costuras para que no se noten con camisetas ajustadas. La ve quitarse aquel pantalón de algodón que le hace parecer que está en su propia casa, y ya la descubre en ropa interior un instante, pues enseguida se quita el tanga con un movimiento que a él le resulta lo más sexy del mundo, bajándolo hasta media pierna y luego con un leve movimiento de caderas y piernas, haciéndolo descender hasta el suelo. Se quita despacio del sujetador y deja al descubierto los senos. Ella retira la sábana que le está cubriendo, y puede ver que ya tiene una erección incipiente. Se aproxima desde los pies de la cama.

Piensa; “vaya, sí que es decidida”

Él, entre la sorpresa y la estupefacción no puede dejar de mirarla. La ve acercarse y esa desnudez se le vuelve la belleza mayor del mundo. Sigue con el pelo recogido, pero un mechón se ha escapado de la goma que lo sujeta en coleta y le da un aire muy sexy, siempre le gustaron esos pelos liberados y que dan al rostro un aire entre la ingenuidad y la picardía. Llega hasta él y le besa, siente la calidez de esos labios carnosos, que ella tiene, muy diferentes de los suyos no muy gruesos. Siente la boca de ella fresca como agua de montaña, sus lenguas se encuentran y enredan y juguetean, suavemente. La avidez se abre camino y ya sus lenguas parecen echar un pulso, aprietan sus bocas casi hasta el dolor. Solo sus bocas se han tocado hasta ese momento. Ella se tumba junto a él, y por fin puede sentir la piel de ella rozar la suya, piel morena, que al roce con la de él le parece extremadamente suave y delicada. Ella se gira y se tumba encima, sus pechos caen lentamente sobre el pectoral de él, le parecen una delicia al contacto con su piel, los siente en su pecho, blandos pero duros a la vez, no entiende como algo puede tener estas dos características pero le parece una maravilla. Ella comienza a besarle otra vez, y sus lenguas vuelven a enfrentarse como en una batalla, en la que van y vienen oleadas de desenfreno y de languidez. Ella va haciendo y deshaciendo de él. Le guía sus manos por donde quiere que exploren. Él, bajo el influjo de un encantamiento, acata cada orden, mandato y movimiento que ella le induce a hacer.

Sienten como sus sexos se acoplan y ella con movimientos circulares en un principio y violento vaivén después, explorando el placer. Ambos están gozando y todo sin una palabra, solo respiraciones acompasadas en ciertos momentos y desacompasadas a ratos, buscando el deleite y el orgasmo, que llega fuerte como una explosión interior que les une como almas encontradas después de mucho penar, y se abrazan y alargando esa unión, ese estado de comunión. Dibujan una mueca de cansancio placentero adornado con una sonrisa de disfrute, por el hecho de goce consumado.

Siente su mano agarrando su propio sexo, agarrándoselo para evitar lo inevitable, no ha llegado a tiempo, se ha derramado manchando su mano, el pijama y las sábanas. Abre los ojos. Está solo. Ha polucionado dormido.

Oye la puerta abrirse y una voz que dice: -me marcho.

No le salen palabras. No se mueve. Sólo mira hacia la puerta.

–          ¿No te habré despertado?

–          No, no.

–          Bueno, mejórate.

–          Gra, gracias.

–          ¿Te pasa algo?

–          No, nada, ehh, ¿te duchaste?

–          Sí, te dejé la toalla en el otro cuarto.

–          Muy bien, que te vaya bien el día.

Violento, todo empapado y un poco avergonzado, oye por fin un Chao y la puerta de la calle cerrarse.

Se queda mirando el techo, se siente como un imbécil.

  FIN

“Volver a: Una mujer decidida“

Versión Autor (continuación de Una mujer decidida)

16 Martes Oct 2012

Posted by albertodieguez in Relato

≈ 2 comentarios

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Ella es un volcán, Empleada de hogar, enfermo, La unión, pensamientos, Recuerdos, sexo, Soledad, tentación

Se deja llevar por el ensueño, de pronto siente a alguien en la habitación abre los ojos y ve que ella se acerca hacia la cama, le mira y le sonríe. Se despoja de esa camiseta dejándole ver aquel sujetador visto antes, simple, liso, sin encajes, de esos funcionales sin costuras para que no se noten con camisetas ajustadas. La ve quitarse aquel pantalón de algodón que le hace parecer que está en su propia casa, y ya la descubre en ropa interior un instante pues enseguida se quita el tanga con un movimiento que a él le resulta lo más sexy del mundo, bajándolo hasta media pierna y luego con un leve movimiento de caderas y piernas, haciéndolo descender hasta el suelo. Se quita despacio del sujetador y deja al descubierto los senos. Ella retira la sábana que le está cubriendo, y puede ver que ya tiene una erección incipiente. Se aproxima desde los pies de la cama, avanzando a gatas desde allí hacía él, y con sus pechos va rozando los muslos de él.

Piensa; “vaya, sí que es decidida”.

Llega a la altura del pene que está bastante inhiesto y roza con el glande sus pezones, primero uno y luego el otro, que se han puesto duros y han tomado una coloración más oscura. Con su mano derecha roza suavemente el escroto, que se le arruga y endurece como piel de elefante al leve sentir de sus dedos. Ella ha colocado una de las piernas de él entre las suyas y a la vez que roza los pechos con el miembro viril bien alzado, frota su vulva con el muslo de él que siente la humedad mojarle, él ha intentado acercarle sus manos para tocarla, acariciar sus pechos y retirar el cabello de su cara, pero no le ha dejado, le aparta las manos y le dice; yo hago.

Sube un poco más y pone sus pechos sobre el pectoral de él, ya sus sexos quedan a la misma altura, ella un poquito por encima para sentir el pene por los labios externos y los glúteos, y que le roce un poco al comenzar un movimiento rítmico como si entrase y saliese fornicando, pero sin penetración, solo sintiendo rozar el miembro de él por los labios y medio encastrada entre los dos carrillos. Cada vez se siente más fogosa, a él esa posición forzada hacía abajo del pene le gusta, le da placer. Le ha posado las manos sobre la espalda acariciándola suave, ella esta vez si se deja hacer, le gusta ese tacto, él ha bajado las manos y le agarra el culo apretándolo suave pero firmemente, siguiendo el ritmo que ella a marcado con su vaivén de roce. Ella para ese ritmo y coge el pene y lo eleva hacía el cuerpo de él, ahora, ella frota su sexo ya inflamado, con el pene, pasando todo lo largo de él entre sus labios y haciendo que roce su clítoris con la punta, arriba y abajo, arriba y abajo, pero se demora un poquito en bajar cuando con su punta roza esa bolita mágica que le hace temblar. Cada vez le cuesta más aguantar y no introducírsela dentro, bien adentro. La respiración se le empieza a acelerar e incluso se le va un leve suspiro contenido.

Él está que no aguanta más, siente todo un bullir en sus testículos deseoso por buscar la salida, las entrañas se le están encogiendo, ella aún desea alargar esos momentos que le gustan tanto de preámbulo y avance hasta conseguir el orgasmos. Se controla, aún no quiere ir a buscar el final, quiere algo más, se voltea por completo y queda tumbada encima de él boca arriba, y agarrando el pene de él y presionándolo, siguiendo con el juego del roce por sus labios y su clítoris, él aprovecha para acariciar su pechos, y juega con los pezones duros, le gustaría poder mordisquearlos y besar esa tetas no muy grandes pero que ahora mismo le parecen ideales. Entonces ella agarra la mano derecha de él, y se la lleva a su sexo para que masajee su clítoris, él sumiso, lo hace con suavidad, con destreza, con fruición roza primero sus labios buscando esa humedad que ya hay para lubricar sus dedos, que se mueven con naturalidad y cuidado de no hacer daño. Utiliza todo lo largo de su dedo corazón para acariciar y abrirse paso arriba, y abajo, y que ella sienta todos los otros dedos en los labios internos, y como si tocase un instrumento musical, busca la nota superior llegando a la parte alta, donde se centra en ese punto que ella desea ser acariciado  y que al tocar él ella responde con un pequeño respingo, como si le hubiese hecho daño, el así lo cree y para, pero ella enseguida con un toque de su mano le invita a seguir. Lo hace, primero suave, y despacio, pero luego aumentando la presión y la velocidad, ella cada vez más excitada, viendo que si sigue así llegará al orgasmo, -no necesita su pene para ello-, pero teniéndolo ahí tan erecto cómo no aprovecharlo, y se lo introduce dentro deslizándose con gran facilidad en su cavidad. Está muy lubricada y su sexo amplio por el deseo y el placer, recibe el falo bien duro sin ningún daño, sintiéndolo penetrar y acoplándolo a su interior para sentirlo en cada uno de sus terminaciones nerviosas, para percibir el placer. Es entonces cuando el comienza a moverse con embestidas y movimientos duros, a la vez que la estimula el clítoris, al momento se le hace difícil coordinar la mano y su movimiento pélvico, él le dice que cree que no durará mucho así, esa postura le hace rozarse demasiado el glande. Ella no habla, se muerde los labios, siente los de él apretarse a su cuello cuando de repente nota que ya no aguanta más y que por toda ella pasa un calambre interior, y un escalofrío exterior haciendo que se arqueé y gima y grite, con un alarido contenido, un fuerte y largo; mmmm, siiiiiiiiii. Él se corre casi a la vez, pero sigue moviéndose y con la mano apretando el sexo de ella que le agarra y sujeta para que pare, le dice; quieto, quieeto, ghufff.

Siente su mano agarrando su propio sexo, agarrándoselo para evitar lo inevitable, no ha llegado a tiempo, se ha derramado manchando su mano, el pijama y las sábanas. Abre los ojos. Está solo. Ha polucionado dormido.

Oye la puerta abrirse y una voz que dice; me marcho.

No le salen palabras. No se mueve. Sólo mira hacia la puerta.

–          ¿No te habré despertado?

–          No, no.

–          Bueno, mejórate.

–          Gra, gracias.

–          ¿Te pasa algo?

–          No, nada, ehh, ¿te duchaste?

–          Sí, te dejé la toalla en el otro cuarto.

–          Muy bien, que te vaya bien el día.

Violento, todo empapado y un poco avergonzado, oye por fin un Ciao y la puerta de la calle cerrarse.

Se queda mirando el techo, se siente como un imbécil.

  FIN

“Volver a : Una mujer decidida“

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